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lunes, 30 de junio de 2025

Actos humanos, de Han Kang

Entre las sucesiones de episodios violentos en la historia de Corea está la  masacre de Gwangju, una matanza que ocurrió entre el 18 y el 27 de mayo de 1980 y que provocó la muerte de entre 1000 y 2000 civiles, así como un número elevado de presos políticos que sufrieron todo tipo de torturas. 

Ese es el trasfondo político en el que se desarrolla Actos humanos, una novela narrada de manera fragmentada y desde distintos puntos de vista. A partir de siete personajes la autora presenta los pormenores de la masacre, los vejámenes ocurridos en prisión y los traumas posteriores de quienes sobrevivieron.

La novela comienza con el punto de vista de Dongho, un niño de 15 años, quien está en secundaria y se ofrece como voluntario en un coliseo acondicionado como morgue, en donde él se encarga de llevar el registro de los muertos que van siendo llevados a ese lugar. Dongho busca a su amigo y vecino Jeongohe, también de 15 años, quien a su vez busca a Jeongmi, su hermana de 19. En el coliseo-morgue Dongho interactúa con Eunsuk, Seonju, dos mujeres jóvenes que han asumido el rol de organizar la disposición de los cuerpos y atender a las familias que llegan a buscar a los desaparecidos. En alguna parte se mencionan a  con Jinsu, un chico de 19 años y  a  Seonghee, otra chica muy joven.

El primer capítulo transcurre en mayo de 1980 y es narrado por Dongho, pero a medida que la novela avanza la autora cuenta la historia a partir de saltos en el tiempo que permiten entender qué pasó con cada uno de esos personajes, quiénes sobrevivieron y quiénes murieron en los días de la masacre, y cómo ha sido el proceso de duelo para los familiares o para ellos mismos. 

Al igual que en otras novelas de Han Kang, en ésta también es posible, a partir de pequeños detalles, rastrear aspectos de la cultura coreana: los hombres les pegan bofetadas a las mujeres; las estaciones son difíciles de llevar porque el frío extremo o el calor extremo deben soportarse sin aire acondicionado ni calefacción; hay mucha soledad y pobreza y hay también resquisios en los que el arte aparece para iluminar o explicar mejor las historias. Así como en La vegetariana es memorable la escena de la grabación de un video-arte, y en Imposible decir adiós hay un proyecto de instalación artística con troncos, en esta novela una obra de teatro sirve para escenificar la forma en la que la censura estatal le quita el habla a la gente.

Es posible que para los lectores occidentales, ajenos a la cultura coreana, resulten claves invisibles o guiños sutiles que Han Kang hace sobre su cultura y sobre la represión política. No obstante, la lectura de Actos humanos no requiere de un conocimiento previo sobre la historia coreana para adentrarse en la propuesta estética de la autora: una obra en la que hay economía de lenguaje, creación de imágenes potentes, intersecciones con la poesía y con lo onírico, y una crítica social y política sin lugar para el optimismo o la esperanza.

Algunos subrayados

"Adónde irán las almas cuando se mueren los cuerpos  —piensas de pronto —. ¿Cuánto tiempo se quedarán junto a él?" (pág.15)

"Cuando una persona viva observa el cuerpo de un muerto, ¿estará también al lado el alma de este último observando su propio cuerpo?" (pág. 16). 

Como acababan de morir, sus cuerpos estaban aún tan llenos de vida (p. 22).

Su tránsito al otro mundo había sido tan silencioso como su carácter apacible. De pronto algo parecido a un pájaro se escapó de su rostro, del que solo se podía ver los ojos cerrados y la máscara de oxígeno. Te quedaste de pie, pasmado, contemplando su cara llena de arrugas, que se había convertido en la de un cadáver en apenas un instante, porque no sabías adónde se había ido esa avecilla (p. 25). 

Lo que me da miedo son los soldados, no los muertos (p. 30).

la única vida que puede tener estará regida por una tenaz desconfianza y una fría indignación (p. 91).

Me pregunté si podría empuñar un arma, si podría apretar el gatillo contra una persona viva. Pensé que las millas de rifles que tenían los soldados podían masacrar a millas de personas; que cuando el hierro atraviesa el cuerpo de alguien, este cae al suelo, que los cuerpos calientes de los alcanzados por las balas se estaban enfriando (p. 110).

¿Que nos perdone nuestras ofensas, así como perdonamos a los que nos ofenden?
Yo no he perdonado nada ni busco perdón por nada (p. 141).

Sabes que no eres una persona valiente ni fuerte.
Tus elecciones siempre tienen que ver con evitar lo peor (p. 161).

El hilo que nos une a la vida es tan fuerte que, aunque te perdí para siempre, no dejé de comer (p. 175).



Actos humanos
Han Kang (traducción de Sunme Yoon)
Penguin Random House
Bogotá
2024 (primera edición 2014)
202 páginas

lunes, 18 de diciembre de 2023

Asombro, de Tomás González

No sé por qué no leí este libro antes. Desde hace más de una década leo los libros de Tomás González tan pronto como salen, porque son regalos de la vida que quiero disfrutar tan rápido como se pueda. Asombro se me pasó, quizás porque, como no es una novela ni un libro de cuentos, tuvo menor registro en la prensa y no supe de su existencia. Lo descubrí hasta que hace poco, curioseando estantes de Leo Libros, y me alegré como quien encuentra la última lámina que le falta al álbum.

Leer a Tomás González es un placer, pero este volumen es un placer particularmente delicioso para quienes además de leer escribimos, porque en este libro el autor reflexiona sobre por qué escribe y cómo escribe: lo que le interesa de la escritura (el caos) y el rol de la poesía en la narrativa. Además, como suele ocurrir con sus obras, las digresiones poéticas las salpimienta con un humor que arranca carcajadas sonoras.

Asombro es un conjunto de textos breves divididos en tres grandes bloques: "Ideas", "Vida" y "Libros. En "Ideas" Tomás González filosofa sobre la relación con la naturaleza, los premios literarios, el asombro, la belleza y la muerte, entre otros asuntos, pero lo hace sin pesadez ni tono erudito. Al contrario, sus ideas se presentan de manera cristalina, como las reflexiones de un hombre que ya ha vivido y leído bastante y sabe que la sencillez es una virtud de la vida y de la prosa difícil de lograr. En "Vida" cuenta anécdotas personales, historias de su matrimonio, sus amigos, sus viajes, la muerte de sus hermanos y la infancia, en un tono ameno y a la vez profundo, con la familia como eje articulador de las historias personales. "Libros", la tercera parte, es una compilación de lo que ha dicho en distintas entrevistas sobre cada uno de los libros publicados: sobre cómo los escribió y qué deseaba explorar o aprender con cada uno.

Asombro es, en suma, un libro generoso, pero además un libro imprescindible para los lectores del gran Tomás González.


Algunos subrayados (muchos)

Los seres humanos, únicos sobre el planeta dotados de inteligencia, gracias a nuestro valor, esfuerzo, disciplina e ingenio, nos las hemos arreglado para quedar flotando, medio asfixiados, en la masa revuelta de nuestros propios desperdicios. Pero todos, curiosamente, conservamos la firme creencia de que somos la imagen de Dios y los reyes de la creación. Y es esa noción, o estructura mental, producto y causa del desarrollo descontrolado de la ciencia y de la técnica, la que ha disparado el tiempo y lo ha hecho irse de bruces, derrumbarse hacia adelante (p. 12). 

el empobrecimiento de la literatura que se produce cuando cada escritor trabaja con la intención, a veces inconsciente, de que su novela pueda llegar a ser película (p. 14).

Por fortuna la muerte es apenas provisional y dura poco (p. 18). 

Para mí es esencial, entonces, que en la narración sea constante la presencia del caos (p. 20).

no hay experiencia alguna, sea individual o colectiva, que no se viva en la intimidad (p. 22). 

En tantos libros de poemas los escasos momentos de intimidad que tiene el poeta Borges bastan para hacernos saber que el hombre que los escribió era capaz de sentir con toda la fuerza y expresar aquello que está clavado demasiado hondo en el corazón. En mi opinión son esos momentos de intimidad los que hacen de él un poeta (p. 25).

Me interesa, como a todo el mundo, la Historia con mayúscula, y sé bien que nos movemos en ella, pero también sé que por grandes que sean los hechos, solo se viven en el corazón propio. La intimidad en primer plano, y la Historia en el trasfondo (p. 26). 

cualquier representación de la muerte es solo manifestación de vida (p. 27). 

Creo que las obras literarias están siempre formadas por memorias, es decir, por ecos de hechos. Esto sin excepción. Incluso en aquellas que se habla de marcianos (p. 28). 

a los seres humanos nos es posible elaborar, pero no inventar. Creo que solo la naturaleza, o Dios, puede inventar; y que a nosotros nos corresponde trabajar sobre lo ya inventado y recrearlo, reinventarlo. 
Es decir, recordarlo (p. 29). 

¿Para qué, entonces, vinimos a este mundo?
Vinimos a admirarlo, digo yo (p. 31).

Las fechas crean la ilusión de que uno entiende el mundo y sus acontecimientos, pero son solamente eso: elementos, no inútiles del todo, no, pero casi, de la fantasmagoría que es la realidad (p. 39). 

Tengo problemas con el concepto de trama para las novelas. Me parece que la obligación de que tengan trama las convierte en productos artificales, que no reflejan la manera como está constituida la realidad (p. 51). 

para mí la narrativa debe estar cargada de poesía, pues sin ella el texto se hace plano, pierde vida (p. 53).

Lo que sí es para mí cuestión de principios es tratar de decir tanto como sea posible con las palabras, con las frases (p. 53). 

Al escribir trato de quitarme el miedo de meter la pata, de equivocarme, de escribir barrabasadas (p. 55). 

No existe historia que no se pueda contar bien en ciento cincuenta páginas. Tal vez el truco consista en gozar con las digresiones sin dejar que se pierda el hilo principal. También ayudarían las historias o tramas secundarias... Claro que de esa forma se diluye la contundencia... En fin, ya se verá. En cuento, sin embargo, sigo trabajando con historias más bien largas, que se me dan mejor que las cortas, creo yo, y en las que se gana o pierde por puntos, y no por nocaut, para usar la comparación de Cortázar (p. 56). 

La verdad es que no sé muy bien por qué escribo (p. 58).

La literatura nos hace ver el mundo en todo su horror y toda su belleza, es decir, nos produce ese entusiasmo estético (p. 58). 

Voy a cumplir sesenta y cinco años, y a esta edad ya casi nada se siente como obligatorio o imprescindible. Ya casi todo es paisaje (p. 60). 

Hay que abolir los premios literarios (p. 63)

Los jurados son, por definición, personas que consideran que el trabajo literario de muchos escritores muy distintos unos de otros pueden, no solamente compararse cualitativamente, sino ponerse a correr como caballos (p. 65). 

Si alguien vive en un apartamento, digamos en Manizales, podría creerse separado de la naturaleza, lo cual sería un error, a mi modo de ver (p. 77). 

Me gustaría mucho que solo se extinguieran los humanos rapaces pero es más probable que se extinga la especie completa, y eso tal vez sea lo mejor para la naturaleza como totalidad (p. 79).

Todos los himnos nacionales de todos los países deberían ir a la basura. Nada que incite al nacionalismo deberá ser condonado, y menos en los colegios y las escuelas, que es de donde sale la carne de cañón para las guerras (p. 83). 

(sobre la mamá) ella rea una señora de buena familia de Manizales y nadie hubiera pensado que le gustaba el jefe (Daniel Santos). (p. 99).

Por esos días estuve a punto de que me gustara la salsa (p. 100). 

Una de esas personas de quienes el poeta dice que, como a los caracoles, su caparazón resistente les da mucha capacidad de ternura (p. 112). 

siempre utilizamos vivencias propias o ajenas para escribir (p. 123).

El escritor toma la materia que ya está inventada o creada, y hace "edición", que consiste en utilizar la historia casi tal cual le llegó (como hice en Primero estaba el mar) o extrapolar situaciones de aquí y de allá, personajes de un lado y de otro, y recomponer o interpretar la realidad según su sensibilidad (p. 123). 

En general, las personas que me sirven de punto de partida para los personajes entienden bien la diferencia entre ellas y los personajes, y saben que estos se sostienen solos, sin necesidad de que se los relacione con personas reales, se sostienen solas sin que tengan que ser "plasmadas" en cuentos o novelas. Nunca me he sentido obligado a serles fiel a las personas reales, y en el momento de crear al personaje me siento en libertad de hacer lo que quiera. Lo importante para mí es que tenga coherencia interna y esté vivo (p. 131). 

Todo esto de las artes y las artesanías no es más que un juego. Un juego muy complejo y serio, como el de los niños (p. 135). 

El narcotráfico lo toqué en un cuento, "Las palmas del ghetto", y es muy probable que en algún momento vuelva a escribir sobre eso (p. 143). 

También recuerdo la novela Carretera al mar, del caldense Tulio Bayer, que me impresionó mucho (p. 144). 

Me interesaba en igual medida intentar entender la visión de la vida que se podría alcanzar desde la vejez avanzada (p. 149). 

El intento de plasmar el caos para así vencerlo se da en este y en todos mis libros. Que ese es el eje de mi narrativa se me ha hecho claro ahora, cuando alcanzo ya a tener una visión amplia del conjunto de mi trabajo (p. 150). 

Un porcentaje altísimo de la literatura universal gira alrededor de este asunto del amor. Hay excelentes novelas, gran literatura, que se construyeron en su totalidad sobre las preguntas: ¿se casan?, ¿no se casan? Un porcentaje altísimo de la música que hemos producido los humanos está inspirada por el asunto. Todos los boleros. La mayoría de los tangos. La mayoría de las rancheras. Casi toda la poesía. El poder del amor para generar imágenes es inmenso, asombroso y bastante absurdo (p. 155). 

es bueno saber estar solo. Sin pareja, quiero decir, porque solos nunca estamos. En el peor de los casos, como bien decía un poeta de aquellos que tienen humor, estamos con Dios (p. 157). 

La convicción de que la vida, mi vida, solamente por haberme dejado ver la belleza de lo que es bello y también de lo terrible, ya ha valido la pena (p. 161). 

La expresión "descansó en paz" es exacta. Este asunto de vivir va cansando, y en ese sentido morirse es bueno. Lo que preocupa es que el cuerpo, el organismo, al no entender esas razones, podría dar una pelea dolorosa, larga y perdida en la crisis final. La muerte asusta, aunque en muchos sentidos sea una liberación (p. 162). 

Los triunfos no duran para siempre y todo termina por deshacerse (p. 163).

La derrota está en aquello que muere antes de alcanzar su forma plena, no en lo que muere después de hacerlo (p. 163). 

He leído cuentos tan bien logrados que al final he sentido ganas de aplaudir. Con los de Rulfo me pasó así. Con los de Cortázar. Con los de Truman Capote. Aplaudí de hecho cuando leí Dilema doméstico de Carson McCullers (p. 167). 

La diferencia entre un relato y una novela es parecida a la que hay entre trabajar al óleo y hacerlo con acuarelas. Idealmente se trabaja rápido y se retoca poco, pero lo cierto es que en algunos se trabaja muy, muy despacio y se retoca mucho, de modo que parezcan escritos al vuelo y sin retoques (p. 167). 

Reunir todos mis relatos en La espinosa belleza del mundo fue como si al fin se hubieran juntado partes dispersas y pudiera ver mejor el conjunto de mi trabajo de varias décadas. Su coherencia. (p. 169). 

esta filosofía en mi escritura está en el convencimiento de que cada frase debe contener la totalidad y en cada una debe apoyarse el peso completo de la narración toda. El centro de gravedad se traslada de frase en frase (p. 172).

Los seres humanos somos animales de grupo, y el más importante de los grupos, el esencial, es la familia (p. 175). 


Asombro
Tomás González
Seix Barral
Bogotá, 2021
182 páginas

lunes, 13 de marzo de 2023

La cosecha, de Felipe Martínez Cuéllar

En un accidente de tránsito que ocurre antes de que empiece la novela fallece Elisa y sobreviven su esposo Enrique y su hija María, una adolescente que queda con grandes cicatrices en su rostro. El padre y la hija, en medio del duelo, abandona la ciudad, la casa, el colegio, y deciden empezar una nueva vida en una finca lejana, que está habitada únicamente por Anatolio, el casero, y por un bosque que crece y crece hasta ocupar todo el espacio. Como la tristeza.

La cosecha es la historia breve de esta familia rota en la nueva finca. Las rutinas lentas, la incertidumbre por los cultivos, el clima, la violencia rural que se acerca y amenaza con entrar, y la adolescencia de María, que pasa sus días encerrada en su cuarto, sin valor ni ganas de mirar su nueva cara en el espejo.

Esta novela corta, fruto del taller que dirige Miguel Angel Manrique en el Fondo de Cultura Económica, logra construir con pocos personajes y un único espacio una armósfera que es al mismo tiempo hermosa y opresiva, a partir de muy pocos diálogos y casi ninguna digresión. El narrador simplemente (simplemente es un decir) describe cosas: un narrador omnisciente que habla de las acciones de Enrique, y un narrador en primera persona que permite escuchar la voz de María. Y entre los dos los enormes silencios de los que se construye la cotidianidad de estos dos seres tan desolados después del accidente, con la dificultad que entraña encontrar energía para cultivarse a sí mismos a ver si pueden dar una nueva cosecha. 


Algunos subrayados
Nunca dejes que los demás te vean distinto a como te ves a tú misma (p. 26). 

A veces me siento como si me estuviera transformando en la mamá de mi papá (p. 41).

como un árbol de muchos brazos y hondas raíces, empezaba a crecer el miedo (p. 46). 

lo escuchaba como quien se detiene en la orilla a contemplar el mar, sabiendo que se está ante un fenómeno de extraña belleza (p. 48). 

Quisiera vivir dentro de una telenovela. Quisiera ser una de esas mujeres enamoradas que, aunque son pobres, se ven felices (p. 61). 


él era eso, una vía de tren abandonada, al aire, sin nada que pasara sobre ella (p. 116). 

Cuando me muera, me gustaría que me enterraran (p. 120).


La cosecha
Felipe Martínez Cuéllar
Taller de edición Rocca
Bogotá, 2015
158 páginas

lunes, 13 de septiembre de 2021

Cómo maté a mi padre, de Sara Jaramillo Klinkert

Sara Jaramillo Klinkert tenía 11 años, una mamá y cuatro hermanos cuando un sicario mató a su papá en Medellín. Ese segundo marca el quiebre entre un antes y un después en la vida de esta familia y los ecos de ese disparo todavía resuenan 30 años después.

Escribir es terapéutico, sana, cura. Los psicólogos hablan de la importancia de "verbalizar", de poner en palabras lo que uno siente o piensa porque solo cuando esos miedos o temores se vuelven lenguaje y empiezan a expresarse pueden salir de la mente y cobrar su justa dimensión.

Este libro tiene entonces esa primera dimensión: es un ejercicio honesto de la autora por matar a su padre. Como lo dice al final "te mato porque estoy cansada de intentar mantenerte vivo en mi cabeza" y dejarlo plasmado en un libro es sacarlo de la mente en la que ese muerto es un fardo muy pesado para cargar durante tantos años.

El libro está dividido en 30 capítulos cortos, con muy pocos diálogos. Son 30 escenas que se ensamblan con una cronología más o menos lineal para dar cuenta de la vida de la narradora, desde su infancia hasta hoy. Una narradora cuya voz evoluciona a medida que crece, aunque quizás la voz infantil se siente con algunos lugares comunes.


Para algunos lectores el libro puede representar un ejercicio de asomarse al duelo íntimo, tal vez demasiado personal, de una adolescente de clase alta de Medellín. Para otros el libro puede mostrar, a partir de un duelo individual, el impacto de la violencia urbana en la vida familiar. El texto ofrece muy pocos elementos de contexto político o histórico que permitan construir una mirada más macro de la época narrada. La apuesta de la autora no está en el entorno sino en fijar una lupa en la cotidianidad familiar y hogareña para mostrar la manera en que una única bala puede causar tantos destrozos continuados durante tantos años, y la paradoja que representa vivir en una sociedad que está llena de muertos y, sin embargo, aborda los duelos desde el silencio. 



Algunas frases

Cuando mi profesora de ciencias preguntara qué es un centímetro, diría que es la distancia que debe recorrer un dedo para tirar del gatillo (p. 21)

Toda partida sin adiós es inconclusa (p. 38).

Suele decir que lo más grave que pudo pasarle en la vida ya tuvo lugar, que nada peor puede ocurrir. Y es verdad. Creo que enfrentar una tragedia muy fuerte hace que cualquier otro problema parezca una tontería. Se altera el sentido de la gravedad (p. 59).

Uno quiere estar solo y abrazarse a su dolor. Familiarizarse con él. Hacerse a la idea de que estará dentro de uno durante toda la vida (p. 60).

Mii madre todo lo solucionaba con su medicina favorita: el "no-piense-en-eso". Si la cosa estaba grave ameritaba un Dolex. Y si estaba más que grave ameritaba dos. (p. 74).

Sus ojos brillaban de tantas lágrimas retenidas, pero llorar es un lujo que las mamás no pueden darse en ciertos momentos (p. 90).

Nosotros nos creíamos los fuertes, pero la única verdaderamente fuerte en la casa ha sido la mamá (p. 123).

Sabíamos que el silencio aturde más que los regaños y que el descontrol no puede combatirse a gritos (p. 124). 

Las plantas siempre han sido grandes maestras. Bastaba observarlas para entender el valor de la paciencia, para saber que el crecimiento solo ocurre cuando existen las condiciones adecuadas (p. 124). 

El único plan minuciosamente elaborado en toda mi vida ha sido evitar embarazarme. Nunca he bajado la guardia. Hago bien mis cuentas. Sé, desde hace mucho tiempo, que ni la muerte ni los hijos tienen reversa (p. 126). 

Si alguna vez quise morirme deseché la idea de solo pensar que los muertos no pueden leer. Y mientras más leía, más me daba cuenta de todos los que me faltaban. Era cosa de nunca acabar, necesitaría nacer mil veces más para poder hacerlo. Los libros me salvaron la vida (p. 133). 

No volvimos a mencionar el nombre del papá. No hablamos de lo que le pasó. Cuando alguien tocaba el tema, desviábamos la conversación. Lo matamos con la fuerza de nuestro propio silencio (p. 135). 

Hoy, por mi padre, siento más respeto que cariño (p. 136). 

Los niños que tienen una infancia feliz, crecen con la ingenua creencia de que así será el resto de la vida, porque la felicidad es algo que la mayoría de las veces solo se aprecia cuando ya no se tiene (p. 147). 

No quería verle la cara a nadie y que nadie le viera la cara y le dijera: "pobrecita, todo va a estar bien", "encomiéndese al de arriba", "mi Dios le dé fortaleza". No quería que nadie enviara flores ni que la llamara ni fuera a visitarla. Lo sé porque ya habíamos pasado por eso y no estábamos dispuestas a repetir el espectáculo (p. 187).

Una casa sin sus habitantes no es más que muros de ladrillo y tejas de barro tostadas por el sol y esculpidas por la lluvia. Nada más (p. 194).

Uno es de los lugares que extraña, no de los que habita (p. 203).

De un momento a otro empecé a pensar en él con compasión y no con odio. Me dio mucho pesar lo triste que debió ser su vida cargando con semejante insatisfacción durante tanto tiempo (p. 229).

Tengo talento para aburrirme, creo que aburrirse es una actividad infravalorada (p. 231).

Escribir no es para gente normal (p. 234).

Cuando escribo me desnudo sin quitarme ni una sola prenda (p. 236).

El silencio es precisamente lo que no lo deja a uno olvidar, pero cada cual tiene su propia forma de sobrellevar las penas (p. 245).

Te mato porque estoy cansada de intentar mantenerte vivo en mi cabeza (p. 252). 


Cómo maté a mi padre
Sara Jaramillo Klinkert
Editorial Angosta
Medellín 2019
256 páginas

lunes, 28 de junio de 2021

De vidas ajenas, de Emmanuel Carrère


"De vidas ajenas" es un título preciso. En esta obra de no ficción Emmanuel Carrère no se ocupa de su vida, como en "Una novela rusa" ni de una vida ajena en particular, como en "El adversario", sino de varias vidas ajenas que se presentan como la cara y el sello de una tragedia: los padres que pierden al hijo (la hija, en este caso) y las hijas que pierden a la madre. 

El libro está dividido en capítulos de aproximadamente 10 páginas cada uno en los que Carrère va cambiando el foco de atención, de manera que el relato se desplaza de unas vidas a otras: empieza en 2004 con el año nuevo en Sri Lanka y el gran tsunami que devastó la costa del Índico; luego viaja a Francia y se ocupa de la enfermedad y muerte de su cuñada Juliette; pero el relato sobre este cáncer se aborda primero desde el punto de vista de Étienne, un magistrado amigo, y luego desde la propia familia. Y como si fuera poco, en el interregno aparece un tema jurídico que ocupa la atención de Etienne y Juliette: la defensa de deudores morosos de crédito de consumo y la materialización del derecho a no pagar, y el telón de fondo son los altibajos de la relación de pareja de Carrère y Hélene, hermana de Juliette.
 

Carrère construye relatos muy visuales en los que es fácil ubicarse en el espacio, imaginar las escenas y recorrer con él como autor-narrador las distintas locaciones. Sin embargo quizás en este libro, más que en los anteriores, la lectura genera varias veces el interrogante de: "¿esta historia para dónde va?" porque se trata de un texto que se centra en personajes que luego se abandonan a su suerte para ocuparse de otros asuntos, como por ejemplo los temas jurídicos, que no habían sido anunciados previamente y que al final tampoco se resuelven con claridad. Para los acostumbrados a la narración con el esquema introducción-nudo-desenlace este libro resulta fallido. Pero quizás esa es la apuesta del autor: la vida propia y las vidas ajenas fluyen, y lo que en algún momento fue relevante o ocupó nuestra atención deja de estar tan presente con el paso del tiempo.


Algunas frases
Comprendió que no había llegado el fin del mundo, que estaba vivo y comenzaba la verdadera pesadilla (p. 380).

Ya no buscaba conquistar nada, sino tan solo saborear lo que había conquistado: la felicidad.

Esta mujer lo ha perdido todo porque lo tenía todo, al menos todo lo que importa. El amor, el deseo y la voluntad de hacer que dure y la confianza: durará (p. 399).

Para los padres de Héléne, como para los míos, la buena educación consiste, en primer lugar, en reservarte tus emociones (417).

A la gente que frecuento no le plantea problemas un libro que sea horrible: por el contrario, muchos ven en este hecho un mérito, una prueba de audacia que acredita la valía del autor. A los lectores más candorosos, como la madre de Patrice, les perturba. No juzgan que esté mal escribir estas cosas, pero de todos modos se preguntan por qué escribirlas. Se dicen que un tipo amable y bien educado, que les ayuda a cortar en rodajas los pepinos, que parece participar sinceramente en el duelo de la familia, debe ser, pese a todo, o muy retorcido o bien desgraciado, en cualquier caso debe haber en él algo anómalo (p. 421).

Nada me parecía más valioso que aquella seguridad, la certeza de poder descansar hasta el último instante en los brazos de alguien que te ama totalmente (p. 426). 

(citando Le livre de Pierre): "El peor sufrimiento es el que no se puede compartir. Y el enfermo de cáncer casi siempre experimenta este sufrimiento por partida doble. Doblemente porque, enfermo, no puede compartir con quienes le rodean la angustia que siente, porque debajo de este sufrimiento yace otro, más antiguo, que data de la infancia y que tampoco ha sido compartido ni observado por nadie. Pues bien, lo peor es eso: que nunca te hayan visto, que no te hayan reconocido nunca" (p. 460).

Me escandalizan tanto los que dicen que somos libres, que la felicidad se decide, que es una elección moral. Para esos profesores de la alegría la tristeza es una falta de gusto, la depresión una señal de pereza, la melancolía un pecado. Estoy de acuerdo, es un pecado, incluso un pecado mortal, pero hay personas que nacen pecadoras, que nacen condenadas, y a las que todos sus esfuerzos, todo su coraje y su buena voluntad no liberará de su condición (p. 462). 

Quiero recordar aquel que he sido y que son muchas otras personas (462). 

Descubría lo fácil que es convencer a los pobres de que, aun siendo pobres, pueden comprar una lavadora, un automóvil, una consola Nintendo para los niños o simplemente alimentos, que pagarán más adelante y que no les costará, como quien dice, nada más que si pagasen al contado (p. 475). 

Porque incluso cuando eres pobre tienes apetencias, ahí está el drama (p. 476).

Amaba el derecho, porque entre el débil y el fuerte está la ley que protege y la libertad que sojuzga (p. 499).

El dogma, para los suyos, es la discusión: se puede hablar de todo, se debe hablar de todo, de la discusión nace la luz (p. 499).

Tampoco se puede discutir con alguien que te dice que la Tierra es plana y que el Sol gira alrededor de ella. No hay dos opiniones dignas de ser tomadas en consideración, sino por un lado la gente que sabe y por el otro la que no sabe, y es inútil fingir que se enfrentan con armas iguales (p. 499). 

Soy ambicioso, inquieto, necesito creer que lo que escribo es excepcional, que será admirado, me exalto creyéndolo y me derrumbo cuando dejo de creerlo (p. 504). 

De vidas ajenas
Emmanuel Carrère
Editorial Anagrama (Compendium)
Barcelona, 2011
Traducción de Jaime Zulaika
200 páginas


miércoles, 2 de enero de 2019

Otra menos, de Santiago Jiménez Quijano




El 4 de diciembre de 2017 el arquitecto Rafael Uribe Noguera violó y asesinó en Bogotá a la niña Yuliana Samboní, de 7 años. 

Ese hecho que en su momento generó una ola de indignación ha sido el detonante para al menos dos novelas: Los divinos, de Laura Restrepo, y Otra menos, de Santiago Jiménez Quijano.

Esta segunda novela ganó en 2018 el Premio Nacional de Novela Breve Cuadernos Negros-El Espectador. Fue premiada por un jurado conformado por Pilar Quintana, Rigoberto Gil y Umberto Senegal. 

Otra menos narra el drama desde el punto de vista del padre de la víctima. Un hombre al que el mundo se le derrumba pero, al mismo tiempo, necesita tener el valor suficiente para servirle de soporte a su esposa embarazada y a su hija pequeña. 

El autor decidió cambiar los nombres de todos los personajes pero, salvo ese detalle, la historia que narra es bastante fiel, al menos en los hechos, a la que en su momento registraron los medios de comunicación.

La novela tiene 99 páginas que se leen de corrido, no sólo por lo fluido del texto sino porque además no hay división entre capítulos. La narración se corta únicamente para introducir pequeños fragmentos de noticias o mensajes similares a los trinos de twitter, que le permiten al autor darle contexto y datos precisos a la tragedia que está contando.

Esta novela puede ser un buen objeto de estudio para las discusiones entre realidad y ficción: ¿es una crónica? no puede serlo porque nadie puede entrar en la cabeza del padre de la niña y porque hay detalles, sobre todo al final, que se adivinan como creación del autor y no como fruto de la reportería. ¿Es ficción? el horror que narra todavía está vivo en la memoria de muchos. Quizás en décadas el libro se pueda abordar por otros lectores desde una mirada menos contaminada por el contexto informativo. Sin embargo, en la portada se anuncia que es una novela breve y entonces así debe leerse. Como una novela urgente que rinde un homenaje honesto a una familia que sigue en duelo. 

Creo que en algunos pasajes el texto cae en cierto maniqueismo en el que todos los periodistas (sin excepción) son malos, todos los ricos (Ellos) son sospechosos o todos los pobres (nosotros) son nobles. Sin embargo, es una novela interesante en la medida en que aborda con respeto un tema que poco se ha trabajado en la literatura colombiana  y que recuerda a otras tantas víctimas de violencia sexual que ni siquiera llegan a los medios de comunicación. 

Algunas frases:
"Somos los que les lavamos la ropa. Somos los que les cuidamos las calles. Somos los que les peleamos sus guerras. Nos matamos entre nosotros para que Ellos estén tranquilos".

"le rogó a Dios para que por lo menos pudiera borrar el pasado. Había descubierto que el pasado siempre está presente. Que el pasado es lo único que existe. Sobre todo en medio del dolor". 

"Han pasado meses desde que les dieron la noticia fatal y en su mente sigue siendo ese primer día". 

"¿Cuántas de esas personas sufrían como él? En ese momento pensaba que ninguna. Pensaba que su dolor era único. Ahora sabe que no es así. Que no puede ser así. Que esta es una ciudad de agonizantes. Una ciudad de indiferentes. Una ciudad de muertos en vida. Una ciudad de expulsados. Una ciudad de caníbales. Un patíbulo gigante. Un cementerio de almas".

"Era como si sus ojos caminaran sobre las palabras. Como si leer fuera otra forma de caminar. El mundo se movía en su cabeza en lugar de que él se moviera en su superficie".

"No supo a quién podían servirle las muestras de solidaridad (...) Concluyó que solo le servían a quienes las daban y a quienes quisieran poder darlas o comentar sobre ellas para lavar sus conciencias. Para demostrar que ellos nunca serían capaces de hacer algo igual. Para que el mundo se enterara de que eran personas de bien".

"Entonces descubrió que había perdido la fe. Y ese descubrimiento añadió un nuevo dolor. Se sintió más solo que nunca".

"Ahora entendía por qué la gente vivía tan obsesionada con trabajar. No era por el dinero. Ni siquiera por la comida. Necesitaban trabajar para dejar de pensar. Trabajar para morirse un rato".


Otra menos
Santiago Jiménez Quijano
Editorial Cuadernos Negros
Calarcá, Quindío
Noviembre de 2018
99 páginas

jueves, 25 de abril de 2013

Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett


“Lo que no tiene nombre” salió a la venta el 8 de marzo y ya lleva más de 7.000 ejemplares vendidos. En un país en el que vender 1.000 libros es ya un éxito, lo que ha ocurrido con este texto puede decirse que es un fenómeno.



Por supuesto, la calidad de un libro no se mide por las ventas, pero ayer oí decir a su autora, en una presentación en la Librería Prólogo, que ella siempre ha tenido lectores en la academia, entre los escritores -porque la poesía en este país circula en ámbitos muy restringidos- pero que se siente satisfecha de haber logrado llegar a un público diferente, más amplio y diverso, con este libro.



Creo que lo logra porque la historia es hermosa, el libro está bellamente escrito y habla de un tema tabú: el suicidio, y de otro tema tabú: la esquizofrenia y la enfermedad mental. Ambos más comunes de lo que se cree. Por eso uno de los epígrafes del libro, de Paul Auster es tan acertado: “Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro”.



Pese al dolor de mamá que representa el suicido del hijo, en cada párrafo se nota la rienda que le pone freno a su emoción, para dar cuenta de un hecho con las palabras precisas, duras, escuetas, que enseña a usar la poesía. En una presentación en la Feria del Libro de Bogotá de 2004, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski contó que su primer acercamiento con la escritura no fue el periodismo sino la poesía y que a la poesía le debía el rigor de imponerse encontrar la palabra exacta para cada cosa. Ese oficio de poeta, que le permitió ser excelente cronista, es el que se siente en cada página de “Lo que no tiene nombre”, un texto de no ficción que tiene todo el valor de la literatura: en las palabras que usa, en la estructura elegida, en la construcción del hijo-personaje, que murió como miembro de familia pero nació como personaje de la literatura colombiana, con una voz propia.



Al leer este libro recordé “El olvido que seremos”, de Héctor Abad Faciolince, y “La luz difícil”, de Tomás González. Los tres pueden configurar la trilogía del duelo en la literatura colombiana contemporánea, o al menos la trilogía del duelo por el hijo perdido (para mí, los momentos más tristes de El olvido que seremos no vienen por la anunciada muerte del padre, sino por la inesperada muerte de la hija-hermana). En esta trilogía “Lo que no tiene nombre” tiene la fuerza que implica el pacto con el lector de saber desde el comienzo que lo que se está leyendo ocurrió realmente y no hay ficción en el relato, situación que comparte con El olvido que seremos, y a su vez tiene la fuerza que imprime la muerte por voluntad propia, como también se da en la ficción planteada en La luz difícil.



Solo alguien que tiene una formación literaria (poética) muy sólida, puede escribir un libro de esta calidad, sin sentimentalismo ni melodrama, en medio de un duelo tan profundo. Porque hay que recordar que lo escribió “en caliente”, durante el año siguiente a la muerte del hijo, y no años o décadas después, como han hecho otros autores para narrar sus propios dramas en clave literaria.



Al final del libro Piedad Bonnett cita a Juan José Millás: “la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”. Para mí, esta lectura ha sido al mismo tiempo hurgar y sanar una vieja cicatriz.





Los que quieran conocer más de la obra de Piedad Bonnett, su página web es: www.piedadbonnett.co

...y como es habitual, acá van las frases:



“Pero la verdadera vida es física, y lo que la muerte se lleva es un cuerpo y un rostro irrepetibles: el alma que es el cuerpo”.



“Durante horas, sentado cada uno en un lugar distinto de la sala de la casa, ensimismados en los computadores y en los teléfonos, por momentos parecemos representar una obra del absurdo”.



“La noticia de que se trató de un suicidio hace que muchos bajen la voz, como si estuvieran oyendo hablar de un delito o de un pecado”.



“Muchos de los intelectuales que conozco se abochornan ante la muerte, no saben abrazar, se paralizan al verme”.



“Ya no creemos en las fórmulas, pero no hemos creado un lenguaje que las remplace. Los hechos, como siempre, acorralan las palabras”.



“La vida nos escamotea el espectáculo de nuestro funeral”.



“estamos ante un momento de incomprensión histórica, ante una simplificación amplificada por la estupidez de la provincia”.



“en el corazón del suicidio, aun en los casos en que se deja una carta aclaratoria, hay siempre un misterio, un agujero negro de incertidumbre alrededor del cual, como mariposas enloquecidas, revolotean las preguntas”.



“Uno de los autores que leo recuerda, no obstante, que a veces no se puede escoger cómo morir. Que el soldado usará su arma, y el médico el bisturí, y el farmaceuta una dosis de barbitúricos”.



“¿De qué tamaño es el dolor del que se despide de sí mismo?”



“Todo suicidio encierra un mensaje para los que se dejan atrás”.



“ningún amor es útil para aquel que ha decidido matarse. En el momento definitivo, el suicida sólo debe pensar en sí mismo para no perder la fuerza”.





Lo que no tiene nombre

Piedad Bonnett

131 páginas

Alfaguara

2013