El primer perfil es el de María Roa, oriunda de Apartadó y primera presidente del sindicato de empleadas domésticas afrocolombianas. Ese origen al lado del mar hace que la autora presente a María como un personaje de agua, que fluye y deja correr lo que le llega. María llegó a Medellín siendo aún muy joven, vivió la tragedia de Villatina y luego tuvo que devolverse para Apartadó, de donde había salido huyendo de la violencia que asesinó a su hermana mayor. Luego regresa a Medellín y allí, como empleada del servicio, empieza a indignarse por la inequidad y el maltrato, hasta formar el sindicato de empleadas domésticas, que hoy tiene más de 770 afiliadas.
El segundo perfil es la inspiradora historia de Rafael Palacios, quien creció en Copacabana, aunque siempre tuvo que oír la pregunta "¿de dónde vienes?" porque un niño negro no se presume oriundo de Antioquia. Rafael empezó a interesarse por la danza en las clases que su papá les daba en el colegio, pero antes de terminar el bachillerato decidió asumir la danza como profesión, cuando se ganó un cupo en el Ballet de Sonia Osorio. Allí se sintió incómodo con la folclorización del maltrato a indígenas y negros y decidió seguir explorando. Logró llegar a París, en donde se formó al lado de grandes maestras, y después de mucho recorrer decidió regresar a su raíz, a su tierra, y desde hace 25 años dirigie Sankofa, y grupo de danza afro en Medellin.
El mar de María y la Tierra de Rafael se complementan con el fuego del padre Jhon Reina Ramírez, un hombre mestizo, con rasgos indígenas, que desde Buenaventura ha resistido todos los fuegos cruzados. Lideró el paro de 2017 y ha sido un bastión de resistencia y dignidad para su comunidad.
El segundo perfil es la inspiradora historia de Rafael Palacios, quien creció en Copacabana, aunque siempre tuvo que oír la pregunta "¿de dónde vienes?" porque un niño negro no se presume oriundo de Antioquia. Rafael empezó a interesarse por la danza en las clases que su papá les daba en el colegio, pero antes de terminar el bachillerato decidió asumir la danza como profesión, cuando se ganó un cupo en el Ballet de Sonia Osorio. Allí se sintió incómodo con la folclorización del maltrato a indígenas y negros y decidió seguir explorando. Logró llegar a París, en donde se formó al lado de grandes maestras, y después de mucho recorrer decidió regresar a su raíz, a su tierra, y desde hace 25 años dirigie Sankofa, y grupo de danza afro en Medellin.
El mar de María y la Tierra de Rafael se complementan con el fuego del padre Jhon Reina Ramírez, un hombre mestizo, con rasgos indígenas, que desde Buenaventura ha resistido todos los fuegos cruzados. Lideró el paro de 2017 y ha sido un bastión de resistencia y dignidad para su comunidad.
El último capítulo es un texto breve, sobre el aire que representa el lector, en el que la autora invita a cuestionar qué es imposible y desde dónde cada cuál puede sumarse a la inclusión transformadora.
Algunas frases
una sociedad “paisa” con múltiples vestigios de épocas coloniales que hacía que, a sus hijos, a pesar de haber nacido allí, se les considerara —aún hoy— eternos migrantes y con ciudadanía parcial o relativa, que solo cuentan en época de elecciones. Después vuelven a ser extranjeros en su ciudad, aquella en la que nacieron y crecieron. Ese imaginario de una ciudad blanca-mestiza los pone afuera casi siempre, en la tercera ciudad afro del país. Los censos, bastante cuestionados, hablan de que uno de cada diez habitantes en esta ciudad es negro, y la mitad son mujeres (p. 54).
¿por qué sus jefes o “patrones” merecían criar a sus hijos y ella no? ¿Por qué, si sus jefes eran personas que habían ido a la universidad, no le pagaban lo justo? ¿Por qué, si eran tan inteligentes, la desigualdad no les incomodaba? Si yo cocino tus alimentos, ¿por qué no puedo comer de lo que cocino para ti, sino otra cosa? ¿Por qué debo usar otros platos y cubiertos, si yo misma los lavo y los mantengo limpios para ti? ¿Por qué me asignan el rincón más oscuro de la casa, y muchas veces ni siquiera una cama, sino el piso, o me obligan a compartir el espacio con las mascotas? ¿Por qué marcar estas diferencias si soy yo quien cuido de tus hijos y de ti? Cuando los empleadores presentaban a María, decían: “Le presento a María, trabaja para mí”. Ella se cuestionaba en su interior: ¿trabaja para mí o conmigo? ¿Era ella una posesión? (p. 56).
Hablamos de inclusión, como un parapeto para mantener los círculos bien cerrados e intacto el statu quo, sin querer asumir ningún riesgo y con muy poca voluntad para mejorar el punto de partida (p. 62).
Cuando me avisaron miré las noticias en redes sociales y me puse a llorar, con esa impotencia que se siente al saber que un solo disparo puede silenciar todas las palabras, borrar el registro de las miradas, suspender de forma definitiva los pasos y marcar un “hasta aquí” fulminante. (p. 129).
Buenaventura se convierte en ese espacio del que no puede escapar, porque sin él no existe para el mundo, pero su gente le estorba. Por esto, se quieren resolver los problemas creando consejerías en Bogotá, en almuerzos de empresarios de Cali o lanzando alianzas para el Pacífico en el Caribe (Cartagena), porque no se quiere —o les da pena— mostrar la capital natural de ese Pacífico que es Buenaventura. Nunca se le ha mirado a los ojos para ver su belleza, que no está en edificios lujosos ni pretenciosos, sino en un encanto más humilde, genuino y distinto (p. 150).
Como diría Sueli Carneiro, esa gran líder afrobrasileña, cuando le preguntaron sobre política: “Entre izquierda y derecha, yo sigo siendo negra (p. 151).
A quien mucho exige, mucho se le exige (p. 172)
A veces, cuando asisto a eventos de nuestras élites tradicionales, solo pienso: ¡qué falta de sofisticación y de sintonía con los tiempos actuales! Resuena en mi cabeza la palabra vanguardia: necesitamos liderazgos de vanguardia, que enciendan la imaginación, que actualicen los lentes, que usen otras lupas para ver mejor y anticiparse (p. 184).
Soñar lo imposible
Algunas frases
una sociedad “paisa” con múltiples vestigios de épocas coloniales que hacía que, a sus hijos, a pesar de haber nacido allí, se les considerara —aún hoy— eternos migrantes y con ciudadanía parcial o relativa, que solo cuentan en época de elecciones. Después vuelven a ser extranjeros en su ciudad, aquella en la que nacieron y crecieron. Ese imaginario de una ciudad blanca-mestiza los pone afuera casi siempre, en la tercera ciudad afro del país. Los censos, bastante cuestionados, hablan de que uno de cada diez habitantes en esta ciudad es negro, y la mitad son mujeres (p. 54).
¿por qué sus jefes o “patrones” merecían criar a sus hijos y ella no? ¿Por qué, si sus jefes eran personas que habían ido a la universidad, no le pagaban lo justo? ¿Por qué, si eran tan inteligentes, la desigualdad no les incomodaba? Si yo cocino tus alimentos, ¿por qué no puedo comer de lo que cocino para ti, sino otra cosa? ¿Por qué debo usar otros platos y cubiertos, si yo misma los lavo y los mantengo limpios para ti? ¿Por qué me asignan el rincón más oscuro de la casa, y muchas veces ni siquiera una cama, sino el piso, o me obligan a compartir el espacio con las mascotas? ¿Por qué marcar estas diferencias si soy yo quien cuido de tus hijos y de ti? Cuando los empleadores presentaban a María, decían: “Le presento a María, trabaja para mí”. Ella se cuestionaba en su interior: ¿trabaja para mí o conmigo? ¿Era ella una posesión? (p. 56).
Hablamos de inclusión, como un parapeto para mantener los círculos bien cerrados e intacto el statu quo, sin querer asumir ningún riesgo y con muy poca voluntad para mejorar el punto de partida (p. 62).
Cuando me avisaron miré las noticias en redes sociales y me puse a llorar, con esa impotencia que se siente al saber que un solo disparo puede silenciar todas las palabras, borrar el registro de las miradas, suspender de forma definitiva los pasos y marcar un “hasta aquí” fulminante. (p. 129).
Buenaventura se convierte en ese espacio del que no puede escapar, porque sin él no existe para el mundo, pero su gente le estorba. Por esto, se quieren resolver los problemas creando consejerías en Bogotá, en almuerzos de empresarios de Cali o lanzando alianzas para el Pacífico en el Caribe (Cartagena), porque no se quiere —o les da pena— mostrar la capital natural de ese Pacífico que es Buenaventura. Nunca se le ha mirado a los ojos para ver su belleza, que no está en edificios lujosos ni pretenciosos, sino en un encanto más humilde, genuino y distinto (p. 150).
Como diría Sueli Carneiro, esa gran líder afrobrasileña, cuando le preguntaron sobre política: “Entre izquierda y derecha, yo sigo siendo negra (p. 151).
A quien mucho exige, mucho se le exige (p. 172)
A veces, cuando asisto a eventos de nuestras élites tradicionales, solo pienso: ¡qué falta de sofisticación y de sintonía con los tiempos actuales! Resuena en mi cabeza la palabra vanguardia: necesitamos liderazgos de vanguardia, que enciendan la imaginación, que actualicen los lentes, que usen otras lupas para ver mejor y anticiparse (p. 184).
Soñar lo imposible
Paula Marcela Moreno Zapata
Penguin Random House
Septiembre de 2022
200 páginas
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