Plaga es una novela corta estructurada en capítulos cortos (algunos de apenas un párrafo) en la que la autora presenta a una adolescente negra llamada Emilia, a su madre, "Mamá Carmela" y a la madre de ésta, la "Abuela Josefa".
La historia se cuenta de manera lineal aunque es una narración simbólica, metafórica, en la que el lector debe hacer su trabajo. En Sopinga (el antiguo nombre de La Virginia, Risaralda) aparece una plaga de moscas. Emilia se tragó (o dice haberse tragado) una mosca que empieza a crecer y ensancharse en su barriga. El inspector del pueblo soluciona la plaga de moscas con una invasión de sapos, y a esta segunda plaga se suma otra aún más amenazante: los rapaces, que llegan armados, siembran miedo y hacen flotar cadáveres sobre el río.
Plaga es una novela en la que importa lo que no se nombra: no se habla del abuso sexual, de la fecundación, el embarazo o la maternidad, que es lo que le está sucediendo al cuerpo adolescente de Emilia; no se habla de los paramilitares ni sus lazos con el Ingenio cercano, pero aparecen los rapaces, los cuerpos en el río y un ambiente tan hostil que la casa se presenta como un útero protector. No se habla tampoco de los hombres de la familia, porque no existen: el abuelo murió, del padre de Emilia no sabemos y Esteban, el novio de Emilia, se fue del pueblo, o desapareció, que como dice la autora, es una forma bonita de llamar a la muerte.
Plaga tiene algunos puntos comunes con Siete veces Lucía: la presencia permanente del vómito, el interés de la autora por el cuerpo y la muerte que ronda espectral, con personajes que parecen vivos pero están muertos, o mueren en vida como la abuela.
No obstante, y a diferencia de Siete veces Lucía, Plaga es una novela más clara para el lector, tanto en su estructura como en su temática, sin que esto signifique que sea complaciente: todo lo contrario, es una lectura exigente, crítica, original y perturbadora.
Algunos subrayados:
Más hambre. Vomitar es un lujo que no deberían permitirse los pobres, pensó (p. 11).
"¡Estos hijueputas blancos!", decía, en lugar de decir "¡Estas hijueputas moscas!", sabiendo que las moscas eran negras (p. 17).
La carretera era una promesa, la promesa de abrir la jaula (p. 47).
El amor, decía el Padre en sus incansables sermones, todo lo puede, todo lo soporta, todo lo perdona. Este amor mío, Esteban, hace rato te odia.
—Los blancos son igualitos a las moscas —alegó, sin atender a lo que decía Emilia—: se meten en todas partes sin que nadie los invite (p. 53).
En el pueblo todos sabían que desaparecer era una forma bonita de decir morir. (p. 81).
Es como arder en fuego y no sentir dolor, o ser el dolor mismo. Buscamos el Paraíso, pero por alguna razón llegamos siempre al Infierno. (p. 83).
Mientras les sucediera a otros, el mal no debía quitarles el sueño (p. 106).
Por qué no pidió ayuda para sacársela antes de que se reprodujera; por qué, cuando la reproducción era inevitable, no tomó acciones severas; por qué quedar mal a la luz de las personas del pueblo y ante sí misma (p. 109).
—Usted no tiene que buscar un hombre, Emilia —solía decirle la Abuela en sus momentos de reflexión—. Es la abeja la que busca la flor (p. 112).
Plaga
Juliana Javierre
Editorial Seix Barral
Bogotá, 2021
138 páginas
Juliana Javierre
Editorial Seix Barral
Bogotá, 2021
138 páginas
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