lunes, 28 de junio de 2021

De vidas ajenas, de Emmanuel Carrère


"De vidas ajenas" es un título preciso. En esta obra de no ficción Emmanuel Carrère no se ocupa de su vida, como en "Una novela rusa" ni de una vida ajena en particular, como en "El adversario", sino de varias vidas ajenas que se presentan como la cara y el sello de una tragedia: los padres que pierden al hijo (la hija, en este caso) y las hijas que pierden a la madre. 

El libro está dividido en capítulos de aproximadamente 10 páginas cada uno en los que Carrère va cambiando el foco de atención, de manera que el relato se desplaza de unas vidas a otras: empieza en 2004 con el año nuevo en Sri Lanka y el gran tsunami que devastó la costa del Índico; luego viaja a Francia y se ocupa de la enfermedad y muerte de su cuñada Juliette; pero el relato sobre este cáncer se aborda primero desde el punto de vista de Étienne, un magistrado amigo, y luego desde la propia familia. Y como si fuera poco, en el interregno aparece un tema jurídico que ocupa la atención de Etienne y Juliette: la defensa de deudores morosos de crédito de consumo y la materialización del derecho a no pagar, y el telón de fondo son los altibajos de la relación de pareja de Carrère y Hélene, hermana de Juliette.
 

Carrère construye relatos muy visuales en los que es fácil ubicarse en el espacio, imaginar las escenas y recorrer con él como autor-narrador las distintas locaciones. Sin embargo quizás en este libro, más que en los anteriores, la lectura genera varias veces el interrogante de: "¿esta historia para dónde va?" porque se trata de un texto que se centra en personajes que luego se abandonan a su suerte para ocuparse de otros asuntos, como por ejemplo los temas jurídicos, que no habían sido anunciados previamente y que al final tampoco se resuelven con claridad. Para los acostumbrados a la narración con el esquema introducción-nudo-desenlace este libro resulta fallido. Pero quizás esa es la apuesta del autor: la vida propia y las vidas ajenas fluyen, y lo que en algún momento fue relevante o ocupó nuestra atención deja de estar tan presente con el paso del tiempo.


Algunas frases
Comprendió que no había llegado el fin del mundo, que estaba vivo y comenzaba la verdadera pesadilla (p. 380).

Ya no buscaba conquistar nada, sino tan solo saborear lo que había conquistado: la felicidad.

Esta mujer lo ha perdido todo porque lo tenía todo, al menos todo lo que importa. El amor, el deseo y la voluntad de hacer que dure y la confianza: durará (p. 399).

Para los padres de Héléne, como para los míos, la buena educación consiste, en primer lugar, en reservarte tus emociones (417).

A la gente que frecuento no le plantea problemas un libro que sea horrible: por el contrario, muchos ven en este hecho un mérito, una prueba de audacia que acredita la valía del autor. A los lectores más candorosos, como la madre de Patrice, les perturba. No juzgan que esté mal escribir estas cosas, pero de todos modos se preguntan por qué escribirlas. Se dicen que un tipo amable y bien educado, que les ayuda a cortar en rodajas los pepinos, que parece participar sinceramente en el duelo de la familia, debe ser, pese a todo, o muy retorcido o bien desgraciado, en cualquier caso debe haber en él algo anómalo (p. 421).

Nada me parecía más valioso que aquella seguridad, la certeza de poder descansar hasta el último instante en los brazos de alguien que te ama totalmente (p. 426). 

(citando Le livre de Pierre): "El peor sufrimiento es el que no se puede compartir. Y el enfermo de cáncer casi siempre experimenta este sufrimiento por partida doble. Doblemente porque, enfermo, no puede compartir con quienes le rodean la angustia que siente, porque debajo de este sufrimiento yace otro, más antiguo, que data de la infancia y que tampoco ha sido compartido ni observado por nadie. Pues bien, lo peor es eso: que nunca te hayan visto, que no te hayan reconocido nunca" (p. 460).

Me escandalizan tanto los que dicen que somos libres, que la felicidad se decide, que es una elección moral. Para esos profesores de la alegría la tristeza es una falta de gusto, la depresión una señal de pereza, la melancolía un pecado. Estoy de acuerdo, es un pecado, incluso un pecado mortal, pero hay personas que nacen pecadoras, que nacen condenadas, y a las que todos sus esfuerzos, todo su coraje y su buena voluntad no liberará de su condición (p. 462). 

Quiero recordar aquel que he sido y que son muchas otras personas (462). 

Descubría lo fácil que es convencer a los pobres de que, aun siendo pobres, pueden comprar una lavadora, un automóvil, una consola Nintendo para los niños o simplemente alimentos, que pagarán más adelante y que no les costará, como quien dice, nada más que si pagasen al contado (p. 475). 

Porque incluso cuando eres pobre tienes apetencias, ahí está el drama (p. 476).

Amaba el derecho, porque entre el débil y el fuerte está la ley que protege y la libertad que sojuzga (p. 499).

El dogma, para los suyos, es la discusión: se puede hablar de todo, se debe hablar de todo, de la discusión nace la luz (p. 499).

Tampoco se puede discutir con alguien que te dice que la Tierra es plana y que el Sol gira alrededor de ella. No hay dos opiniones dignas de ser tomadas en consideración, sino por un lado la gente que sabe y por el otro la que no sabe, y es inútil fingir que se enfrentan con armas iguales (p. 499). 

Soy ambicioso, inquieto, necesito creer que lo que escribo es excepcional, que será admirado, me exalto creyéndolo y me derrumbo cuando dejo de creerlo (p. 504). 

De vidas ajenas
Emmanuel Carrère
Editorial Anagrama (Compendium)
Barcelona, 2011
Traducción de Jaime Zulaika
200 páginas


sábado, 19 de junio de 2021

Una novela rusa, de Emmanuel Carrère

Así como las matrioskas contienen una muñeca dentro de otra, Una novela rusa contiene varias historias aparentemente inconexas, que se articulan a partir del protagonista-personaje-narrador: Emmanuel Carrère.

Por un lado está la historia András Toma, un húngaro prisionero de la Segunda Guerra Mundial, que pasó 54 años sin hablar en un hospital psiquiátrico de Kotelnich, una ciudad rusa, hasta que fue repatriado a su país. Por otro lado está la historia del abuelo de Carrère, quien desapareció en Burdeos en 1944 durante la Guerra. Está también la historia de la madre de Carrère, quien perdió el rastro de su padre; la de Carrère, que viaja a filmar una película en Kotelnich; están los personajes del documental; hay una muerte violenta, y, por último, todo lo anterior aparece atravesado por la tortuosa relación de Carrère con Sophie, una historia de amor llena de conflicto. Y en medio del libro el autor reproduce un cuento erótico publicado en Le Monde.

Una novela rusa está narrada en la primerísima persona del singular. Es a través de los ojos de Carrère que conocemos el paisaje ruso, los trenes, La Rochelle, la isla de Re y París, los lugares en los que transcurre la historia. Es él el que decide presentarse ante el lector como un hombre clasista, egoísta, celoso, desconectado de sus hijos. Un hombre orgulloso de su sexualidad, que se deprime, se aburre, tiene relaciones difíciles con sus padres y su pareja y escribe a partir de allí.

Cuando Carrère publicó El Adversario le cayó el éxito encima: fue un libro superventas, se rodó una película con base en esa historia y su nombre saltó a la fama internacional. Luego vino la sequía narrativa y Una novela rusa es el libro que publicó siete años después. Sorprende en este el cambio de registro, de tono, de tema. En muchos sentidos parece un libro escrito por otra persona y, al mismo tiempo, tiene profundas conexiones con su antecesor: ambos se parapetan en la no ficción, en la narración de los hechos a partir de las vivencias y datos del autor, y en la honestidad del texto. Una novela rusa es (debió ser) un libro doloroso de escribir, pero al mismo tiempo escribir salva.

 
Algunas frases
No estaba en absoluto preso, ni siquiera enfermo: vivía aquí, esto era su casa y punto (p. 153).

Es un acto doloroso, pero psíquicamente indispensable: un desaparecido es un fantasma, fuente de una angustia sin nombre que puede contaminar varias generaciones, mientras que por un muerto se puede guardar luto, llorarlo, olvidarlo (p. 172). 

Kotelnich, para mí, es donde uno reside cuando ha desaparecido (p. 176). 

Una obra maestra de economía descriptiva: las montañas, dice el narrador, son tan altas que por mucho que levantes los ojos nunca ves a los pájaros recortándose en el fondo del cielo (p. 177). 

Decir que haces textos educativos o que atiendes la ventanilla de la Seguridad Social es decir: no lo he elegido, trabajo para ganarme la vida, estoy sometida a la ley de la necesidad (p. 181). 

Nabokov estaba seguro de sí mismo y de su genio; fueran cuales fuesen las pruebas que atravesó, vemos bien que se despertaba cada mañana dando gracias a Dios por el privilegio único de haber nacido en la piel de Vladimir Nabokov (p. 185). 

Amaba las ideas, los ensayos más que las novelas, y leer un libro equivalía para él a conversar con su autor (p. 186). 

Creo que sobre todo habría querido que le respetasen. Ser importante. Visible. Existir ante los demás. Que no le vieran como un fracasado, un pobre de solemnidad toda su vida. (p. 190). 

Esta será la regla de mi nueva vida: andar derecho hacia donde me lleven los pies, sin retorno ni pesar (p. 198). 

Todo el mundo, y yo el primero, me considera un compañero encantador. Me represento mi vida futura como una sucesión de dichas y de victorias (p. 203). 

Escribiré un libro sobre su padre. Pensé durante mucho tiempo que no lo haría mientras ella viviera, y al salir de la Academia aquel día pensé lo contrario: que debo escribirlo y publicarlo antes de que ella muera. Que lo escribo para ella. Para liberarla, y no solo para liberarme yo (p. 210).

Recuerdo una novela en la que el narrador se percataba maravillado de que en todas las circunstancias las mujeres están siempre desnudas debajo de la ropa. Compartí y aún comparto ese estupor. (p. 231). 

Si tuviese el valor, yo mismo escribiría al defensor (del lector) para recordarle esta regla elemental del periodismo: cuando a un lector le gusta un artículo escribe autor, cuando no le gusta escribe a la redacción (p. 316).

¿Hasta qué punto puede un escritor ofrecer de pasto al público a sus seres próximos, sacrificarlos a su propio placer? (p.323).

Me pregunto si para mí escribir significa necesariamente matar a alguien (p. 323). 

Cuando dos personas que han atravesado una crisis semejante, en la que cada uno ha sido la imagen de la felicidad pero también la del miedo, entonces todo se vuelve posible, la confianza debe por fin explayarse (p. 33). 

Dice que descuidamos lo que creamos poseer, que esperamos a haberlo perdido para llorarlo (p. 354). 

piedad por el dolor intolerable que Nicolás afronta y va a afrontar hasta el final de su vida (p. 365). 

No hace falta tirarse por la ventana para morir, otros como tú mueren bien vivos (p. 367). 


Emmanuel Carrère
Una novela rusa
Editorial Anagrama (Compendium)
Barcelona, 2007
270 páginas

domingo, 13 de junio de 2021

El adversario, de Emmanuel Carrère

La mañana del 9 de enero de 1993 Jean-Claude Romand mató a su esposa, sus hijos y luego viajó para asesinar a sus padres. Todo esto lo cuenta Emmanuel Carrère al comienzo de El Adversario e internet ofrece múltiples detalles sobre el crimen que van desde fotos de las víctimas hasta la historia del juicio al asesino. 

Es decir: todo eso lo sabe el lector desde el comienzo y sin embargo, conociendo de antemano el desenlace, el libro tira página tras página para seguir leyendo, porque Carrère logra narrar un personaje tan singular y enigmático que el múltiple crimen es un dato más que se suma a una vida por completo inverosímil, y que sin embargo ocurrió con cada uno de los detalles que entrega el autor. 

El adversario remite a pensar en A sangre fría, ese clásico de Truman Capote sobre otro crimen horrendo. Pero mientras el énfasis de Capote está en construir lo que pasa con los asesinos después del homicidio y durante su paso por la prisión, el de Carrère está en contar la vida previa de Jean-Claude Romand para poder entender que lo llevó a matar a su familia. Su vida desde su infancia pero sobre todo los 18 años que pasaron antes del crimen y que Romand llevó no una doble vida sino una vida falsa, una vida de fachada detrás de la cual no había nada distinto al vacío y la soledad. Para ello hace un completo ejercicio de reportería que lo lleva a comunicarse no solo con el asesino sino con otra cantidad de fuentes, hasta construir un retrato del homicida-estafador-falso médico que, pese a todos los delitos que tiene encima, causa más curiosidad que miedo.

El adversario es un texto corto de no ficción dividido en capítulos breves que se construyen de una manera muy visual (fue adaptado al cine), con múltiples personajes y espacios, ubicados en la región fronteriza entre Francia y Suiza. El libro, publicado en el año 2000, tiene un ritmo vertiginoso, como de novela policiaca, aunque desde el principio es claro que no hay misterio por resolver, distinto al de los laberintos de la mente humana. Es un libro de no ficción que alude precisamente a esa frontera entre la realidad y la ficción, entre la verdad y la mentira, o entre lo real y lo imaginario. Y sobre la facilidad del engaño, cuando todo el mundo está predispuesto a creer. 

El libro, infortunadamente, lo leí en una traducción al español de España, con palabras y modismos que no corresponden al español latinoamericano y cortan la fluidez de la narración.

Algunas frases
"Una amistad semejante se cuenta entre las cosas preciosas de la vida, casi tan valiosas como el éxito en el matrimonio" (p. 12).

"Un amigo, un verdadero amigo, es también un testigo, alguien cuya mirada permite evaluar mejor la propia vida" (p. 12).

"Se había infiltrado una duda que únicamente el tiempo podía extirpar. Eso quería decir que les habían robado la infancia, tanto a los niños como a los padres" (p. 15). 

"Viéndolo no como alguien que ha hecho algo horrible, sino como a alguien a quien le ha sucedido algo espantoso, el juguete infortunado de fuerzas demoníacas" (p. 29).

"Es imposible pensar en esta historia sin decirse que hay un misterio y una explicación oculta. Pero el misterio consiste en que no hay explicación y en que, por inverosímil que parezca, las cosas fueron así" (p. 61) 

"Una mentira, normalmente, sirve para encubrir una verdad, algo vergonzoso, quizá, pero real. La suya no encubría nada. Bajo el falso doctor Romand no había un auténtico Jean-Claude Romand" (p. 64).

"Es notorio que los hombres más notables son también los más modestos, los que menos se preocupan de la opinión que se tiene de ellos". (p. 73).

"Por primera vez existía ante la mirada de alguien" (p. 75). 

"Era lo que pasaba por no haber hecho barrabasadas a los veinte años: cerca de los cuarenta uno se encuentra en plena crisis de la adolescencia" (p. 78).

"El silencio es el peor enemigo de las parejas. Una crisis superada, por el contrario, puede resultar su mejor aliado" (p. 78). 

"La certeza de que se suicidaría un día le dispensaba de hacerlo" (p. 85). 

"Al personaje del investigador respetado suplanta el no menos gratificante de gran criminal en el camino de la redención mística" (p. 114). 

"La novela narcisista continúa en la cárcel, lo que permite a su protagonista evitar una vez más la depresión masiva con la que ha jugado al escondite durante toda su vida" (p. 114). 

"Esa imposibilidad que usted tiene de decir "yo" a propósito de mí procede en parte de mi propia dificultad de decir "yo" respecto a mí mismo" (p. 128). 

Emmanuel Carrère
El adversario
Editorial Anagrama
(Edición conjunta de El adversario, Una novela rusa y Vidas ajenas)
Traducción Jaime Zulaika
Barcelona, 2017
136 páginas.

martes, 8 de junio de 2021

Museo voraz, de Angélica Ávila Forero

La narradora está encerrada en su casa. La pandemia (de covid, aunque no se nombra) la tiene en cuarentena y como no puede salir viaja con la imaginación. Decide armar un museo a partir de obras de arte que roba a coleccionistas, galerías y en otros museos. Su objetivo es armar su propio museo, abierto al público, con piezas elaboradas por artistas colombianas (solo mujeres) en los últimos 100 años.

"Museo voraz" es una prosa de ficción, fruto de un riguroso trabajo de investigación. La autora selecciona las artistas, elige una obra de cada una y decide, como lo advierte al principio del libro, que no usará las siguientes palabras para hablar de arte: abstracción, academia, actualidad, anacrónico, apropiación, arquetipo... y eso solo por la A. La larga lista de palabras prohibidas termina en Vanguardia. 


El ejercicio que propone entonces, lejos del academicismo, es observar la pieza (el cuadro, la escultura, el performance) analizarla, ponerla en relación con otras y permitirse sentir a partir de lo que la obra propone. La decantación de todo eso son textos cortos que a veces son descripciones, otras evocaciones, otras son un poema, o una lista o una narración: una creación libre, tan libre como la obra que la origina.

Lucy Tejada, Emma Reyes, Hena Rodríguez, Karen Lamassonne, Doris Salcedo, Carolina Cárdenas, Beatriz González, Olga de Amaral, Débora Arango... en total son 71 obras de igual número de artistas las que la narradora va ubicando en salas de exposición imaginarias, abiertas a un público también imaginario. Se trata entonces de un museo mental, pero no de cualquier museo: es un museo voraz. La voracidad con la que observa, describe y se apropia de cada una de las obras ajenas que hace propias, es el elemento diferenciador de este libro. Podría haber sido un simple catálogo de artistas plásticas colombianas, pero lo que la escritora crea es una obra construida a partir de las palabras que salen de su cuerpo, luego de haber fagocitado no solo a cada una de las obras, sino también de sus creadoras. 



Algunas frases
Aprendió a decir que la chicha embrutece y a tomar té en vajillas delicadísimas, porque creía que eso era ser inglesa y que ser inglesa era lo mejor que se podía ser en Colombia (p. 21).

O no terminado, pero sí hecho. Porque cuando se empieza un dibujo, casi nunca se sabe cuándo ni cómo terminará (p. 41). 

Me consoló pensar en nuevos espacios. No tenía plata pero sí memoria, y escribir es más barato. No sé si durante la cuarentena los demás ladrones seguían ejerciendo, ni dónde estarían robando, pero yo decidí salir de caza (p. 49). 

Yo no soy curadora, soy una coleccionista que no se asesora (p. 87)

Lo que quería ser era una coleccionista de las que, antes de morir, le donan su colección al museo (p 89).

Lo que hace a un museo distinto de una colección son sus visitantes. EL museo atesora y muestra, mientras que la colección solo atesora. El contenido del museo no son solo las obras, sino también sus visitantes (p. 89).

Al final recordé que no todas tenemos que ser amigas, ni querernos, ni abrazarnos, y que eso está bien (p. 98). 

Hasta ahora caigo en la cuenta de que la balanza estaba terriblemente inclinada: no recuerdo que me hablaran de mujeres artistas en clase tanto como lo hicieron de los señores. Y cuando aparecían estaban desnudas y retratadas por un señor" (p. 101).

Imaginar que podía salir fue la única forma en la que pude evitar estar en mi casa durante el encierro. Así que salía de mi casa en mi mente. Estuve visitando las casas de otros, pero en vez de despertarlos para que tuviéramos una conversación, para que me dieran un abrazo y así yo no me sintiera tan sola, les robé. (p. 127). 

Escuché las conversaciones que tienen los personajes de todos los cuadros. Robé obras hechas por mujeres en mi país, y con sus obras me las robé a ellas también. Robé a mujeres, nos volví amigas y nos puse a hablar (p. 127).

Soñar e imaginar tienen en común que una puede hacer cosas que en la vida real no: pedir perdón, hacerse amigas, robar cosas imposibles –más imposibles que un novio– y hacerse un museo (p. 128).

El libro nombraba a veintitrés personas: veinte señores y tres mujeres –porque a este tipo de libros les gusta hacer ese tipo de cosas– (p. 148).

La sala del Amor nunca se concretó. El espacio que le había abierto quedó vacío. Lo puse en la entrada del museo y decidí que sería la sala de espera y también puse la taquilla ahí (p. 153).

Museo Voraz
Angélica Ávila Forero
Laguna libros
Bogotá
Octubre de 2020
208 páginas