Hay libros que uno quiere que otras personas lean porque son entretenidos, porque son sorprendentes, porque están muy bien escritos, porque narran cosas con las que uno se identifica o porque tocan fibras sensibles. El invencible verano de Liliana es una obra de no ficción que muchos deberían leer, por todo eso, pero principalmente por razones políticas y estéticas. En esta obra Cristina Rivera Garza hace una labor periodística dentro de su familia y otras personas para reconstruir la vida y la muerte de su hermana menor, Liliana, asesinada el 16 de julio de 1990 en ciudad de México por su ex pareja. Tenía 20 años.
Al comienzo del libro la autora dice "uno nunca está más inerme que cuando no tiene lenguaje" y esa idea se repite. En los 90 no existía la palabra feminicidio; durante muchos años el machismo ha sido invisible a los ojos de muchas (algo que no se nombra) y también los duelos están llenos de silencios, de falta de lenguaje. Este libro es una construcción lingüística que permite a los dolientes (ellos y nosotros) comprender la dimensión física del riesgo, el tamaño de la pérdida y elaborar el duelo en compañía.
El invencible verano de Liliana se publica 30 años después de la muerte de la protagonista pero es un libro urgente que debería estar en bibliotecas y leerse en los colegios. Es útil para aprender a identificar esas microviolencias cotidianas que pueden desencadenar en una tragedia, para reconocer los riesgos del amor posesivo, que no es amor, y para desestigmatizar la violencia intrafamiliar como un problema exclusivo de clases bajas e iletradas.
Pero el libro no es solo eso. No es un informe académico o pericial. Es el testimonio de una autora que domina los mecanismos del lenguaje y logra estructurar una obra polifónica, con distintos registros (incluso distintas tipografías) en la que incluye un plano arquitectónico, fotos, textos de prensa, informes judiciales y voces de amigos y parientes. El resultado es una relato que parece un rompecabezas en el que muchas fichas tratan de armar un retrato al que le faltan las piezas centrales: lel asesino fugitivo y todo lo que calla Liliana, que aparece con su voz en las notas que escribió en vida, pero que claramente solo muestran fragmentos de su vida y ocultan aquellos aspectos más oscuros de su relación.
Es también un retrato de familia, un libro sobre la vida universitaria, una crónica de la ciudad de México, una obra sobre mujeres adolescentes y un relato del amor entre hermanas. Hay mucha vida y mucho vértigo en estas 302 páginas atravesadas por la muerte y, al mismo tiempo, tan llenas de Liliana.
Algunas frases
A veces es necesario un poco de silencio para que las palabras se junten todas sobre la lengua y, ya reunidas, se atrevan a saltar al mismo tiempo (p. 13).
Es fácil amar una ciudad donde todo pasa al mismo tiempo. Donde todo tiempo es tiempo real. (P. 16).
¿Se puede ser feliz mientras se vive en duelo? (p. 24).
Pocas actividades requieren más energía, tanta atención al mínimo detalle, como odiarse a sí mismo. Es una tarea milimétrica. Agotadora. De tiempo completo (p. 25).
Es mentira que el tiempo pasa. El tiempo se atora (p. 41).
Uno nunca está más inerme que cuando no tiene lenguaje (p. 42).
La infancia termina con un beso. El sueño no es el sueño de cien años y la boca abierta no es la del príncipe azul, pero ese puro esperar que es la niñez finalmente llega a su fin con un beso. Labios sobre labios. Dientes. Saliva. La respiración entrecortada. Los ojos abiertos. La infancia termina con la instauración del secreto (p. 47).
Se ha requerido el trabajo de generaciones enteras, por ejemplo, para que el piropo callejero, visto con enfermiza frecuencia como un mero acto natural, cuando no como un halago, sea denunciado como una instancia cotidiana de acoso en el espacio público. (p. 52).
Llamar a las cosas por su nombre requiere, a menudo, de inventar nuevos nombres (p. 52).
Que se desesperaran los otros. Que los otros azotaran puertas cuando no podían usar la inteligencia o la capacidad de observación, o la paciencia. Que los otros perdieran el tiempo y desperdiciaran sus talentos porque nosotros que lo venceríamos todo, teníamos cosas que hacer (p. 62).
Tal vez no existan en el mundo cartas de amor más ardientes que las que se hacen llegar, ya por correo o ya en persona, las adolescentes (p. 63).
La capacidad del lenguaje para descubrir y encubrir al mismo tiempo. Ventana y cortina. Telescopio y niebla (p. 74).
¿qué será de este pobre mundo si uno no se callara algunas cosas? ¿si todo se dijera? ¿Sin misterio? Qué aburrido, ¿no? (p. 79).
Vivir en duelo es esto: nunca estar sola. Invisible pero patente de muchas formas, la presencia de los muertos nos acompaña en todos los minúsculos intersticios de los días. Por sobre el hombro, a un lado de la voz, en el eco de cada paso. Arriba de las ventanas, en el filo del horizonte, entre las sombras de los árboles. Siempre están allá y siempre están aquí, con y adentro de nosotros, y afuera, envolviéndonos con su calidez, protegiéndonos de la interperie. Éste es el trabajo del duelo: reconocer su presencia, decirle que sí a su presencia (p. 118).
El duelo es el fin de la soledad (p. 118).
Los intrincados vericuetos de la justicia, que son los vericuetos infinitos de la impunidad (p. 119).
Siempre es extraño poner los pies en los espacios de los muertos (p. 123).
Ni Liliana, ni los que la quisimos, tuvimos a nuestra disposición un lenguaje que nos permitiera identificar las señales del peligro. Esa ceguera, que nunca fue voluntaria sino social, ha contribuido al asesinato de cientos de miles de mujeres en México y en el mundo (p. 196).
El aborto es y ha sido un riesgo enorme para las chicas embarazadas porque es ilegal (p. 202).
Los abortos siguen existiendo y, aunque una parte de la sociedad mojigata y conservadora, aliada sempiterna del machismo, los considera todavía como una cuestión moral, es cada vez más aceptado que los abortos son asuntos de salud pública en los que la decisión final corresponde tomarla a las mujeres. (p. 204).
Los sobrevivientes suelen culparse a sí mismos, a su negligencia o su ceguera, con una dureza inaudita. No protegieron lo que más querían; no notaron lo que debió haber sido claro ante sus ojos; no detuvieron al depredador (p. 276).
...elaboran esa línea moral que divide el nosotros del ustedes. Ésta en la exigencia imperiosa, ineludible, apabullante de que se culpe a la víctima y de que te inculpes con ella. Está en la exigencia imperiosa, ineludible, apabullante, de exonerar al asesino a toda costa.
Uno no aprende a callar; uno es forzado a callarse.
A uno le callan la boca (p. 277).
La libertad no es el problema. El problema son los hombres (p. 289).
El invencible verano de Liliana
Cristina Rivera Garza
Literatura Random House
Bogotá
Abril, 2021
303 páginas
Cristina Rivera Garza
Literatura Random House
Bogotá
Abril, 2021
303 páginas