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lunes, 30 de junio de 2025

Actos humanos, de Han Kang

Entre las sucesiones de episodios violentos en la historia de Corea está la  masacre de Gwangju, una matanza que ocurrió entre el 18 y el 27 de mayo de 1980 y que provocó la muerte de entre 1000 y 2000 civiles, así como un número elevado de presos políticos que sufrieron todo tipo de torturas. 

Ese es el trasfondo político en el que se desarrolla Actos humanos, una novela narrada de manera fragmentada y desde distintos puntos de vista. A partir de siete personajes la autora presenta los pormenores de la masacre, los vejámenes ocurridos en prisión y los traumas posteriores de quienes sobrevivieron.

La novela comienza con el punto de vista de Dongho, un niño de 15 años, quien está en secundaria y se ofrece como voluntario en un coliseo acondicionado como morgue, en donde él se encarga de llevar el registro de los muertos que van siendo llevados a ese lugar. Dongho busca a su amigo y vecino Jeongohe, también de 15 años, quien a su vez busca a Jeongmi, su hermana de 19. En el coliseo-morgue Dongho interactúa con Eunsuk, Seonju, dos mujeres jóvenes que han asumido el rol de organizar la disposición de los cuerpos y atender a las familias que llegan a buscar a los desaparecidos. En alguna parte se mencionan a  con Jinsu, un chico de 19 años y  a  Seonghee, otra chica muy joven.

El primer capítulo transcurre en mayo de 1980 y es narrado por Dongho, pero a medida que la novela avanza la autora cuenta la historia a partir de saltos en el tiempo que permiten entender qué pasó con cada uno de esos personajes, quiénes sobrevivieron y quiénes murieron en los días de la masacre, y cómo ha sido el proceso de duelo para los familiares o para ellos mismos. 

Al igual que en otras novelas de Han Kang, en ésta también es posible, a partir de pequeños detalles, rastrear aspectos de la cultura coreana: los hombres les pegan bofetadas a las mujeres; las estaciones son difíciles de llevar porque el frío extremo o el calor extremo deben soportarse sin aire acondicionado ni calefacción; hay mucha soledad y pobreza y hay también resquisios en los que el arte aparece para iluminar o explicar mejor las historias. Así como en La vegetariana es memorable la escena de la grabación de un video-arte, y en Imposible decir adiós hay un proyecto de instalación artística con troncos, en esta novela una obra de teatro sirve para escenificar la forma en la que la censura estatal le quita el habla a la gente.

Es posible que para los lectores occidentales, ajenos a la cultura coreana, resulten claves invisibles o guiños sutiles que Han Kang hace sobre su cultura y sobre la represión política. No obstante, la lectura de Actos humanos no requiere de un conocimiento previo sobre la historia coreana para adentrarse en la propuesta estética de la autora: una obra en la que hay economía de lenguaje, creación de imágenes potentes, intersecciones con la poesía y con lo onírico, y una crítica social y política sin lugar para el optimismo o la esperanza.

Algunos subrayados

"Adónde irán las almas cuando se mueren los cuerpos  —piensas de pronto —. ¿Cuánto tiempo se quedarán junto a él?" (pág.15)

"Cuando una persona viva observa el cuerpo de un muerto, ¿estará también al lado el alma de este último observando su propio cuerpo?" (pág. 16). 

Como acababan de morir, sus cuerpos estaban aún tan llenos de vida (p. 22).

Su tránsito al otro mundo había sido tan silencioso como su carácter apacible. De pronto algo parecido a un pájaro se escapó de su rostro, del que solo se podía ver los ojos cerrados y la máscara de oxígeno. Te quedaste de pie, pasmado, contemplando su cara llena de arrugas, que se había convertido en la de un cadáver en apenas un instante, porque no sabías adónde se había ido esa avecilla (p. 25). 

Lo que me da miedo son los soldados, no los muertos (p. 30).

la única vida que puede tener estará regida por una tenaz desconfianza y una fría indignación (p. 91).

Me pregunté si podría empuñar un arma, si podría apretar el gatillo contra una persona viva. Pensé que las millas de rifles que tenían los soldados podían masacrar a millas de personas; que cuando el hierro atraviesa el cuerpo de alguien, este cae al suelo, que los cuerpos calientes de los alcanzados por las balas se estaban enfriando (p. 110).

¿Que nos perdone nuestras ofensas, así como perdonamos a los que nos ofenden?
Yo no he perdonado nada ni busco perdón por nada (p. 141).

Sabes que no eres una persona valiente ni fuerte.
Tus elecciones siempre tienen que ver con evitar lo peor (p. 161).

El hilo que nos une a la vida es tan fuerte que, aunque te perdí para siempre, no dejé de comer (p. 175).



Actos humanos
Han Kang (traducción de Sunme Yoon)
Penguin Random House
Bogotá
2024 (primera edición 2014)
202 páginas

miércoles, 7 de mayo de 2025

Imposible decir adiós, de Han Kang


Gyeongha es una mujer que vive en Seul y atraviesa una situación límite (está pensando a quién encargar lo que debe hacerse después de que ella muera) cuando recibe un mensaje de su amiga 
Inseon. Inseon es una fotógrafa que trabajó hace años con Gyeongha y aunque son cercanas llevan tiempo sin hablar. Inseon le pide que la visite en un hospital y cuando Gyeongha lo hace Inseon la insta a que vaya inmediatamente a su casa a salvar a un pájaro que morirá si ella no llega a tiempo, porque se agotarán el agua y la comida. Inseon vive en Jeju, una isla, lejos de Seul. Gyeongha sale del hospital al aeropuerto y al llegar a la isla se encuentra con una tormenta pavorosa. La nieve le llega a los muslos.

Así empieza Imposible decir adiós, una novela muy distinta y a la vez con elementos que recuerdan a La vegetariana, quizás la obra más reconocida de la coreana Han Kang.

Ambas obras están divididas en tres partes. Las dos se centran en mujeres de mediana edad en situaciones críticas. En las dos son recurrentes las pesadillas y los sueños. En ambas hay escenas de gran belleza visual escritas a partir de un proyecto artístico que alguno de los personajes está ejecutando. En las dos hay enfermedad, hospitales y detalles explícitos sobre la corporalidad y tanto La vegetariana como Imposible decir adiós son novelas cortas, escritas de manera muy fragmentada, en donde se intercala la narración con pasajes de profundo calado lírico.

Teniendo tantos elementos comunes, la historia, no obstante, es muy distinta. Gyeongha es la narradora y al comienzo parece ser la protagonista del libro, pero a medida que avanza la lectura el interés se centra en Inseon, y más que en ella en sus antepasados: en su madre, su padre, sus abuelos, su tío: en las víctimas de la masacre de la Isla de Jeju, que empezó el 3 de abril de 1948 y cobró la vida de al menos 30.000 personas, en la masacre de la Liga Bodo, una persecusión a los comunistas de Corea del Sur, que mató a al menos 50.000 personas, y la masacre de la Mina de Cobalto de Gyeongsan, en donde fueron asesinados al menos 3.500 presos. 

Es difícil que un lector occidental tenga información sobre cada una de estas masacres, pero para eso está Wikipedia. Han Kang no hace un relato pormenorizado o periodístico de los hechos que denuncia. Ofrece los referentes básicos para que el lector complemente la información que considere, y su trabajo consiste en elaborar una memoria histórica a partir de un lenguaje poético que permita revivir a los muertos a partir del diálogo que establecen con los vivos que mueren. En una zona liminal y fantasmagórica, en la que no es claro si los personajes de la primera parte del libro siguen vivos en la segunda (¿Han Kang leyó Pedro Páramo?) la autora se sustrae de dar explicaciones racionales a hechos extraordinarios y simplemente narra la manera en la que esa casa de Inseon en una zona apartada y rural de Jeju, estuvo habitada antes por su madre, ya fallecida, quien a su vez investigó y documentó la muerte de su hermano mayor y de su madre, arrasados por una violencia política que allá y acá se ensaña con campesinos y personas pobres.

La prosa de Han Kang es tremendamente visual, con varias capas de sentido para navegar con belleza en medio del dolor. El texto (que evidencia un trabajo de traducción extraordinario) permite viajar al lector por distintas sensaciones (dolor, frío, escozor, asombro) y permite también identificar elementos similares en geografías distantes: el desplazamiento forzado, el drama de los desaparecidos, las detenciones arbitrarias y la zozobra que causan decisiones políticas que se toman en la capital y que se ensañan con los cuerpos más débiles en zonas remotas.

Algunos subrayados
Entonces caí en la cuenta de lo frágil que es la existencia humana; de lo fácil que se quiebran y desgarran la piel, los órganos, los huesos y la vida. Todo por una decisión (p. 15).

¿Cómo pude ser tan ingenua, tener la desfachatez de creer que podría escapar algún día del sufrimiento y librarme de los vestigios de violencia cuando había tomado la decisión de escribir sobre masacres y torturas? (p. 22).

La nieve siempre me provoca una sensación de irrealidad. ¿Sería por la morosidad con que caía? ¿Por su belleza? Cuando veía moverse los copos con la lentitud de la eternidad, de pronto se me hacía patente lo que era realmente importante y lo que no (p. 37).

Mi madre me contó que aquel día aprendió, de una vez y para siempre, que cuando alguien se muere y su cuerpo se enfría la nieve se acumula sobre sus mejillas y la sangre se escarcha (p. 67).

A veces no resulta fácil diferenciar la paciencia de la resignación, la tristeza de la reconciliación incompleta, la fortaleza de la soledad (p. 83). 

el mensaje que yo había recibido en Seúl y todo lo que me había pasado en la isla no eran sino las fantasías de alguien que ya no era de este mundo (p. 150)

Estamos sentadas donde el fuego lo devoró todo -pensé- Estamos sentadas donde se desplomaron las vigas y nubes de ceniza volaron por los aires (p. 190). 

Cuando los vecinos le preguntaban a mi abuela para qué diablos se molestaba en hacer estudiar a sus tres hijas, ella les respondía sonriendo que el mundo iba a cambiar algún día (p. 193).

¡Qué poco sabía yo de mi madre! Y eso que creía conocerla bien (p. 199).

Como sabes, al menos unas cien mil personas perdieron la vida en todo el país.
Al tiempo que asentía con la cabeza me pregunté para mi adentros si no habrían sido muchos más (p. 212).

(1960) En aquel entonces mi madre tenía ya veinticinco años. Todos estaban preocupados porque había sobrepasado la edad de casarse, pero ella no tenía ningún interés en contraer matrimonio (p. 218).

Mi madre se sentó en cuclillas y yo la imité. Entonces se giró hacia mí sonriendo y me acarició la mejilla. Luego me pasó la mano por la cabeza, por el hombro, por la espalda. Sentí su amor como un dolor sordo que me traspasaba la piel, se hundía hasta la médula de los huesos y me encogía el corazón... Fue entonces cuando supe lo mucho que duele amar a alguien (p. 242).

Creí que después de que ella muriera podría recuperar mi vida, pero el puente que podía llevarme de regreso había desaparecido. Mi madre ya no entraba a mi cuarto, pero yo no podía dormir de todas maneras (p. 244) 

Ya no me sorprendía nada de lo que un ser humano podía hacerle a otro ser humano... (246)

Porque la guerra nunca terminó, porque solo quedó en suspenso, porque el enemigo sigue allí, al otro lado de la Línea del Armisticio, porque todos se callaron, incluso los familiares de los masacrados, porque abrir la boca equivalía a ponerse del lado del enemigo (p. 247).


Imposible decir adiós
Han Kang
Traductora: Sunme Yoon
Random House
Bogotá, 2024 (primera edición 2021)
252 páginas

martes, 15 de octubre de 2024

La clase de griego, de Han Kang

Si "La vegetariana" parte de la pregunta ¿qué pasa si una mujer decide dejar de comer? "La clase de griego" parece ser la respuesta a ¿qué pasa si una mujer decide dejar de hablar?. Al igual que en "La vegetariana", en "La clase de griego" la premio Nobel Han Kang habla de sueños, pesadillas, de mujer divorciadas en la conservadora sociedad contemporánea de Corea, en donde el machismo se observa desde la aniquilación de la voz femenina hasta escenas de mujeres que reciben bofetadas. Hay también en los dos libros manchas marrón de sangre seca en la ropa, numerosos personajes sin nombre y 
árboles que se mueven como si fueran humanos o animales. Hay un lenguaje poético y reflexión sobre las honduras de la condición humana. Hay muchos elementos comunes y sin embargo la experiencia lectora es tan distinta que por momentos parecen libros escritos por dos autores diferentes. 

Mientras "La vegetariana" tiene un ritmo trepidante, de vértigo, en La clase de griego se privilegia la lentitud. La autora presenta a un profesor de griego que está a punto de perder la vista y a una estudiante de esta lengua muerta que, por segunda vez en su vida, ha dejado de hablar. El encuentro entre un hombre que pronto verá en sueños y una mujer a la que él no puede oír y tampoco podrá ver provoca una necesidad de aguzar otros sentidos. 

En esta novela Han Kang habla menciona el racismo que sufren los coreanos en Alemania, pero no se trata de una novela de denuncia. Hay dos cuerpos que transitan por Seúl en profunda soledad y la desconexión sensorial es la metáfora de sociedades en las que hay poco contacto. La obra también es una oda a la literatura, desde Borges hasta Platón: una reflexión sobre el sistema de pensamiento que se pierde cuando se muere una lengua, sobre las distintas dimesiones de significado que tienen las palabras a través de los siglos y sobre los lenguajes no convencionales, como la lengua de señas, el braille y otros sitemas. 

"La clase de griego" es una obra para paladear, para detenerse con lentitud en cada página, en los párrafos que son poemas, en las frases que evidencian por qué este premio Nobel estuvo bien asignado.


Algunos subrayados

sentía vergüenza de las oraciones que se desprendían de su lengua y de sus dedos como blancos hilos de telaraña (p. 15).

El lenguaje, que la aprisionaba y la hería como una prenda hecha con miles de alfileres, desapareció de un día para otro. Podía oirlo, pero su silencio como una gruesa y compacta capa de aire se interponía entre el caracol de sus oídos y el cerebro (p. 15). 

Una vez que alcanza su cota máxima, la lengua cambia hacia formas más sencillas, descendiendo en una curva suave y gradual. En cierto modo se trata de un deterioro, de su decadencia, pero desde otro punto de vista, supone un avance. Las lenguas europeas de hoy en día son el resultado de un largo proceso de evolución que las hizo menos estrictas, menos elaboradas y menos complicadas (p. 29). 

La gente cree que cuando dejas de ver bien empiezas a oír mejor, pero eso no es cierto. Lo que percibes, sobre todo, es el paso del tiempo (p. 38). 

Aunque cada tanto ocurra algo que valga la pena recordar, se borra sin dejar rastro alguno, sepultado bajo la mole gigantesca y opaca del tiempo (p. 39). 

descubrí que estar enamorado era como estar poseído (p. 44).

yo no habría necesitado tu voz tras quedarme ciego, pues, al mismo tiempo que el mundo visible se alejase de mí como la bajamar, nuestro silencio se había ido perfeccionando a la par (p. 47).

Simplemente no le gustaba acaparar espacio. Todo el mundo ocupa un espacio físico proporcional al volumen de su cuerpo, pero la voz se propaga a una distancia aún mayor. Y ella no deseaba amplificar de ese modo su persona (p. 50).

Para ella no existía una forma de relacionarse más inmediata y directa que la mirada, pues era la única forma de establecer contacto sin tocarse (p. 54). 

A veces no se siente como una persona, sino más bien como una sustancia, una materia sólida o líquida en movimiento. Cuando come arroz caliente, se siente arroz; cuando se lava la cara con agua fría, se siente agua (p. 58).

últimamente todo lo que escribo se convierte enseguida en algo apagado y sin vida (p. 72).

A veces me quedo pensando
en lo extraño que es formar parte de una familia,
en lo extrañamente triste que es eso (p. 78).

Cuando algún día escriba un libro, me gustaría que también tuviera una edición en braille, para que alguien lo leyera pasando sus dedos por cada letra y cada línea hasta el final. Eso sería como... una auténtica conexión, como tocar de verdad a esa persona (p. 107).

Que cuando le devolvamos al mundo material la vida, lo más frágil, blando y triste que poseemos, no recibiremos ninguna compensación. Que cuando llegue ese día, no podré recordar todas las experiencias que habré acumulado hasta entonces en términos de belleza (p. 117).

Tomé conciencia de que el cuerpo humano es triste, de que está lleno de zonas cóncavas, suaves y vulnerables, como brazos, axilas, pecho y entrepierna; de que es un cuerpo nacido para abrazar y desear el abrazo de alguien (p. 120).

Con el tiempo... sólo veré en sueños (p. 148).

Me aterra no poder enmendar las palabras una vez pronunciadas, que esas palabras sepan mucho más de lo que yo sé (p. 155).



La clase de griego
Han Kang
Traducción de Sunme Yoon
Penguin Random House
Bogotá
Septiembre de 2023 (publicado originalmente en coreano en 2011)
176 páginas

lunes, 14 de octubre de 2024

La vegetariana, de Han Kang

Yi Sang (1910-1937) fue un poeta coreano que vivió en la época en la que su país fue ocupado por Japón. Murió a los 27 años (la mítica edad de la muerte de Janis Joplin, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain y Amy Winehouse, entre otros artistas) y es posible que su nombre hubiese sido olvidado si la premio nobel de literatura 2024, Han Kang (1970), no hubiese leído su verso 
"Creo que los humanos deberían ser plantas".

Con esa idea Han Kang escribió en el año 2000 el relato "Los frutos de mi mujer", la historia de una mujer que se convierte en planta, su marido la siembra en un matero y la mata se seca luego de dar unos frutos. "Los frutos de mi mujer" fue el primer fruto de Han Kang a partir de la semilla sembrada por Yi Sang, pero el verso siguió germinando hasta terminar en "La vegetariana" una novela de 2007 que sigue trabajando la idea de una mujer-planta, aunque sin la fantasía de su primer relato.

Yeonghye es una mujer ordinaria, corriente, ni fea ni bonita, cuya mayor rareza consiste en que a veces prefiere no usar brasier. Eso cuenta sobre ella su marido, quien con extrañeza observa cómo, de manera súbita, Yeonghye decide dejar de comer carne. La primera parte de la novela está narrada desde el punto de vista del marido, quien observa a una mujer que se convierte en una extraña para él. Su dictamen es que perdió la razón.

La segunda parte de la novela ocurre casi dos años después y la cuenta el cuñado, un artista visual casado con Inhye, la hermana mayor de Yeonghye. Él le propone a su cuñada posar para un video arte que imagina, en donde el cuerpo desnudo es un lienzo en el que él pinta flores de colores. Las imágenes y el potente erotismo de esta segunda parte constituyen uno de los momentos más sublimes de la novela, y uno de los pasajes eróticos más destacados de la literatura contemporánea, en donde, además, la autora cuestiona esa línea difusa entre arte erótico y pornografía.

La última parte la narra Inhye, con Yeonghye internada en un hospital mental. Yeonghye ya no quiere comer: no solo rechaza la carne sino cualquier tipo de alimento. Sólo necesita agua y sol, como las plantas.

Han Kang logra con maestría crear todo un simbolismo alrededor de la falta de autonomía de las mujeres, de su borrado cultural (la voz de Yeonghye apenas aparece brevemente en el relato) y del rechazo o la repulsión que provoca lo humano. Es también un útil retrato para conocer algunas marcas culturales coreanas: la familia de Yeonghye se disculpa con su marido por el cambio súbito de ella (como si el marido hubiese hecho una especie de "favor" al casarse, o la familia de la novia estuviera en deuda) y hay dos escenas de violación cometidas por esposos en contra sus esposas. 
 
La vegetariana es un relato crudo, duro, impactante, en el que la reflexión sobre la autonomía humana y la posibilidad de romper normas sociales está en el centro.

Algunos subrayados
Cuando alguien cambia de un modo an tajante, no hay más remedio que seguirle la corriente (p. 21).

A veces pensaba que no era tan malo convivir con una mujer rara. Vivíamos como si fuéramos desconocidos o, mejor dicho, como si ella fuera mi hermana o la empleada doméstica que hacía la comida y limpiaba la casa (p. 34). 

sentía que detestaba con todas mis fuerzas a mi mujer (p. 45). 

si no comes carne, te devorará el resto del mundo (p. 49).

son gritos, alaridos apretujados, que se han atascado allí. Es por la carne. He comido demasiada carne. Todas esas vidas se han encallado en ese sitio. No me cabe la menor duda. La sangre y la carne fueron digeridas y diseminadas por todos los rincones del cuerpo y los residuos fueron excretados, pero las vidas se obstinan en obstruirme el plexo solar (p. 49).

se podía sentir en ella la fuerza de un árbol silvestre y sin podar (p. 62).

y en los momentos en que se encontraba en casa se le veía incómodo como un viajero alojado en un hotel de paso (p. 122)-

existía un abismo entre sus apasionados trabajos y su vida cotidiana, en la que se veía como un pez encerrado en una pecera, hasta tal punto que no parecía ser la misma persona en uno y otro ámbito (p. 123).

Tu propio cuerpo es lo único a lo único a lo que puedes hacer daño. Es lo único con lo que puedes hacer lo que quieras. Pero ni eso te dejan hacer (p. 162)
 
La vegetariana
Han Kang
Traducción de Sunme Yoon
Editorial Penguin Random House
Bogotá
2024 (primera edición en coreano: 2007)
168 páginas