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martes, 3 de abril de 2018

Vivir para contarla, de Gabriel García Márquez

Cuando Silvia Gálvis publicó "Los García Márquez", su compilación de entrevistas a los hermanos de Gabriel García Márquez, dijo que en el habla común de la familia y en las historias que contaban con naturalidad estaban las claves del realismo mágico de Macondo y Cien años de Soledad.

Vivir para contarla es la autobiografía de Gabriel García Márquez (anunció varios volumenes y finalmente sólo publicó éste) que confirma esa afirmación de Silvia Gálvis: la vida cotidiana de García Márquez, su infancia, su mamá, las historias de sus abuelos maternos, la pobreza y tantos detalles particulares de sus primeros años configuraron un universo propio que se refleja en su obra posterior.

El complemento para esa vida fueron sus lecturas y en Vivir para contarla el Nobel de literatura hace un reconocimiento a sus maestros de sus primeros años: Estando en el colegio leyó la poesía del Siglo de Oro español, La isla del Tesoro, El conde de Montecristo, las mil y una noches, Nostradamus, El hombre de la máscara de hierro y La Montaña Mágica, de Thomas Mann, entre muchas otras. En sus primeros años en Bogotá se acercó a Jorge Luis Borges, D.H. Lawrence, "Contrapunto", de Aldous Huxley, "La señora Dalloway", de Virginia Woolf, (a quien le robó el nombre de su seudónimo Séptimus) Graham Greene, Chesterton, William Irish y Katherine Mansfield. Dedica un buen espacio para explicar la turbación que le produjo La Metamorfosis de Kafka, y en distintos apartes del libro menciona a William Faulkner, con Luz de Agosto, El sonido y la Furia y Palmeras Salvajes. También cuenta que leía a León de Greiff y lo escuchaba en un café en Bogotá; que el "Ulises", de James Joyce es la otra Biblia; que Bola de Sebo, de Maupassant es un gran cuento, y La pata de mono, de W.W. Jacob es el cuento perfecto.


La autobiografía está escrita en ocho capítulos de extensión similar y cada uno con un tema definido. No se trata de una narracción lineal ya que empieza con García Márquez trabajando como periodista en Barranquilla, pero ese rol lo desarrolla muchas páginas después. La primera parte se dedica a un viaje de regreso con su mamá a Aracataca, que sirve para entrar en el mundo de su infancia, su familia y a partir de ahí en su universo literario posterior.

El libro se ocupa de la infancia errante, el bachillerato en Zipaquirá, el estudio de Derecho en la Universidad Nacional en Bogotá, el Bogotazo, su inicio como periodista en El Universal de Cartagena, su traslado a Barranquilla y su trabajo posterior en El Espectador de Bogotá. El libro termina cuando El Espectador lo envía a Europa por dos semanas, en un viaje que se prolonga por varios años.

Se trata de un libro muy colombiano, lleno de nombres propios de lugares y personas, con comentarios de la historia política colombiana, y por eso puede resultar difícil para un lector extranjero. Pero para un colombiano se trata de una lectura que permite entender otras facetas del Nobel, desde detalles anecdóticos sobre cómo sobrellevaba la pobreza o su pánico a montar en avión hasta su pasión por el periodismo y su concepto de la amistad.

Algunas frases:
Las setenta bacinillas que compraron mis abuelos cuando mi madre invitó a sus compañeras de curso a pasar vacaciones en la casa.

Todo novio era un intruso.

En una época tuve una cierta tentación por sus costumbres de cazador furtivo, pero la vida me enseñó que es la forma más árida de la soledad.

Nada se comía en casa que no estuviera sazonado en el caldo de las añoranzas.

Le quedaban tan ceñidos al cuerpo que parecía más desnuda que sin ropa.

También de allí puede venir mi convicción de que son ellas las que sostienen el mundo, mientras los hombres lo desordenamos con nuestra brutalidad histórica.

Era un matrimonio ejemplar del machismo en una sociedad matriarcal, en la que el hombre es rey absoluto de su casa, pero la que gobierna es su mujer.

Nuestra fortuna mayor fue que aun en los apuros más extremos podíamos perder la paciencia pero nunca el sentido del humor.

Más que una entrevista clásica de preguntas y respuestas -que tantas dudas me dejaban y siguen dejándome- (...) me puso a pensar por primera vez en las posibilidades del reportaje, no como medio estelar de información, sino mucho más: como género literario. novela y reportaje son hijos de una misma madre. 

La cumbre de la poesía universal son las coplas de don Jorge Manrique a la muerte de su padre. 

El terror de escribir puede ser tan insoportable como el de no escribir. 

Sobre todo de poesía, aún de la mala, pues en los peores ánimos estuve convencido de que la mala poesía conduce tarde o temprano a la buena.

Aún no existía la televisión en Colombia, pero Gloria Valencia inventó el prodigio metafísico de hacer por radio un programa de desfiles de modas. 

Hasta descubrir el milagro de que todo lo que suena es música, incluidos los platos y los cubiertos en el lavadero, siempre que cumplan la ilusión de indicarnos por dónde va la vida. 


Vivir para contarla
Gabriel García Márquez
Editorial Norma
Bogotá, 2002
584 páginas

sábado, 9 de septiembre de 2017

A Larissa no le gustaban los escargots, de Sergio Ocampo Madrid

Nueve cuentos variopintos conforman el libro A Larissa no le gustaban los escargots, publicado en el año 2009 por el antes periodista y ahora escritor antioqueño, Sergio Ocampo Madrid.

El único común denominador de todos los cuentos es su extensión. Se trata de cuentos largos, cada uno de 20 páginas o más. De resto, no hay un eje que conecte a los cuentos, que transcurren en diversas geografías y versan sobre muy distintas temáticas. O quizás sí hay un elemento recurrente: la soledad. Los protagonistas de varios de los cuentos no son personas solas sino personas que padecen la soledad. Gente que, a veces consciente y a veces no tanto, vive una vida que no encaja con el entorno.

A Sergio Ocampo se le nota que consulta el diccionario. Usa palabras precisas, algunas no muy comunes. El lenguaje es rico aunque a veces el tono suena macondiano.

Hay relatos ambientados en España, en Francia, el sur de Bogotá, en algún pueblo azotado por la violencia paramilitar, en Inglaterra, en la costa caribe colombiana. Algunos narran historias de mujeres, otros de hombres. Ocampo escribe sobre personas del estrato 1 y del 6. Hay una historia gay, una religiosa... El libro ofrece una mirada detallada, como una lupa, sobre distintas posibilidades de vida en la sociedad contemporánea. 

Algunas frases
Entendió entonces que los temores de un hombre provienen de sus esperanzas: cuando todo está perdido no hay lugar para el espanto.

Adquirieron un tono más pausado, como de gente de páramo, que siempre habla para que no la oigan.

La soledad es siempre una idea que exige la referencia obligada a los otros; si los demás no existen, o si no importan, que es una forma de no existir, la soledad tampoco existe.

pero se había quedado sola esperando la llamada del amor genuino, y este nunca llamó, o probablemente lo hizo, pero ella no estaba para contestar.

recordó sus días de polvos menesterosos y de compañías fugaces, y notó feliz que ahora su voracidad sexual se había vuelto desenfreno gastronómico.

mantenían una quietud como de burócrata cercano a la jubilación.

La disciplina no es tanto un valor social, como predicaban sus papás, sino una norma de supervivencia.


A Larissa no le gustaban los escargots
Sergio Ocampo Madrid
Editorial Norma, La otra orilla
2009, Bogotá
190 páginas

jueves, 31 de enero de 2013

El buscador de oro, de Jean-Marie Gustave Le Clézio

Este es un libro lento. Lento no significa aburrido. Lento significa que no es un libro para devorarse en dos sentadas, sino para degustar página a página durante semanas o meses.

Alguna vez oí que para aprender otro idioma y defenderse de manera básica es suficiente con saber usar alrededor de 2.000 palabras. Le Clézio demuestra que si un idioma tiene 10.000, 15.000 o 20.000 palabras es para usarlas todas. Debe ser un gusto leer a Le Clézio en francés. Qué riqueza de lenguaje. En todo caso, la traducción que Manuel Serrat Crespo hace de esta obra es un trabajo "impresionante". Cada página trae dos, tres, cuatro palabras de las que uno apenas sospecha el significado. Muchas tienen que ver con el oficio del marinero, partes de los barcos, etc., otras con flora y fauna, y muchas otras simplemente le ayudan a describir de una manera precisa y poética entornos que son fundamentales para el desarrollo de la historia.

El libro está dividido en siete capítulos de irregular extensión y la diferencia entre uno y otro consiste básicamente en el espacio en el que se desarrollan. De hecho el nombre del lugar sirve para titular cada capítulo. Así, el libro comienza en una casa idílica en una zona selvática de la Isla de Mauricio, en la que transcurre la infancia de Alexis L`Etang hasta sus 8 años, cuando es expulsado del paraíso junto con sus padres y su hermana, por un huracán y la pobreza.

Años más tarde viene un viaje de Alexis a bordo del Zeta por distintas islas del Océano Índico, hasta que llega a la Isla Rodrígues en donde vive cuatro años al estilo Robinson Crusoe, en busca de un tesoro. Después Aléxis se enrola en la Primera Guerra Mundial y el escenario del libro se traslada a Europa y por último regresa a Rodrígues, para continuar con la búsqueda del tesoro.

Contada así, parece una historia de aventuras, pero no. Casi no tiene diálogos, los personajes son escasos y la principal relación de Alexis es con el entorno: la selva, el mar, la nieve en la Guerra, el barco, y sobre todo las estrellas, porque la bóveda celeste es la misma en cualquier parte del mundo, en cualquier época. Este libro es una historia muy poética inspirada en la vida de su abuelo y narrada con la maestría de un Nobel. Una metáfora sobre la infancia feliz, la relación con los padres y hermanos y la búsqueda permanente por ese paraíso perdido.

Las frases:
"El silencio es más fuerte que los ruidos".

"Hoy ha transcurrido mucho tiempo en un solo día".

"Aquella noche es larga como las noches que preceden a los largos viajes".

"Y por eso precisamente estoy a bordo del Zeta, como suspendido entre el cielo y el mar: no para olvidar -¿qué puede olvidarse?-, sino para hacer la memoria vana, inofensiva, para que eso resbale y pase como un reflejo".

"Me da igual. Aquí, el mar es tan hermoso que nadie puede pensar mucho en los demás. Tal vez nos volvemos semejantes al agua y al cielo, lisos, sin pensamiento".

"Las amistades entre los hombres se hacen y se deshacen. Nadie necesita a nadie".

"Laure me avisó cuando me marché: escribe sólo una carta para decir "regreso". Si no, es inútil. Así es ella: o todo o nada. Por miedo a no tenerlo todo, eligió la nada, es su orgullo".

"Han muerto tantos hombres. Ya no conocemos el miedo. Somos indiferentes, como un sueño. Somos supervivientes...".

"La guerra no es una historia de mujeres, todo lo contrario, es la más estéril de las reuniones de hombres".

"Creo que ninguno de nosotros puede evitar pensar en lo que, antes de esta guerra, existía aquí: esta belleza, estos bosques de inmóviles abedules donde se escuchaba el grito de la lechuza, los murmullos de los arroyuelos, los saltos de los conejos silvestres. Esos bosques donde van los amantes, después del baile, con la hierba tibia todavía por la luz del día, donde los cuerpos se abrazan y ruedan riendo".

"Vamos a la deriva por un país desconocido, hacia un tiempo incomprensible. Nos acosa siempre el mismo día, la misma noche sin fin. Hace tanto tiempo que no hemos hablado, tanto tiempo que no hemos pronunciado un nombre de mujer. Odiamos la guerra en lo más profundo de nosotros mismos".

"Son los piojos los que ganan las guerras".

"La historia ha pasado, aquí como en cualquier otro lugar, y el mundo ya no es el mismo. Ha habido guerras, crímenes, violaciones y, por ello, la vida se ha deshecho".

"¡Qué largo es el tiempo del mar!"


Jean-Marie Gustave Le Clézio
El buscador de oro Editorial Norma
Bogotá
2008
259 páginas

martes, 13 de noviembre de 2012

El Amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez

Cuando llegué a Bogotá, hace casi una década, trabé amistad con una estudiante de Comunicación Social que estaba aspirando también a terminar un pregrado en Literatura en la Javeriana. Mi contacto con los estudiantes no pasaba de los encuentros en las salas de edición de ese sótano helado que era el Centro Audiovisual Javeriano, pero con ella empecé a hablar de música y libros así que fuimos más allá.
Un día, hablando de Gabriel García Márquez me dijo que por mi modo de ser creía que me encantaría El Amor en los Tiempos del Cólera así que le prometí que iba a leerlo para que pudiéramos comentarlo.
Lo que no sabía era que esa lectura iba a llegar en el año 2012 y que para ese momento yo llevaría ya varios años de haberle perdido el rastro.
Para mi cumpleaños número 31 recibí El Amor en los Tiempos del Cólera como parte de mis regalos y lo leí durante el último mes. Con el paso del tiempo aprendí que no es bueno idolatrar o despreciar artistas u obras completas, sino más bien detenerse en cada pieza. No es lo mismo hablar de Fervor de Buenos Aires que de El Aleph, no es igual hablar de Revolver a hablar de Help! y no es lo mismo hablar de 2001: A Space Oddissey a hablar de The Shine.
Gabriel García Márquez es uno de esos autores que me llevaron a esa conclusión. Hay cosas suyas que me fascinan y otras que me aburren mortalmente.
El Amor en los Tiempos del Cólera es una de las historias de amor más bonitas y mejor contadas que he leído en mi vida. Y tiene dos de los elementos que me gustan de la narrativa de García Márquez:
1. La anticipación de un final previsible (que es el encuentro entre Florentino Ariza y Fermina Daza) anunciado desde la primera parte del libro.
2. La ilación de varias historias con una prosa cadenciosa y musical que hace que uno no pueda dejar de leer y que no llegue a sentir los cambios a veces bruscos entre unos escenarios y otros, entre unos personajes y otros, entre unos tiempos y otros.
El Amor en los Tiempos del Cólera tiene una construcción maravillosa. Está dividido en unos seis o siete fragmentos largos que funcionan como unidades narrativas - de aproximadamente 60 páginas cada uno - que proponen al lector conjuntos de situaciones y hechos importantes para la historia completa y tiene una estructura circular con cola en la que uno llega a entender la situación planteada originalmente y va más allá hacia un final satisfactorio, como sucede en Crónica de una Muerte Anunciada.
Otra de las cosas que me encantó de este libro (o que no había notado en la obra completa de García Márquez) fue su habilidad (o la del Caribe Colombiano) para generar nombres sonoros, maravillosos, ingeniosos como una buena marca: América Vicuña, Hildebranda Sánchez, Juvenal Urbino, Tránsito Ariza, Lotario Thugut, Olimpia Zuleta, Bárbara Lynch.
No recuerdo la cita exacta (o el autor), pero me parece que era Borges el que decía que los libros encuentran a los lectores en el momento indicado y mi caso con El Amor en los Tiempos del Cólera así parece confirmarlo. Es uno de los regalos más acertados que he recibido en años recientes.
En uno de estos libros no es fácil buscar frases notables. Es mejor buscar párrafos completos. Dejo uno de mis favoritos:

"Si algo la mortificaba era la cadena perpetua de las comidas diarias. Pues no sólo tenían que estar a tiempo: tenían que ser perfectas, y tenían que ser justo lo que él quería comer sin preguntárselo. Si ella lo hacía alguna vez, como una de las tantas ceremonias inútiles del ritual doméstico, él ni siquiera levantaba la vista del periódico para contestar: “Cualquier cosa.” Lo decía de verdad, con su modo amable, porque no podía concebirse un marido menos despótico. Pero a la hora de comer no podía ser cualquier cosa, sino justo lo que él quería, y sin la mínima falla: que la carne no supiera a carne, que el pescado no supiera a pescado, que el cerdo no supiera a sarna, que el pollo no supiera a plumas. Aun cuando no era tiempo de espárragos había que encontrarlos a cualquier precio, para que él pudiera solazarse en el vapor de su propia orina fragante. No lo culpaba a él: culpaba a la vida. Pero él era un protagonista implacable de la vida.  Bastaba el tropiezo de una duda para que apartara el plato en la mesa, diciendo: “Esta comida está hecha sin amor.” En ese sentido lograba estados fantásticos de inspiración. Alguna vez probó apenas una tisana de manzanilla, y la devolvió con una sola frase. “Esta vaina sabe a ventana.” Tanto ella como las criadas se sorprendieron, porque nadie sabía de alguien que hubiera bebido una ventana hervida, pero cuando probaron entendieron: sabía a ventana."

miércoles, 25 de julio de 2012

Mi Amigo el Pintor, de Lygia Bojunga

Los libros no son un tema recurrente entre Mauricio y yo. No sé si Mauricio sea mi mejor amigo (no sé si exista un mejor amigo), pero sí es un amigo que atesoro desde la primera infancia y me conoce como muy pocas personas lo hacen. Por eso cuando Mauricio me recomienda un libro sé que estoy ante un consejo que no se puede eludir. Como yo no me puse en la tarea de conseguir Mi Amigo El Pintor, Mauricio vino hasta Bogotá y me lo dejó en la casa para que lo leyera.
Mi Amigo El Pintor está catalogado como literatura infantil y la escritora brasileña Lygia Bojunga ganó el premio Hans Christian Andersen por él.
Mi Amigo El Pintor es un vistazo rápido a la amistad desarrollada entre un niño y un pintor, que es su vecino. El libro tiene tres ideas centrales que me parecen muy fuertes y que son, seguramente, el motivo por el cual Mauricio quería que yo leyera el libro:
a. La expresión de los sentimientos es mucho más fácil a través de la sensaciones o de los símbolos que a través de las palabras. Mauricio y yo hemos hablado muchas veces de eso (siempre llega a la conversación esa línea mágica de Enjoy The Silence: Feelings are intense, words are trivial) y resulta que el pintor enseña al niño a manifestar sus sentimientos en términos de color. El silencio, para ambos, es blanco. Es terriblemente blanco.
b. Existen grandes amores en la vida del pintor que no son equiparables y sé que Mauricio también pensó en mí con esta idea. Esos tres amores son el arte, la mujer y la política. Yo nunca podría amar, por ejemplo, a una mujer que se interponga entre mi música y yo. Tampoco pude (esto ya hace parte de la autobiografía) amar a una mujer que me gustaba muchísimo pero tenía un pensamiento político muy fuerte y diametralmente opuesto al mío.
c. La muerte por voluntad propia siempre será una salida digna y no es una tragedia. Bueno, de eso sí que han estado plagadas mis conversaciones con Mauricio. El suicidio es una gran manifestación de autonomía y ni el suicida ni sus dolientes deberían culparse por ello.
Mi amigo el pintor tiene apenas 76 páginas. Es ideal como para una tarde soleada de domingo. 
Como siempre, mi amigo el ingeniero hace recomendaciones literarias llenas de certeza y conocimiento. Mi amigo el ingeniero me recomienda el libro indicado en el momento indicado.

- - -

Aquí, el fragmento escogido:

- Amor como el que tenemos el uno por el otro - dijo.
Me palpitó el corazón.
Toda la vida quise a mi Amigo mucho... mucho; pero siempre pensé que él me quería menos. No sé si porque yo era un niño y él no; o si porque él era artista y yo no; sólo sé que cuando habló de amor me palpitó el corazón. ¿Sería que en ese momento nos queríamos igual?
Quise ver si era así:
- ¿Cómo me quieres?
- Depende. Hay días en que te quiero como padre. Siento que no seas mi hijo; siento no poder decir: ¡Fui yo quien hizo a este muchacho chévere!
Sonrió. Después se puso serio, se sentó frente al caballete y se puso a pintar.
- Pero otros días no tengo ningún deseo de ser tu padre: solo quiero ser tu amigo y punto.
Siguió pintando un poco más.
- A veces te quiero porque eres mi compañero de parqués; otras veces, porque quisiera ser tú, es decir, ser otra vez niño. Es así: cada día te quiero en otra forma. Y si junto a todas esas formas veo que te quiero mucho, veo que es amor.
Me pareció tan bueno que hablara de cómo me quería, que me quedé inmóvil, sin decir nada, mirándolo pintar.

domingo, 21 de agosto de 2011

El País de la Canela, de William Ospina

Como sigo en mi nueva afición por leer novela histórica colombiana, hoy les contaré sobre El País de la Canela, de William Ospina, un libro que parte de Cuzco, sube a Quito, baja al nacimmiento del Río Amazonas y navega hasta la desembocadura en Brasil para luego seguir por mar hasta Trinidad, de ahí a La Española y de ahí a Europa, para terminar en Panamá.

Este libro es la historia del viaje, la aventura y el horror del descubrimiento del Río Amazonas en la expedición de Francisco de Orellana. La inmensidad de la selva, del río, de los animales, los sonidos. El maltrato a los indios pero también el miedo a los indios. Una odisea total por descubrir y narrar un mundo nuevo.

La prosa de Ospina es cuidada, llena de frases largas, con enumeraciones que parecen retahílas, pero en todo momento es una narración clara, accequible y cargada de emoción y suspenso, como debe ser un libro de aventuras, aunque a mi modo de ver la aventura termina en el momento en que culmina la expedición por el Amazonas, y las páginas posteriores que llevan al narrador a Europa pierden fuerza frente al resto del libro.

En las últimas páginas se anuncia la aventura de Pedro de Ursúa, así que tocará leer "Ursúa", otro de los libros de esta trilogía.

Las frases:

"mi madre había muerto en el parto. Yo era el fruto de esa muerte, o, para decirlo mejor, yo era la única vida que quedaba de ella".

"Acostumbrado a ver sus cosas como hechos naturales, tarde comprendí que había conocido a un ser excepcional".

"Suele ocurrir que entendamos mejor la grandeza de un desconocido que la de alguien a quien vemos cada día tropezar y estornudar, resfriarse".

"uno sólo ve con nitidez lo que dura: un mundo que no cesa de cambiar apenas si nos produce en los ojos el efecto de un viento".

"El rey y el papa están muy lejos, y dedicados a sus propias rapiñas, para imponer aquí de verdad la ley de Dios o de la Corona; esta conquista sólo se abre paso con crímenes y muy tardíamente intenta redimirse con leyes y procesiones. Aquí sólo triunfan los peores".

"Y ya que lo preguntas, nadie supo después dónde quedaron las cenizas del Sol".

"Esa es la clave de la diferencia entre aquel mundo y el nuestro: que en nuestro mundo todo puede ser accesible, todo puede ser gobernado por el lenguaje, pero esa selva existe porque nuestro lenguaje no puede abarcarla".

"En la canoa ya está el barco, pero llegar a él requiere orgullo y ambición, la decisión de desafiar el abismo y de someter el viento a servidumbre. En el arco y la flecha ya está ballesta, pero llegar a ella exige una multiplicación del rencor o del miedo, la decisión, no de matar, sino de prodigar la muerte".

"Te diré lo que sabe todo náufrago: después de un largo extravío, aunque estemos salvados, hay algo en el fondo de nosotros, alguien, valdría mejor decir, que sigue perdido en la isla del naufragio, que sigue sin remedio en la selva, y al que no conseguimos consolar".

"Después dejé correr mis lágrimas sin tiempo y sin pensamientos".

"él tuvo la nobleza de escuchar mi silencio, como un relato largo y minucioso".

"El porvenir es hijo de los actos".

"Y lo que más me impresionó desde el primer día: la sensación de vejez de todas las cosas, las capas superpuestas de los siglos en las plazas, los palacios, las torres y las impresionantes iglesias que quieren hacer sentir a sus fieles como un gusto previo, de la inmóvil gloria celeste".

""Nada es veneno", me dijo un día, "pero todo es veneno: la diferencia está en la dosis"".

"El destino abunda en esas experiencias en que se entra por puertas magníficas a vacíos horrendos, en que empiezan con grandes palabras unos silencios indescifrables".

"Uno cree saber lo que busca, pero sólo al final, cuando lo encuentra, comprende realmente qué andaba buscando".

"Y si me preguntaran cuál es el más hermoso país que he conocido, yo diría que es ese que soñábamos"".

"Todo presente es el desenlace de millares de historias y es el comienzo también de millares".

William Ospina
El País de la Canela
La Otra Orilla, Editorial Norma
Bogotá
2008
368 páginas

lunes, 11 de julio de 2011

La nación soñada, de Eduardo Posada Carbó

Quiero decir, en primer lugar, que me arrogo el derecho de reseñar un libro sobre política colombiana teniendo en cuenta que la diversidad de los textos que abordamos puede ser la misma que la de los miembros que integramos este club, que como bien afirma Ángel ya no es secreto y, al parecer para bien, se ha ampliado bastante.
El autor es el catedrático y columnista de El Tiempo Eduardo Posada Carbó. Dado que a él lo identifican como intelectual de derecha (valga decir que no tiende a la mano negra), quiero aclarar que yo me considero de izquierda, con todas las complejidades que hoy traen estas clasificaciones. Voto por Robledo, no me cae bien Uribe, no le creo mucho a Santos y no me parece que Mockus plantee una salida sensata a nuestros problemas. Para mí, el país está mal.
Pero bueno, esta introducción la hago para comentarles que la experiencia me gustó. Fue una confrontación constante en la que traté de dejar a un lado las aprensiones y permitirle al autor me argumentara detenidamente su tesis, que parte de que "en las últimas décadas, la democracia colombiana, en abstracto y en concreto, se fue quedando sin defensores intelectuales".
Así que él hace una apología de nuestra democracia, aceptando algunas imperfecciones. Terminé, cerré el libro y pensé inmediatamente que interpretar nuestra historia política a partir de lo que han dicho los políticos que la han escrito, precisamente para tratar de defenderla, es tratar de defender lo indefendible. El pecado de Posada Carbó es que cree en nuestros dirigentes, y hombre, yo, que suelo cubrir política y políticos, confío más bien poco en ellos.
Sutilmente minimiza los efectos excluyentes del Frente Nacional, por ejemplo, y al compararnos con otros países intenta desvirtuar aquello de que nuestra historia ha estado signada por la guerra.

Les dejo dos fragmentos que me gustaron, quizá un punto de partida para estar de acuerdo con el autor:

"El consenso básico para la estabilidad de las sociedades pluralistas modernas se da (...) no alrededor de creencias sustantivas sino de los procedimientos para resolver disputas".

"...tampoco es cierto que sea toda la sociedad la que esté masacrando a sus miembros. Ni que a todos los miembros de la sociedad les corresponda el mismo grado de responsabilidad por la violencia. Al borrarse la distinción entre los criminales y sus víctimas, y culpabilizar a todos por igual de todos los horrores, se está negando la posibilidad misma de la justicia".

Esta es una cita de Susan Sontag en su libro Ante el dolor de los demás: "Sontag cree en el poder ético de esas imágenes atroces, que deben seguir en libertad para perseguirnos por el papel vital que representan: esas imágenes nos muestran 'lo que los seres humanos son capaces de hacer -pueden estar en disposición de hacer-, con entusiasmo y convicción'. Esas imágenes dicen: 'No olvidemos'".

sábado, 23 de octubre de 2010

En Busca de Bolívar, de William Ospina

En esta euforia editorial del Bicentenario, William Ospina publicó "En Busca de Bolívar" un libro que según entiendo surgió, o sirvió, o se retroalimentó, de su participación en la obra de teatro que sobre Bolívar montó Omar Porras, un colombiano que lleva años radicado en Suiza. El montaje de la obra fue patrocinado por el Ministerio de Cultura y ha habido bastante bronca porque la obra como que es regular (no la he visto) y como que costó demasiado.

Bueno, pero lo que nos ocupa es este libro, muy difícil de clasificar entre ensayo, novela o biografía. Es un libro al estilo "William Ospina", es decir, con mucha naturaleza exhuberante, mucho río y monte, en el que no hay narrador distinto que el propio autor. El libro está compuesto por capítulos muy corticos, de 2 ó 3 páginas, que son como "postales" o "imágenes" de momentos de la vida de Bolívar, narrados cronológicamente. Pero no ha diálogos, ni hay ficción, ni hay "puesta en escena" y en eso se parece más a un ensayo.

En fin, creo que me hago entender mejor con las frases, porque lo que les describí quedó como enredado:


Sobre eso nada puede decirse, porque el destino se fragua siempre en la oscuridad, y si tarde o temprano salen a la luz sus gestaciones secretas, lo que sí permanece oculto a nuestra mirada es lo que pudo ser, lo que pudo modificar para siempre el azar.


Tres siglos había durado aquí la dominación española. Y si el primero fue de masacre y rapiña, los dos siguientes se fueron contando en rosarios solemnes y ambientando con misas de gallo el continuo saqueo de recursos.



La corona británica se interesó menos por las riquezas de sus propias colonias que por el botín de los galeones españoles, así que la epopeya, bajo el ala del trono, de los piratas ingleses saqueando los puertos y los convoyes de Tierra Firme fue la versión barroca de un cuento viejo, el cuento del ladrón que roba al ladrón.

Y era a la vez una lucha con la naturaleza equinoccial: sus adversarios serìan también las tempestades y las ciénagas; los páramos y los llanos ardientes, los tigres, los caimanes, las sombras que serpentean sobre las hojas muertas.

Nariño logró más tarde conformar un ejército de las provincias, pero con vínculos tan débiles que, a medida que avanzaba con ellos hacia el sur, al encuentro de los españoles, iba perdiendo soldados noche a noche, por Ibagué, por Cartago, Por Cali, por Popayán, por el rigor extremo del Cañón del Patía de un modo tan absurdo y delirante que el héroe llegó a Pasto, donde estaba el fortín enemigo, con apenas dos hombres, y lo único que pudo hacer fue rendirse ante las tropas que pensaba destruir. Y sin embargo lo hizo con gestos tan temerarios y teatrales, que todavía hoy esa tierra generosa, que había sido su enemiga, lleva su nombre.

Y si es verdad, como quiere Borges, que el antiguo alimento de los héroes es la humillación, el peligro y la derrota, Bolívar empezó bien su carrera: apenas iniciada la guerra, ya había probado la humillación, afrontado el peligro, remordido la derrota.

Bolívar) tiempo después terminara diciendo, desde la amargura de sus desengaños finales, que “cada colombiano es un país enemigo”.

Sólo conoce el mundo quien lo recorre minuciosamente, y en nuestro tiempo los viajeros saben cada vez menos del espacio que cruzan. Poco puede sentir de los países quien pasa en un avión a ochocientos kilómetros por hora, para quien desiertos y océanos son una misma cosa abstracta a treinta mil pies de profundidad, para quien no es posible advertir más diferencias que la forma vaga de las montañas o la mancha de los mares interiores, para quien sólo existen puntos de partida y de llegada.

La primera parte del diálogo se había cumplido sin pronunciar una sola palabra.

A partir del momento en que Bolívar triunfó, comenzó a estorbar en todas partes.

Todos sus defectos eran casi tan necesarios como sus virtudes, porque una vida es un tejido inextricable que tal vez sólo se puede entender en su conjunto, y unas cosas requieren de las otras para formar su entramado de luz y sombra.

Nunca se estuvo quieto y no tenía vocación de estatua.


En Busca de Bolívar

Grupo Editorial Norma

253 páginas

2010

sábado, 22 de marzo de 2008

Primero Estaba el mar, de Tomás González

Tomás González es un escritor colombiano que nació en Medellín en 1950 y ahora vive en Chía. Es muy bueno y muy desconocido... sobrino de Fernando González el filósofo-poeta de "Otraparte" (la finca en la que vivió en Medellín y que se volvió tan famosa como él).

Primero estaba el mar es una novela muy cortica que, según leí una vez, escribió el autor como homenaje a su hermano muerto. El libro cuenta la historia de J. y Elena, quienes se van de Medellín a vivir a una finca en una isla a 10 horas de Turbo, casi en los límites con Panamá (nunca lo dicen, pero se entiende que es como por Capurganá o Sapzurro). Es una novela en extremo simple, sencilla, desprovista de grandes pretensiones... una historia muy bonita en la que aparentemente no pasa nada pero que uno lee tenso porque desde el principio se adivina ese desenlace sobrecogedor.

Acá van las frases:

"El ser a quien se denominaba Amanda hizo su aparición. Usaba franela interior de hombre y pantalones blancos muy ceñidos; sus hombros, sin ser anchos, ostentaban músculos cobrizos, tensos y potentes; las formas del sostén lucían pétreas en su pecho; un bulto grande, rígidamente aprisionado por el pantalón, su sexo, tomaba lugar en aquel cuerpo esbelto y extraño".

"Se bañaron en un baño grande, lleno de musgo y pedacitos de jabón en los rincones".

"Una vez embarcado el equipaje, el ayudante, de pie en la popa, le dijo a Elena, "súbase, seño", y le tendió la mano. Ella se sentó en las tablas del muelle y se dejó caer en la lancha. Cuando esta se ladeó, Elena perdió el equilibrio. El ayudante debió entonces agarrarla por la cintura para que no cayera al agua. Era hábil: la agarró, la enderezó y se asomó a su escote, todo al mismo tiempo. "Coño", pensó, "no tiene brasier".

"De la pared colgaba un cuadro, pintado por un hermano de Elena, que representaba un atardecer sobre los Andes visto desde una celda de la cárcel de La Ladera; también el óleo de una mujer ofreciéndose al océano. Dos años atrás, en una borrachera, J. había quemado sus reproducciones de Modigliani, Picasso y Klee, y desde entonces ya no había querido tener buen gusto; su apartamento de Envigado se había ido convirtiendo poco a poco en una pequeña galería de arte malo, de mucho y muy crudo contenido vivencial".

"Además de la cama, y utilizando la madera sobrante, Gilberto construyó la biblioteca. Quedó grande también, y tan sólida y rústica como la cama. J. disfrutó colocando en ella sus muy usados y apreciados libros. Colecciones completas de Dostoievsky, Nietzche, Lagerkvist, Camus y Neruda; libros sobre ganadería tropical, cultivo industrial del coco, Bertold Brecht, frutales de la zona tórrida, Hermann Hesse, Hegel y muchos más empezaron a estarse quietos allí, con ocasionales lagartijas trepándose a sus lomos, mientras bandadas de alharaquientos loros pasaban sobre la casa".

"Sin embargo el cementerio no tenía apariencia siniestra. Muy próximo al mar, durante las mareas fuertes el agua lo inundaba y lo llenaba de espuma. La manera alegre como la vegetación trepaba sobre las cruces y lápidas y se metía entre las grietas del cemento, la visión de los cangrejos asomándose desde los túneles cavados en las tumbas, la visión de las lagartijas centelleantes, le dieron a J. la impresión del triunfo permanente de la vida sobre la muerte".

"Le ayudaba su mujer, obesa, somnolienta, orgullosa, morena clara, de unos treinta años y rasgos faciales muy hermosos. Daba la impresión de eshalar un hálito sensual parecido a las emanaciones de un pantano en germinación".

"Y también a finales del invierno comenzó a escribir en el mamotreto que, a falta de mejor nombre, llamaba "el libro". Er un tomo de cuero negro con dos mil hojas blancas que había empastado un amigo suyo, obrero de Coltejer, aficionado a encuadernar cosas. La idea del amigo había sido empastar, y luego escribir, un gran libro. "Un libro el hijueputa", explicaba, "con palabras todas del diccionario".

"Poco después J. vio sus formas agigantadas en el cuarto mientras se desvestía. "RTodo es putamente difícil y hermoso", pensó al mirar la sombra de Elena moviéndose en aquella porción de luz amarilla, diminuta cavidad de amor bajo la inmensa noche. Puso un poco de sal en una rodaja de limón, la tuvo lista en la mano y se metió un trago. A veces, sobre todo con el aguardiente, la alegría solía reventarle adentro".

"Olores. Oscuro olor a manglar que a veces trae el viento. olor a cangrejos muertos y todavía crudos, almizclado y resinoso. Olor del pasto al mediodía bajo el estático martillo del sol. Olor del humo que viene de la cocina, mezclado con el olor del café. Olor de las frituras de pescado a mediodía, frituras de plátano, vapores pesados del coco en el arroz. Olor de las cremas bronceadoras, aceites humectantes que protegen y embellecen la piel de Elena. Olor de su cabello recién lavado, champú de hierbas, siete. Antípoda olor en la letrina, donde zumban moscardones en el calor y se asoman lagartijas entre los intersticios del bahareque. Olor permanente e inerradicable del polvo en las tablas de la casa. Olor ahora a nuevo de los libros cuando se les abre -empeando a hincharse por la humedad del aire, deteriorados por el constante aliento del mar y por la creciente falta de uso-, como margaritas marchitándose en un desván húmedo y caliente. Y ahora, también nuevo, el olor de madera recién cortada, mezclado con el vaho de gasolina, la gasolina que esteriliza, quema, ahuyenta la vida".

"Creo que lo que más me gusta de este mar es el olor a manglar. El de Inglaterra es inodoro e insípido; este huele un poco a podrido, muerte y vida, lugar donde se cruzan".

"Sí. Ningún pensamiento tiene la contundencia de comerse un mango maduro -creo-. Para no hablar de papayas, melones y guanábanas. Por otra parte no hay mayor angustia vital que tener ganas de orinar y no poder; y no hay realización mayor que hacerlo sobre el mar, agua en el agua, y bjao la luz de los planetas. Creo que Mercedes ya se levantó: huele a café".

"Ella a su vez, le regaló una Historia del Arte Erótico, libro de casi mil páginas, con ilustraciones que iban desde Pompeya hasta Picasso. Meses más tarde uno de los policiías que participó en el levantamiento lo metería subrepticiamente en su mochila; su mujer lo descubriría y terminaría por ser vendido en Turbo a un comerciante de telas que lo usaría como pornografía común".

"Ya borracho, empezaba unas muy largas e incoherentes cartas a Elena, donde le decía con mucho detalle lo que iba a hacerle cuando pudieran volver a acostarse juntos, lo mucho que la extrañaba y lo mucho que se alegraba de que lo hubiera dejado por fin en paz. Al día siguiente las rompía sin leerlas".

Tomás González
Primero Estaba el Mar
Editorial Norma
144 páginas