martes, 8 de junio de 2021

Museo voraz, de Angélica Ávila Forero

La narradora está encerrada en su casa. La pandemia (de covid, aunque no se nombra) la tiene en cuarentena y como no puede salir viaja con la imaginación. Decide armar un museo a partir de obras de arte que roba a coleccionistas, galerías y en otros museos. Su objetivo es armar su propio museo, abierto al público, con piezas elaboradas por artistas colombianas (solo mujeres) en los últimos 100 años.

"Museo voraz" es una prosa de ficción, fruto de un riguroso trabajo de investigación. La autora selecciona las artistas, elige una obra de cada una y decide, como lo advierte al principio del libro, que no usará las siguientes palabras para hablar de arte: abstracción, academia, actualidad, anacrónico, apropiación, arquetipo... y eso solo por la A. La larga lista de palabras prohibidas termina en Vanguardia. 


El ejercicio que propone entonces, lejos del academicismo, es observar la pieza (el cuadro, la escultura, el performance) analizarla, ponerla en relación con otras y permitirse sentir a partir de lo que la obra propone. La decantación de todo eso son textos cortos que a veces son descripciones, otras evocaciones, otras son un poema, o una lista o una narración: una creación libre, tan libre como la obra que la origina.

Lucy Tejada, Emma Reyes, Hena Rodríguez, Karen Lamassonne, Doris Salcedo, Carolina Cárdenas, Beatriz González, Olga de Amaral, Débora Arango... en total son 71 obras de igual número de artistas las que la narradora va ubicando en salas de exposición imaginarias, abiertas a un público también imaginario. Se trata entonces de un museo mental, pero no de cualquier museo: es un museo voraz. La voracidad con la que observa, describe y se apropia de cada una de las obras ajenas que hace propias, es el elemento diferenciador de este libro. Podría haber sido un simple catálogo de artistas plásticas colombianas, pero lo que la escritora crea es una obra construida a partir de las palabras que salen de su cuerpo, luego de haber fagocitado no solo a cada una de las obras, sino también de sus creadoras. 



Algunas frases
Aprendió a decir que la chicha embrutece y a tomar té en vajillas delicadísimas, porque creía que eso era ser inglesa y que ser inglesa era lo mejor que se podía ser en Colombia (p. 21).

O no terminado, pero sí hecho. Porque cuando se empieza un dibujo, casi nunca se sabe cuándo ni cómo terminará (p. 41). 

Me consoló pensar en nuevos espacios. No tenía plata pero sí memoria, y escribir es más barato. No sé si durante la cuarentena los demás ladrones seguían ejerciendo, ni dónde estarían robando, pero yo decidí salir de caza (p. 49). 

Yo no soy curadora, soy una coleccionista que no se asesora (p. 87)

Lo que quería ser era una coleccionista de las que, antes de morir, le donan su colección al museo (p 89).

Lo que hace a un museo distinto de una colección son sus visitantes. EL museo atesora y muestra, mientras que la colección solo atesora. El contenido del museo no son solo las obras, sino también sus visitantes (p. 89).

Al final recordé que no todas tenemos que ser amigas, ni querernos, ni abrazarnos, y que eso está bien (p. 98). 

Hasta ahora caigo en la cuenta de que la balanza estaba terriblemente inclinada: no recuerdo que me hablaran de mujeres artistas en clase tanto como lo hicieron de los señores. Y cuando aparecían estaban desnudas y retratadas por un señor" (p. 101).

Imaginar que podía salir fue la única forma en la que pude evitar estar en mi casa durante el encierro. Así que salía de mi casa en mi mente. Estuve visitando las casas de otros, pero en vez de despertarlos para que tuviéramos una conversación, para que me dieran un abrazo y así yo no me sintiera tan sola, les robé. (p. 127). 

Escuché las conversaciones que tienen los personajes de todos los cuadros. Robé obras hechas por mujeres en mi país, y con sus obras me las robé a ellas también. Robé a mujeres, nos volví amigas y nos puse a hablar (p. 127).

Soñar e imaginar tienen en común que una puede hacer cosas que en la vida real no: pedir perdón, hacerse amigas, robar cosas imposibles –más imposibles que un novio– y hacerse un museo (p. 128).

El libro nombraba a veintitrés personas: veinte señores y tres mujeres –porque a este tipo de libros les gusta hacer ese tipo de cosas– (p. 148).

La sala del Amor nunca se concretó. El espacio que le había abierto quedó vacío. Lo puse en la entrada del museo y decidí que sería la sala de espera y también puse la taquilla ahí (p. 153).

Museo Voraz
Angélica Ávila Forero
Laguna libros
Bogotá
Octubre de 2020
208 páginas

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