“Lo que no tiene nombre” salió a la venta el 8 de
marzo y ya lleva más de 7.000 ejemplares vendidos. En un país en el que vender
1.000 libros es ya un éxito, lo que ha ocurrido con este texto puede decirse
que es un fenómeno.
Por supuesto, la calidad de un libro no se mide por
las ventas, pero ayer oí decir a su autora, en una presentación en la Librería
Prólogo, que ella siempre ha tenido lectores en la academia, entre los
escritores -porque la poesía en este país circula en ámbitos muy restringidos-
pero que se siente satisfecha de haber logrado llegar a un público diferente,
más amplio y diverso, con este libro.
Creo que lo logra porque la historia es hermosa, el
libro está bellamente escrito y habla de un tema tabú: el suicidio, y de otro
tema tabú: la esquizofrenia y la enfermedad mental. Ambos más comunes de lo que
se cree. Por eso uno de los epígrafes del libro, de Paul Auster es tan
acertado: “Piensas que nunca te va a
pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a
quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte
todas, igual que le suceden a cualquier otro”.
Pese al dolor de mamá que representa el suicido del
hijo, en cada párrafo se nota la rienda que le pone freno a su emoción, para
dar cuenta de un hecho con las palabras precisas, duras, escuetas, que enseña a
usar la poesía. En una presentación en la Feria del Libro de Bogotá de 2004, el
periodista polaco Ryszard Kapuscinski contó que su primer acercamiento con la
escritura no fue el periodismo sino la poesía y que a la poesía le debía el
rigor de imponerse encontrar la palabra exacta para cada cosa. Ese oficio de
poeta, que le permitió ser excelente cronista, es el que se siente en cada
página de “Lo que no tiene nombre”, un texto de no ficción que tiene todo el
valor de la literatura: en las palabras que usa, en la estructura elegida, en
la construcción del hijo-personaje, que murió como miembro de familia pero
nació como personaje de la literatura colombiana, con una voz propia.
Al leer este libro recordé “El
olvido que seremos”, de Héctor Abad Faciolince, y “La
luz difícil”, de Tomás González. Los tres pueden configurar la trilogía del
duelo en la literatura colombiana contemporánea, o al menos la trilogía del
duelo por el hijo perdido (para mí, los momentos más tristes de El olvido que
seremos no vienen por la anunciada muerte del padre, sino por la inesperada
muerte de la hija-hermana). En esta trilogía “Lo que no tiene nombre” tiene la
fuerza que implica el pacto con el lector de saber desde el comienzo que lo que
se está leyendo ocurrió realmente y no hay ficción en el relato, situación que
comparte con El olvido que seremos, y a su vez tiene la fuerza que imprime la
muerte por voluntad propia, como también se da en la ficción planteada en La
luz difícil.
Solo alguien que tiene una formación literaria
(poética) muy sólida, puede escribir un libro de esta calidad, sin
sentimentalismo ni melodrama, en medio de un duelo tan profundo. Porque hay que
recordar que lo escribió “en caliente”, durante el año siguiente a la muerte
del hijo, y no años o décadas después, como han hecho otros autores para narrar
sus propios dramas en clave literaria.
Al final del libro Piedad Bonnett cita a Juan José
Millás: “la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”. Para mí,
esta lectura ha sido al mismo tiempo hurgar y sanar una vieja cicatriz.
Los que quieran conocer más de la obra de Piedad Bonnett, su página web es: www.piedadbonnett.co
...y como es habitual, acá van las frases:
“Pero la verdadera vida es física, y lo que la muerte
se lleva es un cuerpo y un rostro irrepetibles: el alma que es el cuerpo”.
“Durante horas, sentado cada uno en un lugar distinto
de la sala de la casa, ensimismados en los computadores y en los teléfonos, por
momentos parecemos representar una obra del absurdo”.
“La noticia de que se trató de un suicidio hace que
muchos bajen la voz, como si estuvieran oyendo hablar de un delito o de un
pecado”.
“Muchos de los intelectuales que conozco se
abochornan ante la muerte, no saben abrazar, se paralizan al verme”.
“Ya no creemos en las fórmulas, pero no hemos creado
un lenguaje que las remplace. Los hechos, como siempre, acorralan las
palabras”.
“La vida nos escamotea el espectáculo de nuestro
funeral”.
“estamos ante un momento de incomprensión histórica,
ante una simplificación amplificada por la estupidez de la provincia”.
“en el corazón del suicidio, aun en los casos en que
se deja una carta aclaratoria, hay siempre un misterio, un agujero negro de
incertidumbre alrededor del cual, como mariposas enloquecidas, revolotean las
preguntas”.
“Uno de los autores que leo recuerda, no obstante,
que a veces no se puede escoger cómo morir. Que el soldado usará su arma, y el
médico el bisturí, y el farmaceuta una dosis de barbitúricos”.
“¿De qué tamaño es el dolor del que se despide de sí
mismo?”
“Todo suicidio encierra un mensaje para los que se
dejan atrás”.
“ningún amor es útil para aquel que ha decidido
matarse. En el momento definitivo, el suicida sólo debe pensar en sí mismo para
no perder la fuerza”.
Lo que no tiene nombre
Piedad Bonnett
131 páginas
Alfaguara
2013