lunes, 26 de febrero de 2024

Cien cuyes, de Gustavo Rodríguez

Cien cuyes es una novela sobre la vejez, la muerte, el deseo de morir y también el de vivir. Ocurre en Lima en la época contemporánea, pero hay capítulos al estilo "road movie" que nos llevan a la playa y también al norte del país. 

Eufrasia Vela es una mujer que trabaja cuidando ancianos. Les ayuda a lidiar con las angustias propias de la edad y la cercanía de la muerte pero, en cambio, poco sabemos de las angustias de Eufrasia y de los cuidados que necesita. Así, entre casas habitadas por viejos en soledad, y un ancianato en el que la única compañía son los otros viejos, Eufrasia es una especie de ángel lleno de alegría y vitalidad, de cariño y cuidado. Es, también, la mujer que amorosamente ayuda a morir a estos viejos, y ese dilema, el de la eutanasia y la muerte digna, aparece en esta novela con naturalidad y calidez, sin asomo de prejuicios o de juicios moralizantes. Las cosas se hacen porque hay que hacerlas, porque es bueno hacerlas, y no hay demasiadas preguntas para hacerse alrededor de su conveniencia.

Cien cuyes ganó el Premio Alfaguara 2023 y en realidad no sé si mereciera este galardón. Hay subtramas que emergen sin suficiente construcción narrativa, y otras que, después de mucha tensión, se disuelven de manera mágica. En ese sentido creo que hay debilidades en la verosimilitud de la historia. No obstante, es claro que la novela presenta un retrato de Lima y de las exclusiones peruanas, y aborda con sensibilidad la soledad de la vejez contemporánea en las grandes ciudades.


Algunos subrayados
a cierta edad hay heridas que ya no dependen del calcio ni del resto de la tabla periódica (p. 13).

Pasado cierto límite, que, según la persona, varía desde el digno uso de un bastón hasta la orpobiosa limpieza del culo, sobreviene el terror (p. 13).

esa era una de las características de envejecer: no saber nunca si se acaba de hacer algo por última vez (p. 22).

La gran tragedia de doña Carmen radicaba en que tenía un cuerpo muy deteriorado, pero una mente afinada (p. 35). 

Llega una edad en que la felicidad consiste en que nada te duela demasiado (p. 37). 

La felicidad es eso que hoy das por descontado (p. 40). 

Aquí los hijos de ingleses y de gringos siempre han valido más que los hijos de cualquiera (p. 47). 

ser el único receptáculo del dolor de otro ser humano implicaba pagar un alto precio emocional (p. 60). 

No era, como su progenitora solía decir, que la ociosidad fuera la madre de todos los vicios, sino que era la puerta abierta a todos los pensamientos (p. 63). 

Deberíamos hablar de la muerte con la misma naturalidad con la que hablamos del nacimiento. ¿Te has dado cuenta de cómo nos inventamos maneras de no nombrarla? "Fulano ya no está con nosotros". "Pasó a otro plano". "Trascendió". "Ahora duerme el sueño de los justos". ¡Murió, carajo!. (P. 92).

los viejos se parecen a los infantes no solo en la indefensión física, sino también en que necesitan de adultos activos que peleen por sus derechos (p. 99). 

se sintió estúpido, como en cada velorio en que se había visto en el trance de rendirle respetos a un muerto. En rigor, pensaba, no se trataba más que de materia orgánica en proceso de descomposición, pero la gente les añadía a esos restos historias atadas a sus emociones (p. 112). 

las clases sociales también heredan códigos materializados en objetos (p. 115).

a los muertos hay que agasajarlos cuando aún respiran. Faltaba más (p. 115). 

los niños que no ven muertos a sus seres queridos, luego desarrollan síntomas (p. 118). 

la palabra "elegancia"; una noción difícil de definir, pero reconocible apenas es vista, porque la elegancia es como el poder: quien se esfuerza en decir que la tiene, es porque no la tiene (p. 122).

Quizá envejecer fuera eso, pensó, que cada porción de tiempo por afrontar se convirtiera en una fracción cada vez menor de lo vivido (p. 131).

La mayoría de las personas no tenía tiempo para pensar, debían trabajar y trabajar, y por eso pocos filósofos salían de entre los pobres (p. 132).

Islas de progresismo en las que se hablaba combativamente de feminismo y equidad, hasta que llegaba el momento de servir el café o de partir la torta de cumpleaños: los varones se dejaban llevar por la inercia que había gobernado sus historias y las mujeres presentes se colocaban el delantal simbólico (p. 146). 

cuando una mente muere, también muere un mundo en el universo (p. 155).

a las personas, incluso las más queridas, se las va olvidando en la medida que nos son menos útiles (p. 223). 



Cien cuyes
Gustavo Rodríguez
Editorial Alfaguara 
Marzo de 2023
Bogotá
264 páginas

sábado, 10 de febrero de 2024

El aparato que late, de María Antonia León

En el prólogo que presenta el libro de poemas "El aparato que late", de María Antonia León (Manizales, 1985), la poeta 
Camila Charry Noriega escribe: "Y aunque la poesía no pretende la verdad absoluta, hay algo innegable y es su deseo de hacer de cada cosa una pequeña verdad para que todo merezca su justo lugar en este fragmento que es la vida", y lo dice para señalar el virtuosismo de los poemas de María Antonia León, en los que el ser humano es "solo algo más, no lo principal ni lo más importante". 

"El aparato que late" fue el primer libro publicado por María Antonia León. Apareció en 2021 y antecede a su novela "El oráculo térmico", de 2023. El volumen reune 45 poemas cortos, ricos en imágenes y sensibles al tacto, en los que es posible identificar formas y texturas de objetos y cuerpos. Cada poema trae al final el año de escritura, desde 2008 hasta 2020, pero no se presentan en forma cronológica porque no son una antología poética de la autora, sino un recorrido poético que va desde la imagen de un insecto sin alas en el nido, hasta el despliegue de un cuerpo deseante pide: "ven, la rebelión nace en la raíz de un maxilar".


El cuerpo femenino es una constante en buena parte de estos poemas. El deseo, el hastío, la piel, la herida y la cicatriz se presentan de frente, en primer plano. El cuerpo que las mujeres de hace un siglo no nombraban, porque se esperaba de ellas un cuerpo mariano, aparece en estos poemas de María Antonia León no sólo con claridad sino, además, con protagonismo. 

En su poema "Genética" (2012) escribe:

Soy mujer,
una llaga abierta por donde sale el mundo
hasta el mundo. 

Hago la referencia a las mujeres escritoras del pasado porque es claro que María Antonia León las ha leído y las reconoce como sus antecesoras. Varios poemas incluyen epígrafes de versos de autoras colombianas como Maruja Vieira, Meira Delmar y Luz Mery Giraldo, así como de la mexicana Rosario Castellanos y de  Virginia Woolf, Ana Ajmátova y Emily Dickinson. Ese gesto de incluirlas en su propia obra se complementa con otro que parece accidental pero me parece relevante: Camila Charry, la prologuista, Natalia Mejía Echeverri, la autora de la foto de la portada, y María Antonia León hicieron parte del equipo que lideró Pilar Quintana y que editó la Biblioteca de Escritoras Colombianas, que circuló en 2022. Ellas se han dedicado al rescate de autoras del pasado y en este volumen María Antonia León dialoga con ellas en la medida en la que presiona al lenguaje para encontrar nuevas formas de nombrar inquietudes antiguas. 

Pulso
El papel
es la cárcel blanca
desde donde calco el mundo
engaño y juzgo
me suicido
y me reprimo.

(2010)

 
El aparato que late
María Antonia León
Editorial Domingo atrasado
Bogotá, enero de 2021
72 páginas