jueves, 22 de marzo de 2012

La carroza de Bolívar, de Evelio Rosero

El protagonista de esta novela tiene el improbable nombre de Justo Pastor Proceso López, está casado con Primavera Pinzón, es padre de Luz de Luna y Floridita, y es vecino de Arcángel de los Ríos.

Así como los nombres es esta novela: recargada, barroca. Una novela en un estilo contrario o al menos distinto de las novelas que se escriben ahora, tan urbanas, tan simples, tan cotidianas, en las que no pasa mayor cosa. 

Acá pasa de todo, entre otras cosas porque son al menos dos novelas unidas en una. Como las capas de la cebolla, una está contenida en la otra. Por un lado está la historia de Justo Pastor, médico ginecólogo que vive mal con su esposa, tiene amantes, sus hijas lo odian, se prepara para el Carnaval de Pasto y decide patrocinar una carroza que revele la verdad sobre el Libertador. Y por otro lado está la historia de Bolívar que se quiere revelar: la que contaron sobre él Carlos Marx y el historiador José  Rafael Sañudo. A esas dos historias se suma la de un grupito de universitarios que aspira ser célula guerrillera urbana en Pasto, en los años 60.

Uno no sabe si el autor quería hacer una novela sobre el Carnaval de Pasto, o quería hacer una novela sobre Bolívar, o quería hacer dos novelas distintas y de pronto decidió juntarlas con la disculpa de la carroza. El caso es que aunque está bien escrita y la historia es clara, la segunda de las tres partes en que se divide la novela, que es la que se centra en Bolívar, se siente como incrustada artificialmente en  el relato del Carnaval.

En la descripción del Carnaval Rosero es prolífico en enumerar barrios de Pasto por los que corren los personajes, lo cual resulta útil para la cartografía literaria de la ciudad y sin duda es un referente claro para quienes habitan o conocen bien esa región del país. El resto de los lectores, más que nombres de barrios, habríamos agradecido un poco más de descripción del territorio para ubicar mejor el escenario.

Con todo y lo anterior, es una novela amena, con unos personajes claros y pintorescos y con un afán por contar una historia sobre Bolívar que no nos han contado y que refresca un poco el panorama de tanta loa al Libertador que se vio con motivo del Bicentenario. Acá Bolívar aparece como un sanguinario matarife, interesado en raptar jovencitas de 13 años y en "ganar indulgencias con padrenuestros ajenos", ya que el autor lo describe como un oportunista y un cobarde en el campo de batalla. Las traiciones a Miranda y a Piar, que William Ospina muestra en "En busca de Bolívar" (libro que ya reseñé en este blog), como los hechos inexplicables de un hombre adelantado a su tiempo, Rosero los muestra como actos de barbarie sin justificación alguna. 

A continuación las frases. Rosero es un maestro del aforismo, de las frases cortas y lapidarias: 
"con seguridad la devota me odia desde que dije que Dios era otro mal invento de los hombres".

"la broma vuela cerca de la maledicencia, es el viento con su mentira cargada de acusación, una broma  -o su burla- podía resultar más despiadada que un susto de muerte, era preferible un susto cualquiera a una broma cualquiera".

"él y su mujer no tenían que ver ni en la cama ni en la tierra ni en el aire: el más penoso aburrimiento, el que soporta cargas de odio se cernía sobre ellos, hacía tiempos".

"hay tantas maneras de amar con resignación".

"lo único redimidor de la vejez es que uno va envejeciendo al tiempo que los amigos".

"el infierno es el aburrimiento".

"no hay hombre, por más viejo que sea, que no crea poder vivir otro día".

(Bolívar) "realmente fue un creativo publicitario y se inventó un genio, él. Fue el auténtico pionero de la publicidad política contemporánea, a partir de una única agencia: él en su caballo dictando folletines de grandiosidad a sus amanuenses, que debían ser relevados, extenuados de la epopeya interminable que el héroe inventado dictaba de sí mismo".

"Seguramente cerró los ojos y cumplió órdenes, porque eso de "cumplir órdenes" era y es la excusa universal de las matanzas".

"el doctor decía que los niños eran felices porque no conocían el amor. Y no conocen sobre todo la vejez, completó el joven".

"mi problema no era estar solo sino conmigo".

"las piernas de las mujeres son en realidad tijeras: tú ya sabes qué te cortarán".

"A usted ni la ciencia la podría explicar".



Evelio Rosero
La carroza de Bolívar
Editorial Tusquets
México
2012
388 páginas

lunes, 5 de marzo de 2012

Tokio blues, Norwegian Wood, de Haruki Murakami

Voy a empezar por el final, es decir por la conclusión que quisiera que quedara de esta reseña: Este libro hay que leerlo. Si sólo van a leer un libro este año, que sea éste.

Esta es una novela con banda sonora y trasfondo culinario, literario y cinematográfico. Watanabe, el narrador de la historia, nos cuenta qué está leyendo, que está oyendo, qué película vio o qué comió en distintos episodios del libro, y esas elecciones no son gratuitas. Para un lector occidental se pueden escapar muchos guiños de la cocina japonesa, pero las claves literarias y musicales, al menos esas dos, son clarísimas: Norwegian wood, el subtítulo del libro, es una canción de los Beattles que habla de una ocasión en la que al "cantante" lo invitan a pasar una noche en una cabaña rústica y él espera todo el tiempo "el momento adecuado", pero tarde en la noche la anfitriona le anuncia que es la hora de dormir. Por su parte, el narrador lee varias obras (menciona a Truman Capote, John Updike, Scott Fitzgerald, Raymond Chandler, Eurípides, Balzac, Dante, Joseph Conrad, Dickens) pero buena parte del tiempo lo dedica a La Montaña Mágica de Thomas Mann, ese lugar maravilloso, frío, rodeado de aire saludable, al que acuden enfermos terminales en busca de mejoría. En otra parte habla de El Guardián entre el Centeno, el clásico de Salinger sobre un joven incomprendido y errante. Junten esas historias, la de la canción y las de los libros de Thomas Mann y Salinger, y ya tienen al menos parte de la historia.

Pero no se necesita haber oído a los Beattles o haber leído La Montaña Mágica, para leer el libro. Al contrario, Murakami tiene una prosa clara, vertiginosa, que le impide al lector soltar el libro. Mezcla muy hábilmente drama con suspenso y humor. La historia ocurre en Tokio entre 1968 y 1970, en un Tokio bastante occidentalizado y parecido a cualquier otra ciudad grande. Los personajes principales son estudiantes universitarios que rondan los 20 años y entre las clases, la poca plata, los romances y el sexo van describiendo de forma magistral la fragilidad de la vida, el valor de los instantes, lo grabados que se quedan en la memoria pequeños detalles de situaciones que no se repetirán.

Así como a veces uno queda tarareando varios días una canción que le gustó, o queda con escenas grabadas de películas que le gustaron y que regresan a la mente de un momento a otro, así mismo pasa con los personajes de esta obra: Naoko, Kizuki, Midori, Reiko, Watanabe... de pronto uno se sorprende pensando todavía en ellos, muchos días después de haber cerrado la última página del libro.

En alguna parte de "Era lunes cuando cayó del cielo", la novela que ya les comenté de Juan Diego Mejía, dice que cualquier escritor que vaya a hablar del suicidio debe leer "Tokio Blues", de Murakami. Tiene razón.

Las frases (ojo a la última):

"pensé en la infinidad  de cosas que había perdido en el curso de mi vida. Pensé en el tiempo perdido, en las personas que habían muerto, en las que me habían abandonado, en los sentimientos que jamás volverían".

"Pensaba en mí, pensaba en la hermosa mujer que caminaba a mi lado, pensaba en ella y en mí, y luego volvía a pensar en mí. Estaba en una edad en que, mirara lo que mirase, sintiera lo que sintiese, pensara lo que pensase, al final, como un bumerán, todo volvía al mismo punto de partida: yo".

"La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella".

"Leía muchísimo más que yo, pero tenía por principio no adentrarse en una obra hasta que hubieran transcurrido treinta años de la muerte del autor. "Sólo me fío de estos libros", decía.
- No es que no crea en la literatura contemporánea, pero no quiero perder un tiempo precioso leyendo libros que no hayan sido bautizados por el paso del tiempo ¿Sabes?, la vida es corta".

"Llegué a la conclusión de que la educación universitaria no tenía ningún sentido. Y decidí tomármelo como un período de aprendizaje del tedio".

"Me explicó que no estamos aquí para corregir nuestras deformaciones, sino para acostumbrarnos a ellas. Afirmó que uno de nuestros problemas es la incapacidad de reconocerlas y aceptarlas".

"Bañado por la suave luz de la luna, su cuerpo tenía el lustre de la carne recién nacida, y casi despertaba compasión".

"En este mundo hay gente que, a pesar de estar dotadas de un talento excepcional, son incapaces de realizar el esfuerzo necesario para sistematizarlo, y su talento se acaba malogrando".

"Las personas, al morirnos, dejamos atrás unos pequeños y extraños recuerdos".

"Cuando uno está rodeado de tinieblas, la única alternativa es permanecer inmóvil hasta que sus ojos se acostumbren a la oscuridad".

"Entre las sábanas, oyendo cómo caía la lluvia, unimos nuestros labios y hablamos de todo lo imaginable, desde la formación del universo hasta cómo nos gustaban los huevos duros".

"Tranquilo, Watanabe. No es más que la muerte. No te preocupes".

"El conocimiento de la verdad no alivia la tristeza que sentimos al perder a un ser querido. Ni la verdad, ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar esta tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar este dolor esperando aprender algo de él, aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva para nada la próxima vez que la tristeza lo visite de improviso".


Haruki Murakami
Tokio blues, Norwegian wood
Editorial Tusquets
Barcelona
1987
381 páginas

domingo, 4 de marzo de 2012

El cine era mejor que la vida, de Juan Diego Mejía

Esta novela de Juan Diego Mejía tiene el sabor de la nostalgia porque ocurre en una ciudad que ya no existe. Pasa en Medellín, pero en el Medellín de antes del metro, antes de Pablo Escobar, antes del narcotráfico y las bombas. El narrador es un niño de 8 años que vive en un caserón del barrio Manrique, con su mamá Laura y su papá Mejía, que trabaja en El Caballero, un almacén de ropa, zapatos y variedades en Guayaquil. 

Esta novela ganó en 1996 el Premio de Novela de Colcultura y es quizás el libro más conocido del autor.  Recrea el mundo infantil del narrador, con sus juegos de vaqueros, sus lecturas de piratas, su interés por el fútbol y su gusto por el cine, pero también desde la mirada del niño se cuentan las angustias familiares por la plata que no alcanza, el negocio que no prospera, el papá que bebe más de la cuenta. Tiene un lenguaje preciso, lleno de imágenes, con poca digresión y en cambio muchas escenas que muestran las situaciones en vez de explicarlas. 

Las frases:
"Por un instante no hubo un solo ruido en el universo. El viento pasaba en oleadas silenciosas".

"Es una pequeña vieja que usa pulseras de imanes para controlar los dolores del reumatismo, y en el esfuerzo por escuchar el reacomodamiento del polvo de sus huesos se olvidó de oír los sonidos del resto del mundo. Doña Elisa es sorda como una piedra".

"Yo creo que Mejía buscaba algo y se pasó toda su vida tratando de encontrarlo sin saber exactamente que era. Nunca lo vi completamente feliz".

"Mejía se retira a su escritorio al fondo de la nave. Desde allí los mira moverse como hormiguitas. Los escucha aplaudir y cantar en coro la palabra "alaordensiga", "alaordensiga", que se convierte en el abracadabra de El Caballero, y la gente empieza a entrar como sonámbula".


Juan Diego Mejía
El cine era mejor que la vida
Ediciones Pluma de Mompox SA
Cartagena
2011 (1 ed 1997)
128 páginas