sábado, 10 de julio de 2021

Los dormidos y los muertos, de Gustavo López Ramírez

Los dormidos y los muertos es una novela de 484 páginas y esa dimensión da cuenta de las pretensiones del autor: su objetivo no es el de la novela corta, rápida, sino el de una obra grande, ampulosa no solo en su tamaño sino también en su lenguaje y en la cantidad de datos históricos que desfilan por sus páginas.

La muy conservadora familia Almanza llega a Manizales huyendo de la violencia en Santander. En la capital de Caldas el peluquero Deogracias Almanza, junto con su esposa Adelaida, se ubican en una casona del barrio Los Agustinos y empiezan a criar a sus hijos Alvaro Pío, León Décimo, Antonieta, Elenita, Eccehomo y Laureano Ramón. La novela avanza mientras los hijos crecen y el desangre del país aumenta: el Bogotazo, Laureano "El monstruo", Rojas Pinilla, el Frente Nacional, Guillermo León Valencia, Tirofijo, los hermanos Fabio y Manuel Vásquez y Camilo Torres son algunos de los personajes que desfilan por las páginas de esta novela-libro de historia que narra la violencia política de los años 40, 50 y 60 a partir de las emociones, pasiones y animadversiones de sus protagonistas.

El autor utiliza un lenguaje recargado, rico en adjetivos, que le dan al libro un tono muy singular, en la medida en que las acciones se narran con precisión histórica pero, al mismo tiempo, con el aura de solemnidad que los mismos personajes creen tener. Se trata de 484 páginas llenas de detalles históricos de una época clave para entender el nacimiento de las guerrillas en Colombia, y pese a lo monumental de la obra, el libro se lee con agilidad e incluso con humor.
 
Algunas frases
"Manizales, la ciudad más conservadora y católica de este país católico y conservador" (p. 7). 

"El viejo barrio de los Agustinos, un vecindario de la pequeña burguesía local construido en bahareque y con grandes alerones de tejas de barro cocido (p. 8)

"¿Cómo era posible que aquel hombre tempestuoso y colérico despertara tal pasión en personas sensatas y decentes, a sabiendas de las sórdidas historias que de él y de sus aúlicos contaba todo el mundo? (p. 13. sobre Laureano).

"Jamás disparó un arma, jamás nadie murió por su propia mano, pero sus palabras, su vindicta y sus odios estaban en cada muerto de cada día, de cada recodo, de cada camino, de cada pueblo de esta nación levantada sobre un tapiz de muertos (p. 14). 

"sabían que la sinceridad, la lealtad y la honradez estaban proscritas de la política colombiana" (p. 23)

"comenzó la parte más temida de toda reunión nacional, aparte claro está de la conversación política: la declamadera" (p. 29)

"la ciudad, que había sido destruida dos veces por incendios en el año 25 y en el 26, estaba siendo levantada de nuevo por una compañía de arquitectos europeos a imagen y semejanza de las viñetas francesas de la Belle Époque, con quintas normandas rodeadas de sauces melancólicos, palacetes de columnas dóricas atiborrados de repostería ornamental y una catedral en concreto de un gótico indescifrable. La ciudad, levantada por siervos antioqueños a mediados del siglo XIX, se había convertido en una parada obligada entre la provincia del Cauca y Bogotá, y había prosperado de tal manera que se había dado el lujo de tener banco propio y construir el cable aéreo más largo del mundo. Todo esto lo habían hecho a punta de arriería y tráfico de mercancías. A la vuelta del tiempo los hijos de los fundadores se habían afrancesado, no se sabe cómo: escribían poesías vesperales, églogas y cántigas, y terminaban las tertulias cantando arias operáticas mientras pasaban el coñac con habanos Montecristo" (p. 34). 

"La ciudad se extendía de oriente a occidente ahorcajada sobre el filo de la cordillera y, agarradas de sus faldas, las casas luchaban contra el principio de la gravedad y el buen sentido de la topografía (p. 35). 

"los hijos se hacen en la casa o fuera de ella pero se hacen, esa es la naturaleza de los hombres, le dijo perentorio. A ella no le quedó más opción que doblegarse" (p. 43). 

"eran conservadores moderados, de los que se permitían leer El Tiempo. "Todos los que leen El Tiempo terminan masones o evangélicos", decía el tío" (p. 52.)

"–Padre, yo pecador me confieso que estoy leyendo El Tiempo, incluso los artículos del masón de Calibán" (p. 53). 

"Las familias se reunían todas las noches alrededor del radio, esperando que funcionara y los pudiera salvar de la zozobra. Y lo que la radio traía eran señales de pavor" (p. 56).

"Lo único que los salvaba de la muerte brutal y cotidiana era el drama radiofónico: ese drama era el nombre de la vida y la vida estaba hecha de lágrimas furtivas y promesas postergadas que iban y venían en el aire remecido del parlante" (p. 57). 

"Los horarios de visitas, las reuniones académicas, el inicio de las películas, todo tenía que sujetarse al tiempo de la radionovela" (p. 60).

"Lo único que tiene esa mujer es que como a todas le llegó la hora de cerrar edad" (p. 85).

"–No conozco el primer político que permita que dos o tres principios le dañen un buen cargo" (p. 111). 

"Si el código de las madres es la cantaleta, el de los hermanos es el encubrimiento" (p. 124). 

"Tú sabes cómo son los liberales: sin puestos no hay respaldo" (p. 152). 

"Usaba la morfina con generosidad sobre sí mismo para curar la adicción a la cocaína" (p. 187). 

"Estoy aprendiendo que unos callos en las manos y montar en bus almizclado nunca le hicieron mal a nadie. Debería ser una obligación para los intelectuales: contra la soberbia, bus" (p. 218). 

"Como dice el capellán de la Universidad Nacional, el padre Camilo Torres, el deber de todo cristiano es ser revolucionario y el deber de todo revolucionario es hacer la revolución (p. 224). 

"Bogotá, una ciudad hecha de chismorreo político, pavoneo social y difamación generalizada" (p. 246). 

"Optó por el único amor que le pareció que nunca lo iba a traicionar: los libros" (p. 268)

"–¿El precio de la historia, León? Dime, ¿cuánta historia vale una
vida? (p. 277).

"pensó que resultaba paradójico que uno tuviera que pagar para que lo declararan enfermo, le dictaran un regaño y le soltaran una sarta de prohibiciones, como solían hacer todos los médicos" (p. 317). 

"Lo que existe de peligroso en el mundo no es el vicio sino la virtud cuando es falsa" (p. 344).


Los dormidos y los muertos
Gustavo López Ramírez
Editorial Rey Naranjo
Bogotá
Septiembre de 2018
484 páginas


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