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lunes, 4 de noviembre de 2024

Qué hacer con estos pedazos, de Piedad Bonnett

Emilia tiene 64 años, escribe crónicas para una revista a la que solo va al consejo de redacción cada 15 días, y en donde todos los periodistas y jefes son mucho más jóvenes que ella. Vive con su marido de toda la vida, que toma decisiones por ella sin que eso le parezca anómalo, y sobreviven en una tensa convivencia que se alimenta de rutinas y silencios. Emilia tiene un hermano, Luciano, que vive viajando, y una hermana, Angélica, que es quien está pendiente de la cada vez más deteriorada salud de su papá. La hija de Emilia, Pilar, tiene 30 años, está casada y vive en otro país con su marido y su hija Sara. Emilia resiente el desapego de su hija, y no habla con nadie de Pablo, su hijo que murió súbitamente cuando tenía once meses de nacido. La persona con la que a veces conversa infidencias es Mima, la empleada de la casa, madre de Betsy, quien a su vez es madre de un niño de 3 años.

Esta es la cartografía de afectos y desafectos en la que se teje Qué hacer con estos pedazos, una novela en la que Piedad Bonnett utiliza la metáfora de la remodelación de una cocina para mostrar cómo pequeños cambios pueden sacar a flote grandes grietas en la convivencia cotidiana. En principio Emilia es una mujer normal, con una vida normal y una familia normal, sin grandes problemas, pero a medida que avanza el relato se entiende que Emilia es una equilibrista que ha hecho del silencio, el aguante y la sumisión su forma de vida, todo para no romper la frágil armonía familiar.

Feminicidio, clasismo, apariencias, envejecimiento, machismo y silencios familiares son los hilos que tensan esta novela en la que se presta voz a una mujer madura para preguntarse, luego de toda una vida de entrega y amor, si realmente todo eso valió la pena. Leer esta novela en paralelo con La mujer incierta puede ser un ejercicio de leer desde la ficción y la no ficción la lectura que hace Piedad Bonnett sobre lo difíciles que son las relaciones familiares y cómo los micromachismos alimentan el día a día de la convivencia en pareja.

Algunos subrayados

Porque a los veinte, una biblioteca es una ilusión, a los cuarenta un lugar de pleinitud y a los sesenta un recordatorio permanente de que la vida no te va a alcanzar para leerlos todos (p. 12).

Se antoja de alguno, lo empieza a leer de manera urgente, para luego dejarlo muchas veces por la mitad. Por aburrición. Por avidez de leer otro. Porque un viaje. Porque en realidad quisiera leerlos todos al mismo tiempo (p. 13). 

cuando se es pobre da miedo comprar libros (p. 13).

una narración cualquier narración es algo que siempre derrota el vacío, que crea un vínculo o sostiene el que todavía existe (p. 22).

preguntar es como tirar anzuelos a una laguna llena de peces: algo cae (p. 27).

viajar era para él abrir una puerta a la incertidumbre, a la ansiedad, al malestar (p. 33).

La rivalidad, la envidia y el odio a menudo crean vínculos más fuertes que el amor (p. 34).

a veces puede durar ocho, diez horas, frente al computador. Es para que las ideas no se me escapen. Es que ya cogí el ritmo. Es para mantener el tono. En realidad, aunque Emilia no lo sabe, lo que esas horas le dan es aire y fuego. Oxígeno para que haya compustión en su vida marchita (p. 36).

En la incondicionalidad perenne de su madre, en su incapacidad de rebeldía, Emilia creía reconocer un mandato transmitido de abuela en abuela. También su madre las instaba a ella y a su hermana a la sumisión (p. 38). 

esa extraña capacidad que tienen tantos hombres de erigirse como patrones o patriarcas mientras se comportan, sin aparente contradicción, como hijos incapaces (p. 39). 

Envejecer es reununciar. Dejar atrás. Desinteresarse (p. 57).

La amistad con ella es como recorrer desde la ventanilla de un tren un país desconocido, de paisajes siempre distintos y atrayentes (p. 60).

Sólo el tiempo es capaz de señalar la rotundidad del fracaso (p. 80).

El dulce placer de procastinar (p. 81).

Como siempre que está por salir de esos paréntesis que son sus viajes, una nostalgia prematura se mezcla con el deseo de volver (p. 116).


Qué hacer con estos pedazos
Piedad Bonnett
Editorial Alfaguara
Bogotá
Noviembre de 2001
168 páginas

sábado, 12 de octubre de 2024

El silencio del violonchelo, de Vera Grabe

Hace al menos 30 años leí "Vida mía" un libro de Silvia Gálvis que recoge testimonios de mujeres colombianas reconocidas que tuvieron que afrontar distintas dificultades, y recuerdo aún la crudeza de lo que Vera Grabe le contó a la periodista, o quizás mejor, de lo que la periodista logró sacarle: detalles de las torturas que sufrió a manos de militares, cuando la capturaron por su militancia guerrillera en el M-19, y la difícil vida de la clandestinidad y la muerte de sus compañeros.

"El silencio del violonchelo" no llega a ese nivel de intimidad y emotividad. Es un ensayo escrito en primera persona en el que Vera Grabe reflexiona sobre las circunstancias particulares que implica la lucha armada para una mujer: la dificultad de decidir sobre la maternidad, la sexualidad en los campamentos, el secretismo con la familia, como medida de protección, y la necesidad de vivir las relaciones y los afectos en un eterno y radical presente, porque el futuro es incierto.

Vera Grabe tiene la posibilidad de contar detalles de la vida cotidiana en la tropa que han sido poco narrados en nuestra literatura y que ella conoció de primera mano. Sin embargo, quizás por sus años en la clandestinidad y su disciplina en el secretistmo, todo se narra con hondura y honestidad, pero con distancia. Sin infidencias, sin confesiones emotivas, con contención emocional, aunque no con frialdad. Usa el plural de la primera persona para evitar referencias personales que fueron colectivas pero que apelan directamente a su vida, como por ejemplo el sentimiento de deuda por los hijos que no pudieron criar. 

Después de la desmovilización del M-19 en 1990 varios de sus militantes fueron asesinados y otros lograron participación en la vida política de Colombia, por la vía electoral. Ese compromiso público exige costos o renuncias personales. "El silencio del violonchelo" habla sobre esos intereses personales que fueron aplazados o silenciados ante las necesidades de la vida guerrillera.
 
Algunos subrayados
Y aún hoy, la política como ejercicio dista mucho de humanizarse, en el sentido de que opone vida a compromiso público: sigue siendo una actividad absorbente (p. 9).

Después de muchos años es fácil caer en lecturas moralizantes, juzgar el ayer según parámetros actuales. El reto es cómo contar la historia incorporando los aprendizajes actuales, pero comprendiendo el ayer (p. 10).

"Usted no ha perdido el vicio de la clandestinidad". ¿Qué quería decir con eso? Más que la introversión como un rasgo de mi personalidad, se refería a la inmensa dificultad que me costaba haclar de mí como persona, expresar lo que sentía y quería, contar cosas de mi vida (p. 15).

La paz es también recuperar proyectos individuales (p. 16). 

ir a la cárcel significó para mi padre la recuperación de su hija; y para mí recuperar al padre como confidente, porque por fin, sin el obstáculo del secreto, pudimos recuperar el diálogo perdido por años (p. 20).

Una compañera dijo una vez que para ella era fácil amar a cualquier compañero, porque la afinidad los convertía en seres muy cercanos y amables, es decir, aptos para ser amados (p. 22). 

Los secretos amorosos eran tal vez los únicos que compartíamos entre mujeres, porque las cosas que nos pasan en la vida, lo que nos conmueve y ocupa, realmente sólo existe cuando lo podemos socializar, así, en secreto, con destinos afines (p. 23). 

en una vida que se vivía en tiempo presente, las exigencias de fidelidad eterna estaban suspendidas (p. 25).

En ese mundo de milicia no se hablaba de lo que se sentía, de cómo se sentía cada cual. Eran colectivos que tenían que probar que eran fuertes. Pero en el juego de los desafíos y del afianzamiento del colectivo, la mayoría de hombres y mujeres se hacían sus propias preguntas, y tenían sus propias dudas, su propia soledad (p. 29). 

el afecto genera incondicionalidad, pero al mismo tiempo implica un sentido de responsabilidad, de poner límites a la guerra (p. 35). 

aunque no estaba escrito, se suponía que los mandos femeninos debían pedir permiso para tener hijos (p. 39). 

(sobre los hijos) lo único que a estas alturas sé es que desprenderse también puede ser un acto de amor (p. 42).

muchos de quienes tuvimos hijos e hijas en medio de la guerra sentimos que tenemos una deuda con ellos. Tuvimos encuentros furtivos, a nuestro modo estuvimos presentes en su vida, pero no en su cotidianidad. Y ese es un tiempo que no se recupera. Vivir momentos no es lo mismo que vivir procesos cotidianos (p. 43). 

El silencio del violonchelo
Vera Grabe
Fondo de Cultura Económica, colección Vientos del Pueblo
Bogotá
Octubre de 2023
47 páginas

domingo, 11 de agosto de 2024

Pulmón de mar, de Andrea Domínguez

Maruja Vieira, quien además de poeta fue toda la vida periodista, me contó en una ocasión sobre un estudio que sobre su obra hizo la también periodista y escritora Edda Cavarico. El análisis consistió en desentrañar la estructura de varios poemas escritos por Maruja, y la conclusión fue que se trataba de poemas periodísticos. No por su contenido, que versa mucho más sobre lo íntimo que sobre la actualidad noticiosa, sino por su estructura, por la forma en la que están escritos. Según Cavarico, los poemas de Maruja Vieira tienen lead: hay un primer párrafo (para el caso unos primeros versos) que condensan la "historia" o la imagen poética y sintetizan el texto. Hay también una intención narrativa en la poesía de Vieira de la que, según ella me contó, no siempre era consciente pero era, sin duda, herencia de la escritura periodística, a la que le dedicó varias décadas.

Recordé ese antecedente de las huellas periodísticas sobre la poesía al leer a la periodista Andrea Domínguez en "Pulmón de mar", su primer poemario, porque encontré también unos poemas narrativos, como pequeñas crónicas que dejan registro de una emoción, de un instante, de una imagen, o porque tienen la intención de ser memoria del pasado para legarle al futuro. Así como se dice que el periodista escribe el primer borrador de la historia, en algunos poemas Andrea parece estar escribiendo un borrador de su historia familiar e íntima: del parto y la maternidad, del lugar de la abuela en la familia, del ritual de sentarse a la mesa y del olor del pelo de su hija. 

Los poemas de Andrea Domínguez Duque (Bogotá, 1974) dan cuenta de este tiempo: hay autopistas, botellas de plástico, una torta de red velvet y mensajes en twitter. Hay preocupación por el cuidado ambiental, sorpresa ante la naturaleza y soledad en medio de las multitudes. La cotidianidad citadina entra en sus versos libres para descubrir belleza, asombro o desazón en medio de los días que uno a uno son la vida. No hay en la autora una intención de exotizar el ambiente o de recurrir a tópicos manidos, sino de aprovechar lo que ofrece la vida corriente de una mujer que es profesional, esposa, mamá, hija y hermana para descubrir y construir poesía a partir de lo que aparece como más mundano. 

El volumen trae 60 poemas distribuidos en cinco secciones. Hay suficiente diversidad, pero también elementos recurrentes, y entre ellos se destaca la familia como ese núcleo amoroso que ofrece "una ración de compañía". El libro, como objeto, da cuenta de ese protagonismo familiar: lo firma Andrea Domínguez, la foto que aparece de ella fue tomada por su esposo,  la contraportada trae un dibujo de una de sus hijas y un relato de la otra, el prólogo lo firma su papá, el reconocido periodista Oscar Domínguez, y éste, desde el segundo párrafo, menciona a Gloria, la mamá de la autora, así como a su hermano, su cuñada y sus sobrinos. 

El libro abre con Red velvet, un poema juguetón que es una invitación sensual, y cierra con un conjunto de poemas amorosos. Aunque en todo el libro hay amor, los poemas finales giran en torno a la pareja y el deseo. Allí, en la más honda intimidad, se adivina también la poeta más medida, más destilada y sugerente. La del pulmón creador que le permite navegar en las aguas más profundas. 


Pulmón de mar
Andrea Domínguez
Editorial Java
Medellín
julio de 2024
96 páginas

sábado, 3 de agosto de 2024

La mujer incierta, de Piedad Bonnett

"La mujer incierta" abre con una breve nota dirigida "Al lector" en la que la autora explica que este libro nació en la pandemia y que no son unas memorias "pues de forma deliberada he dejado muchos aspectos de mi vida en la sombra". Se trata entonces de jirones de memoria, de fragmentos subjetivos que sirven para reflexionar sobre asuntos de interés público, como la brecha entre mujeres y hombres, la educación sentimental, el "hacerse escritora", la vida universitaria y la maternidad, entre otros aspectos.

Piedad Bonnett escribe desde hace años una columna de opinión los domingos en El Espectador y este libro tiene algún parentesco con esas columnas: se trata de piezas breves (un poco más largas que las columnas, pero no mucho más) en las que la autora reconstruye una escena de su vida, un momento puntual, y a partir de esa anécdota mínima arroja luces para entender su pasado y su presente, pero también el pasado y el presente de otras de su generación.

"La mujer incierta" tiene un tono autobiográfico desde la portada, que trae la imagen triplicada de una Piedad Bonnett muy joven. Ese tríptico da cuenta de la imposibilidad de encasillar a la autora (y a cualquier ser humano) en un solo rol o en un solo registro: Piedad Bonnett se presenta en este libro como escritora, profesora, esposa, hija, hermana, madre, amiga, lectora, oficinista aburrida, niña rebelde y mujer de consciente de su época y su clase social. Hay pasajes dolorosos y tristes, como cuando reconstruye la eutanasia de la escritora Marcela Villegas, la mejor amiga de su hija; otros ácidamente críticos, como en los que recrea la vida universitaria, tan llena de lambones e impostores, y que me llevaron a recordar esa maravillosa novela que es Stoner, y también escribe episodios graciosos, como aquellos en los que se burla de ella misma y de sus "triunfos literarios", en los que el éxito luce muy distinto al que aparece en las revistas de farándula.

En un pasaje la autora dice que mientras uno no sea huérfano goza de juventud, y como ella tiene a sus padres vivos, casi centenarios, se siente aún joven, aunque tiene 73 años (nació en 1951). Esa vitalidad interna se refleja en una escritura segura y honesta que desnuda sin reservas algunos aspectos íntimos, como sus episodios de depresión y ataques de pánico, y resguarda otros, como casi todo lo relacionado con su vida conyugal. Su marido en este libro, es un fantasma sin nombre, de muy escasa figuración. 

Piedad Bonnett ha sido reconocida por su poesía y ha publicado varias novelas. Sin embargo, su título más popular es Lo que no tiene nombre, un libro personal, doloroso y único en el que vuelve palabra el dolor y el amor tras el suicidio de su hijo. "La mujer incierta" tiene una forma narrativa que recuerda ese título: ensayo personal en el que cita a distintos autores que le sirven para explicar o completar ideas personales que a la vez son universales.

Algunos subrayados
El pudor es bello en su contención y su misterio. En su discreta elegancia (p. 20).

La vida es eso, una zozobra diaria, una cárcel donde uno mismo es el carcelero, un pasadizo oscuro por donde se camina tambaleando sin saber si al otro lado nos espera el sol reconfortante de la mañana o el abismo (p. 40).

El escritor hace tres movimientos mentales mientras escribe. Va hacia adentro, hacia su yo más profundo, buscando el filón de la memoria, en la que caben todas las lecturas convertidas ya en experiencia. Hacia afuera, hacia la página que se prepara ya para un lector, donde cada palabra aspira a la precisión o a la revelación. Y hacia los lados, en un incesante ejercicio de relacionar (p. 65). 

Para las mujeres de la generación anterior a la mía, el matrimonio era un destino, ser madres un imperativo, y un privilegio tener al hombre como único proveedor de la familia. Para otras cuantas solía ser una opción desesperada cuando llegaban a la edad de vestir santos, porque la soltería era vista como una deshonra: ninguno las había elegido, serían mujeres sin hijos, jumilladas para siempre (p. 66). 

Como en todo enamoramiento, la mirada de un extraño me otorgó de pronto una existencia nueva. La posibilidad de una renovación. En eso consiste (p. 85).

Fuimos criados en la obediencia, la forma doméstica de llamar a la sumisión.

Lo que nos hace falta después de salir de la escuela --sea de ricos o de pobres-- es tiempo para desaprender lo enseñado (p. 108).

(Citando a Stephanie Coontz) A finales de la década de 1950, hasta las personas que habían crecido en sistemas familiares completamente diferentes llegaron a creer que el casamiento universal, a edad muy temprana, con el propósito de formar una familia con un marido proveedor era la forma tradicional y permanente del matrimonio (p. 110).

Traición tras traición en aras de la complacencia (p. 124). 

el machismo muchas veces comienza en las madres (p. 126). 

Comienza a rondarte la idea de que eres una inepta. O de que la niña está enferma. Vuelves a examinar su pañal. Será que quedó con hambre. Y así, en perpetua incertidumbre, en esa primera parte de la crianza (p. 131). 

¿Quién dijo que se estudia para ser escritor? Te formaron para ser maestra, editora, crítica, pero ser escritora es otra cosa: es enfrentarte a ti misma, a tus miedos, a tus carencias. Peor aún, ¿quién te ha dicho que tienes talento? (p. 139).

el camino de todo buen maestro es el de la seducción (p. 140). 

El perfeccionismo no es otra cosa que un deseo de complacer, de ser amado, de cumplir con las expectativas, de no fallar. El perfeccionismo es una de las formas de la inseguridad y de la desdicha. Una carrera a la que le van corrriendo la meta (p. 143). 

El resentimiento político sólo lo sienten los que no aspiran a pertenecer al mundo de los privilegiados, ese que odian porque choca con sus ideales de igualdad. El resentido es lo contrario del arribista. Este es patético, el otro es trágico (p. 148). 

Hay formas de abuso para las que nadie nos prepara, y menos en el medio oscurantista en el que fui criada (p. 151). 

La poesía, ese género que se escribe en la frontera entre la lucidez de la racionalidad y la oscuridad del subsonsciente, es el lenguaje que mejor expresa ese estao de enajenación (p. 156). 

y todavía hoy me pregunto si no dilapidé demasiadas horas preparando minuciosamente mis clases en vez de estar leyendo todo lo que mi avidez me pedía que leyera (p. 165). 

puedo leerme un libro para escribir un párrafo (p. 165). 

un maestro debía mostrar siempre a sus alumnos que no era el dueño de un saber sin resquicios sino un hombre vulnerable (p. 166).

Y mientras das tu clase los amas a todos, en abstracto, con una fe remota en su sensibilidad, pero a la vez te son indiferentes, porque finalmente son presencias pasajeras en ese largo trasegar de la docencia (p. 166). 

Yo enseñé siempre con todo el cuerpo, firmemente soportada por la tierra, aun cuando mis alumnos me percibieran inmóvil, sin sospechar hasta qué punto iba yo volando por las circunvoluciones de mi cerebro, temiendo sobreactuarme, pero dispuesta a perdonarme si lo hacía. De mis clases salía siempre con las mejillas afiebradas y el corazón acelerado. Con la serotonina, la dopamina, las endorfinas y la oxitocina en plena actividad y equilibrio. Al fin y al cabo lo que en el salón sucedía era un intercambio amoroso. Por eso la preparación nunca me resultó aburrida. Pesada, sí, fatigosa también. Pero siempre estimulante y llena de descubrimientos. Toda esa felicidad era aplastada de golpe, sin embargo, por la corrección de trabajos, que me hacía descender al infierno de lo interminable. ¿Cuándo 3, cuándo 4, cuándo 5? Lo único sencillo era un 1 decidido y rabioso. Que era casi nunca, pero ejecutaba como un verdugo sin rastro de piedad (p. 167). 

La universidad está plagada de impostores. me retracto: tal vez no plagada pero sí salpicada de ellos, personajes a veces insignificantes, a veces siniestros, que logran embaucar a sus alumnos con lo que Natalia Ginzburg llama "ideas artificiosas". Las universidades los toleran porque hacen parte de su ecosistema, elementos naturales que crecen a expensas de las jergas del saber, como el moho en los alimentos (...) No hay impostor que pueda existir si no lo sostienen sus fanáticos (p. 168).

El humor inteligente de los intelectuales, capaz de la autoparodia, pero también de la acción ponzoñosa (p. 170).

Aniñar es una de las formas más bienintencionadas y nocivas del machismo, que nace de la idea de que somos "el sexo débil", como se le decía antes. Aniñar es, para los machos, sólo una forma de proteger (p. 189).

Aunque suene chato o rudo: sólo eres novelista cuando tu novela es publicada, pero, sobre todo, cuando alguien la lee y ya no es enteramente tuya (p. 204).

las emociones que un libro despierta son a la vez estéticas y políticas (p. 213).

Mis escritores preferidos son los que encuentro inimitables. Aquellos que me abruman con su inteligencia, con su capacidad metafórica, con la amplitud y complejidad de su mundo. Los que me deslumbran, porque me hacen sentir que jamás podré ser como ellos. Los demás me aburren (p. 227).

El lenguaje, las historias de ficción o de no ficción, las ideas que ha encontrado en los libros, tendrán siempre más fuerza para el lector que la conversación con el autor, por más que esta sea lúcida, original, vibrante (p. 230).

no evito casi nunca para apoyarme en un referente de autoridad. Lo hago para reconocer a esos que lo pensaron antes que yo, pero sobre todo que lo dijeron mejor que yo. Para agradecerles con humildad, porque dispararon mis propios fantasmas, mis emociones, mi memoria, que es una de las cosas que busco cuando leo (p. 236).

la puerta por la que dejamos entrar a gente desconocida se va achicando con el tiempo. Lo milagroso es lo contrario: que un desconocido llegue a nuestra vida, y permitamos que entre y se instale en ella de una manera totalmente natural, como un hermano al que nunca habíamos visto, pero en cuyos rasgos nos reconocemos, con alegría (p. 238).

El primer espejo es siempre la mirada de nuestra madre (p. 243). 


La mujer incierta
Piedad Bonnett
Penguin Random House
Bogotá
Agosto de 2024 
252 páginas

lunes, 3 de junio de 2024

Trilogía, de Jon Fosse

Como tantos, yo tampoco había oído hablar del noruego Jon Fosse hasta que en octubre de 2004 lo anunciaron como ganador del Premio Nobel de Literatura. Leí varias entrevistas, varios comentarios y supe que era un dramaturgo muy representado, que su obra está fuertemente impregnada por la religión y que la estructura de sus textos puede ser pesada por la falta de puntos.

Con esas coordenadas entré en "Trilogía", el primer libro que leo de Fosse, y quedé deslumbrada. Cuánto amor, cuánta tragedia y cuánta maestría encerrada en apenas 160 páginas. Una prosa poética que logra saltar del presente, al pasado y al futuro sin que el lector se pierda, y que logra construir unos personajes duros y complejos, en donde el mal se reviste de ternura y la justicia aparece vengativa. 

Trilogía está compuesta por tres capítulos que funcionan como relatos con cierta independencia: Vigilia, Los sueños de Olav y Desaliento. El primero evoca la escena de José y María buscando posada antes de la nochebuena. Acá se trata de Asle y Alida, dos adolescentes muy pobres y solitarios. Asle es huérfano mientras que a Alida su padre la abandonó a los 3 años y la relación con su mamá está rota. Alida está a punto de dar a luz y la pareja busca algún lugar en Borgen, hasta donde han navegado desde su pueblo natal. Llueve mucho, hace frío, está oscuro y no tienen a quién acudir. Solo se tienen el uno al otro.

Al comienzo de Los sueños de Olav el narrador advierte: 
"ahora es Olav, no Asle, y ahora Alida no es Alida, sino Ásta, ahora son Ásta y Olav Vik" (p. 59). El cambio de nombres obedece a la necesidad de Asle (Olav) de ocultarse y huir porque ha cometido crímenes que en el relato apenas se insinúan. El narrador se detiene en la pareja, en sus figuras y sus dramas, mientras los crímenes quedan fuera de foco y por ello, aunque el lector sabe o presiente lo que Asle hace, no es posible sentir por él rechazo o aprehensión. Si en el capítulo uno la evocación es hacia las horas previas al nacimiento de Jesús, en el capítulo dos hay apartes que hacen pensar en la crucifixión: un lugar alto, con público y sin juicio. 

Desaliento muestra a Ales, la segunda hija de Alida, quien ve a su madre en su casa. Su madre lleva años muerta. Se suicidó en el mar. En este último capítulo el lector se entera de lo que ocurrió con Alida después de la muerte de Asle y el final se parece al de Alfonsina Storni.

Hay mucha maestría en la forma de narrar de Fosse. Trilogía parece un cuento de hadas (y en eso me hizo recordar a En las montañas de Holanda, de Cees Nooteboom). Hay saltos en el tiempo y saltos de narrador que, sin embargo, suenan naturales; hay un narrador poco confiable que dosifica la información y a veces suelta puntos de vista contradictorios; hay referentes geográficos concretos, pero, en cambio, no es posible ubicar la época en la que ocurre la historia. Al final del libro, como si se tratara de Las Meninas de Velásquez, Fosse escribe que uno de los personajes tuvo un nieto que se llama Jon y ha publicado poemas. Un artefacto literario perfecto que permite adentrarse en una geografía lejana, con una historia cercana.


Algunos subrayados
Así son las cosas, los hay que son propietarios de algo y los hay que no lo son, dice
Y los propietarios mandan sobre los que no tenemos nada, dice (p. 16).

Aunque lo de ser músico quizá hubiera que verlo más bien como una desgracia, dijo padre Sigvald, pero cuando se era músico, se era músico y, una vez que lo eras, ya nada se podía hacer, seguramente, al menos eso pensaba él, dijo padre Sigvald y si alguien le preguntara a qué se debía, respondería que debía de tener que ver con el dolor, con el dolor por algo o solo con el dolor, y padre Sigvald dijo que al tocar, el dolor podía aliviarse y transformarse en vuelo, y que el vuelo podía transformarse en alegría y felicidad, y por eso había que tocar, por eso tenía que tocar él y algo de ese dolor debían de compartir también los demás y por eso había tanta gente a la que le gustaba escuchar música, así creía él que era, porque la música elevaba la existencia y le proporcionaba altura (p. 35). 

El destino del músico es una desgracia, dijo entonces padre Sigvald
Siempre fuera de casa, siempre marchándote, dijo
Sí, dijo Asle
Despedirte de la amada y despedirte de ti mismo, dijo padre Sigvald
Siempre entregándote a los demás, dijo (p. 37).

No debe perderse con los hombres por poco y nada, y sí, eso fue lo que hizo ella, y ya se ve lo que ha recibido a cambio, nada, nada ha recibido a cambio, salvo la vergüenza, porque quizá no esté tan mal mientras dura, pero es que no dura, porque en cuanto te acercas a la edad en la que puedes hacer lo que quieras, se acaba, sí, se acaba, se acaba porque ya nadie te ofrece nada, así es (p. 98).

la hija tuvo un hijo que por lo visto se llama Jon y que dicen que también es músico y ha publicado un libro de poemas, pues sí, qué cosas más raras hace la gente (p. 158).


Trilogía
Jon Fosse
Traducción del noruego por Cristina Gómez Baggethun y Kirsti Baggethun
Editorial Seix Barral
México
2023 (publicación original 2007)
162 páginas

domingo, 7 de abril de 2024

Dimensión de la angustia, de Fabiola Aguirre Suárez

En enero de 1952 Fabiola Aguirre Suárez (firmó en una época como "de Regueros" y luego "de Jaramillo) publicó en Bogotá "Dimensión de la angustia", una novela que desde la primera página se anuncia como "un ensayo sobre filosofía desde el punto de vista femenino".

Ara Elicechea Uribe es una niña huérfana de madre, hermana de Ruth y de Leandro. Su padre muere cuando ella aún es pequeña y por lo tanto los tres huérfanos quedan al cuidado de su abuela materna, Evelia de Uribe, quien aparece en la novela como una mujer dura y arribista.

La novela está escrita en clave autobiográfica y cuenta la vida de Ara desde su primera infancia en Manizales, su llegada a Bogotá, su paso por internados de monjas, su vida de infierno en casa de la abuela, su matrimonio temprano con Reynaldo Moore, el nacimiento de su hijo Lucio, el ingreso de Ara a la Universidad a estudiar sociología (Fabiola Aguirre estudió derecho) y lo difícil que resulta para una mujer casada acceder a la educación superior y ganarse el respeto de los compañeros. Luego Ara enviuda, se gradúa de la Universidad, trabaja en labores sociales y políticas, escribe poesía, asiste a mítines políticos y conoce a un segundo amor.

Esta segunda pareja es Juan Londoño, con quien dialoga a lo largo del libro. La estructura de la obra consta en 25 capítulos precedidos de una introducción que es una carta de Fabiola Aguirre a Ara. El capítulo 1 muestra a Ara subiendo al Nevado del Ruiz, que es el recuerdo que ella tiene de su infancia en Manizales, porque el Nevado se veía desde su casa. Mientras asciende al Nevado conversa con Juan y le va contando su vida y así avanzan los capítulos. A veces narra a manera de monólogo (Juan interviene muy poco) ya veces son digresiones: flujos de conciencia sobre asuntos que Ara piensa o recuerda pero no le cuenta a su acompañante.

Esta novela, la segunda publicada por una mujer caldense en formato de libro después de "Una Mujer", de Natalia Ocampo de Sánchez , es un libro adelantado a su tiempo, que permite hacerse una idea fiel de la situación de las mujeres en Colombia en la primera mitad del siglo XX, y en donde la autora narra con gran nivel de detalle porque le interesa dejar constancia de las inequidades que denuncia. Si bien Simone de Beauvoir publicó en 1949 El segundo sexo, en Colombia la literatura aún no registraba reivindicaciones femeninas de una manera tan clara como lo hace Fabiola Aguirre en esta novela, en la que habla todo el tiempo de las brechas entre sexos, de la violencia en el matrimonio, la necesidad de educación para las mujeres, defiende el divorcio y reflexiona sobre el suicidio. El final de la obra resulta cinematográfico: se ubica en el Nevado del Ruiz, con Ara perdida y envuelta por la niebla. Un suicidio que no parece suicidio, tal y como ella, mujer libre, lo deseó.

La novela es narrativa, sobre todo en la parte de la infancia y juventud de la protagonista, pero a medida que crece el texto se convierte también en un espacio de reflexión intelectual, un "ensayo sobre filosofía desde el punto de vista de la mujer". La autora, por ejemplo, propone el concepto de " matria-potestad" (p. 341) para reclamar que la sociedad dé más relevancia a la relación madre-hijo como eje de la construcción social. 

Ara, la protagonista, lee autores como  Lord Byron, Whitman, Ortega y Gasset, "Vida de Madame Curie", "La Mujer", de Severo Catalina, "El alma de la mujer", de Gina Lombroso, "La mujer nueva y la moral sexual", de Alejandra Kolontay, Marx, Husserl, Hartmann, Houston, Stewart, Chamberlain. Para su formación sobre teorías sobre el Estado menciona a Jelinek, Duguit, Lasky, Larenz, Marx, Hegel y Maquiavelo. Este bagaje, extraño para una mujer de su época, corresponde al de Fabiola Aguirre, una de las primeras abogadas en graduarse de la Universidad Externado de Colombia, y militante en el movimiento de Jorge Eliécer Gaitán y luego junto a Esmeralda Arboleda, hasta que partió para Estados Unidos hacia 1954, durante la dictadura del general Gustavo Rojas Pinilla. Fabiola Aguirre murió en Estados Unidos en 1997.

Algunos subrayados
realmente imposible era el que en el actual desarrollo de nuestro medio alguien tomara en serio a "una mujer filósofa", así fuese original su pensamiento (p. 5).

¿Por qué quiero escribir un ensayo sobre filosofía desde el punto de vista femenino? (pág. 5). 

la fuerza de tus experiencias interiores y el clímax de tus intuiciones siempre fueron superiores al lenguaje en que yo pudiese describirlos (p. 7).

El instito le indicó que quien vive camina, porque el primer paso es el impulso fatal del segundo; que un paso engendra otro paso, y que para no andar es necesario no nacer (p. 9).

entre pensar y recordar hay una gran diferencia: el recuerdo es emocional y el pensamiento racional.

se recordó pequeña en su ciudad natal empinada en el filo de una cordillera colombiana; Manizales, la misma ciudad serena que hace poco tiempo tuviera que atravesar para poder venir en busca del Nevado del Ruiz (p. 11).

Los hechos de su primera infancia eran borrosos; solamente recordaba que desde su cuarto limpio y claro, situado en un segundo piso, casi todas las mañanas divisaba el Nevado (p. 11). 

a instancias de miles y miles de fantasías donde figuraban castillos y grutas; sílfides, brujas, ogros, gigantes, almas de muertos, enormes mariposas y los demás protagonistas de los cuentos que Yaya e contaba, este Nevado del Ruiz se me fue volviendo el lugar encantado en donde todos esos fantásticos seres se escondían de día y se agitan libres de noche (p. 13). 

Tengo presente el solar de mi casa con sus inmensos eucaliptus; la finca de "El Arenillo" con sus guamos y su bella avenida de naranjales; vagamente recuerdo una quebrada cristalina; todo lo demás, cosas y personas, se esfumaron de mi memoria (p. 14).

Las discusiones me llenaban de vergüenza, no tanto por lo que en ellas se decían sino porque con una inconsciente estética de clase aquello me parecía vulgar, plebeyo, en gentes de nuestra posición social (p. 24). 

De uno de ellos oí la descripción de sobre cómo se les enseñaba a ser "machos". El método variaba según las circunstancias, pero siempre conducía a que el muchacho debía portarse a la altura de los mayores más valentones y fornidos (p. 25). 

...por toda la raza antioqueña en general, pues en la mayoría de sus hogares siempre se registra la fuga de sus hombres aún adolescentes. El afán de independencia pronto se predica de esa rigidez, de ese concepto patriarcal, feudal, que en Caldas y en Antioquia se tiene del hogar (p. 27).  

En estos pueblos, el hijo más que hijo es un súbdito feudal al que de antemano se enseña a cultivar la parcela que le ha de corresponder, o a gerenciar la fábrica en caso de incapacidad paterna (p. 27) 

me dolía de que no hubiera tantas heroínas y mujeres grandes como hombres había en la historia (p. 31). 

Las monjas dicen que las cosas mundanas son malas y que en el mundo hay muchas que es natural que los hombres hagan, pero que es mal visto que hagan las mujeres. ¿Será que es cosa mundana hacer versos y esto es feo en las niñas? ¿Se burlaron de mí porque hice cosas de hombre, o únicamente porque no me quieren? ¡Qué triste entonces es ser mujer y vivir en este colegio! (pág. 36). 

mi abuela dijo a tía Hortencia -un día que sirvió más postre a tío Clemente- que a los hombres había que preferirlos, porque eran superiores a las mujeres y trabajaban más (p. 36). 

Volví a hacer versos; algo superior a mis promesas me obligaba a escribirlos, así fuese llena de temor y con el espanto del ridículo acechándome siempre (p. 47). 

usted no sabe las horas tan amargas que se pasan en el colegio cuando un niño no tiene un cesto de frutas o dulces, y por eso los otros lo tratan de pobre (p. 59). 

Yo no sé, es algo vago. Es un malestar que no sé, a ciencia cierta, si es en el alma o en el cuerpo; es cansancio, es vergüenza, es miedo de ser mujer, es incertidumbre... No, no es esto, es aburrimiento de ser mujer. No, pero tampoco; es más bien como una angustia de mi cuerpo, es como una soledad, como un terror que me pesa (p. 61). 

Mi abuela sentía un enorme fastidio por mi manera de ser y me llamaba la escribana (p. 67).

vergüenza debía darte estar perdiendo el tiempo en libros en vez de estar bordando o remendando la ropa (p. 67). 

Fue leyendo estos libros cuando por primera vez supe que había mujeres que protestaban públicamente de su condición de inferioridad y que el feminismo tenía que agitarse como bandera de lucha (p. 66). 

El estudio superior no es cosa para mujeres (p. 69). 

-Oiga, niño, no me diga más "niña" (p. 70).

Aprende a ser mujer con el corazón como lo eres con la cabeza (p. 73).

Si con lo que sabe tiene de sobra. ¡Ni más faltaba una bachiller en mi casa! (pág. 74).

Entienda de una vez para siempre, carajo, que quien lleva revólver y pantalones no pertenece a un pueblo de maricos y que en mi casa hablo como me da la gana, carajo, porque aquí soy yo el macho! (pág. 81).

La poesía no tenía para mí atracción alguna (p. 82) 

"Eh Ave María, querida; una mujer sin máquina de coser no es mujer. Decile a tu marido que te la compre (p. 83).

comprendía perfectamente el significado de esa unión para toda la vida; y porque era perpetua e irreparable tenía que forzarme a estar enamorada; esto es en último lo que llaman debe de esposa (p. 87).

En política y en derecho internacional, el que triunfa no es el que más piensa, sino el que más habla (p. 90). 

confundía mi temor con el respeto y no se daba cuenta que a quien se teme no se respeta ni menos se ama (p. 90). 

la sociedad no veía bien la separación conyugal en una mujer (p. 97). 

Entendía como ahora, que la mujer es más mística, más humanitaria y por ende, en este sentido, millones de veces más sincera que el hombre (p. 99). 

Yo estaba de acuerdo (¡y tenía por qué estarlo!) en que era aberrante e injusto el que un cónyuge desgraciado tuviera que soportar eternamente su tragedia sin que se le diera libertad para remediarlo (p. 100).

El comunismo que sacrificaba el individuo a la felicidad de la especie con sus propias doctrinas, acabaría por aniquilarla y dejarla seca como una retama (p. 101). 

Para que no me llamaran con nombres tan cursis como "poetisa" o "diva" hace mucho tiempo que renuncié a hacer versos oa cantar (p. 107). 

―C on tal que tu marido te tenga todo lo necesario aun cuando de puertas para afuera haga lo que se le de la gana.
Este consejo o precepto, en una u otra forma, ya antes lo había oído y lo sigo oyendo en labios de nuestras mujeres. Casi puede decirse que así piensan la generalidad de las casadas del país (p. 110). 

¿Cuál es el valor de la vida de una mujer? ¿A la mujer se le deja vivir o simplemente se le permite vegetar? (pág. 114). 

Dar a luz no es lo que a la mujer engrandece (la perra, la foca o la hiena son también madres). (pág.116)

Por aquel tiempo provocó la sensación del decreto presidencial por el cual se le otorgaba a la mujer el derecho de entrar a la Universidad; derecho hasta entonces vedad para ella (p. 129).

-Es la primera mujer casada que llega a la Universidad (p. 136).

-En toda la Universidad sólo hay tres mujeres que van a romper estos prejuicios (p. 139).

se comentaba desfavorablemente mi entrada a la Universidad (...) la virtud de una mujer casada sólo se conservaba pura, resguardada por las paredes del hogar (p. 141). 

Se me fue definiendo una estructura mental para aprehender los fenómenos existenciales ya no con el criterio de simple mujer instruída sino con la entidad de la angustia, del por qué y el para qué de las cosas y valores (p. 142). 

Me parecía, como ahora me parece, atroz y bárbara esta fúnebre diversión de las visitas de pésame (p. 148). 

toda nuestra ética familiar, política y social gira alrededor del sexo... (p. 159). 

pero sé más cariñoso conmigo y más benevolente cuando en mí notas fatiga. No sólo quiero que ames a la mujer fuerte; Necesito ante todo que comprendas y protejas a la mujer débil que hay en mí (p. 162). 

su realidad es muy distinta a lo que imaginamos antes de estar en contacto con ella. Uno supone que en la Universidad debe vivirse en función del espíritu científico, que allí vamos a estar muchísimo más cerca de las instituciones patrias, de su cultura y de sus problemas (p. 167). 

Como no llevaban la firma de un hombre muy pronto fueron olvidados y cosa curiosa: muchas, pero muchísimas veces más tarde aparecían esas mismas ideas suscritas por un señor y entonces hay que ver cómo se le comentaba y aplaudía. (pág. 168). 

Todo en este país tiene el sello de la política; aún las mismas instituciones culturales o los mismos estímulos que crean para el objeto de demostrar a la opinión que se es más generoso que el adversario (p. 170).

La política de ocasión, la política de odio y de resentimientos personales, que es la nuestra, es como un vaho que ha entrado en todos los poros y los resquicios de nuestra vida (p. 170).

No tengo ningún dolor; simplemente estoy cansada de jugar, toda la vida, a ser una mujer fuerte (p. 181). 

El amor solo tiene significación cuando ha enriquecido nuestra vida o cuando ha embellecido su curso; lo demás son caricias, suspiros y palabras que no dejan huella, ni valen la pena recordarse (p. 188). 

el escritor que sacrifica los valores espirituales a las conveniencias del momento, monetarioas, electoreras o sociales, no es un intelectual; es un burgués o un proletario intelectualizado, según su clase (p. 196). 

estudia, sí, pero para pulir tu temperamento intiuitivo, no para ahogarlo (p. 203). 

no pienso entregarlos con mi nombre; yo sé que tengo el "Inri" de ser mujer, y que mientras sea yo la autora, la obra no valdrá nada; Será deslustrada por el solo hecho de no suscribirla un hombre. (pág. 204). 

mira, la poesía para mí es como una onda que capta, muy débilmente sin embargo, ciertas vivencias, ciertas intuiciones y estados de beatitud o de contemplación interior cósmica. El lenguaje simbólico de la poesía, a falta de palabras idiomáticas que expliquen muchos fenómenos interiores, es hasta el presente el medio más adecuado para expresar sentimientos y sensaciones metafísicas (p. 220).

yo no estudio para aprender sino para saber y no quiero saber para repetir sino para pensar (p. 221).

Todo "lagarto" es canalla cuando se le presenta la ocasión (p. 235).

es una cobardía estar sentada, como mero juez cerebral ante la angustia del mundo, ante el desmoronamiento de la patria, pudiendo unirnos a los que quieren reformar este estado insoportable y doloroso (p. 251).

¿No ves que la única ventaja que tiene una mujer aquí, es precisamente que por no tener importancia puede hacer y deshacer sin que nadie se ocupe de si causa daño o no? El peligro no es que me lleven a la cárcel sino que me decreten manicomio (p. 252).

revela una capacidad vigorosa, un estilo ya formado y una resolución masculina de no ocultar, de no disfrazar siquiera, el propio pensamiento (p. 258). 

-Usted misma, Ara, no tardaría en sentirse fastidiada cuando sus alumnos comenzarán a faltar a la disciplina y se manejarán más como hombres curiosos que como estudiantes (p. 262). 

-¿Con decir a los ricos que odiamos a los oligarcas estamos amando al pueblo más que ellos? ¿No sería mejor predicar menos el odio al poderoso y querer más eficazmente el bienestar colectivo? (pág. 267).

-Todos los seres, absolutamente todos, tienen su aspecto comparable; lo que pasa es que hay que descubrirlo (p. 272)

Pensaba para mis adentros: el que siempre obra con criterio de compra, con el mismo criterio se vende; dos aspectos de una misma moral (p. 272).

Nunca he podido soportar impasible ni alteraciones ni personas extrañas en mi vida ordinaria. Le tengo terror a cualquier modificación, por beneficio que sea (p. 273).

No hay nada tan grotesco en el mundo como la elegancia de un nuevo rico (p. 280).

Yo no puedo graduar ni contener la vida, porque mi vida soy yo, porque mi vida, dondequiera va conmigo y tengo que vivirla, así como tengo que respirar el aire que me circunda por más fétido o envenenado que éste me parece. Fatalmente tengo que vivir, así sea para angustiarme todos los días y para agonizar continuamente (p. 286).

¡Debo cargar con mi vida porque no tengo ni siquiera el derecho a la muerte!
Pero aunque no es mía la libertad de morir, porque mi vida es un apéndice de la de Lucio, no por esto deja de ser tan fácil la muerte; ¡tan fácil! ¡tan fácil!  (pág. 286).

aún insonscientemente llegué a buscar la muerte (p. 290).

Precipitar mi muerte no es pues, faltar al deber y en cierto modo, es así como lo cumplo mejor, ya que dejo de ejercer una influencia perniciosa en la vida de mi hijo (p. 291). 

Los días pasaban deliberando conmigo misma sobre la forma más conveniente de matarme sin dejar sospechas de suicidio (p. 291). 

no tengo ni siquiera la libertad de la locura; ¡Debo ser heroicamente cuerda!
Casi no pude contener la desesperación cuando acabé aceptando definitivamente, que de ninguna manera podía liberarme de la vida (p. 292).

Luchar es precisamente lo que he decidido no volver a hacer jamás, porque quien lucha, se cree con el derecho de exigir a la vida y precisamente en esto consiste la desilusión y el fracaso. En cambio, a quien no lucha ni ambiciona le queda por lo menos, el orgullo muy trivial pero muy consolador, de saber que los éxitos no le llegaron porque no los buscó, porque no los quiso. Por esto no volveré a ambicionar nada mejor que el presente (p. 293).

Toda persona que siente sinceramente la suerte humana y que se preocupa por su pueblo y de su patria jamás podrá deslindarse de la política (p. 321). 

-La libertad de pensamiento, de palabra, de acción y de vocación se te van a cercenar con el casamiento. ¿Has pensado en esto? (p. 333).

ningún prestigio es firme si no está respaldado con el dinero (p. 338). 

-Qué triste es ser mujer sin haber sido una niña! (p. 346).

La mujer lleva en su vientre el futuro del mundo, pero hasta ahora hemos sido apenas, las hacedoras, las paridoras de individuos, no las creadoras responsables de personas (p. 351).

más por desconcertante paradoja es precisamente el cristianismo la religión que tiene un más recio y afirmativo simbolismo materno; toda ella se alza sobre la veneración Madre-Hijo (p. 352).

-¿Por qué habría de nacer yo bajo el signo de este siglo? (p. 356).

-Yo soy angustia; por eso es que mi espíritu quiere a veces saltar como este corazón. Y con tanta frecuencia es tan hondo ese desear, este anhelar, este temblar por la verdad y la belleza que quisiera deflaglarme en mil átomos ideales, en mil cuantas esenciales y desparramarme por todo el universo y disgregarme en todos los ámbitos (p. 358). 


Dimensión de la angustia
Fabiola Aguirre Suárez 
Talleres Gráficos de Antares
Bogotá, enero de 1952
362 páginas

sábado, 2 de diciembre de 2023

El oráculo térmico, de María Antonia León

Amanda es la menor de tres hermanos. Tomás le lleva 7 años y Teresa 6. Crecieron en una finca cafetera cerca de Chinchiná, con una padre silencioso, dedicado al campo, y una madre con artritis que habla así: 
Mamá, ¿usted es feliz? le dije una vez.
Mija, es mejor que no pregunte

La vida en la finca es la vida del pasado. El presente es noviembre de 1985. Amanda está embarazada, no quiere ser mamá pero no puede abortar. Huye y su huída coincide con la tragedia que se conoce como la avalancha de Armero, cuyo nombre recuerda a las más de 20.000 personas que murieron en ese municipio del Tolima, luego del deshielo del Volcán Nevado del Ruiz, pero deja en el olvido a las 3.000 que fallecieron en Caldas, principalmente en Chinchiná y Villamaría.

Esa avalancha de lodo que arrasó con todo es el contexto histórico en el que se desarrolla esta novela en la que la autora cuida cada línea y cada palabra, para narrar la vida de Amanda, a quien la maternidad no deseada le representa también una avalancha que arrasa con todo. A partir de frases muy cortas, con hondo sentido poético, y de capítulos breves que saltan en el tiempo, entre el pasado y el presente, María Antonia León (Manizales, 1985) presenta un retrato sobre la violencia contra las mujeres en la zona cafetera colombiana: hay violencia intrafamiliar, violencia sexual, un machismo feroz, una concepción de la maternidad como una obligación y el embarazo extramatrimonial como una verguenza. Esta visión de mundo, tan hostil y tan opresiva para las mujeres, crece silvestre y libre en medio de montañas verdes y hermosas, llenas de palos de café, con la bendición de la religión católica, que perpetúa un estado de cosas insostenible que se define con el nombre de "tradición".

Algunos subrayados

El burbujeo secreto de mis senos que, antes de este momento, solo se lo bebió un hombre (p. 21).

Cuando entro al baño me encuentro con un placer desconocido: el de un cuerpo solo (p. 22).

No puedo vivir de esta manera; tengo que buscar una vida que esté a la altura de mi desesperación (p. 24). 

¿Maternar?, no quiero llegar a ese nivel de intimidad con la vida: el seno abierto como un volcán activo. No quiero vivir suavemente y con dureza en el interior (p. 25). 

Habría querido vivir en un contexto donde abortar fuera un acto sencillo, aceptado. Un acto para abrazarnos diferente con la vida (p. 26).

No nacer, eso sí es un privilegio: el alma flotante ante las florescencias del universo y los universos hermanos, los universos padres (p. 26). 

Lactar es otra forma del llanto (p. 42).

A veces solo recuerdo el daño que hice y no el daño que me hicieron (p. 65).

La ternura es el único elemento capaz de hacer tolerable el tictac de una marcha fúnebre (p. 65). 

No puedo confiar en las palabras de un hombre que ya no me ama (p. 69). 

El dolor no se cura, se controlan sus estadios (p. 75). 

Mamá, ¿usted es feliz? le dije una vez.
Mija, es mejor que no pregunte (p. 111).

Mi papá me dijo una vez que las personas se suicidan cuando están cansadas de una misma situación (p. 131).

Lo repetí una vez más, con la música dulce de alguien a quien todavía peinaban de dos colitas, y una tercera vez, hasta que él se le quitó de encima y deó a Teresa hundida en el rebrujo de tierra; la combinación como una sábana que queda arrugada después de un sueño travieso y mi hermano arrodillado, a horcajadas sobre ella, mostrando los dientes rojos.
-Tragate esos ojos -me dijo.
Entonces salí corriendo para no verlos más. Corrí a través de los cafetales con los ojos casi cerrados, arrinconados en una nueva soledad (p. 136). 

Quizá ni Chinchiná existe, me gustaría que no existiera para no tener que volver (p. 138). 

Las rodillas son la parte más fea del cuerpo, por eso podían mostrarse. Aun así mi hermana se las tapaba porque nadie debía vernos nada.
Porque éramos sagradas, perfectas y puras, como el café (p. 147). 


El oráculo térmico
María Antonia León
Editorial Seix Barral
Bogotá, abril de 2023
148 páginas