jueves, 12 de agosto de 2021

Los lugares habitados, de Alberto Saldarriaga Roa


Alberto Saldarriaga Roa es un arquitecto bogotano que nació en 1941, estudió en la Universidad Nacional, ha sido profesor de teoría e historia de la arquitectura, diseñador, experto en planeación urbana, dibujante, pintor, fotógrafo aficionado, autor de distintos libros y viajero.

Todo lo anterior es relevante para comprender esta obra de prosa breve y poética que no es una autobiografía en el sentido tradicional, pero sí presenta un recorrido personal por la vida e intereses del autor a partir de cuatro partes: "La memoria", "La arquitectura", "El viaje" y "Habitar".

El libro se divide entonces en cuatro grandes capítulos y cada uno está conformado de textos breves (una línea, un párrafo o máximo dos) acompañados en algunas ocasiones de fotografías o dibujos publicados en un formato pequeño, y de autoría del escritor.

La propuesta estética plantea un recorrido fragmentario, a partir de jirones, por los espacios habitados por Saldarriaga Roa, desde la casa en la que nació, su biblioteca o el comedor de la abuela hasta las ciudades y paisajes que ha recorrido (y querido), como Cartagena, Venecia, Nueva York, Teotihuacán, Chichen Itza, Machu Pichu, el desierto, el mar, la selva y el nevado. 

¿Qué es habitar? se habita en el tiempo y en el espacio y al habitar un lugar se transforma el sujeto. "El tema es habitar, lo demás son variaciones", plantea este arquitecto que escribe y que, como se evidencia en estas páginas-postales, lleva muchas décadas reflexionando sobre el espacio, la mirada, la luz, la escritura y las consecuencias de la transformación del paisaje. 

Un libro pequeño, íntimo, que insinúa provocaciones éticas y estéticas. En lo personal me resulta forzada o molesta la escritura en tercera persona para referirse a uno mismo, pero más allá de ese detalle veo en este libro un recorrido afectuoso por lugares físicos y mentales, en los que hay belleza y hay amor. Con sus textos, fotos y dibujos Saldarriaga construye ventanas que permiten asomarse a emociones entrañables.

Algunas frases:
Escribir es comprometerse con las palabras y también con la memoria y con lo sucedido. La experiencia personal no es literaria; se transforma en literatura cuando se cuenta, cuando se escribe (p. 12).

Las casas albergan las almas de quienes las habitaron y los espectros de los difuntos (p. 18)

El mundo penetraba en la casa a través del ojo anaranjado de la radio (p. 24).

La casa operaba como una primitiva "máquina de habitar" (p. 25). 

Salir de la casa era entrar a la ciudad. La puerta era el umbral. (p. 29).

Los colegios nacieron como la representación desagradable del dolor de conocer (p. 32).

El traslado del centro de Bogotá al barrio de Chapinero fue algo parecido a un cambio de continente (p. 46). 

Ir a la biblioteca era y es un signo más de crecimiento (p. 58).

Ciertas rutinas duran más que otras, los cambios parecen no percibirse. Cada año se cambia de salón en el colegio, hay libros y cuadernos nuevos. Cada cambio de casa trae consigo nuevas vivencias. Los viajes y las nuevas amistades abren ventanas antes desconocidas. Este ritmo de repeticiones y descubrimientos dura toda la vida. (p. 61).

La evocación es una dimensión poética de la memoria, es su dimensión afectiva (p. 70).

Aprender arquitectura es aprender otra forma de música (p. 78). 

Aprender a dibujar es el inicio de una toma de posesión del mundo (p. 84).

El dibujo es la extensión de la mirada guiada por la mente a través de la mano (p. 86).

Hay incertidumbres que solo se resuelven durante el transcurso de los estudios (p. 92). 

Las bibliotecas son lugares que se habitan con el ojo y con la mente (p. 94). 

Llegar a Nueva York es adquirir otro título en la existencia: el de haber pisado el lugar donde todo sucede (p. 146). 

Martín Heiddegger afirmó alguna vez que los humanos "habitamos en el lenguaje". Su afirmación permite pensar que se habita en un universo de palabras materializado en espacios y edificios. No es posible saber qué existió primero, si el hecho construido o la palabra que lo denominó. Esa pregunta ya no es relevante. (P. 184). 

Habitar en la ciudad significa –casi siempre– estar ocupado. El ocio es un privilegio del que se disfruta cuando no se trabaja. Sin embargo, hay ciudades para el ocio en las que muchos trabajan para que otros no hagan nada (p. 192). 

Los libros son también lugares de habitación. En ellos se viven momentos singulares, únicos. (p. 206).

Atrapar el tiempo y el espacio en las palabras es un trabajo interminable. Hay relatos memorables, relatos pasajeros. La experiencia de leer, sin embargo, es irreemplazable. (p. 206). 

Habitar la música es habitar en uno mismo. La música aloja el alma. (p. 218).

El tema es habitar, lo demás son variaciones (p. 219). 


Los lugares habitados
Alberto Saldarriaga Roa
Laguna libros (segunda edición)
Bogotá
Junio de 2021
224 páginas