El lenguaje desbocado, desaforado del personaje es el imán que agarra al lector desde la primera página de esta novela. Un protagonista entrañable del mundo gay de Bogotá, aunque lleno de defectos: mentiroso, vividor, conchudo, mantenido, superficial, holgazán, interesado, etc... que sin embargo cautiva con su conocimiento general sobre temas vacuos, su facilidad de labia y su desparpajo.
Se trata de una novela sobre el mundo gay de Bogotá, pero también de una novela sobre el habla, sobre la oralidad. Está escrita a la velocidad en la que conversa el narrador, Edwin Rodríguez Buelvas, y en la forma que habla, que es saltando de un tema a otro, y luego a un tercero, para regresar al primero, mezclando en la conversación canciones populares, actores de cine, citas de la revista Vanidades y chismes de farándula. Una novela muy entretenida, muy bien escrita, que cuenta con humor el drama de la soledad y la incomprensión del mundo gay. Un mundo que incluye discotecas, bares, gimnasios, el Carulla de la 64, Apolos, saunas, jacuzzis, turcos, fiestas, el Parque Nacional, los baños de Granahorrar, el Terraza Pasteur, y toda una geografía de los puntos de encuentro gay de Bogotá.
Algunas frases (el libro tiene numerosas frases dignas de subrayarse):
No pienso detenerme un minuto a contar cosas sobre mi niñez o adolescencia, ya que hará marras que aprendí que la sensibilidad no es más que vulnerabilidad aprovechable.
desde que era un pelaíto yo entendí que mi rollo era con los hombres y, por lo tanto, sería la oveja rosada de la familia. Y supe además para entonces que la vida es dura y la gente es mala.
Quien me conocía no podía dejar de hablar de mí, generalmente mal, lo cual es muy bueno porque eso demuestra que uno va un paso más adelante en esta vida.
La soledad es una constante homosexual.
Y yo me pregunto: ¿para qué diablos sirve una tragedia si no puede ser contada?
y sobre mi familia que ha comido en bandeja de plata por más de tres generaciones.
al tiempo que veía una larga fila india de hormiguitas que se metían en un hueco en la tierra, y jugué un rato esparciendo la arena sobre la entrada al nido, viendo salir aterradas a las hormiguitas. Pensé entonces, medio divertido, que definitivamente los gays somos como las hormgas: si nos tapan el huequito nos enloquecemos.
para poder sobrevivir a la soledad de la vejez, que es la peor de todas las soledades.
siempre es bueno que hablen de uno, y si es mal, mejor, porque eso significa que uno está haciendo bien las cosas y está ascendiendo e imponiéndose sobre todo el mundo.
después de la tempestad viene la calma, pero hay que ver lo rica que es la tempestad.
muchos de estos prejuicios provienen es de las religiones, que son el instrumento perfecto de la creación humana para joderse la vida.
Por eso, macho yo, que soy tan pasiva, pero al menos tengo el coraje de acostarme con quien me dé la gana y llevar a cabo cualquier fantasía que se me cruce por mi bello cerebrito sin necesidad de vivir temeroso ante el qué dirán.
un culo lo más de espectacular con los tres itos: redondito, paradito y durito.
Bogotá, donde uno podría fácilmente ser feliz si no fuera por la envidia de la gente.
!Primero tuerta que con lentes!
!Primero calva que con trenzas!
del amor que aprendí a sentir por mí mismo, que es el único que nos permite amar a los demás.
preocuparse no es más que anticiparse a un problema que muy posiblemente no llegue a existir jamás.
Al diablo la maldita primavera
Alonso Sánchez Baute
Editorial Punto de Lectura
2003
276 páginas