lunes, 25 de octubre de 2021

Space Invaders, de Nona Fernández Silanes

La memoria es un terreno pantanoso en el que los recuerdos de cada persona son una construcción única que no necesariamente coincide con los recuerdos de los demás. ¿Qué tanta verdad hay en la memoria que se arma a partir de los recuerdos? ¿Son los recuerdos ficción? ¿Cómo distinguir lo vivido de lo soñado? Estas preguntas quedan rondando después de leer Space Invaders, una novela corta (muy corta) en la que Nona Fernández le da voz a los recuerdos-sueños de sus compañeros de colegio para construir de manera coral, fragmentaria y contradictoria la memoria de Estrella González Jepsen, una compañera de curso que ya no está.

La autora toma elementos de la realidad, empezando por el nombre y la vida de su compañera Estrella, para armar un relato polifónico desde la mirada de los niños. La historia lineal consiste en que Estrella es hija de un militar en plena dictadura de Pinochet. Los niños son eso... niños que van al colegio y están en clase de matemáticas, mientras afuera se vive el horror. Pero el horror se cuela, se intuye y Estrella no escapa a ese entorno enrarecido, que la persigue hasta la fatalidad.

Se trata de una narración en diagonal, en la que se insinúa más de lo que se cuenta y en la que queda claro cómo el ambiente opresivo del país y el ambiente autoritario del colegio influyen en unas infancias en las que la ensoñación sigue siendo una oportunidad para la construcción de mundos paralelos. 

Algunas frases
Lo importante en los sueños son las voces (p. 15).

Aunque algunas voces se diluyen con el tiempo, los sueños saben resucitarlas (p. 15).

Las mamás no se avergüenzan de los llantos de sus hijos (p. 33). 

En nuestro colchón desmemoriado todo se confunde y la verdad es que ahora eso poco importa.

El tiempo no es claro, todo lo confunde, revuelve los muertos, los transforma en uno, los vuelve a separar; avanza hacia atrás, retrocede al revés, gira como en un carrusel de feria, como en una jaula de laboratorio, y nos entrampa en funerales y marchas y detenciones, sin darnos ninguna certeza de continuidad o de escape. Si estuvimos ahí o no, ya no es claro. Si participamos de todo eso, tampoco. (p. 54).


Space Invaders
Nona Fernández Silanes
Fondo de Cultura Económica 
México, 2020 (primera edición: Alquimia, 2013).
80 páginas

miércoles, 13 de octubre de 2021

Beya (Le viste la cara a Dios), de Gabriela Cabezón Cámara e Iñaki Echeverría

La Bella Durmiente de este cuento es Beya, una prostituta que duerme poco porque su explotador la necesita despierta, trabajando y produciendo. Como el cuerpo se cansa y le pide dormir, entonces Beya snifa y se droga para no sentir, para aguantar, para sobrevivir. 

Por el puticlub de Lanús en el que permanece Beya día y noche desfilan policías, políticos, sacerdotes y muchos hombres viejos. La desgracia de Beya es ser prostituta en la era del viagra. 

El amor ni se menciona. El amor, el afecto y la ternura no caben en el mundo violento que habita esta mujer inteligente, que comprende los códigos y desde su situación diseña estrategias para recuperar el control de su mundo.

Beya es una novela gráfica con textos cortos, rítmicos y cercanos a la poesía, de Gabriela Cabezón Cámara, a partir de su novela Le viste la cara a Dios (2011) e ilustraciones crudas, en blanco y negro, con mucho pop, de Iñaki Echeverría. Una obra dolorosa, dura, cruda, que alude a la iconografía religiosa para denunciar una realidad de violencia y feminicidio que afecta a miles de mujeres en todo el continente.

Algunas frases

Le gustaría matarte
si no le gustara más
hacer guita con tu carne (p. 36)

La caricia del cafisho
y las sogas del cafisho
aniñan y así estás vos,
como una nena que duerme 
para que la paliza pase,
pero no sos una nena
y bien sabes que mañana
no va a venir tu papá
con tostadas con manteca
ni leche con chocolate
eso sí sabés que no,
que no lo hace ni el Dios (p. 44). 

Esto no lo olvidás nunca:
En la peor de las mazmorras
Se puede amar al que pega
Y eso es peor que darle entero
el propio espíritu al diablo (p. 49).

El odio puede habitarse
como se habitan también 
la adicción y la paliza (p. 57).

Durante algunas semanas
apenas te lamentás
porque te tocó ser puta
en la puta era del viagra (p. 59).

Después de meses sin ver
más cielo que el cielo raso (p. 94).

Le diste el beso en la boca 
que no le dabas a nadie
sin entender demasiado
y cuando entendiste un poco
empezaste a mirar bien
y entonces le viste entera
toda la cara a tu dios (p. 104).


Beya (Le viste la cara a Dios)
Gabriela Cabezón Cámara e Iñaki Echeverría
Editorial Eterna Cadencia
Buenos Aires, 2013
128 páginas





Ese camino existe, de Luis Fernando Cueto Chavarría

En "Dos o tres cosas sobre la novela de la violencia" Gabriel García Márquez escribió en 1959 que todas las novelas sobre la violencia escritas en Colombia hasta ese momento eran malas porque se centraban en el detalle de los muertos en vez de contar el drama de los vivos: "El exhaustivo inventario de los decapitados, los castrados, las mujeres violadas, los sexos esparcidos y las tripas sacadas, y la descripción minuciosa de la crueldad con que se cometieron esos crímenes, no era probablemente el camino que llevaba a la novela".

Luis Fernando Cueto Chavarría ganó en 2011 el Premio Copé Internacional de Novela, que otorga Petroperú, con "Ese camino existe" una novela exhaustiva en el inventario de las modalidades de violencia cometidas por Sendero Luminoso y por el Ejército Peruano en la zona de Ayacucho en los años 80. 

Masacres, mutilaciones, torturas, disparos, homicidios con arma blanca, desplazamientos forzados, secuestros, violaciones, infanticidios, profanación de cadáveres, bombas... no hay modalidades de la violencia que queden por fuera de este registro en el que se evidencia un afán por construir una memoria del horror, contado con aparente neutralidad: el autor intercala capítulos en el que uno se centra en la vida en el batallón con capítulos que narran la vida en el pueblo al que luego llega Sendero y termina borrado del mapa. 

El libro presenta numerosos personajes que no acaban de construirse cuando mueren de manera violenta, a excepción de Cubo, el infante de marina que cuenta lo que ocurre en el cuartel y que muestra consciencia sobre la cantidad de violaciones a los derechos humanos que allí ocurren. 

Aunque Colombia vivió fenómenos de violencia y paramilitarismo comparables con los que vivió Perú, la atmósfera de Ese camino existe resulta lejana al terreno colombiano por cuenta de la geografía que minuciosamente construye el autor, y que muestra un territorio frío, en el que cae una permanente garúa y en el que los desplazados caminan entre chacras y peñascos. Un territorio pobre, lejano y hostil, que hace aún más áspero el drama que narra la novela. 

Algunas frases
hombres desconocidos que, de sorpresa, se aparecieron un día con el propósito de imponer, en nombre del Perú, un concepto de orden que sólo existía en sus desquiciadas mentes. Los desconocidos pasaron, como aves peregrinas, y nunca más volvieron a interesarse por esas comunidades perdidas en la lejanía; sin embargo, con seguridad, los sobrevivientes de esos pueblos, los huérfanos y las viudas, los recordarían a cada momento por el resto de sus vidas (p. 214)

Todos los demás, sean del bando que fuere, estaban condenados, tarde o temprano, a acabar perdiendo. Esa era la verdad: era una guerra para perder, para terminar muriendo en cualquier parte del camino, más arriba o más abajo, pero muerto, al fin y al cabo, sin importar de qué lado estuvieras (p. 216).

Todos los hombres saben que van a morir, sólo que nosotros lo vamos a hacer de la mejor manera, por una gran causa. Y por ese motivo nos encumbramos por encima de los demás mortales. Esa es la diferencia. Ese es nuestro valor agregado (p. 241)

La frazada sobre la cual yacía el universitario estaba seca; entonces, Ordenanza cayó en cuenta de que alguien, con seguridad otro detenido, había cambiado la anterior manta húmeda. Este hecho lo conmovió. Quizá no todo está perdido, pensó. Quizá en las peores condiciones, en el fondo de tanta crueldad, aún era posible encontrar una pequeña chispa de solidaridad que brotase de improviso y expandiera su calor en el corazón de todas las personas (p. 279)

¿Qué pecado tan grande habían cometido para merecer ese castigo? ¿Por qué, de pronto, el mundo se había estrechado tanto que ahora tenían que vivir entre dos fuegos? Si no es uno, es el otro. La represión o el Partido, y nosotros en el medio. ¿Quién redujo el mundo de ese modo? ¿Cuándo? ¿Con el permiso de quién? Si antes eran libres de caminar por los cerros, por la cordillera y la montaña, ¿por qué ahora desfilaban por un callejón oscuro, sin escapatoria? Y, lo que es peor, ¿cuándo acabaría ese andar sin esperanzas? (p. 291)

No hay río que cruce el mundo que no se pueda pasar, sino no hubieran cristianos en la otra orilla; así saben decir los arrieros... (p. 306).

Su nombre era Simón. El hombre que había en- terrado hacía pocas horas, en la madrugada, se llamaba Simón. Y eso era distinto. Ya no se trataba de una cifra, de un número, sino de una historia. Y no comprendía por qué la carga que había sobrellevado ligera hasta ese momento, de pronto se volvía insoportable en su conciencia. Simón. (p. 356).

Siempre que alguien habla en nombre de la Patria es por- que está tramando hacer alguna pendejada. Alguien dijo, no sé quién, no recuerdo dónde, que la Patria tiembla cuando se acercan sus defensores (p. 395)

Vio rápidamente sus rostros: eran jóvenes, imberbes, y estaban tan desorientados y angustia- dos como los detenidos. Si los roles se invirtieran, pensó, el mundo no se detendría, nada cambiaría. Casi no hay diferencia entre el verdugo y su víctima. ¿Por qué unos muchachos tienen que vivir y otros marchar al encuentro de la Muerte? (p. 410).

Ese camino existe

Luis Fernando Cueto Chavarría

Ediciones Copé

Lima, 2012

420 páginas.






miércoles, 6 de octubre de 2021

Donde cantan las ballenas, de Sara Jaramillo Klinkert


La segunda novela de Sara Jaramillo Klinkert es muy distinta a la primera, Cómo maté a mi padre, y sin embargo guarda varios elementos en común: hay una niña narradora, un padre ausente, una finca como espacio principal de la acción y una narración que acompaña al personaje central en la transformación que implica el crecimiento y que se evidencia en la voz que cambia de registro.

Pero mientras Cómo maté a mi padre es una novela testimonial autobiográfica, Donde cantan las ballenas es una novela en la que la ficción está exacerbada: hay una vegetación exuberante, animales de todo tipo, personajes excéntricos, exagerados e inverosímiles y un conjunto de situaciones simbólicas que pertenecen al mundo de la fantasía y que se narran sin mayor justificación, tal y como Juan Gabriel Vásquez explica el concepto de realismo mágico en "El arte de la distorsión": como la narración de hechos extraordinarios sin el más mínimo asombro y, de otro lado, el enrarecimiento narrativo del relato de hechos ordinarios. 

Parruca es una finca en las montañas. El narrador no entrega una ubicación precisa. Allí viven Candelaria, una niña de 12 años, su madre Teresa, y su hermanastro Tobías, mayor que ella. El padre los abandonó hace pocas semanas y a la casa empiezan a llegar inquilinos, cada uno más raro que el anterior: Gabi una mujer experta en venenos, que tiene una serpiente como mascota y que se intuye que es una asesina; Santoro un hombre temeroso que se entierra en huecos que él mismo cava para calmarse; Borja, un moribundo; Facundo, un hombre que busca cierto tipo de guacamaya... y así en una sucesión de personajes que le dan a la novela un toque de artificio con reglas internas propias. 

Es una novela extraña, distinta por su temática y por la atmósfera que construye. Resulta de interés para quienes exploran el giro animal y el giro vegetal, porque la naturaleza "no humana" es protagonista importante del relato. También se enmarca dentro de las 
 
Algunas frases

Crecer no es otra cosa que tomar decisiones (p. 15).

Tomar decisiones es lo que nos hace adultos, pero arrepentirse de ellas es lo que nos hace humanos (p. 15).

Los hombres a esa edad suelen ser tontos. Y la mayoría empeora con los años, lo cual es una suerte para mujeres como nosotras (p. 16). 

Sonreía porque al fin había comprendido que cada cual es responsable de componer la banda sonora de su vida y que había vivido con un hombre que le impidió iniciar su propia composición (p. 29). 

Gruesos goterones caían sobre las láminas de aluminio que él había instalado en el techo para darle voz a la lluvia (p. 31).

A su padre le gustaba andar liviano, porque ya estaba en esa edad en que las cosas imprescindibles de la vida no son cosas (p. 32).

Aún no sabía que a veces basta tan solo un instante para separar lo inseparable (p. 32). 

Aún no sabía que a los 12 años se desean muchas cosas y casi ninguna se vuelve realidad (p. 34).

La verdadera derrota es rendirse sin siquiera hacer el intento (p. 39).

El problema de su madre era que no le ocurrían tragedias al ritmo que hubiera deseado, y por eso hacía todo un mundo hasta de las cosas más insignificantes que le pasaban (p. 45). 

Todo era posible de desintoxicar, excepto los pensamientos (p. 55). 


Nunca experimentó miedo a su lado, porque los hermanos mayores saben hacer frente a todos los peligros, de otra forma no habrían osado nacer primero (p. 62). 

No supo si era la belleza la que le otorgaba seguridad o si era la seguridad la que la hacía ver bonita (p. 69). 

Entendió las razones por las cuales los muertos tienen que ser enterrados o incinerados en un intento por ocultar sus despojos de la vista de los que quedan vivos. Para evitar que el recuerdo de la corrupción de la carne se aloje de forma definitiva en las pupilas y el hedor en algún lugar de la nariz (p. 73). 

Uno puede vivir bajo el mismo techo o dormir en la misma cama con alguien y, aun así, sentirlo a kilómetros de distancia (p. 78). 

Se preguntó si los que no cocinan son conscientes de todo el trabajo y el tiempo que hay detrás de un plato de comida. Ese día aprendió que las cosas que uno hace con sus propias manos tienen más valor (p. 83).

Uno puede huir de todo excepto de sí mismo (p. 86). 

Ella nunca había visto ninguna serpiente ni ningún animal obeso, lo que la llevó a concluir que lo anterior era un problema fundamentalmente humano (p. 95).

desprovista de esa pulsión básica que invita a interesarse por nuevas cosas o a tratar de cambiar aquellas con las que no se está de acuerdo. La inercia la obligaba a desempeñar las funciones más básicas por pura resignación, porque hacía mucho tiempo había dejado de explorar en su interior esa chispa que lo hace a uno ponerse en movimiento. (P. 98).

Llevaba tanto tiempo sin hablar con nadie de las cosas que bullían en su interior que había llegado a convencerse de que no era tan necesario hacerlo, que se podía vivir sin tener que compartir los propios pensamientos. Parecía que todo el mundo andaba muy ocupado lidiando con su propia vida y con sus propias cosas. Tal vez era hora de que ella hiciera lo mismo (p. 101). 

Una persona a la que le enseñan a sentirse culpable aceptaría cualquier fórmula con tal de dejar de sentirse así (p. 114).

Una mujer como ella podía llegar a hacer cualquier cosa por temeraria que fuera siempre y cuando no le arruinara el peinado (p. 120). 

Hombres tan faltos de confianza en sí mismos que optan por cargar una pistola y se regocijan exhibiéndola, incluso frente a las nubes, por la sencilla razón de que no tienen nada más valioso que exhibir (p. 123). 

Así como alguien llevó alguna vez el hielo a lugares incluso más remotos (p. 126). 

–¿La culpa existe?
–!Mira a quién se lo preguntas! La culpa es un sentimiento que los demás nos inoculan para hacernos sentir mal.
–Entonces sí existe.
–Existe si se lo permitimos, cariño (p. 141).

Huir no es un verbo sino un estado de la mente (p. 142). 

Hay una gran libertad en no sentirse importante para nadie, salvo para sí mismo (p. 143). 

No hay institución más siniestra que la familia (p. 143).

En las familias se ejerce un tipo de violencia callada que casi nadie logra detectar (p. 143).

Dentro de las familias hay violencia, incluso en las palabras no dichas o en el hecho de que nos asignen un rol sin cuestionar si nos viene bien o no (p. 143). 

A veces la gente más cercana es justo la que menos conocemos (p. 208).

No podía creer que tanta vida terminara reducida a semejante espacio tan diminuto (p. 229).

¿Sabes qué es lo mejor de la adolescencia? Que se acaba (p. 230). 

Pocos temas generan tanta solidaridad entre las mujeres como el de una mancha roja en el lugar equivocado (p. 259). 

Las madres se supone que son viejas, que sacrifican su belleza y su cuerpo por los hijos. Que son absorbidas y consumidas por ellos y que pierden su individualidad al punto de que nadie termina por saber dónde empieza el hijo y dónde acaba la madre (p. 263).

El mar era eso que su padre intentó describirle tantas veces, como si alguien pudiera cometer semejante empresa y no quedarse corto en el intento. Ahora lo veía con sus propios ojos: infinito, incansable, inmenso (p. 313). 

Donde cantan las ballenas
Sara Jaramillo Klinkert
Editorial Lumen
Bogotá, 2021
333 páginas