lunes, 2 de junio de 2025

¿De qué escriben las escritoras en Colombia? Nota editorial, de Pilar Quintana

En marzo de 2022 el Ministerio de Cultura de Colombia presentó la Biblioteca de Escritoras Colombianas, una colección de 18 libros de igual número de autoras descatalogadas o con escasa circulación en el mercado del libro. La idea de la Biblioteca consistía en presentarle al lector una variedad de géneros y temáticas: obras de escritoras colombianas de distintas épocas y lugares, que fueron invisibilizadas en un mundo literario profundamente patriarcal.

Esa primera colección consistió en el rescate literario de 18 libros. No obstante, la realidad de muchas mujeres escritoras es que ni siquiera llegaron a publicar un libro y su obra quedó dispersa en periódicos y revistas. Entendiendo esa realidad, la segunda etapa de la Biblioteca de Escritoras Colombianas presentada en marzo de 2025 reúne 10 antologías con obras de 97 autoras, agrupadas a partir de géneros como cuento, novela corta, poesía, teatro, literatura infantil, ensayo, o temáticas como "literatura rebelde",  entre otras.

Las dos etapas de este esfuerzo editorial fueron lideradas por la escritora Pilar Quintana, autora de novelas como La Perra, Los abismos y el libro de cuentos Caperucita se come al lobo, entre otros. Las discusiones, los hallazgos y reflexiones que le deja este ejercicio editorial se plasman en el ensayo ¿De qué escriben las escritoras en Colombia? una nota editorial que sirve como complemento a los 10 volúmenes y que dialoga con la nota editorial que la autora escribió para la primera entrega de la Biblioteca.

Pilar Quintana cuenta que cuando empezó el proceso de difusión de la Biblioteca de Escritoras Colombianas le preguntaban ¿de qué escriben las escritoras? esperando que ella respondiera "de pajaritos y florecitas". No obstante, su conclusión es que las mujeres escriben (escribimos) de todo y la pregunta más interesante no es entonces "de qué" escriben sino "cómo" escriben: cómo hacen para escribir, porque en un mundo en el que casi nadie vive de la escritura (ni hombres ni mujeres) a las escritoras les toca sumar la carga laboral con la carga del cuidado de la casa y buscar entre ambos mundos un requicio de tiempo para poder escribir.

El ensayo destaca entonces la falta de tiempo para la escritura, pero además un entorno hostil hacia las mujeres escritoras, que tiende a minusvalorar las obras firmadas por mujeres, como si lo que lleva firma femenina fuera de interés exclusivo del mundo femenino. 

Otro rasgo interesante consiste en el valor de las críticas: salvo escasas excepciones, la historia de la literatura escrita por mujeres ha sido investigada, documentada y narrada por otras mujeres, y de eso también da cuenta la Biblioteca.

En su ensayo, Pilar Quintana destaca el aporte de cada una de las 97 autoras y cómo dialogan entre sí. Resalta, por encima de todas, a Soledad Acosta de Samper, verdadera pionera de la literatura colombiana escrita por mujeres, y llama la atención sobre la intención de la biblioteca por incluir voces de distintos territorios y de distintas minorías étnicas.

Dos afirmaciones del ensayo me generan dudas: por un lado, se afirma que un cuento firmado por María Castello en 1935 es el segundo de ciencia ficción escrito por una mujer en Colombia (el primero fue de Soledad Acosta de Samper). No obstante, Rosario Grilllo de Salgado incluye en Cuentos Reales (1947) el cuento Vivisección, que debió ser escrito hacia 1918 o 1920, y en ese orden de ideas sería anterior al de Castello. La segunda afirmación es la presentación de Liliana Cadavid como la primera escritora en abordar el tema lésbico en Colombia. Es posible que Carmelina Soto sea menos explícita que Cadavid, porque nació casi 40 años antes, pero Carmelina fue una autora homosexual y esa condición puede rastrearse en algunos de sus poemas.

Bienvenidas las discusiones. Eso es lo que generan proyectos editoriales como éste que presenta el Ministerio de Cultura. El ensayo de Pilar Quintana, escrito en un tono pedagógico y claro, contribuye a construir una historiografía de la literatura escrita por mujeres en Colombia y sin duda será un texto canónico para futuras generaciones, de la misma manera en que Elisa Mújica y Monserrat Ordóñez lo fueron para las precedentes. 

Algunos subrayados
“El único destino posible para una mujer privilegiada que no se iba de monja era casarse, tener hijos y llevar un hogar” (p. 38)

Soledad Acosta de Samper fue, sin duda, la escritora colombiana más notable y productiva de su tiempo y la primera en vivir de su pluma (p. 43). 

Para las mujeres de antes de las conquistas del feminismo encontrar el amor era una cuestión de superviviencia. Al no ser ciudadanas ni tener capacidades legales, estaban supeditadas a los varones. sus padres, hermanos o maridos y expuestas a su violencia. ¿Cómo no iban a soñar con encontrar un hombre bueno que las amara de verdad? La idea del amor romántico representaba para ellas la posibilidad de una buena vida (p. 56).

Antes de las conquistas del feminismo las mujeres no tenían muchas alternativas. O se casaban con un hombre de carne y hueso o se casaban con uno inmaterial (p. 57).

En el campo literario han iperado una estética y unos valores patrarcales, con su misoginia intrínseca, que impedían apreciar las obras de las mujeres (p. 61).

(en 2020) De los libros de ficción para adultos publicados por las editoriales colombianas, tanto las de los grandes grupos como de las independientes, sólo el 25% correspondían a autoras (p. 79).

¿De qué escriben las escritoras en Colombia? Nota editorial
Pilar Quintana
Biblioteca de Escritoras Colombianas. Segunda entrega.
Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes - Biblioteca Nacional de Colombia
Bogotá
Marzo de 2025
94 páginas

En el país de la magia y otras traducciones, de Eduardo López Jaramillo

Eduardo López Jaramillo fue un escritor, poeta, crítico y traductor que nació en Pereira el 11 de agosto de 1947 y murió en la misma ciudad el 12 de marzo de 2003. Su corta vida, de apenas 55 años contrasta con la intensidad de su trabajo intelectual, que impactó a al menos una generación de risaraldenses. 

Destiempo, el proyecto editorial que lidera desde Pereira el comunicador e investigador Mauricio Ramírez Gómez y que tiene como fin "la circulación de textos literarios y periodísticos, recuperados o inéditos, para motivar la investigación y encontrar nuevas relaciones con el presente", presenta en esta segunda entrega un conjunto de poemas de distintos autores traducidos por López Jaramillo y reunidos en el título "En el país de la magia y otras traducciones".

La primera entrega de Destiempo fueron las Crónicas recuperadas, de Ricardo Sánchez Arenas. Este segundo volumen, también en formato de bolsillo, plantea un salto espacial y formal: salir del territorio parroquial, cercano y próximo, para mostrar cómo el mundo llega a Pereira a través de la traducción de grandes autores, y presentar poemas de autores canónicos del siglo XX, en donde el verso libre y la creación de imágenes simbólicas son quizás el único elemento común.

En este volumen el lector tiene la oportunidad de conocer las traducciones que López Jaramillo hace de cinco poemas de Guillaume Apollinaire, tres de Ezra Pound, otros tres de Jacques Prevért, incluyendo el fantástico "Para hacer el retrato de un pájaro"; cuatro poemas de Kavafis y 15 poemas de Henri Michaux. 

Me resulta imposible valorar la calidad de la traducción realizada por Eduardo López. No hablo las lenguas en las que fueron escritos estos poemas originalmente y, suponiendo que las conociera, de todas formas la traducción de un poema implica, además del dominio de la lengua, el dominio de las formas poéticas: de la musicalidad, del simbolismo, de las imágenes y resonancias que el autor logra en cada verso y que a veces resulta imposible trasvasar a la nueva lengua sin traicionar el sentido original. Por ello es común que la traducción literaria en general, pero la traducción de poesía en particular suscite polémica o debate, ya que el traductor debe tensar de manera simultánea múltiples cuerdas. Si suelta una sola, el resultado se convierte en una traición a la obra original. 

Sin poder entonces valorar la calidad del traducción, valoro eso sí el ejercicio de rescate de estas traducciones hecho por Destiempo. El ejercicio de traducir ha sido históricamente una gran escuela para muchos escritores, que al enfrentarse al reto de desentrañar las claves de un texto aprenden de sus maestros elementos útiles para su propia escritura creativa. ¿Es la traducción en sí misma un ejercicio de escritura creativa? El debate no es nuevo y hay quienes así lo consideran, aunque yo prefiero pensar en el traductor como en un árbitro: entre menos se note, entre más invisible sea, mejor está su trabajo. 

En los años 20 y 30 la prensa del Gran Caldas publicaba con frecuencia traducciones hechas por autores locales de escritores internacionales, principalemente de simbolistas franceses. No había, al parecer, las preocupaciones que hay hoy por los derechos de autor. Los escritores leían en francés, en inglés, en alemán o en latín y se lanzaban a traducir textos que firmaban al pie de la firma original, en un gesto casi de coautoría. Eduardo López es de una generación posterior, pero seguramente bebió de esa tradición. 

En la presentación de este pequeño libro el editor Mauricio Ramírez Gómez comenta: "a mediados de la década de 1960, en la revista "Siglo Veinte", publicada por José Chalarca en Manizales, aparecieron traducciones del entonces joven Eduardo López Jaramillo, de textos de Albert Camus, T. S. Eliot, entre otros. Se trataba de textos que Eduardo enviaba desde Europa, donde se encontraba realizando estudios en la Universidad de Lovaina (Bélgica) con apenas veinte años de edad".

Durante siglos traducir fue un signo de cosmopolitismo: el traductor era la bisagra entre dos mundos. Un buen traductor era quien sumaba a su capacidad técnica para navegar entre dos lenguas la capacidad intelectual de detectar qué textos valía la pena ser traducidos. Eso que fue vigente hasta hace tan poco, quizás en unos años sea anacronismo: las nuevas tecnologías hacen hoy de manera automática lo que antes tomaba días de intensa reflexión.

En el país de la magia y otras traducciónes
Eduardo López Jaramillo
Destiempo, Colección literaria
Pereira
Mayo de 2025
84 páginas

La llamada, de Leila Guerriero

El 29 de diciembre de 1976 Silvia Labayru fue secuestrada en Buenos Aires por militares que la condujeron a la ESMA, en donde la torturaron: le aplicaron corriente eléctrica en sus pezones y otras partes de su cuerpo, la mantuvieron vendada y esposada y la obligaron a oír los gritos de pavor de otros compañeros que sufrían torturas similares. 

En ese momento ella tenía 20 años y 5 meses de embarazo, y la junta militar que había instalado una dictadura en Argentina apenas tenía unos meses en el poder. Su hija Vera nació en una camilla de la Esma y luego fue entregada a sus abuelos. Silvia estuvo recluida en la Esma 18 meses. Fue sometida a múltiples violaciones y la incorporaron a un supuesto programa de reeducación o de adaptación, que pretendía borrarle las ideas que había adquirido en la militancia montonera y rehabilitarla a la vida civil.
Se calcula que a la Esma entraron más de 5000 personas y solo 200 salieron con vida. Silvia fue una de ellas, pero a los sobrevivientes se les mira con sospecha: si conservaron su vida es porque algo hicieron o a alguien delataron, señalar familiares de víctimas y de desaparecidos. 

Esa, a grandes rasgos, es la historia de Silvia Labayru, pero el trabajo que hace Leila Guerriero en "La llamada" no es contar una vida "a grandes rasgos" sino adentrarse en las complejidades de un personaje difícil, contradictorio, sobre el que pueden existir múltiples versiones.
La llamada es una clase magistral de periodismo: muestra un minuicioso ejercicio de reportería que le tomó a la autora un año y 7 meses. Decenas de encuentros con la protagonista y con muchas otras fuentes que pueden aportar un dato, corroborarlo, matizar, agregar capas de sentido. 

Muestra también las tensiones de quien escribe: cómo abordar temas complejos como los detalles de las violaciones; cómo contrastar información contradictoria; cómo determinar cuál información es real; cómo mantener una relación cordial y a la vez profesional, con límites que no mezclen en rol de reportera con la amistad. 

Esa relación se refleja en una frase que Guerriero repite varias veces en el libro, a manera de leitmotiv: "Después, a lo largo de cierto tiempo, nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas. Al terminar, al irme, me pregunto cómo queda ella cuando el ruido de la conversación se acaba. Siempre me respondo lo mismo: "Está con el gato, pronto llegará Hugo". Cada vez que vuelvo a encontrarla no parece desolada sino repleta de determinación: "Voy a hacer esto, y lo voy a hacer contigo". Jamás le pregunto por qué. 

La llamada es un retrato sobre Silvia Labayru pero es también el retrato de una época: la de los años 70 en Argentina, con la dictadura militar y unos jóvenes llenos de ideales y de violencia, pero también la de los años posteriores, en Argentina y en España, en donde resulta muy difícil para las mujeres narrar las violencias sexuales e incluso identificar cuándo hay violencia sexual o qué condiciones debe tener el consentimiento libre e informado. Es un libro sobre la dictadura y la tortura, pero es también un libro sobre el patriarcado y los pesos que impone incluso en sociedades democráticas. Es un libro sobre la amistad, sobre el amor, la libertad sexual y la familia, y también sobre lo difíciles que son las relaciones entre padres e hijos, entre parejas y entre amigos. Sobre la fragilidad de algunos vínculos y lo fuertes y vitales que pueden ser otros. Es, en últimas, un libro sobre la complejidad de la vida y lo reduccionista que resulta juzgar a alguien a partir de un hecho o un momento específico: sobre las múltiples versiones que existen sobre cada uno de nosotros. 

Algunos subrayados

Hay una pregunta que hacen siempre: "¿por qué elige las historias, con qué criterio?", Quizás con el peor de todos. Una abstrusa y soberbia necesidad de complicarse la vida y, al final, vencer. O no" (p. 22).

Cometimos más errores que aciertos. Los milicos fueron peores. Porque tenían el Estado y tenían la obligación de reaccionar de otra manera. Pero nosotros no fuimos ningunos santitos (p. 47).

La gente que tiene hijos cree erróneamente que protege a los hijos. y lo primero que tiene que hacer alguien que tiene hijos es ser honerso: los hijos te protegen a vos. Te protegen del riesgo de no estar amarrado. La gente con hijos tiene la existencia fácil, casi no puede pensar en el suicidio durante años (...) Tengo hijos, no tengo preguntas sobre el sentido de la existencia (p. 76).

Éramos una banda de jóvenes entregados a una causa idealizada contra un aparato militar que se hizo cargo del Estado y llevó adelante un plan sistemático de secuestro, tortura y asesinato (p. 91).

tengo perfecta conciencia de que no entregué a nadie porque no me torturaron lo suficiente (p. 125). 

Entonces estos excompañeritos que militan tanto los derechos humanos prefieren que las violaciones queden impunes antes que este tema escabroso salga a la luz. Ellos mismos no las entienden como violaciones (p. 171). 

Yo desde el principio pensé que no tenía ninguna capacidad ni voluntad de juzgar lo que ella podría haber hecho, porque cuando uno no está en situaciones inimaginables no puede juzgar a partir de esa imaginación imposible (p. 239).

Octavio Paz define ese período, una ruptura de los jóvenes con el orden familiar y el orden social, con tres fenómenos simultáneos que son el hippismo, el Mayo francés y el guevarismo. Distintos tipos de intensidad y localización en su origen. Pero son muy parecidos, como estímulo a los jóvenes. Woodstock, 69; Mayo francés, 68; muerte del Che, 67. Bingo (p. 266).

La izquierda margina todo lo que está fuera de la norma. un puritanismo de "te machaco y te destrozo" (p. 273).

Seguimos así, sin esfuerzo, en esa clase de conversación sin rumbo que arroja cosas impensadas (p. 290).

Yo tengo una idea de cómo me gustaría morir. Como a todo el mundo, me gustaría no sufrir. Pero querría dejar mis cosas ordenadas. Tirar lo que no quisiera que nadie viera. Dejar los libros que me importaron, los de Marguerite Yourcenar, El cuarteto de Alejandría, decir: "Estos libros me hicieron". Decirle a alguien: "Esto me importó". Poder escribirles algo a Vera, a David. Poder despedirme en condiciones (p. 323).

y empiezas a tener conciencia de que lo único que quieres es tiempo. Yo lo único que quiero es tiempo. Tiempo. No necesito más que eso. Pero no queda mucho (p. 345). 

Todo puede ser verdad. Lo que ella percibe. Lo que ven los demás. ¿Cómo saber cuál es la versión correcta? Verdad es todo, ¿pero qué es lo real? (p. 404). 

Es que haber sido linda es un karma en la vejez, cuando perdés esa belleza (p. 427). 


La llamada. Un retrato
Leila Guerriero
Editorial Anagrama
2024
España
430 páginas