Manizales tiene un barrio popular que se llama Aranjuez, en el que hay venta de empanadas, niños que juegan en la calle y pequeños negocios abiertos hasta la noche, atendidos por sus propietarios, los vecinos que viven y trabajan allí. Todo esto ocurre en el barrio Aranjuez de Medellín, y sin embargo no se pueden comparar: el Aranjuez que Gilmer Mesa describe en su libro es un barrio en el que los muchachos, casi niños, empiezan a hacer trabajos para "Los pillos" que mandan desde una esquina. "Los sanos" juegan fútbol, hacen mandados y se mueven con cuidado para no levantar sospechas y poder sobrevivir.
Aranjuez es un libro que Gilmer Mesa escribió para honrar la memoria de su padre, que murió luego de que su mente, su memoria y sus recuerdos lo hubieran abandonado. Pero el libro, aunque habla de ese padre ausente, retrata estampas de personajes de un barrio en el que morir joven y violentamente es un sino que cargan muchos hogares, incluido el del narrador.
La obra está compuesta por 15 capítulos, cada uno con unidad en sí mismo. Es decir: cada capítulo eventualmente podría funcionar como un relato independiente, aunque el personaje que se menciona en uno se desarrolla a profundidad en otro. El barrio es una suma de personajes y el libro pasea por cada uno de ellos. Cada capítulo corresponde a los 15 minutos de fama de algún habitante de Aranjuez.
El autor tiene una posición política clara: no le interesa hacer una división maniquea entre buenos y malos, entre pillos y sanos. Critica a quienes llegan al barrio a hacer etnografía con la profundidad de un turista y descree de los poderes mesiánicos. Explica que en la pobreza también hay clases sociales y que aunque la exclusión es norma general en el barrio, hay algunos más excluidos que otros. No sataniza, no juzga, no señala, pero sí se duele de la muerte, de la impotencia y de la fatalidad que rodea a varios vecinos.
La prosa de Gilmer Mesa es vertiginosa: párrafos muy largos con frases separadas por comas, por puntos y comas, en donde los puntos seguidos se demoran. El texto se lee con el frenesí de una historia que se siente honesta, urgente y digna. Una visión en la que la periferia es el centro. Como dice en alguna parte del libro, "la ciudad era un Aranjuez grandote".
Algunos subrayados
Era una casa de apariencia pobre y fea aunque con una belleza íntima como el dibujo de un niño al que le falta destreza pero tiene talento porque a las casas como a las gentes nos definen los interiores (p. 17).
un padre maltratador pero padre al fin que toma la figura de un caudillo cualquiera que ejerce el poder a la manera de un mal padre, imponiendo el maltrato como único trato: en un país de malos padres y malos tratos el maltratador es rey (p. 22).
Escribo estos textos para mejorarlos a todos en el recuerdo, para mejorarme yo de esta angustia presente de ya no tenerlos (p. 25).
Ojeaba el periódico más amarillista de la ciudad al cual estaba suscrito y que todos los días traía historias crudas e inverosímiles para cualquier parte del mundo, menos para esta en donde lo imposible es cotidiano (p. 28).
no quería trastocar su rutina que, si bien no le complacía, al menos no lo atormentaba (p. 29).
si algo hicieron bien los bandidos en nuestra ciudad fue que nos endilgaron su modo de vida y su desparpajo como aspiración hasta hacerlo cultura (p. 46).
las penas nunca pasan, solo se estancan en una quietud lóbrega cebada en silencio porque ellas son en sí mismas estridencia ensordecedora, grito total y acuciante que no debe contaminarse con otras voces (p. 52).
apoyados en los hijos que fue lo único que alcanzaron a hacer y que en este país cicatero son la única recompensa de los padres y su jubilación (p. 55).
no trastocaba la rutina diaria de tantos años, que es lo único que garantiza una convivencia armónica entre un matrimonio viejo (p. 56).
era un raro, que es como la sociedad llana y procaz llama despectivamente a lo que no entiende (p. 70).
en los barrios populares contemplar el paso del tiempo es casi un oficio (p. 73).
nuestros padres fueron castrados en su expresividad por la misma sociedad machista y altanera que castiga con burlas y rechazos cualquier síntoma de debilidad (p. 76).
la música lo va a salvar, no de sufrir, de eso nada nos salva, pero sí le va a dar la fuerza para resistir la vida, para aguantar los malos trances sin volverse un resentido ni una mala persona, ya tiene en qué descargar sus dolores sin hacerle daño a nadie, y eso es más de lo que muchos pueden tener y lo único que yo como padre puedo desear para él (p. 78).
en la edad en que estaba había entendido que las cuentas del alma no se acaban nunca de pagar (p. 91).
Terminamos borrachos cantando tangos y llorando sin pudor y sin freno como se deben llorar las tristezas cuando son reales (p. 103).
hasta la pobreza tiene gradaciones: están los menos pobres que logran tener las tres comidas diarias, una de las cuales tiene carne en el menú; están los que a duras penas llegan a fin de mes y tienen que hacer piruetas con el esmirriado sueldo para poner arroz con huevo y aguapanlea todos los días en el plato; están los pobres vergonzantes, que son la mayoría, los que sin tener un centavo aparentan plétoras y se endeudan por mantener una posición en la que solo ellos creen, puesto que todo el mundo sabe que están vaciados, que mantienen reventadas las diversas libretas del fiado en las tiendas cercanas, les cortan la luz y el agua cada tanto y tienen que invetar cada día una nueva excusa para salvaguardar su marginalidad evidente —en esta categoría estábamos casi todos en el barrio—; y salidos de la pirámide social de pobreza que constituyen nuestros barrios populares están los pobres extremos que rayan en la indigencia, aquellos para quienes no alcanzó ni siquiera una sucia esquina de la cobija zarrapastroza con la que cubrimos nuestras miserias, los que pasan hambre pura y dura, frío y mal sueño día a día, los que hasta nuestras escaseces envidian porque las ven como opulencia (p. 142).
somos cuando más una sociedad lavada pero nunca limpia (p. 144).
ofreciéndolo como cultivo popular perfeccionado, con esa extraña pirueta de vender lo barrial como moda para las élites que gustan de las expresiones y maneras de los pobres pero sin pobres (p. 187).
Lo malo de vivir tanto tiempo escondido es que fácilmente la trinchera se vuelve morada (p. 188).
Esa precisamente es una de las primeras cosas en las que interviene la religión para conseguir adepots: insulfa un sentimiento de superioridad moral en sus miembros que los hace juzgar a los demás como inferiores por no compartir sus más primarios temores, expresados en bisutería ideológica contra el cuerpo y las libertades civiles (p. 194).
nada une más a dos personas que haber sufrido juntas (p. 199).
tenía belleza pero carecía de encanto, que es de alguna manera la revancha de los feos y lo único que equilibra un poco el universo seductor de la adolescencia; un feo encantador incrementa las posibilidades y en ocasiones arrasa contra un bonito lerdo (p. 224).
en el fondo la aventura está en la conquista, no en lo conquistado, el vértigo lo da la búsqueda, es el camino lo que aporta, no su llegada (p. 229).
Uno debe estar donde perdió lo querido y donde quiso lo perdido, y aquí están mis muertos, que son lo que más quise y perdí, de manera que debo quedarme donde mis muertos sepan donde hallarme, irme sería cambiar de geografía pero mantener la mente y el corazón en estas esquinas a las que extrañaría a diario (p. 249).
estoy seguro de que solo el amor y la amistad trascienden la insignificancia de la vida (p. 251).
las motos parecían gritar lo que ellos no podían, que existían, que eran importantes, y de ahí que entre más roncas y potentes, mejor el grito, más significativo (p. 273).
la muerte del padre cuando se lo ha tenido tan cerca tanto tiempo precisa el principio de la propia extinción (p. 284).
La pérdida ha sido y es el tema, y toda la literatura que me interesa está compuesta de pérdidas y de muerte (p. 287).
Aranjuez
Gilmer Mesa
Penguin Random House
Bogotá, Septiembre de 2023
296 páginas