lunes, 31 de julio de 2023

Aún llueve en Torcoroma, de Olga Echavarría

La portada de la edición de "Aún llueve en Torcoroma", impresa por Editorial Nomos, muestra la foto borrosa de una mujer, tras un cristal al que le caen gotas de agua. Así como esa imagen, brumosa, difusa, es la figura que Olga Echavarría construye en esta novela biográfica sobre la poeta Dolly Mejía, quien nació en Jericó en 1920 y murió en Bogotá en 1975. 

La novela está construida a partir de capítulos cortos e intercalados en los que aparecen tres narradores que construyen el rompecabezas de la vida de Dolly Mejía desde tres puntos de vista: el de Ingacio, un hombre joven enamorado de ella, el de Malena, una investigadora (alter ego de la autora) que compila información sobre la poeta. y el de la propia Dolly, que no aparece hablando en primera persona, sino desde la distancia de un narrador omnisciente que describe sus acciones. La voz de Dolly aparece solo en algunos de los poemas que se incluyen en el libro.


Dolly Mejía fue poeta y periodista en un tiempo en el que a las mujeres escritoras en Colombia se las trataba de manera despectiva como "bachilleras". Estudió en Jericó, luego fue novicia en el convento de las Salesianas, en Quito, se casó muy joven, empezó a escribir poemas, a leer, y se radicó en Bogotá en donde fue redactora de planta en El Tiempo, dirigió el suplemento literario de La República, y además publicó colaboraciones en El Colombiano y Cromos. Se casó tres veces, vivió en España, soñó con tener hijos, pero era estéril como Yerma; fue amiga de los piedracielistas, de Eduardo Carranza, de León de Greiff, del fotógrafo Sady González, del escritor antioqueño José Restrepo Jaramillo, y pasó varias temporadas en Torcoroma, la finca de unos primos de la poeta, que le da título al libro. 

Una biografía novelada mezcla muchos datos ciertos con elementos de ficción. En esta obra la autora Olga Echavarría aclara qué personajes o datos son ficticios y cuáles son fruto de una profunda investigación alrededor de una autora que, como le pasó a tantas de su generación, fue ignorada por el canon literario. El valor del libro es entonces doble: por un lado rescata la memoria de una escritora valiosa y digna, pero adicionalmente ofrece un relato con frases cuidadas, con escenas bien construidas y con una atmósfera de bruma, que encaja bien con la neblina que suele posarse sobre Jericó, y también con la difusa imagen que tantos años después ha quedado de esta escritora que merecemos leer. 
 
Algunos subrayados
La poeta había sido barrida bajo el tapete, como decimos en Colombia. Era ignorada (p. 6).

Era un hombre joven, seguro de sí mismo, confiado en su belleza y juventud, sabedor de que ninguna mujer puede resistir el deseo de un hombre que está dispuesto a conseguir aquello que lo obsesiona (p. 20).

es patético el rito del matrimonio visto desde la distancia de la separación (p. 48).

le habían descubierto una afición que, en aquella época, se consideraba inapropiada en una mujer: la de viajar (p. 66).

¿Cómo habrían sido sus hijos si hubiera logrado ser madre? ¿Lo lograría ella misma? ¿O tal vez alcanzaría a parir solo unos cuantos libros mediocres? ¿Tendría que contentarse con llamar hijos a esos arrumes inútiles de papel? ¿a esos pedazos de nada que no besan ni abrazan, que no aman, sino que permanecen, llenos de polvo, en una estantería? (p. 72). 

Todos parecían celebrar sus escritos como se celebran los trazos torpes de un niño sobre una hoja de papel. Entonces pensaba que al hacerse mayor esta situación mejoraría, pero no fue así, todos pasaron de celebrar sus gracias infantiles a alabar que una muchacha cultivara un pasatiempo, aunque fuera uno mucho menos trascendente que el bordado o la preparación de postres (p. 79). 

Solo frecuentan antros, pues alegan que son lugares lo suficientemente bajos como para alcanzar la altura de sus aspiraciones mundanas (p. 102).

Que una mujer de cierta edad y extracción social trabajara era visto como una excentricidad o un libertinaje inaudito. Solo acudían al trabajo las mujeres de clases bajas, aventadas a las cocinas y pisos ajenos por la necesidad y el hambre de sus hijos (p. 105). 

Es curioso cómo en mi mente algunos recuerdos aparecen brillantes, nítidos, intactos, mientras que otros van como neblinas, dejando ver solo sombras que toca adivinar a tientas entre la bruma de las horas, las muchas horas que se nos han acumulado (p. 109).

Por alguna razón, una mujer que trabajaba era, para los galanes del medio periodístico, una mujer fácil (p. 112). 
 
"No hay que ser nunca una niña empachada de libros, que no sabe hablar de otra cosa, no hay que ser intelectual" (p. 124). 


Aún llueve en Torcoroma. Biografía novelada de la poeta Dolly Mejía
Olga Echavarría
Editorial Nomos
2022
160 páginas.


lunes, 3 de julio de 2023

Magdalena, Historias de Colombia, de Wade Davis

"Magdalena" es un libro de 480 páginas, tan caudaloso y denso como el río que le da origen. Wade Davis, un antropólogo, etnobotánico, fotógrafo y escritor enamorado de Colombia, emprende el ejercicio de recorrer toda la cuenca del Río Magdalena, desde el Páramo de las Papas hasta Bocas de Ceniza y sus alrededores. 

Los alrededores son importantes. El libro no se limita a las orillas del río, sino que se adentra en sus cuencas para contar "Historias de Colombia", que a veces suenan más vinculadas al río y a veces se alejan de su cauce. Así, aparecen la historia de la coca, la Conquista Española, los conflictos entre Bolívar y Santander, la época dura de Pablo Escobar en Medellín, la tragedia de Armero, el paramilitarismo que convirtió al Magdalena en un cementerio de desaparecidos, la cumbia y las músicas que se escuchan en el Bajo Magdalena, y otra cantidad de relatos que avanzan a medida que el autor recorre el Yuma, con curiosidad y asombro. 

El libro está dividido en tres partes, que corresponden a la división geográfica del río: Alto Magdalena, entre el Páramo de las Papas y Honda, Medio Magdalena, entre Honda y La Gloria, y Bajo Magdalena, desde La Gloria hasta la desembocadura. Cada parte, a su vez, está compuesta por distintos capítulos que, desde un punto determinado de la geografía de la cuenca del Magdalena, le sirven al autor para contar variadas "Historias de Colombia", como lo señala el subtítulo de la obra.

"Magdalena" es una obra difícil de encasillar: puede leerse como un libro de viajes, como un libro de historia de Colombia, como una compilación de crónicas de espacios y personajes, como una documentada guía turística o como una carta de amor hacia la naturaleza colombiana. Es un libro que tiene como hilo conductor el Río Magdalena, pero que salta de tema en tema porque al autor le interesan múltiples cosas: las comunidades indígenas, la botánica, la fauna, la historia política de Colombia, el transporte, la música y por ello el libro recoge una amplia lista de voces, que van desde pescadores hasta expresidentes.

Si bien en algunos pasajes suena condescendiente o benigno frente a personajes como Álvaro Uribe, también resulta interesante esa mirada extranjera que le da valor y esperanza a lo que ve en Colombia. Los pasajes que dedica a Humboldt y su expedición por la Gran Colombia, el asombro de Humbold y su aporte al espíritu de la independencia, conectan bien con ese esfuerzo que hace Wade Davis por investigar, documentar y mostrar riquezas que están aquí pero parecen ocultas, ignoradas o despreciadas para el grueso de la población.


Algunos subrayados

No hay un lugar en Colombia que esté a más de un día de todos los hábitats naturales que hay en el mundo (p. 24).

En la cuenca dlMagdalena viven cuatro de cada cinco colombianos. Es la fuente del ochenta por ciento de la riqueza económica del país (p. 26).

Si toda el agua del mundo se vertiera en un recipiente equivalente a un galón, lo que podríamos beber apenas llenaría una cucharita (p. 38). 

Ya existían, por supuesto, otros nombres para el río: Yuma, Guaca-Hayo, Karakalí, Kariguaña (p. 41). 

Quizás porque el país alberga más de la mitad de todos los páramos del mundo, muchos colombianos no saben apreciar la rareza de estos exóticos y misteriosos ecosistemas y su fundamental importancia en el ciclo hidrológico (p. 49). 

...a diferencia de los científicos y académicos de hoy, condenados a saber cada vez más y más sobre menos y menos (p. 51).

La coca no es cocaína, así como la papa no es vodka (p. 58). 

es muy poco probable que Colombia pueda llegar a eliminar el cultivo de coca (p. 61).

Si se comerciara como té, o como suplemento nutritivo, la coca podría volverse el mejor regalo de Colombia para el mundo, atenunado el éxito comercial de su café. No es que el café tenga nada de malo, claro está, pero es que su origen está en la lejana Abisinia. La coca, en cambio, nació en Colombia (p. 62). 

Los extranjeros que viajaron por estas estrechas carreteras se sorprendían de que una nación tan moderna pudiera tener un sistema de transporte tan precario (p. 63). 

Todo se movía gracias a la fuerza, habilidad y resiliencia de los arrieros y sus animales. Era una cultura de vivir al aire libre, de niños y hombres cuyo único arraigo era la tierra que pisaban, y cuyas pasiones y sentimientos los diferenciaban por completo del vaquero tradicional (p. 64).

(Sobre la Conquista) Los hombres, desesperados por la falta de sal, peleaban entre ellos por la carne de aquellos que ya habían perecido (p. 73). 

Los muiscas de las montañas llamaban al río Magdalena el río Yuma, es decir, el Río del País Amigo (p. 74). 

Los muiscas eran una comunidad de más de un millón de habitantes (p. 77). 

La cultura muisca se fue desvaneciendo, hasta que incluso su lengua desapareció a comienzos del siglo dieciocho (p. 80). 

la gente solo sobrevive si cultiva el gusto por el silencio (p. 83). 

Y por más riqueza que hubiera salido del Perú, fue Colombia la que más oro puso en las arcas de la Corona Española, además de costales llenos de esmeraldas y pierdas preciosas (p. 84). 

La Ciudad Perdida, la antigua metrópoli de los taironas en la Sierra Nevada de Santa Marta, fue descubierta por los guaqueros apenas en 1972. Los arqueólogos solo comenzaron su labor de investigación allí en 1976. Construida seiscientos cincuenta años antes que Macchu Picchu, Teyuna, como la conocen los koguis y los arahuacos, es un monumento igual o más imponente que cualquier otro que se pueda encontrar en América. Aún más asombroso que las maravillas de la Ciudad Perdida, tanto en tamaño como en importancia, es San Agustiín, el sitio arqueológico más amplio y misterioso de toda Colombia (p. 86)... más que quinientas figuras esparcidas por sus linderos (p. 87). 

San Agustín no estaba en absoluto aislado, más bien era el epicentro de una red extensa y compleja de rutas que conectaban comercialmente distintas partes del sur de Colombia (p. 90). 

En muchos casos, las figuras tienen cachetes abultados que sugieren mandíbulas mascando hojas de hayo. Estas son las representaciones más antiguas del ritual de la coca y las primeras evidencias de que la lanta gozaba de veneración en las antiguas civilizaciones de los Andes (p. 93).

El elemento central en todos los monumentos megalíticos de San Agustín es la transformación (p. 95)

Cuando comenzó el período colonial y el sistema de encomienda redujo a todos los nativos a la servidumbre, el destino de las comunidades indígenas que quedaban fue sobrellevar una vida de sufrimiento: varicela, masacres, flagelaciones, peonaje por deudas o la cárcel, todo aprobado por la bondad y la gracia de la Iglesia Católica (p. 105). 

En la medida en que todavía hoy se siguen descubriendo nuevas especies de peces -van ocho tan solo desde el 2013-, nadie sabe con certeza cuántas alcanzaron a coexistir en el río, pero la cifra oscila entre doscientos veinte y doscientos noventa. Más de la mitad son especies endémicas, es decir, que no existen en ningún otro entorno natural (p. 111). 

el champán era todo un logro, pues redujo el trayecto de Cartagena a Honda de dos meses en una piragua a apenas treinta y cinco días (p. 121). 

En Colombia, por el contrario, algunos cálculos sugieren que hasta el noventa por ciento de la tierra cultivable -aparte de la que es propiedad del Estado- está en manos de apenas el cinco por ciento de la población (p. 127). 

La Tatacoa produce una sensación de estar fuera del planeta Tierra. Es como si Dios, habiendo decidido darle a Colombia un poco de todo, hubiera seguido su capricho hasta el final, colocando a la sombra pluviométrica de la cordillera Central un terreno sacado directamente de la superficie de Marte (p. 128). 

La guerra (de los Mil Días) estalló cuando los cafeteros, apegados al compromiso liberal con el mercado libre y el comercio internacional, se rebelaron contra un gobierno conservador que asfixiaba el crecimiento con tarifas punitivas y aranceles de exportación que hacían que los cafeteros operaran a pérdida (p. 131). 

(en 1915) el deslizador hizo su viaje inaugural en los últimos meses del año, y fue de Barranquilla a Girardot en apenas cuatro días. Cuatro años después, tras varias modificaciones y mejoras que dieron luz a un deslizador de segunda generación, el Luz I logró hacer el trayecto de Honda a Barranquilla en tan solo veinticuatro horas (p. 132). 

El 19 de octubre de 1920 el (avión) Colombia despegó de Barranquilla camino a Girardot (133). 

Colombia también fue pionero en el envío de cartas y paquetes por avión (p. 134). 

el Magdalena ha servido como cementerio de la nación, al llevarse sus muertos anónimos (p. 141). 

(Sobre la tragedia del Ruiz en 1985) La avalancha que se abrió paso por el valle de Chinchiná destruyó más de cuatrocientos hogares y enterró vivas a mil ochocientas personas en la ciudad de Chinchiná (...) Fue el peor desastre natural en la historia de Suramérica (160). 

Un amigo colombiano describió alguna vez el Medio Magdalena, esa franja larga del río que se extiende entre honda y El Banco, como el patio trasero del país (171).

Desde la perspectiva de las capitales departamentales, esos pueblos eran puestos de comercio lejanos y aislados, en los que la gente se gobernaba a sí misma y las autoridades nacionales eran, en el mejor de los casos, una presencia muda (p. 172). 

En la década de 1880, un viaje en barco de vapor entre Barranquilla y Honda tomaba noventa horas, y el regreso a la costa, apenas cuarenta y ocho, lo que implicaba un consumo aproximado de cuatrocientos "burros de leña" para un solo viaje de ida y vuelta (...) Para comienzos del nuevo siglo, los vapores del Magdalena ya habían quemado alrededor de treinta millones de metros cúbicos de invaluables maderas como el caimito, el comino, el cedro, el sangretoro, el abarco y el suán (p. 176). 

Estoy de acuerdo con que no olvidar es importante. Pero olvidar también es importante. No para negar lo sucedido, sino para poder avanzar (p. 226). 

(Pablo) Escobar les dio todo su apoyo a los paramilitares, financiando sus operativos y aconsejándoles que se metieran en el negocio de la cocaína. Incluso contrató a mercenarios israelís y británicos para que los entrenaran (p. 242). 

Puerto Boyacá estaba bajo el mando de Ramón Isaza Arango, el padrino, según Juan, de toda la causa paramilitar (p. 244). 

Pocos en la izquierda confiaban en Uribe, un prominente terrateniente que había sido de los primeros en promover y brindar apoyo al movimiento paramilitar (p. 247).

En los ocho años entre el 2002 y 2010, las Farc perdieron a la mitad de sus miembros. Para el 2010, momento en que Santos asumió la Presidencia, sus filas habían quedado reducidas a apenas ocho mil combatientes (p. 248). 

Por ejemplo, un kilo de panela -los bloques de azúcar morena que extraían con mucho trabajo de la capa- se vendía en seiscientos o, en el mejor de los casos, ochocientos pesos, aproximadamente veintisiete centavos de dólar. Ese mismo peso en hojas de coca les dejaba a los campesinos cuatrocientos mil pesos y, si la procesaban para que quedara en pasta, la primera etapa de la producción de la cocaina, esa cifra ascendía a ochocientos mil pesos (p. 263). 

Puerto Berrío, una ciudad pequeña, cuya mejor descripción es la de un lugar en el que sucedieron cosas importantes, pero hace mucho tiempo (p. 274). 

la pérdida en 1961 del David Arango (...). Para 1969, el número total de pasajeros había disminuido a 22.688 y la era del transporte fluvial era cosa del pasado (276).

el manatí es el único mamífero marino que vive debajo del agua y puede permanecer sumergido hasta quince minutos entre una respiración y otra (302). 

Cuando los españoles se abrieron paso por la inmensa planicie de la Costa Caribe, documentaron no menos de cincuenta lenguas indígenas diferentes (p. 317). 

De las mil cuatrocientas lenguas habladas en Suramérica antes de la llegada de Colón, más de mil terminarían desapareciendo, muchas apenas décadas después de entrar en contacto con los europeos (p. 318). 

Transcurridos apenas 150 años desde la llegada de Colón, la población nativa de América pasó de 70 a 3,5 millones (p. 320). 

Quinientos años después de la Conquista, Colombia sigue siendo el hogar de más de ochenta naciones indígenas diversas y vibrantes (...) estos pueblos suman casi dos millones de personas, más o menos el mismo número de habitantes que se cree que vivían en Colombia a la llegada de los europeos (321). 

Hoy día hay más de setecientos resguardos o zonas indígenas autónomas, que ocupan casi el treinta por ciento del territorio colombiano, una cifra que no se compara con lo que ocurre en ningún otro país (p. 324). 

La verdad es que Mompox es uno de los tesoros más valiosos de América Latina (p. 365). 

(sobre el origen de USA) Las Trece Colonias fueron ocupadas por quienes buscaban libertad de culto,pero a su vez, y quizás hasta en cantidades aún mayores, por aquellos en busca de un lugar donde practicar su propia forma de intolerancia religiosa (p. 379).

solo una nación de tontos elegiría a los rangos más altos de su ejército por voto popular. Pero para que un país no fuera gobernado por generales y clérigos, sino por leyes, el gobierno republicano implicaba y exigía la participación activa del pueblo, argumentaba Santander (p. 413). 


 
Magdalena, Historias de Colombia
Wade Davis
Editorial Planeta
Bogotá
2021
480 páginas