jueves, 23 de abril de 2015

Un beso de Dick, de Fernando Molano Vargas

Si la buena literatura es la que perdura en el tiempo o la que narra hechos locales que pueden ser universales, Un beso de Dick entra en esa categoría. Fernando Molano Vargas escribió a sus 28 años, entre 1989 y 1990 este monólogo sobre Felipe, un muchacho de 16 años, de Medellín pero radicado en Bogotá, que vive con su familia, va al colegio, juega fútbol, se enamora y va a fiestas como todos los de su edad. La novedad es que su romance debe ser clandestino porque su amigo (no se atreve a llamarlo novio) es Leonardo, un compañero del salón.

Un episodio de Oliver Twist, la novela de Charles Dickens, sirve para darle título a esta obra de Molano, que se ubica en los años 80 en algún barrio de clase media de Bogotá. Salvo una caminata por la calle 45 hasta la Carrera Séptima, la ciudad no aparece clara en el relato, es una bruma que permite ubicar la historia en cualquier lugar, o mejor aún en cualquier colegio mixto del país. 

Porque la novela ocurre principalmente en el colegio: el salón, la cancha de fútbol, las duchas. Es ahí en donde crece la atracción entre Felipe y Leonardo, en donde tienen lugar algunos de los encuentros clandestinos y en donde ocurre el hecho que desencadena la segunda parte del libro, en la que el narrador permanece con los ojos vendados, bonita analogía de una sociedad que se niega a ver lo que es evidente: que el amor homosexual es tan común y corriente como el heterosexual.

El lenguaje es simple; si se quiere adolescente. Es un monólogo de Felipe lleno de descripciones de lo que ve y digresiones sobre lo que piensa, que se intercalan con diálogos ágiles, con frases cortas y precisas. 

En 1992 la Cámara de Comercio de Medellín premió esta novela, gracias al criterio de un jurado conformado por Fernando Soto Aparicio, Carlos José Restrepo y Héctor Abad Faciolince. Sin embargo, la edición impresa por la Cámara de Comercio no circuló bien (dicen que la recogieron por su "escandalosa" temática homosexual) y el libro se volvió un texto de culto, difícil de encontrar, que circulaba en fotocopias o en ediciones de bibliotecas. Molano murió de sida en 1998, antes de que el libro alcanzara la difusión que hoy tiene.

En el prólogo a la edición de 2011 Héctor Abad Faciolince cuenta su experiencia como jurado: "Esa novela corta, se notaba, era la novela de alguien muy joven, y como pasa con el aspecto de las personas muy jóvenes, a ese libro juvenil le lucían (se le veían bien) incluso sus defectos. Era una pequeña joya gracias también a sus imperfecciones, pues en ellas se revelaba la espontaneidad, la frescura, la falta de artificios y la franqueza literaria de quien la había escrito". 

Y es que tiene defectos. No es ni mucho menos una obra maestra y donde quizás se hace más evidente este aspecto es en el remate. Pero no importa: es un libro juvenil, que tiene el encanto de las historias que ocurren en los colegios (por ejemplo el Leoncio Prado de La Ciudad y los Perros de Vargas Llosa) con todas las normas, imposiciones, secretos y miedos que causa el ejercicio del poder vertical, pero también con la alegría, inocencia y solidaridad de los amigos. 

Es un libro escrito mucho antes de que se pusiera de moda el tema del bullying o matoneo, pero que capta bien ese temor a ser rechazado por ser diferente. Un libro que debería estar en la lista de lecturas sugeridas de todos los colegios, y en la de lecturas obligadas para todos los profesores. Hace más de 25 años Molano escribió un diálogo en el que Juan David le reclama a su hijo Felipe por su relación homosexual. El papá dice:
Él no puede ser feliz así, Felipe. Nadie puede.
Pero si él dice que es feliz ¿cómo pueden decirle: "no, usted no es feliz", pá? ¿Quién puede saber más de su felicidad que él?
Es que no se puede ser feliz con quien no se debe.
¿Pero por... por qué no se debe, pá?
¡Porque todo tiene un orden, Felipe!... 

Infortunadamente hoy en día, esta conversación sigue vigente y la profundidad en los argumentos de quienes se oponen a las relaciones homosexuales tienen el mismo fundamento que usa Juan David: ninguno. 

A continuación, algunas frases: 
Al octavo día hizo Dios la Coca-Cola

Y pensé que la Luna era como un ojo de la noche y que, entonces, la noche era tuerta y hoy tenía sueño.

Se siente como cuando yo me imagino que mi mamá ya se murió, y yo la estoy mirando ahí: toda muerta; y de pronto ella abre los ojos y me dice: "¡Y usted qué hace ahí mirándome!".

En Bogotá todo el mundo es así: qué gente más rara los bogotanos...

Entonces Patricia le pregunta (porque Patricia es linda, pero siempre pregunta más) que si acaso él sabe lo que es el comunismo.
Son los guerrilleros dice Coloso.
Eso es como decir que el fútbol son los alcanzabolas le dice ella.

Me gustaría que de vez en cuando se asomaran por un libro. Tal vez podrían descubrir que en este mundo existen dos o tres ideas más, aparte de las de "Mi mamá me mima" y "El lápiz es mío", que parecen ser las únicas que han leído algunos por aquí.

Leer..., además de enriquecer las ideas, como siempre hemos dicho aquí..., más que eso, es un ejercicio de vida; si la descubren verán que puede ser una experiencia tan vital como una caricia, o como una despedida...

Lo malo de morirse es que ya no va a estar vivo uno. Eso es lo más malo...

La gente no hace sino dañarle a uno la felicidad...

uno debe enamorarse de alguien que lo haga feliz a uno.

Y claro: como esta vida es algo que sólo les ocurre a los viejos: ¡seguramente!, me digo: si para enamorarse y para vivir, y para morirse y para todo tiene que estar uno viejo, según parece: deberíamos todos nacer de treinta años, entonces...

Un beso de Dick
Fernando Molano Vargas
Primera edición 1992
Cuarta edición, 2011
Editorial Babilonia
Bogotá
164 páginas

No hay comentarios: