domingo, 6 de abril de 2014

San Mateo y el ángel, de Miguel Ángel Manrique

San Mateo y el ángel es un cuento largo, construido a partir de cinco cartas, en las que se narra el periplo de un cuadro que se le atribuye a Caravaggio. La obra fue pintada en 1602, recorrió de manera clandestina distintos países hasta terminar quemada en Berlín al final de la Segunda Guerra Mundial.

El cuadro existió y los principales hechos que se narran en el relato son producto de la investigación documental. No obstante el escritor crea un narrador, un narratario y utiliza el recurso del género epistolar para explicar en primera persona los avatares de la obra por distintas zonas de Europa.

Algunas frases:
-Los hombres modernos -dijo mister Feeney- quisieron ser ricos. Lo unico que lograron fue producir, acumular y clasificar objetos, cosas, basura.

Estoy muy delgada, las ratas, en cambio, se ven bien alimentadas.

Creo, Grace, que el acto más salvaje y deshumanizador que puede cometer un hombre es destruir las obras que nos han legado otros hombres. No entiendo cómo podemos quemar libros o cuadros.


San Mateo y el ángel
Miguel Ángel Manrique
Taller de Edición Rocca
Bogotá
2011
73 páginas

miércoles, 2 de abril de 2014

Temporal, de Tomás González



Después de las montañas de Abraham entre bandidos, o la finca de La Historia de Horacio y Los caballitos del Diablo, Tomás González vuelve al mar. El mar que se vislumbra entre la ciudad de La luz difícil, y que es tan relevante en Primero estaba el mar, su primera novela.

En Temporal el mar es tan protagonista como puede serlo en El viejo y el mar, el clásico de Ernest Hemingway. Y es que es muy difícil leer Temporal sin recordar la historia de Santiago el pescador solitario. Acá también hay una jornada de pesca, una pesca formidable y luego el mar arrebata lo que antes se ha sacado con tanto esfuerzo. Pero a diferencia de Santiago, los pescadores de Temporal no van solos. Son tres: El padre odiado y sus hijos mellizos, Mario y Javier, tan distintos en todo que no se confunden en ni una sola línea del relato.

Si algo le compite en protagonismo al mar en esta historia, es el odio. El odio de los hijos al padre, del padre a los hijos, del padre a la madre y viceversa. Un odio que define a la familia y que el escritor califica como frío.

Creo que esta no es la mejor novela de Tomás González, pero es una excelente novela. Es tan buen escritor que tiene obras mejores que ésta, en mi concepto. No tiene el humor que caracteriza otros de sus libros, pero sí ese lenguaje desenfadado, seco, sin adornos ni artificios. Un lenguaje directo, despojado de todo artilugio, que suena tan tan tan natural que debe tener mucho trabajo de edición detrás.

Algunas frases:

Nunca es mucha la plata para eso de comprar libros, así sean usados

A Javier lo exasperaba la manía de Mario de decir que no le había pedido el ser a nadie y que mejor habría sido no haber nacido, y se debía controlar para no responderle que eso uno no lo pedía, ser o no ser, no seas marica, eso te llega y es cosa tuya si te pegas un tiro o metes la puta cabeza al inodoro, a nadie le importa un soberano culo.

La admiración que alguna vez sintió por él –única forma de amor que el viejo al final hizo posible- había desaparecido hacía ya mucho tiempo. El poder absoluto quizás deslumbre a un niño, no a un joven.

Javier tendía a concluir que la vida no era más que un perpetuo entrar a los infiernos y salir de ellos.

“Aquí se cansa uno a la larga de contemplar tanto hijueputa atardecer, creeme”.

Ustedes, güevones, nacieron con el pan debajo del brazo. No es sino salir y agarrar el pescado y volverse para la casa a fritarlo y comérselo. Los cocos les caen en las mismas cocorotas desde las palmas. El plátano y el arroz no valen nada. Pero ni eso hacen estos negros vagos.

Su ira reapareció y se hizo fría.

En los libros que hasta ahora había leído casi nunca había gente feliz.

En alguna parte Javier había leído que uno no nace para ser feliz sino para admirar el mundo. Cuando llega la alegría, lo hace sin ton ni son y porque le dio la gana.

Aunque mucho menos intensa e ingenua que en Mario, en Javier la conciencia de la crueldad de la Creación es constante. No era por lástima de los animales sino más bien por sentido estético que tanta matazón lo asombraba –pues las cosas son como son, y a quién carajo le importa una gallina-. Y además, siendo Dios tan poco escrupuloso en lo que a justicia se refiere, ellos, llegado el caso, tendrían, ¿cierto?, la opción de hacer lo que quisieran. Cosa que nunca había ocurrido, por supuesto, al menos no en instancias graves, pero esa decisión de respetar a los demás es algo que uno toma libremente, piensa Javier, y libremente puede dejar de tomar según le dé la gana.

Con la idea de dar un toque ambientalista, bueno siempre para el negocio, puso basureros de plástico verde abrazados a los troncos de las palmas y avisos en las duchas, que decían: “El agua es de todos, cuídela”. Pero era realista y se ahorró los costos de un nuevo pozo séptico”.

Fugaces en su eternidad, como todo lo demás, son las tormentas.



Temporal
Tomás González
Alfaguara
2013
147 páginas