lunes, 21 de noviembre de 2011

Abraham entre Bandidos, de Tomás González


Hay algo de bello en toda esta sencillez. Es un libro de pocas frases memorables y escasas digresiones. La acción, a pesar del momento histórico que viven sus personajes y del hecho que le da pie a la trama: un secuestro, no es vertiginosa.

Aquello de la sencillez no es una conclusión mía. Recuerdo una columna reciente de Carolina Sanín en la que decía que Fernando Vallejo y Tomás González son dos autores cuya fuerza radica “en la negativa a presuponer la majestad de un lenguaje literario”. Y es que aquí no hay tal lenguaje ni en un extremo ni en otro, digo yo, un tanto prejuicioso. Por un lado, como aquello a lo que nos acostumbró Víctor Gaviria, no solo en su cine sino en, al menos, la única obra escrita que le conozco (El pelaíto que no duró nada). Por el otro extremo como, entre muchos otros, García Márquez, cuyos párrafos esféricos terminan siempre, como si se estuviera leyendo una rima, musicales.

González no parece arrodillarse ante ningún lenguaje, así que sólo narra su historia con la sencillez como se cuenta una anécdota. Y cautiva. A mí, que no lo conocía, me intrigó ese escritor que no parece pretender nada. Y, sin embargo, hay una fuerza en esas páginas que nos dice algo y que solo se nota luego de haber pasado el ojo por unos cuantos capítulos. Ya está. Como en cualquier trama, esta es una excusa para contarnos otra cosa, en este caso el retrato íntimo de una familia cuyo devenir, de una u otra forma, está ligado a la violencia. O mejor, a La Violencia. Entonces tenemos en un capítulo a Abraham y a Saúl recorriendo el monte con los guerrilleros que los secuestraron, y en el siguiente a sus mujeres en la ciudad hablando con este y aquel, familiares cercanos y lejanos que nos van pintando el retrato, algo costumbrista, de la familia entera. Todo tan paisa, como el paisa llano en elque está escrito la novela.

Aquí algunas frases:

–Hasta los burros parece que flotaran –decía. Pero no eran los burros flotantes los que interesaban más a sus amigos, sino los peligros a los que se habían enfrentado por las rutas de un país siempre al borde del caos, al que los periódicos de los países ricos –los mismos países que habían arrojado bombas atómicas sobre ciudades dormidas o aplicando los principios de la ingeniería industrial al exterminio de razas enteras– mencionaban como uno de los más violentos del mundo.

En el mundo de Abraham se anuló por completo el tiempo; se alcanzó una inmovilidad y una eternidad de roca pura. No había movimiento ni falta de movimiento; ni vaciedad, ni plenitud, nifalta de vaciedad o plenitud, y allí quizás habría terminado el mundo suyo, y tal vez todos los mundos, pero algo, alguien o alguna razón hizo que otra vez empezara a sobreaguar la vida, la conciencia, y con ellas la luz y el chapoteo,débil primero, muy acentuado luego, de los bandoleros que se bañaban en el río.

…las mujeres bellas y desquiciadas, ya se sabe, han sido siempre garantía de emociones intensas.

Se tendieron a descansar un instante boca arriba en las piedras. Nubes blancas, muy pacíficas, cruzaban el azul uniforme bajo el cual nadie habría podido pensar que transcurrieran guerras, mucho menos aquella, que, como ojos reventados, cascos de botellas en las palmas de las manos, uñas arrancadas, dientes descuajados, fluía de manera tan desordenada y caprichosa.

Las matanzas eran menos grandes y la gente volvía a hacerse ilusiones y a pensar que ahora sí llegaría la paz. Uno se engaña. Algún día se acabarán, claro, porque nadie se acostumbra a que anden matando así a la gente (ni siquiera los que matan), pero vea usted en lo que estamos todavía…

Las hortensias resplandecieron a todo lo largo de su última fracción de segundo y el bandido se desintegró en cuerpo y alma junto con ellas y el resto del armamento, casi todo el alimento, la casa y los ocho soldados y el teniente que acababan de entrar con laintención de acribillarlo, sin haber logrado con su acto la libertad de país alguno, mucho menos rescatado a nadie de la servidumbre, pero con valentía en nada menor a la que, cada cientos de años, ciertos seres humanos predestinados han demostrado en la defensa de las más valiosas causas.

Abraham entre bandidos
Tomás González
212 páginas
Alfaguara
2010