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domingo, 8 de septiembre de 2024

Manu, de Octavio Escobar Giraldo

No tengo claro a partir de cuántos libros publicados se puede empezar a decir que un autor es un escritor prolífico pero creo que Octavio Escobar Giraldo ya lo es. En este espacio he comentado más de 10 títulos suyos, entre novelas, poemarios y libros de cuentos. 

"Manu", su último libro, es el cuarto que dedica al público infantil y juvenil, después de Las láminas más difíciles del álbum, El mapa de Sara y El viaje del príncipe, aunque también al menos la mitad de los cuentos de El color del agua podría caber en esa categoría de "literatura infantil y juvenil", que siempre resulta tan problemática. ¿Qué es un libro infantil? Tener como protagonista a un niño o adolescente no necesariamente lo define, porque dudo que alguien considere El diario de Ana Frank como un libro infantil. ¿Es el tema? ¿Es el tono? La categoría de "literatura infantil" apela a un lector de nicho, limitado a un rango de edad, pero yo misma publiqué el año pasado "Sakas", un libro que se supone que también va para ese público, y en las dedicatorias que firmé escribí algunas veces que el libro es para el niño interior que habita en cada lector, independiente de la edad biológica que revele la cédula.

Mi niña interior viajó con "Manu" a través de los túneles que conectan a todas las ciudades del mundo y que salen de las piscinas de pelotas que hay en los centros comerciales. Comprendió perfectamente la explicación según la cual los cordones de los zapatos se desamarran porque en realidad son lombrices juguetonas, y admiró los atardeceres anaranjados que se disfrutan desde Manizales, con el Cerro Tatamá como límite visual.

"Manu" tiene todas las características que se esperan de un buen libro infantil: es alegre, juguetón, se lee con agilidad, su protagonista despierta simpatía y además el libro se complementa con ilustraciones hermosas, de Elizabeth Builes, que le ponen cuerpo a lo que Octavio Escobar narra.

Pero además de mi niña interior, me acerqué a la lectura de "Manu" como la adulta que soy y sabiendo que Octavio Escobar Giraldo es un escritor al que le gusta el juego y la experimentación en sus textos. Lo que encontré fue una primera capa de lectura que presenta a un personaje juguetón y fantasioso, pero, en otra capa, encontré un libro acerca de lo que no se narra. Es decir: normalmente a los escritores les preguntan "de qué se trata tu libro", o "de qué va tu novela". En este caso pareciera que Octavio Escobar se preguntó eso pero, al mismo tiempo, se preguntó también de qué no va a hablar. De identificar cuáles son los elementos claves que no se mencionan, que se le esconden al lector y que es éste el que debe aceptar sumergirse en la lectura, sin datos esenciales. 

¿Manu es Manuel o Manuela? ¿Cuántos años tiene? ¿Cómo llegó a la familia en la que vive? ¿Cuáles son los detalles de lo que ocurrió con sus padres? Las respuestas, que son claves para adentrarse en este texto, están escondidas en un túnel que sale de una piscina de pelotas de color lapislázuli.


Algunos subrayados 
Manu me explica que algunas piscinas de pelotas se comunican por túneles que recorren el mundo, y que por eso conoce Ciudad de México y Lima (p. 9).

Cuando Manu me pide que le amarre los zapatos, me insiste en que lo haga con mucho cuidado, con suavidad, porque los cordones son gusanitos que a veces hacen fiesta y se desamarran de la emoción (p. 61).

--¿Y qué es un omnívoro?
--Que come de todo --respondió mamá--. Como papá (p. 89).

las nubes se estaban coloreando de rojo y anaranjado y al fondo se veía el relieve del cerro Tatamá, que es una reserva natural que mamá y papá visitaron muchas veces y a donde llevan a los turistas. Me alegro cuando lo veo desde la ventana de nuestra habitación (p. 100).

Creo que Manu piensa lo mismo que mamá, que los libros nunca terminan (p. 110).




Manu
Octavio Escobar Giraldo
Ilustraciones de Elizabeth Builes
Editorial Planeta
Agosto de 2024
Bogotá
128 páginas

lunes, 19 de agosto de 2024

Alma de gema, de Dorian Hoyos Parra

Alma de gema es un volumen que reúne 58 poemas de la escritora manizaleña Dorian Hoyos Parra, en los que, sin unidad temática ni hilo conductor, el lector pasea por el amor, el placer, la maternidad, la naturaleza, los animales y la ciudad, entre otros asuntos.

Los poemas que Dorian Hoyos presenta en este libro son muy cortos: algunos de apenas tres líneas y los más extensos si acaso superan una página. Se trata de poemas de verso libre que parecen escritos en distintas épocas y contextos, aunque el prólogo de Juan Carlos Acevedo no informa al respecto del proceso creador. 

Más de la mitad de los poemas carecen de título y muchos son pequeñas briznas de un pensamiento o una imagen. Por ejemplo: 

Esta hija mía
que todo lo llena
hasta mi corazón

En otros se revela una consciencia social y política que también atraviesa su libro Café y ciudad, sobre la historia de Manizales. Así, por ejemplo, Dorian Hoyos a sus 75 años (el libro se publicó en 2008) habla sobre el hip hop y los parceros a quienes matan en las esquinas; sobre los niños que ya no juegan en las quebradas por estar conectados a Internet y de los afrecheros que ya no mueren por las caucheras sino por la sierra que tala los árboles.

Salvo una sucesión de ocho poemas dedicados a animales (grillo, mantis religiosa, moscas, pulga, cucaracha), en el resto del libro los poemas van sin un orden claro que proponga un diálogo entre la obra. Es una lástima esta falta de edición, porque evidentemente en un grupo tan grande de poemas sí es posible encontrar unas líneas que articulen la propuesta creadora y que permitan un viaje aún más introspectivo.


Alma de gema
Dorian Hoyos Parra
Editorial Manigraf
Manizales
Agosto de 2008
154 páginas

domingo, 19 de mayo de 2024

Niñapájaroglaciar, de Mariana Matija

Niñapájaroglaciar es el relato escrito en primera persona por Mariana Matija, diseñadora visual nacida en Manizales que se dedica a trabajar en proyectos de activismo ambientalista que buscan cambiar la relación con la tierra.

Este libro está escrito con un lenguaje singular, cercano al tono de la oralidad, que seguramente otras mujeres que crecimos a finales del siglo XX en Manizales podemos sentir tan cercano que el texto nos convierte a nosotras, las lectoras, en otras niñaspájaroglaciar, en la medida en que abre los sentidos para ver, oír y apreciar la riqueza del entorno cercano. 

Mariana Matija visita Islandia y descubre que en islandés muchas palabras se forman de unir dos sustantivos: el volcán que explotó allá se llama Eyjafjallajokull que significa algo así como Islamontañaglaciar, y así hay otras palabras que le permiten construir a la autora, desde el lenguaje, conceptos singulares que van desde tucuerpomicuerpo, para explicar la simbiosis con una gata, hasta Niñapájaroglaciar, el título del libro, que refleja bien el tipo de ser que ella es. Con ese lenguaje ella comunica y saca al exterior su paisaje interno, poblado de un amor expandido a múltiples formas de vida y a distintos lenguajes distintos al habla de los humanos.

Niñapájaroglaciar es un texto autobiográfico que trasciende en mucho la mera anécdota. Hay humor, hay una crítica al colegio, hay recuerdos de la infancia y la adolescencia, hay una lectura sobre lo que significa ser niña en una sociedad machista y hay, sobre todo, un duelo que no se enuncia como tal: el duelo por los animales que se extinguen, los glaciares que se derriten y el paisaje que cambia. Las montañas que se pueblan de árboles de aguacate, en fila y uniformados como si estuvieran en un colegio. Un duelo que duele, por sentir que el paisaje amado muere y que los humanos siguen siendo incapaces de entender que son un animal más. El animal más destructor.


Algunos subrayados 

Mi corazón se convirtió fugazmente en pájaro y se reconoció en otro pájaro y no quiero que esa sensación se me olvide (p. 10).

Llegaron a mi vida inesperadamente y, como todas las cosas bellas, trajeron un nuevo vacío, el que me quedaba en el corazón y en el estómago cuando íbamos a la cabaña (p. 12).

Cuando volví a Manizales y oí un afrechero me sentí en casa. Mi casa es la sensación que me aparece en el cuerpo al oír el canto de los afrecheros (p. 16). 

no recuerdo cómo eran los nevados cuando estaba chiquita, aunque recuerdo haberlos mirado mucho. Pero sí sé cómo son ahora y puedo compararlos con fotos tomadas antes de que yo naciera y darme cuenta de cuánto han cambiado sus glaciares. Tampoco recuerdo cómo eran los cerros que rodean a los nevados, pero me imagino que estaban menos pelados que ahora. Me gustaría recordar. Me gustaría tener fotos. Me gustaría haber tenido la lucidez para hacer un registro de los nevados y los cerros que los rodean, para poder saber cómo se han transformado (p. 18).

Están en el mismo lugar pero no siguen siendo los mismos y no todo está bien. Los glaciares están subiendo, buscando pisos térmicos más fríos que no existen. Están deshaciéndose, chorreándose en riachuelos que son tragados por la vegetación esponjosa y las lagunas del páramo. El páramo, por lo tanto, tampoco es el mismo: está tragándose a los glaciares porque no le queda más remedio, y después los deja seguir chorreando hacia abajo ya convertidos en agua que no volverá a ser hielo, o por lo menos no de ese glaciar. Tal vez llegará a una bocatoma y pasará por un tubo y llegará a un grifo de un lavaplatos en una casa en la que se convertirá en hielo de cubeta para echarle a una cocacola que será bebida por alguien que no sabe que su hielo está hecho con agua de un glaciar en extinción (p. 19). 

La memoria siempre es creativa, pero unas veces más que otras. Recuerda, sí, pero también inventa y hace collages mezclando cosas que sí pasaron y que se vivieron en primera persona, cosas que sí pasaron y que llegaron a través de la experiencia de otra persona, y cosas que no pasaron pero hacen que la historia sea más interesante o más digerible o más tolerable. Y la memoria, claro, también olvida (p. 23).

no hay malestares o bienestares, sino solo estares que a veces se sienten bien y a veces no tanto (p. 36).

No sabía que ser niña implicaba tener un límite, un borde (p. 45). 

Descubrí que unas palabras mal escogidas podían matar lo que amo (p. 50).

Yo no quería correr para darle vueltas a la misma cancha ni jugar los mismos partidos obligados de baloncesto ni darme golpes en los antebrazos con los balones de voleibol que parecían de piedra ni nada de lo que nos ponían a hacer para castigarnos por el pecado horrible de ser cuerpos, de ser niñas y cuerpos en un mundo que no nos veía como animales sino como máquinas que transportan mente (p. 53). 

El colegio era el lugar en el que me tenía que vestir y comportar igual que todo el mundo, en el que tenía que pensar en cómo sentarme porque tenía falda todo el tiempo y entonces se me veían los calzones, en el que no me podía subir a los árboles ni rodar por la manga ni correr con las perras. Era el lugar en el que si me reía mucho me ganaba un regaño. Si hablaba mucho me ganaba un regaño. Si dibujaba mucho me ganaba un regaño. Era la feria del regaño (p. 56). 

en esa temporada en la que el foco de mi atención se hizo más y más pequeño, hasta que parecía que solo cabían mis propios inflamados dramas, cuando pensaba que iba a descubrir quién era yo metida en un salón de espejos, mirándome a mí misma y a otros que se me parecieran, mirándome el ombligo sin verlo (p. 64). 

Hay gente que piensa que llorar por la muerte de un perro amado es una exageración, pero es porque nunca han amado a un perro, así que en sus vidas no cabe el vacío de esa ausencia. Para que haya espacio para ese vacío la vida se les tendría que haber expandido antes lo suficiente para contener todo ese amor (p. 66). 

Y cuando se acababan las vacaciones -o al menos la parte de las vacaciones que pasaba en la cabaña 4- y volvíamos por esa misma carretera hacia Manizales, me quedaba mirando los bordes negros de esos árboles en contraluz en un fondo de atardecer de muchos colores, y sentía esa mezcla entre tristeza y alegría que suele aparecer en el paisaje interno cuando uno se despide de un paseo y vuelve a la casa (p. 133). 

Hasta llegar a Bogotá que también está arriba y por eso también es fría, aunque es un frío que siempre sentí muy diferente al de Manizales, más seco, con menos nubes, sin miradas directas de glaciar (p. 138).

no recuerdo haberme sentido orgullosa de haber nacido en Manizales. Tampoco me avergonzaba, sencillamente no pensaba que haber nacido en una ciudad particular pudiera decir algo importante sobre mí o pudiera tener algo que ver con quién soy (p. 140). 

Manizales va a cambiar un montón cuando se termine de morir el glaciar del Poleka Kasué. Va a cambiar mucho más de lo que podemos percibir, más de lo que muchos humanos están dispuestos a reconocer. El cambio no va a ser simplemente que se deje de ver la cubierta blanca de una montaña, porque cuando se extingue un glaciar no solo se extingue ese glaciar, sino que con él se extinguen todas sus relaciones: aparecen dolores de ausencia en los paisajes internos de todos los seres que lo han amado y se extingue su propio paisaje interno. Se extinguen las conversaciones que surgen entre su brillo blanco y el de las nubes que le pasan por encima, las cartas subterráneas que le escriben sus aguas derretidas a las raíces de las plantas paramunas, se extinguen familias de rocas que se mantienen juntas bajo su peso, se extinguen las caricias específicas que el viento tiene para las formas de ese hielo, se extinguen los caminitos que ha aprendido a horadar el agua, se extinguen las canciones que canta con aire frío y que escuchamos con la piel los animales que vivimos bajo su mirada (p. 143). 

Me encerré para protegerme de la tristeza y no me di cuenta de que me metí en una jaula (p. 151).

El volcán está activo. Echa fumarolas, echa cenizas, tiembla. Tiene hielo arriba y fuego adentro. Es un borde. Un fin del mundo. Estoy suficientemente lejos para que parezca que lo único que pasa es lo grande, pero cada vez que miro procuro recordar que allá siempre está pasando también lo pequeño. Aunque yo no los alcance a ver desde aquí, allá hay conejos de páramo corriendo y escondiéndose entre los matorrales, hay pájaros haciendo nidos en las ramas de los arbustos, hay bichos escarbando la tierra y abriendo madrigueras para poner huevos, hay lluvia cayendo y rodando por los pelos de las orejas de los frailejones y por los pelos de las orejas de las vacas, hay plantas pequeñísimas haciendo hojas nuevas, hay conversaciones entre todos los animales, entre la fumarola y el aire, entre la ceniza y el hielo. Afilo los oídos para escuchar esas conversaciones pequeñas. Me dicen que la Tierra habla por arriba, por abajo, por la mitad. Habla en voces de hace millones de años. Algunas desaparecieron y ya no se oyen. Otras han cambiado tanto que parece que ya no son ellas pero todavía no se han ido (p. 189).


Niñapajaroglaciar
Mariana Matija
Editorial Rey Naranjo
Bogotá
2023
192 páginas

domingo, 2 de abril de 2023

El conejo viajero, de María Eastman

"El conejo viajero", de María Eastman de Molina, es una obra póstuma publicada dos años después de la muerte de la autora. El libro apareció en 1949 y se convirtió en el primer libro ilustrado de gran formato en Colombia, y en pionero de la literatura infantil.

María Eastman recoge en estos cuentos historias infantiles que le dan voz a animales del bosque y a objetos como un fósforo, unas pepitas de oro o una bombilla, entre otros. Se trata de relatos cortos, con muchos diálogos, en los que la autora suele darle voz a los débiles y los oprimidos, y al mismo tiempo censurar la vanidad, el orgullo y otros defectos. No obstante, no se trata de cuentos con "final feliz": en varios de los relatos la historia termina en frustración o fatalidad, y en otros hay escenas que algunos calificarán como perturbadoras. 


"El conejo viajero", el cuento que le da título al libro, ha sido reeditado en varias ocasiones, pero por ejemplo la publicación hecha por la Editorial Tiempo de Leer, dentro de la colección Tiempo de Soñar (2014) modifica la versión original y elimina un aparte en el que el conejo es descubierto por un mastín que le hinca el diente y dice: "qué lindo conejo. Lo llevaré a mi amo y mañana será un buen plato en el almuerzo". La versión edulcorada del siglo XXI no incluye esta momento, que es el punto crítico del cuento. 

En general son cuentos que tienen como trasfondo las migraciones del campo a la ciudad, las faenas campesinas de agricultura y minería y la ilusión por salir del entorno más próximo para ir a explorar el mundo. Pese a haber sido escritos en la primera mitad del siglo XX, carecen de alusiones religiosas y aunque son recurrentes las situaciones fantásticas, como los animales y objetos que hablan, se ubican en un territorio concreto que no necesita nombrarse de manera especifica: son cuentos que ocurren en las montañas antioqueñas. 

María Eastman fue profesora y se dedicó a estudiar pedagogía. Estos cuentos evidencian un doble interés por los niños: enseñarles valores a través de relatos y, al mismo tiempo, denunciar los  castigos físicos y los maltratos que padecen los niños de su tiempo. 

Los cuentos incluidos en este libro son: "El ratón erudito", "El conejo viajero", "Fósforo vanidoso", "El tesoro", "El muñequero amotinado", "La bombilla", "El retrato terrible", "Injusticia", "Los caballos que no querían amo", "Pleito de abejas y hormigas", "Mi adorada hermana", "La comadreja y la familia armadillo", "El muñeco feo", "La huerta feliz", "El niño inútil", "Minero", "Inocencia" y "Las cuatro pepitas de oro". 


El conejo viajero
María Eastman
Bogotá, 1949
Universidad Nacional
71 páginas


miércoles, 6 de octubre de 2021

Donde cantan las ballenas, de Sara Jaramillo Klinkert


La segunda novela de Sara Jaramillo Klinkert es muy distinta a la primera, Cómo maté a mi padre, y sin embargo guarda varios elementos en común: hay una niña narradora, un padre ausente, una finca como espacio principal de la acción y una narración que acompaña al personaje central en la transformación que implica el crecimiento y que se evidencia en la voz que cambia de registro.

Pero mientras Cómo maté a mi padre es una novela testimonial autobiográfica, Donde cantan las ballenas es una novela en la que la ficción está exacerbada: hay una vegetación exuberante, animales de todo tipo, personajes excéntricos, exagerados e inverosímiles y un conjunto de situaciones simbólicas que pertenecen al mundo de la fantasía y que se narran sin mayor justificación, tal y como Juan Gabriel Vásquez explica el concepto de realismo mágico en "El arte de la distorsión": como la narración de hechos extraordinarios sin el más mínimo asombro y, de otro lado, el enrarecimiento narrativo del relato de hechos ordinarios. 

Parruca es una finca en las montañas. El narrador no entrega una ubicación precisa. Allí viven Candelaria, una niña de 12 años, su madre Teresa, y su hermanastro Tobías, mayor que ella. El padre los abandonó hace pocas semanas y a la casa empiezan a llegar inquilinos, cada uno más raro que el anterior: Gabi una mujer experta en venenos, que tiene una serpiente como mascota y que se intuye que es una asesina; Santoro un hombre temeroso que se entierra en huecos que él mismo cava para calmarse; Borja, un moribundo; Facundo, un hombre que busca cierto tipo de guacamaya... y así en una sucesión de personajes que le dan a la novela un toque de artificio con reglas internas propias. 

Es una novela extraña, distinta por su temática y por la atmósfera que construye. Resulta de interés para quienes exploran el giro animal y el giro vegetal, porque la naturaleza "no humana" es protagonista importante del relato. También se enmarca dentro de las 
 
Algunas frases

Crecer no es otra cosa que tomar decisiones (p. 15).

Tomar decisiones es lo que nos hace adultos, pero arrepentirse de ellas es lo que nos hace humanos (p. 15).

Los hombres a esa edad suelen ser tontos. Y la mayoría empeora con los años, lo cual es una suerte para mujeres como nosotras (p. 16). 

Sonreía porque al fin había comprendido que cada cual es responsable de componer la banda sonora de su vida y que había vivido con un hombre que le impidió iniciar su propia composición (p. 29). 

Gruesos goterones caían sobre las láminas de aluminio que él había instalado en el techo para darle voz a la lluvia (p. 31).

A su padre le gustaba andar liviano, porque ya estaba en esa edad en que las cosas imprescindibles de la vida no son cosas (p. 32).

Aún no sabía que a veces basta tan solo un instante para separar lo inseparable (p. 32). 

Aún no sabía que a los 12 años se desean muchas cosas y casi ninguna se vuelve realidad (p. 34).

La verdadera derrota es rendirse sin siquiera hacer el intento (p. 39).

El problema de su madre era que no le ocurrían tragedias al ritmo que hubiera deseado, y por eso hacía todo un mundo hasta de las cosas más insignificantes que le pasaban (p. 45). 

Todo era posible de desintoxicar, excepto los pensamientos (p. 55). 


Nunca experimentó miedo a su lado, porque los hermanos mayores saben hacer frente a todos los peligros, de otra forma no habrían osado nacer primero (p. 62). 

No supo si era la belleza la que le otorgaba seguridad o si era la seguridad la que la hacía ver bonita (p. 69). 

Entendió las razones por las cuales los muertos tienen que ser enterrados o incinerados en un intento por ocultar sus despojos de la vista de los que quedan vivos. Para evitar que el recuerdo de la corrupción de la carne se aloje de forma definitiva en las pupilas y el hedor en algún lugar de la nariz (p. 73). 

Uno puede vivir bajo el mismo techo o dormir en la misma cama con alguien y, aun así, sentirlo a kilómetros de distancia (p. 78). 

Se preguntó si los que no cocinan son conscientes de todo el trabajo y el tiempo que hay detrás de un plato de comida. Ese día aprendió que las cosas que uno hace con sus propias manos tienen más valor (p. 83).

Uno puede huir de todo excepto de sí mismo (p. 86). 

Ella nunca había visto ninguna serpiente ni ningún animal obeso, lo que la llevó a concluir que lo anterior era un problema fundamentalmente humano (p. 95).

desprovista de esa pulsión básica que invita a interesarse por nuevas cosas o a tratar de cambiar aquellas con las que no se está de acuerdo. La inercia la obligaba a desempeñar las funciones más básicas por pura resignación, porque hacía mucho tiempo había dejado de explorar en su interior esa chispa que lo hace a uno ponerse en movimiento. (P. 98).

Llevaba tanto tiempo sin hablar con nadie de las cosas que bullían en su interior que había llegado a convencerse de que no era tan necesario hacerlo, que se podía vivir sin tener que compartir los propios pensamientos. Parecía que todo el mundo andaba muy ocupado lidiando con su propia vida y con sus propias cosas. Tal vez era hora de que ella hiciera lo mismo (p. 101). 

Una persona a la que le enseñan a sentirse culpable aceptaría cualquier fórmula con tal de dejar de sentirse así (p. 114).

Una mujer como ella podía llegar a hacer cualquier cosa por temeraria que fuera siempre y cuando no le arruinara el peinado (p. 120). 

Hombres tan faltos de confianza en sí mismos que optan por cargar una pistola y se regocijan exhibiéndola, incluso frente a las nubes, por la sencilla razón de que no tienen nada más valioso que exhibir (p. 123). 

Así como alguien llevó alguna vez el hielo a lugares incluso más remotos (p. 126). 

–¿La culpa existe?
–!Mira a quién se lo preguntas! La culpa es un sentimiento que los demás nos inoculan para hacernos sentir mal.
–Entonces sí existe.
–Existe si se lo permitimos, cariño (p. 141).

Huir no es un verbo sino un estado de la mente (p. 142). 

Hay una gran libertad en no sentirse importante para nadie, salvo para sí mismo (p. 143). 

No hay institución más siniestra que la familia (p. 143).

En las familias se ejerce un tipo de violencia callada que casi nadie logra detectar (p. 143).

Dentro de las familias hay violencia, incluso en las palabras no dichas o en el hecho de que nos asignen un rol sin cuestionar si nos viene bien o no (p. 143). 

A veces la gente más cercana es justo la que menos conocemos (p. 208).

No podía creer que tanta vida terminara reducida a semejante espacio tan diminuto (p. 229).

¿Sabes qué es lo mejor de la adolescencia? Que se acaba (p. 230). 

Pocos temas generan tanta solidaridad entre las mujeres como el de una mancha roja en el lugar equivocado (p. 259). 

Las madres se supone que son viejas, que sacrifican su belleza y su cuerpo por los hijos. Que son absorbidas y consumidas por ellos y que pierden su individualidad al punto de que nadie termina por saber dónde empieza el hijo y dónde acaba la madre (p. 263).

El mar era eso que su padre intentó describirle tantas veces, como si alguien pudiera cometer semejante empresa y no quedarse corto en el intento. Ahora lo veía con sus propios ojos: infinito, incansable, inmenso (p. 313). 

Donde cantan las ballenas
Sara Jaramillo Klinkert
Editorial Lumen
Bogotá, 2021
333 páginas

martes, 18 de mayo de 2021

Sofoco, de Laura Ortiz Gómez

Nueve cuentos alrededor del conflicto armado colombiano componen "Sofoco", el hermoso libro con el que la autora bogotana Laura Ortiz Gómez ganó el premio de narrativa Elisa Mújica en 2020. 

Son cuentos que dialogan entre sí, pero no a partir de personajes o situaciones comunes sino desde la sensación de sofoco que los atraviesa. Los cuentos de Laura Ortiz ocurren en este "paisito de narcos", en el que los soldados cantan "sube sube guerrillero, que en la cima yo te espero con granadas y morteros" y que ella relata desde los márgenes. No aparecen en sus páginas las grandes ciudades ni los poderosos, sino los ríos, los pueblos, los animales y la gente que vive el ahogo del conflicto, la violencia y la pobreza: desplazamiento forzado, tortura, guerrilla, paramilitares, violencia sexual y racismo son algunos de los hechos victimizantes que reconstruye la autora, a partir de un ejercicio literario que mezcla datos y aguda observación con un manejo de voces y tiempos que le permiten construir atmósferas opresivas, asfixiantes. 

La muerte ronda por casi todas las páginas del libro. La muerte física de la guerra, pero también la muerte de los sueños, de la infancia y de la alegría. Los personajes de Sofoco son tristes pero no resignados: casi todos los cuentos traen un punto de giro en el que el personaje intenta darle una vuelta a su destino para liberarse del terror o el tedio. 

Los textos de Laura Ortiz están construidos a partir de frases cortas, como sentencias, y de imágenes precisas del entorno en el que transcurren las historias. La ubicación geográfica no ofrece nombres propios de ciudades, pueblos o veredas que se ubiquen en el mapa, pero la descripción del territorio permite identificar con claridad los espacios en los que ocurren los relatos: espacios muy colombianos, marcados por la ruralidad y el miedo. 

Los nueve cuentos incluidos en el libro son "Aíta la muerte", "Tigre americano, panthera onca", "Mingus el ardiente", "Esperar el alud", "El corazón del señorito", "La cajita de Avon", "El último Pibe Valderrama", "Un toro bien bonito" y "Parto de vaca". En varios de ellos la autora trabaja el giro animal como una forma de potenciar la atmósfera brutal, salvaje o enrarecida que describen sus historias

Sofoco aporta en la construcción de una memoria literaria del conflicto armado colombiano y lo hace sobre todo desde sus personajes femeninos que presentan puntos de vista diversos alrededor del impacto de la violencia (incluyendo la sexual) en sus vidas y sus familias. Es, sin duda, un libro valioso. 


Algunas frases

Aíta la muerte
Una diría que la guerra es como las películas de acción. Pero no. Es quieta. Más que quieta es monótona. A la gente la matan y la matan y la matan, pero la guerra sigue (p. 9).

La guerra no se trata de nada. Es un agujero que escupe muertos (p. 9).

El ruido es enemigo del recuerdo (p. 10).

El noviazgo de pueblo se consuma en cualquier rinconcito oscuro (p. 12).

La muerte es la única cosa respetable que nos queda (p. 12).

Cuando una mujer pasa de los cuarenta, los hombres ya ni se esfuerzan en ocultar que se sienten superiores (p. 14). 

Tigre Americano, Panthera Onca
Me pongo muy triste cuando pienso en todo lo bueno y bonito que era el mundo antes de que yo naciera (p. 24). 

Doña Cleo le toma la mano y le dice: A Luisa también. Y a la Mónica. No les vaya a decir que yo le conté, a ellas les da mucha vergüenza. Pero solo le cuento esto para que vea que usted no está sola. Que les ha pasado a muchas. Ellos no tienen alma y no se merecen nada. (p. 27). 

Mingus el ardiente
Los palenqueros ya estaban hartos de recoger yanquis, darles comida, aparecer en sus documentales independientes y nunca más saber de ellos (p. 38). 

Esperar el alud
El socialismo es un verso que alcanza solo para el sexo; el piso de tierra no, nunca, será amor (p. 55).

Solías decir: Estoy curado de espanto. No era cierto. De los espantos no se cura nadie. (p. 59). 

Entre tanto advenedizo quién es Dios (p. 60). 

Los suicidios no suelen tener testigos. Voy a cerrar los ojos por pudor (p. 61). 
 
El corazón del señorito
Todos quieren amor, pero nadie quiere lavar los platos (p. 66).

¿Cómo se dice cuando puedes ver la belleza de lo que ya estás perdiendo? ¿Cómo se dice, Ricardito, cuando hay nostalgia de algo que sucede en presente? (p. 76). 

El último Pibe Valderrama
Tampoco le gustaban los niños. Solía decir: Los hijos son pedos, solo se los aguanta el dueño (p. 91).

En mi casa éramos así, apilábamos secretos, unos sobre otros, minuciosamente, haciendo un exoesqueleto familiar. (p. 98).

Como de gente que quería la aprobación del padre mundial, para existir por fuera de la cara de Pablo Escobar (p. 99). 

Un toro bien bonito
Escribir sirve para conjurar fantasmas. Traer vida a lo que se ama y lo que se odia. (p. 105). 

Parto de vaca
Lo más cercano a parir es cagar (p. 111)

El paisaje es un lujo pa´los ricos que se sientan a ver (p. 111).

Ya estoy caminando, esquivando las miradas de los vecinos, que a su vez esquivan mis miradas. Aquí en Alto Bonito nos presentimos en diagonal (p. 112).


Sofoco
Laura Ortiz Gómez
Laguna Libros
Bogotá
Abril de 2021
121 páginas

lunes, 13 de noviembre de 2017

La perra, de Pilar Quintana


En La perra ninguna palabra sobra. 108 páginas le bastan a Pilar Quintana para recrear un universo sobrecogedor, en el que el paisaje tiene directa relación con la historia: la selva y el Océano Pacífico se ven hermosos pero son traicioneros. En las playas se bañan turistas pero en sus aguas se ahoga la gente y las tormentas torrenciales, que se ven bonitas en la lejanía, se cuelan entre los techos de las casas y causan inundaciones. Así es La perra: cualquier armonía se puede romper. 

La novela se ubica en Juanchaco, a una hora en lancha de Buenaventura. Damaris vive con su esposo Rogelio en un humilde rancho. La gente ya dejó de preguntar "para cuándo los bebés". Damaris quería ponerle Chirli a su hija, pero como no se pudo bautiza así a una cachorra que le regalan. Damaris trabaja haciendo oficio y Rogelio es pescador. A veces se va la luz, a veces no tienen cómo pagarle al tendero lo que les ha fiado. Hay múltiples violencias que han sido naturalizadas y hacen parte de la vida cotidiana. La escasez en la que viven contrasta con la exuberante naturaleza que los rodea: selva, mar, toneladas de pescado, animales de todo tipo.

Dice Hemingway en su teoría del iceberg, que todo relato refleja sólo una parte muy pequeña de la historia. Lo que soporta el texto está sumergido y le corresponde al lector encontrarlo, interpretarlo. La perra no es una historia críptica o confusa. Al contrario, es clara, directa y fuerte, pero todo el tiempo invita al lector a entender lo que no se cuenta o apenas se esboza y eso le da a la novela un aura de misterio y tensión creciente. El texto es sobrecogedor.

En La perra los personajes se transforman. No hay buenos ni malos. Hay gente corriente con la que el lector empatiza en unas páginas y más adelante ya no, o viceversa. Que la escritora logre esto con tan pocos diálogos y digresiones me parece un trabajo maestro: son las acciones cotidianas de los personajes las que revelan los rasgos ambiguos y densos de sus personalidades. 

Buena parte de la literatura contemporánea refleja la urbanización de la población. Hoy casi el 80% de la gente vive en ciudades y muchos cuentos y novelas que se publican en la actualidad narran historias que se ubican en centros urbanos. La perra es un relato contemporáneo (sus personajes usan celular, ven televisión), que ocurre en una región muy poco contada por la literatura colombiana: la selva del Pacífico. Ese entorno selvático es distinto al paisaje que hace un siglo narró José Eustasio Rivera en La vorágine, pero así como a Arturo Cova y Alicia se los tragó la selva, en La perra la naturaleza no es mero decorado. Puede ser, como lo dice la autora, el lugar más terrible.


Algunas frases:
"Él quería comprarse un nuevo trasmallo y un equipo de sonido grande con cuatro parlantes, pero Damaris llevaba un tiempo pensando cómo decirle que ella no había dejado de desear un hijo".

"Quiso huir, perderse, no decirle nada a nadie y que la selva se la tragara. Empezó a correr, se tropezó, cayó, se levantó y volvió a correr".

"No había viento. Las hojas de los árboles se habían quedado quietas y lo único que se oía era el mar. A Damaris le pareció que el tiempo se estiraba y que ella estaría ahí hasta hacerse adulta y luego vieja".

"La única ciudad que conocía era Buenaventura, que quedaba a una hora en lancha y no tenía grandes edificios. Tampoco conocía el frío de las montañas, pero por lo que veía en televisión y decía la gente, se figuraba que Bogotá debía ser como la oficina de Telecom luego de una semana de lluvia: un lugar oscuro, con ecos y que olía a humedad como las cuevas".

"Damaris pensó que seguro querrían mucho a la cachorra, pues ellos tampoco tenían hijos, y se preguntó si sería eso lo que los mantenía unidos".

"Así que eso era matar. Damaris pensó que no era difícil ni tomaba demasiado tiempo".


La perra
Pilar Quintana
Random House Mondadori
Bogotá, 2017
108 páginas