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sábado, 3 de mayo de 2025

Para otros es el cielo, de Piedad Bonnett

Silvia es una profesora universitaria y editora que en la primera página de este libro aparece en un entierro. Pronto nos enteramos que el muerto es Alvar, un profesor universitario que fue su amante nueve años atrás. El libro se encarga de develar lentamente quién fue ese personaje, que murió joven, a los 54 años, y cuáles fueron las circunstancias que lo llevaron a esa muerte.

Esta novela de Piedad Bonnett se estructura a partir de 21 capítulos cortos en los que la autora cambia de narrador: algunos apartados se narran por Silvia, en primera persona, y otros tienen un narrador omnisciente que muestra a Alvar desde su infancia hasta su muerte.

La autora trabaja dos escenarios de interés: la universidad, con sus tedios, sus mediocridades y sus celos entre académicos, y Bogotá, con algunas calles identificables, algunos parques y una atmósfera plomiza y de soledad.

A diferencia de otras novelas suyas más autorreferenciales, este texto se siente distante y brumoso. Alvar deja un manuscrito para Silvia, del que el lector va leyendo pequeñas frases a lo largo del texto. Se trata de frases que reflexionan sobre el sentido de la vida, y ese tono reflexivo permea todo el relato: una novela en la que la introspección y el análisis antecede a la acción.

Esta novela es que fue publicada en 2006 y en ella abundan las reflexiones en torno al suicidio. Se trata de un elemento interesante, toda vez que la obra fue escrita varios años antes del suicidio de Daniel Segura, hijo de Piedad Bonnet, quien a raiz de esa muerte escribió "Lo que no tiene nombre", obra que la catapultó al reconocimiento del público lector. 


Algunos subrayados
Hay personas que cumplen el horrible papel de hacer palidecer el entorno, el pasado y el porvenir, porque su luz deslumbrante queda habitando en nuestras pupilas cegándolas para siempre (p. 15).

la vida no es más que un montón de tristes malentendidos (p. 18).

todas las infancias del mundo tienen un ingrediente de infortunio (p. 24).

Así como hay escritores que son ante todo grandes lectores, Marcel, siendo un magnífico conversador, era ante todo un buen escucha (p. 27).

También la universidad se ha estupidizado, amigo, como la prensa (p. 28). 

Pero si uno iba a ser explotado por un patrón, y por desgracia a él le tocaba serlo todavía por unos años, hasta su jubilación, era preferible que ese patrón fuera la universidad, más respetuoso y menos mezquino que casi todos los patrones (p. 28). 

mientras tuviera que asistir a las tediosas reuniones profesorales, y enterrar sus horas en el inútil ejercicio de la corrección, no podría hacer lo que de verdad estaba obligado a hacer, que era escribir y publicar sus ensayos (p. 29).

que nunca es más irreal el mundo que cuando amamos. Y que si el amor no es correspondido, si es un amor imposible, la consecuencia resultante es no sólo que un mundo de fantasías e ilusiones suplanta al mundo real y lo desplaza, sino que el yo, cortado su nexo con el tiempo real, queda en un estado de suspensión perpetua, de flotación en un mar de deseos y frustraciones (p. 54).

Con el paso del tiempo iba a abominar de la especialización, esa cárcel laberíntica que impide a tantos talentos alzar vuelo. Y aunque muchos de sus alumnos apreciaban esa manera singular de acercarse a las cosas, tan poco ortodoxa, la universidad le iba a hacer pagar un precio por ello (p. 60). 

repulsa contra todo lo que era afirmado con certidumbre, un disgusto producido por la fe sin resquicios (p. 67).

todos vamos por la vida haciendo pequeñas traiciones, a veces a los demás, a veces a nosotros mismos (p. 70). 

a medida que envejecía le iba resultando más evidente la idea de que la sabiduría del universo escapa del todo a la mente humana, y por tanto, que la empresa de ordenarlo, clasificarlo, penetrarlo, resulta vanidosa, y patético el esfuerzo de traducir en palabras el saber (p. 73). 

Los últimos diez años los he dedicado a prescindir de los demás y no me cabe duda de que esa prescindencia equivale a conquistar la libertad (p. 76).

me mortifican las personas que se inventan a sí mismas como personajes. En eso Vallejo se parecía a su augografiado, Barba Jacob, que fungió de poeta maldito con talentosa premeditación (p. 94).

La gente se conoce por la forma en que camina (p. 95).

me habían enseñado dos cosas: que no estaba hecha para la convivencia apacible que sucede al enamoramiento, que a cambio de equilibrio nos corta las alas; y que no se puede dejar pasar el amor, así nos deje maltrechos y llenos de cicatrices (p. 95). 

es difícil dejar a una esposa que al fin y al cabo es compañía y nos da hijos y piensa en pequeños detalles en los que uno no está dispuesto a pensar -entonces ya no se le puede dejar porque viene una dependencia atroz, una necesidad que sólo es mayor que la misma rabia impaciente que ella nos causa (p. 103).

El infierno no debe ser otra cosa que la suma incontable de minúsculos hechos que nos violentan sin sentido mientras la cordura nos dice que debemos ser tolerantes y no exteriorizar nuestro disgusto (p. 107).

Wilde dice que la coherencia es el último refugio de los que no tienen imaginación (p. 129).

Entre la sensatez y el peligro me quedo con el peligro. Si de algo me lamento hoy es de los errores que no cometí... (p. 138). 

La vida no es más que una larga sucesión de hechos sin interés, un paisaje plano conformado por miles y miles de momentos aburridos, y vivir equivale, sobre todo, a sobreponerse al tedio (p. 141).

Una espsoa no es nunca una verdadera rival para una amante (p. 151).

un cuerpo que a unas pocas horas de la muerte sigue estando poderosamente vivo (p. 156).


Para otros es el cielo
Piedad Bonnett
Editorial Penguin Random House
Bogotá, 2015 (primera edición 2006).
183 páginas

lunes, 28 de abril de 2025

El prestigio de la belleza, de Piedad Bonnett

Fue casual que leyera "El prestigio de la belleza", de Piedad Bonnett, publicado en 2010, luego de haber leído "La mujer incierta", publicado por la misma autora en 2024. Se trata de dos libros cercanos en su tono y objeto de reflexión: historias escritas en primera persona en las que la autora reflexiona sobre su propia vida, su cuerpo y su lugar en el mundo.

"El prestigio de la belleza", la precuela de "La mujer incierta", para ponerlo en términos cinematográficos, narra los primeros años de Piedad Bonnett, desde su nacimiento en Amalfi (pueblo que describe pero no nombra), el traslado de su familia a Bogotá, cuando ella tenía 10 años, y su reclusión en un interado regentado por monjas, en Bucaramanga, en la adolescencia. El libro se divide en tres partes y cada una de ellas corresponde a cada uno de esos lugares en los que vivió.

La narradora parte de una premisa: es fea, o al menos más fea que su hermana y más fea que lo que su madre esperaría de una hija suya. Ser fea significa ser menos. Sentirse insegura, menos querida, menos digna. Las reflexiones sobre el cuerpo, sobre los cambios durante la adolescencia, y la importancia que las mujeres le damos a la apariencia física están muy presentes en este libro que aborda además la educación sentimental femenina en los años 50-70 del siglo XX: la omnipresencia de la religión en la vida cotidiana y la concepción del cuerpo como un territorio de pecado.

El libro es claro, ameno, ágil. Piedad Bonnett narra con gracia, con humor y precisión. Pero más que anécdotas juveniles y episodios familiares, que es lo que se percibe en una capa superficial de lectura, el libro ofrece un retrato crítico sobre los cánones impuestos a las mujeres en una sociedad patriarcal y religiosa, en la que los mandatos sobre el cuerpo y el comportamiento vienen definidos desde antes de nacer.


Algunos subrayados
ya que en su familia la belleza era la constante, tanta fealdad debía venir de la familia de mi padre (p. 12).

la belleza, bien se sabe, es ganzúa que hace ceder todas las cerraduras (p. 13). 

Mucho tiempo después iba a enterarme de que el amor se manifiesta a veces con desesperación, egoísmo, tretas, trampas. Que el amor jamás es inocente (p. 13). 

Nunca necesitamos tanto de otro como cuando oscurece (p. 17). 

empecé a disfrutar los placeres de la tristeza (p. 24). 

el meconio en un recién nacido es señal inequívoca de que alcanzó a sufrir porque su vida estuvo en peligro (p. 38). 

creo que sabemos que hemos conquistado la adultez o, más bien, que la adultez ha terminado por dominarnos cuando aprendemos a manejar el ocio. (p. 42). 

no hay belleza completa en una mujer si no tiene una cabellera de rizos sueltos, de alegres bucles ondeando al viento (p. 50).

Comprendí en aquel momento que la belleza es enteramente inútil (p. 54).

Se es bello o se es feo o se es anodino, que es casi peor (p. 72). 

en eso los niños proceden como los amantes de la poesía: gustan de regresar una y otra vez a lo mismo, porque más que descubrir quieren volver a sentir lo que ya sintieron (p. 77). 

La dicha y el tormento de todos los amores tienen como alimento preferido las fantasías y las conjeturas (p. 86). 

Yo aguanté las lágrimas con la dignidad que casi siempre da la rabia (p. 87). 

No hay método para hacerse culto. Ni hay qué leer en ningún orden. Lo que hay que hacer es apasionarse por algo (p. 91). 

Supe que el amor, ese sentimiento perturbador y efímero, existe básicamente para ser desahogado en cartas ardientes y sin remedio cursis, pero no hay carta de amor que no lo sea. Pero también, a veces, lo ridículo puede ser bello (p. 94). 

El cuerpo era, en mi caso, un estorbo con el que debía cargar (p. 99).

un baño es un lugar que brinda las mejores condiciones para el retiro, la reflexión, la paz del espíritu (p. 106).

Como todos los seres que se creen feos o ignoran que son poseedores de cierta belleza, sucumbí al primer halago (p. 116).

los hombres se enamoran de las mujeres, y las mujeres nos enamoramos del deseo que por nosotras siente un hombre (p. 117).

no hay nada que corra más rápido que el tiempo cuando estamos en dulce compañía (p. 121).

No fui explícita, por lo menos al comienzo, sobre mi gusto por la lectura: los intelectuales inhiben, eso es lo que la vida me ha demostrado (p. 132).

La enfermedad, como la muerte, la guerra, la ruina, tiene el poder de devolver al ser humano el sentido de las proporciones. Con ella volvemos a contemplarnos como lo que en el fondo somos: un tumultuoso montón de vísceras y músculos y huesos (p. 137).

La humillación, lo supe en ese momento, se siente en todo el cuerpo (p. 141).

Era obvio que yo, que escondía con verdadera vergüenza mis poemas, no escribía como los poetas a los que se refiere Kundera, para que mi rostro fuera amado y endiosado. Lo que quería era otra cosa: amarme a mí misma mientras los escribía. Quería que mi tristeza fuera bella (p. 158). 

Un suicida era para mí la quintaescencia de la belleza trágica. Aunque prefería la imagen de un cadáver desmadejado, con el rostro transparente y una ligera sonrisa, como había visto en ciertas pinturas, y no la de una chica ebria, con los ojos saltados y la pequera llena de vómito, su acción me parecía heroica, poética, misteriosa (p. 175).

Nadie se enamora de otro por lo que sabe, y ni siquiera por sus talentos (p. 185).

Comprendí que toda su rebeldía, su deseo de libertad, su infinito sentido crítico y, por consiguiente, su desacuerdo con el mundo, nacían de su contacto con los libros (p. 196).




El prestigio de la belleza
Piedad Bonnett
Penguin Random House. De bolsillo
2018 (primera edición 2010)
Bogotá
204 páginas

lunes, 4 de noviembre de 2024

Qué hacer con estos pedazos, de Piedad Bonnett

Emilia tiene 64 años, escribe crónicas para una revista a la que solo va al consejo de redacción cada 15 días, y en donde todos los periodistas y jefes son mucho más jóvenes que ella. Vive con su marido de toda la vida, que toma decisiones por ella sin que eso le parezca anómalo, y sobreviven en una tensa convivencia que se alimenta de rutinas y silencios. Emilia tiene un hermano, Luciano, que vive viajando, y una hermana, Angélica, que es quien está pendiente de la cada vez más deteriorada salud de su papá. La hija de Emilia, Pilar, tiene 30 años, está casada y vive en otro país con su marido y su hija Sara. Emilia resiente el desapego de su hija, y no habla con nadie de Pablo, su hijo que murió súbitamente cuando tenía once meses de nacido. La persona con la que a veces conversa infidencias es Mima, la empleada de la casa, madre de Betsy, quien a su vez es madre de un niño de 3 años.

Esta es la cartografía de afectos y desafectos en la que se teje Qué hacer con estos pedazos, una novela en la que Piedad Bonnett utiliza la metáfora de la remodelación de una cocina para mostrar cómo pequeños cambios pueden sacar a flote grandes grietas en la convivencia cotidiana. En principio Emilia es una mujer normal, con una vida normal y una familia normal, sin grandes problemas, pero a medida que avanza el relato se entiende que Emilia es una equilibrista que ha hecho del silencio, el aguante y la sumisión su forma de vida, todo para no romper la frágil armonía familiar.

Feminicidio, clasismo, apariencias, envejecimiento, machismo y silencios familiares son los hilos que tensan esta novela en la que se presta voz a una mujer madura para preguntarse, luego de toda una vida de entrega y amor, si realmente todo eso valió la pena. Leer esta novela en paralelo con La mujer incierta puede ser un ejercicio de leer desde la ficción y la no ficción la lectura que hace Piedad Bonnett sobre lo difíciles que son las relaciones familiares y cómo los micromachismos alimentan el día a día de la convivencia en pareja.

Algunos subrayados

Porque a los veinte, una biblioteca es una ilusión, a los cuarenta un lugar de pleinitud y a los sesenta un recordatorio permanente de que la vida no te va a alcanzar para leerlos todos (p. 12).

Se antoja de alguno, lo empieza a leer de manera urgente, para luego dejarlo muchas veces por la mitad. Por aburrición. Por avidez de leer otro. Porque un viaje. Porque en realidad quisiera leerlos todos al mismo tiempo (p. 13). 

cuando se es pobre da miedo comprar libros (p. 13).

una narración cualquier narración es algo que siempre derrota el vacío, que crea un vínculo o sostiene el que todavía existe (p. 22).

preguntar es como tirar anzuelos a una laguna llena de peces: algo cae (p. 27).

viajar era para él abrir una puerta a la incertidumbre, a la ansiedad, al malestar (p. 33).

La rivalidad, la envidia y el odio a menudo crean vínculos más fuertes que el amor (p. 34).

a veces puede durar ocho, diez horas, frente al computador. Es para que las ideas no se me escapen. Es que ya cogí el ritmo. Es para mantener el tono. En realidad, aunque Emilia no lo sabe, lo que esas horas le dan es aire y fuego. Oxígeno para que haya compustión en su vida marchita (p. 36).

En la incondicionalidad perenne de su madre, en su incapacidad de rebeldía, Emilia creía reconocer un mandato transmitido de abuela en abuela. También su madre las instaba a ella y a su hermana a la sumisión (p. 38). 

esa extraña capacidad que tienen tantos hombres de erigirse como patrones o patriarcas mientras se comportan, sin aparente contradicción, como hijos incapaces (p. 39). 

Envejecer es reununciar. Dejar atrás. Desinteresarse (p. 57).

La amistad con ella es como recorrer desde la ventanilla de un tren un país desconocido, de paisajes siempre distintos y atrayentes (p. 60).

Sólo el tiempo es capaz de señalar la rotundidad del fracaso (p. 80).

El dulce placer de procastinar (p. 81).

Como siempre que está por salir de esos paréntesis que son sus viajes, una nostalgia prematura se mezcla con el deseo de volver (p. 116).


Qué hacer con estos pedazos
Piedad Bonnett
Editorial Alfaguara
Bogotá
Noviembre de 2001
168 páginas

sábado, 3 de agosto de 2024

La mujer incierta, de Piedad Bonnett

"La mujer incierta" abre con una breve nota dirigida "Al lector" en la que la autora explica que este libro nació en la pandemia y que no son unas memorias "pues de forma deliberada he dejado muchos aspectos de mi vida en la sombra". Se trata entonces de jirones de memoria, de fragmentos subjetivos que sirven para reflexionar sobre asuntos de interés público, como la brecha entre mujeres y hombres, la educación sentimental, el "hacerse escritora", la vida universitaria y la maternidad, entre otros aspectos.

Piedad Bonnett escribe desde hace años una columna de opinión los domingos en El Espectador y este libro tiene algún parentesco con esas columnas: se trata de piezas breves (un poco más largas que las columnas, pero no mucho más) en las que la autora reconstruye una escena de su vida, un momento puntual, y a partir de esa anécdota mínima arroja luces para entender su pasado y su presente, pero también el pasado y el presente de otras de su generación.

"La mujer incierta" tiene un tono autobiográfico desde la portada, que trae la imagen triplicada de una Piedad Bonnett muy joven. Ese tríptico da cuenta de la imposibilidad de encasillar a la autora (y a cualquier ser humano) en un solo rol o en un solo registro: Piedad Bonnett se presenta en este libro como escritora, profesora, esposa, hija, hermana, madre, amiga, lectora, oficinista aburrida, niña rebelde y mujer de consciente de su época y su clase social. Hay pasajes dolorosos y tristes, como cuando reconstruye la eutanasia de la escritora Marcela Villegas, la mejor amiga de su hija; otros ácidamente críticos, como en los que recrea la vida universitaria, tan llena de lambones e impostores, y que me llevaron a recordar esa maravillosa novela que es Stoner, y también escribe episodios graciosos, como aquellos en los que se burla de ella misma y de sus "triunfos literarios", en los que el éxito luce muy distinto al que aparece en las revistas de farándula.

En un pasaje la autora dice que mientras uno no sea huérfano goza de juventud, y como ella tiene a sus padres vivos, casi centenarios, se siente aún joven, aunque tiene 73 años (nació en 1951). Esa vitalidad interna se refleja en una escritura segura y honesta que desnuda sin reservas algunos aspectos íntimos, como sus episodios de depresión y ataques de pánico, y resguarda otros, como casi todo lo relacionado con su vida conyugal. Su marido en este libro, es un fantasma sin nombre, de muy escasa figuración. 

Piedad Bonnett ha sido reconocida por su poesía y ha publicado varias novelas. Sin embargo, su título más popular es Lo que no tiene nombre, un libro personal, doloroso y único en el que vuelve palabra el dolor y el amor tras el suicidio de su hijo. "La mujer incierta" tiene una forma narrativa que recuerda ese título: ensayo personal en el que cita a distintos autores que le sirven para explicar o completar ideas personales que a la vez son universales.

Algunos subrayados
El pudor es bello en su contención y su misterio. En su discreta elegancia (p. 20).

La vida es eso, una zozobra diaria, una cárcel donde uno mismo es el carcelero, un pasadizo oscuro por donde se camina tambaleando sin saber si al otro lado nos espera el sol reconfortante de la mañana o el abismo (p. 40).

El escritor hace tres movimientos mentales mientras escribe. Va hacia adentro, hacia su yo más profundo, buscando el filón de la memoria, en la que caben todas las lecturas convertidas ya en experiencia. Hacia afuera, hacia la página que se prepara ya para un lector, donde cada palabra aspira a la precisión o a la revelación. Y hacia los lados, en un incesante ejercicio de relacionar (p. 65). 

Para las mujeres de la generación anterior a la mía, el matrimonio era un destino, ser madres un imperativo, y un privilegio tener al hombre como único proveedor de la familia. Para otras cuantas solía ser una opción desesperada cuando llegaban a la edad de vestir santos, porque la soltería era vista como una deshonra: ninguno las había elegido, serían mujeres sin hijos, jumilladas para siempre (p. 66). 

Como en todo enamoramiento, la mirada de un extraño me otorgó de pronto una existencia nueva. La posibilidad de una renovación. En eso consiste (p. 85).

Fuimos criados en la obediencia, la forma doméstica de llamar a la sumisión.

Lo que nos hace falta después de salir de la escuela --sea de ricos o de pobres-- es tiempo para desaprender lo enseñado (p. 108).

(Citando a Stephanie Coontz) A finales de la década de 1950, hasta las personas que habían crecido en sistemas familiares completamente diferentes llegaron a creer que el casamiento universal, a edad muy temprana, con el propósito de formar una familia con un marido proveedor era la forma tradicional y permanente del matrimonio (p. 110).

Traición tras traición en aras de la complacencia (p. 124). 

el machismo muchas veces comienza en las madres (p. 126). 

Comienza a rondarte la idea de que eres una inepta. O de que la niña está enferma. Vuelves a examinar su pañal. Será que quedó con hambre. Y así, en perpetua incertidumbre, en esa primera parte de la crianza (p. 131). 

¿Quién dijo que se estudia para ser escritor? Te formaron para ser maestra, editora, crítica, pero ser escritora es otra cosa: es enfrentarte a ti misma, a tus miedos, a tus carencias. Peor aún, ¿quién te ha dicho que tienes talento? (p. 139).

el camino de todo buen maestro es el de la seducción (p. 140). 

El perfeccionismo no es otra cosa que un deseo de complacer, de ser amado, de cumplir con las expectativas, de no fallar. El perfeccionismo es una de las formas de la inseguridad y de la desdicha. Una carrera a la que le van corrriendo la meta (p. 143). 

El resentimiento político sólo lo sienten los que no aspiran a pertenecer al mundo de los privilegiados, ese que odian porque choca con sus ideales de igualdad. El resentido es lo contrario del arribista. Este es patético, el otro es trágico (p. 148). 

Hay formas de abuso para las que nadie nos prepara, y menos en el medio oscurantista en el que fui criada (p. 151). 

La poesía, ese género que se escribe en la frontera entre la lucidez de la racionalidad y la oscuridad del subsonsciente, es el lenguaje que mejor expresa ese estao de enajenación (p. 156). 

y todavía hoy me pregunto si no dilapidé demasiadas horas preparando minuciosamente mis clases en vez de estar leyendo todo lo que mi avidez me pedía que leyera (p. 165). 

puedo leerme un libro para escribir un párrafo (p. 165). 

un maestro debía mostrar siempre a sus alumnos que no era el dueño de un saber sin resquicios sino un hombre vulnerable (p. 166).

Y mientras das tu clase los amas a todos, en abstracto, con una fe remota en su sensibilidad, pero a la vez te son indiferentes, porque finalmente son presencias pasajeras en ese largo trasegar de la docencia (p. 166). 

Yo enseñé siempre con todo el cuerpo, firmemente soportada por la tierra, aun cuando mis alumnos me percibieran inmóvil, sin sospechar hasta qué punto iba yo volando por las circunvoluciones de mi cerebro, temiendo sobreactuarme, pero dispuesta a perdonarme si lo hacía. De mis clases salía siempre con las mejillas afiebradas y el corazón acelerado. Con la serotonina, la dopamina, las endorfinas y la oxitocina en plena actividad y equilibrio. Al fin y al cabo lo que en el salón sucedía era un intercambio amoroso. Por eso la preparación nunca me resultó aburrida. Pesada, sí, fatigosa también. Pero siempre estimulante y llena de descubrimientos. Toda esa felicidad era aplastada de golpe, sin embargo, por la corrección de trabajos, que me hacía descender al infierno de lo interminable. ¿Cuándo 3, cuándo 4, cuándo 5? Lo único sencillo era un 1 decidido y rabioso. Que era casi nunca, pero ejecutaba como un verdugo sin rastro de piedad (p. 167). 

La universidad está plagada de impostores. me retracto: tal vez no plagada pero sí salpicada de ellos, personajes a veces insignificantes, a veces siniestros, que logran embaucar a sus alumnos con lo que Natalia Ginzburg llama "ideas artificiosas". Las universidades los toleran porque hacen parte de su ecosistema, elementos naturales que crecen a expensas de las jergas del saber, como el moho en los alimentos (...) No hay impostor que pueda existir si no lo sostienen sus fanáticos (p. 168).

El humor inteligente de los intelectuales, capaz de la autoparodia, pero también de la acción ponzoñosa (p. 170).

Aniñar es una de las formas más bienintencionadas y nocivas del machismo, que nace de la idea de que somos "el sexo débil", como se le decía antes. Aniñar es, para los machos, sólo una forma de proteger (p. 189).

Aunque suene chato o rudo: sólo eres novelista cuando tu novela es publicada, pero, sobre todo, cuando alguien la lee y ya no es enteramente tuya (p. 204).

las emociones que un libro despierta son a la vez estéticas y políticas (p. 213).

Mis escritores preferidos son los que encuentro inimitables. Aquellos que me abruman con su inteligencia, con su capacidad metafórica, con la amplitud y complejidad de su mundo. Los que me deslumbran, porque me hacen sentir que jamás podré ser como ellos. Los demás me aburren (p. 227).

El lenguaje, las historias de ficción o de no ficción, las ideas que ha encontrado en los libros, tendrán siempre más fuerza para el lector que la conversación con el autor, por más que esta sea lúcida, original, vibrante (p. 230).

no evito casi nunca para apoyarme en un referente de autoridad. Lo hago para reconocer a esos que lo pensaron antes que yo, pero sobre todo que lo dijeron mejor que yo. Para agradecerles con humildad, porque dispararon mis propios fantasmas, mis emociones, mi memoria, que es una de las cosas que busco cuando leo (p. 236).

la puerta por la que dejamos entrar a gente desconocida se va achicando con el tiempo. Lo milagroso es lo contrario: que un desconocido llegue a nuestra vida, y permitamos que entre y se instale en ella de una manera totalmente natural, como un hermano al que nunca habíamos visto, pero en cuyos rasgos nos reconocemos, con alegría (p. 238).

El primer espejo es siempre la mirada de nuestra madre (p. 243). 


La mujer incierta
Piedad Bonnett
Penguin Random House
Bogotá
Agosto de 2024 
252 páginas

jueves, 25 de abril de 2013

Lo que no tiene nombre, de Piedad Bonnett


“Lo que no tiene nombre” salió a la venta el 8 de marzo y ya lleva más de 7.000 ejemplares vendidos. En un país en el que vender 1.000 libros es ya un éxito, lo que ha ocurrido con este texto puede decirse que es un fenómeno.



Por supuesto, la calidad de un libro no se mide por las ventas, pero ayer oí decir a su autora, en una presentación en la Librería Prólogo, que ella siempre ha tenido lectores en la academia, entre los escritores -porque la poesía en este país circula en ámbitos muy restringidos- pero que se siente satisfecha de haber logrado llegar a un público diferente, más amplio y diverso, con este libro.



Creo que lo logra porque la historia es hermosa, el libro está bellamente escrito y habla de un tema tabú: el suicidio, y de otro tema tabú: la esquizofrenia y la enfermedad mental. Ambos más comunes de lo que se cree. Por eso uno de los epígrafes del libro, de Paul Auster es tan acertado: “Piensas que nunca te va a pasar, imposible que te suceda a ti, que eres la única persona del mundo a quien jamás ocurrirán esas cosas, y entonces, una por una, empiezan a pasarte todas, igual que le suceden a cualquier otro”.



Pese al dolor de mamá que representa el suicido del hijo, en cada párrafo se nota la rienda que le pone freno a su emoción, para dar cuenta de un hecho con las palabras precisas, duras, escuetas, que enseña a usar la poesía. En una presentación en la Feria del Libro de Bogotá de 2004, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski contó que su primer acercamiento con la escritura no fue el periodismo sino la poesía y que a la poesía le debía el rigor de imponerse encontrar la palabra exacta para cada cosa. Ese oficio de poeta, que le permitió ser excelente cronista, es el que se siente en cada página de “Lo que no tiene nombre”, un texto de no ficción que tiene todo el valor de la literatura: en las palabras que usa, en la estructura elegida, en la construcción del hijo-personaje, que murió como miembro de familia pero nació como personaje de la literatura colombiana, con una voz propia.



Al leer este libro recordé “El olvido que seremos”, de Héctor Abad Faciolince, y “La luz difícil”, de Tomás González. Los tres pueden configurar la trilogía del duelo en la literatura colombiana contemporánea, o al menos la trilogía del duelo por el hijo perdido (para mí, los momentos más tristes de El olvido que seremos no vienen por la anunciada muerte del padre, sino por la inesperada muerte de la hija-hermana). En esta trilogía “Lo que no tiene nombre” tiene la fuerza que implica el pacto con el lector de saber desde el comienzo que lo que se está leyendo ocurrió realmente y no hay ficción en el relato, situación que comparte con El olvido que seremos, y a su vez tiene la fuerza que imprime la muerte por voluntad propia, como también se da en la ficción planteada en La luz difícil.



Solo alguien que tiene una formación literaria (poética) muy sólida, puede escribir un libro de esta calidad, sin sentimentalismo ni melodrama, en medio de un duelo tan profundo. Porque hay que recordar que lo escribió “en caliente”, durante el año siguiente a la muerte del hijo, y no años o décadas después, como han hecho otros autores para narrar sus propios dramas en clave literaria.



Al final del libro Piedad Bonnett cita a Juan José Millás: “la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”. Para mí, esta lectura ha sido al mismo tiempo hurgar y sanar una vieja cicatriz.





Los que quieran conocer más de la obra de Piedad Bonnett, su página web es: www.piedadbonnett.co

...y como es habitual, acá van las frases:



“Pero la verdadera vida es física, y lo que la muerte se lleva es un cuerpo y un rostro irrepetibles: el alma que es el cuerpo”.



“Durante horas, sentado cada uno en un lugar distinto de la sala de la casa, ensimismados en los computadores y en los teléfonos, por momentos parecemos representar una obra del absurdo”.



“La noticia de que se trató de un suicidio hace que muchos bajen la voz, como si estuvieran oyendo hablar de un delito o de un pecado”.



“Muchos de los intelectuales que conozco se abochornan ante la muerte, no saben abrazar, se paralizan al verme”.



“Ya no creemos en las fórmulas, pero no hemos creado un lenguaje que las remplace. Los hechos, como siempre, acorralan las palabras”.



“La vida nos escamotea el espectáculo de nuestro funeral”.



“estamos ante un momento de incomprensión histórica, ante una simplificación amplificada por la estupidez de la provincia”.



“en el corazón del suicidio, aun en los casos en que se deja una carta aclaratoria, hay siempre un misterio, un agujero negro de incertidumbre alrededor del cual, como mariposas enloquecidas, revolotean las preguntas”.



“Uno de los autores que leo recuerda, no obstante, que a veces no se puede escoger cómo morir. Que el soldado usará su arma, y el médico el bisturí, y el farmaceuta una dosis de barbitúricos”.



“¿De qué tamaño es el dolor del que se despide de sí mismo?”



“Todo suicidio encierra un mensaje para los que se dejan atrás”.



“ningún amor es útil para aquel que ha decidido matarse. En el momento definitivo, el suicida sólo debe pensar en sí mismo para no perder la fuerza”.





Lo que no tiene nombre

Piedad Bonnett

131 páginas

Alfaguara

2013