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miércoles, 13 de marzo de 2024

Intemperies, de Elvira Alejandra Quintero

La Real Academia de la Lengua define "intemperie" como "A cielo descubierto, sin techo nio otro reparo alguno". Técnicamente una playa está a la intemperie, pero no es una playa la imagen que llega a la mente cuando se escucha la palabra "intemperie". Al contrario, el vocablo se asocia con la lluvia, el abandono o el desamparo, con estar en soledad, desvalido y sin un techo protector.

Guillermo Eduardo Pilía, profesor de la Universidad Nacional de La Plata, de Argentina, escribe en el prólogo del poemario "Intemperie" que estos versos de Elira Alejandra Quintero parten del desamparo. De la desesperanza, y el dolor de la pérdida. La autora construye una poética del desgarro, en donde la mirada se detiene en la conciencia de habitar una desolación sin esperanza. 

"Intemperies" reúne 56 poemas, algunos de los cuales ya habían sido publicados previamente por la autora en otros libros. De hecho varios hacen parte de su breve poemario "Viento".  No obstante, hay un ejercicio cuidadoso de curaduría, que logra poner a dialogar estos poemas dispersos a partir de esa imagen de la intemperie, que le da título al último poema del libro y que atraviesa todo el volumen, desde sus primeras líneas en Cali hasta el final en Argentina.

En estos poemas narrativos Elvira Alejandra Quintero cuenta cosas: describe una Cali caliente y lluviosa, hay copiosos aguaceros, hay guayacanes florecidos, esquinas y andenes. Hay mucha calle y ciudad en sus poemas, y quizás por eso la imagen poética de la soledad y el desamparo se siente aún más potente: es la soledad contemporánea, que sucede en medio de la gente, la que recorre las páginas de este libro, que dialoga con Kavafis, pero también con Aurelio Arturo: los días que uno tras otro son la vida en "Intemperies" aparecen como días y noches con poca luz.


Algunos subrayados

De "Esquinas"
la soledad me habita en esta tarde 
y yo le madrugo al dolor 
de haber nacido.

De "Cambio de milenio"
Entonces miramos las fotografías premiadas en los diarios y decimos que somos un país extraño, donde sus habitantes pagan con la vida el hecho de haber nacido en la más hermosa de las tierras.


De "Con voz y voto"
Los nombres de las cosas que amo son los nombres de las cosas que anhelo.

De "Lluvias"
Eso no soy. 
Soy otra.
La que guarda su voz en el silencio de su escritura.

De "Fragmentos de vida"
cada cual pone su gota, su pequeño anhelo, su secreta felicidad, a orear como al viento los usados trapos viejos.

De "Domingo"
Me pregunto por los poemas que me había prometido escribir hace ya tantos años. 
Me dije, con el poeta, que a otra tierra iría, que otra ciudad mejor que esta encontraría. 
Y aquí sigo tal cual con mi ciudad adentro, debajo, detrás del árbol inmenso. 
Los poemas siguen guardados en el nudo de mi corazón.

De "Intemperie"
Vengo de un siglo estéril para la dicha y cruel para los que se aman 
y yo soy su símbolo y su vástago más fiel 
su hija.


Intemperies
Elvira Alejandra Quintero
Ediciones Hespérides
Buenos Aires, Argentina
Octubre de 2018
92 páginas

lunes, 5 de noviembre de 2018

Plata quemada, de Ricardo Piglia

Huir es más divertido si se hace en compañía. Eso es lo que el cine enseña en películas como Bonny and Clyde,  Thelma y Louise o Butch Cassidy and the Sundance Kid. Parejas fugitivas que mientras huyen caen, pero también ríen. Cuando no hay mucho futuro hay que vivir con intensidad el presente.

De ese río parece beber Plata quemada, la novela que el argentino Ricardo Piglia escribió durante años y finalmente publicó en 1997, el mismo año del estreno en Argentina de Trainspotting, la película del inglés Danny Boyle con protagonistas que permanecen tan drogados y tan ávidos de dinero que perfectamente habrían podido cometer el mismo hurto que El Nene y Dorda llevaron a cabo en el Parque San Fernando, un suburbio del Gran Buenos Aires, según la reconstrucción de Piglia.

Plata quemada es una novela histórica. Parte de un hecho de la vida real: de un crimen de esos que acaparan la atención de la crónica roja y luego se hunden en el olvido. En el epílogo de Plata quemada, que podría ser también el prólogo, el narrador informa que el 27 de septiembre de 1965 se cometió un hurto en Buenos Aires y los ladrones emprendieron una huida frenética que los llevó hasta Montevideo. La fuga terminó el 6 de noviembre del mismo año.
 
El material informativo que da origen a la novela es ese. En su momento la prensa registró la noticia con fruición pero con los días las noticias nuevas sepultaron a las viejas, como suele ocurrir. La maestría de Piglia consiste en tomar esa información y convertirla años después en literatura. Piglia toma una noticia criminal vieja (como hace Gabo en Crónica de una muerte anunciada) y amasa los datos para cocinar algo nuevo. Los ingredientes, es decir los datos y el contexto de la época, estaban en los periódicos que se empolvan en los archivos de las bibliotecas.

Plata quemada es una novela histórica porque se basa en un hecho real ocurrido en el pasado, pero no es una novela histórica convencional. En Piglia la historia está para transgredirla, para dessacralizarla, para violarla. La historia particular del crimen pero también, en términos más amplios, la historia de Argentina. El autor tiene claro el rol de los héroes: El Gaucho Dorda, uno de los dos protagonistas, (el otro es El Nene) es un asesino ex convicto que pasa todo el día drogado, oye voces, es homosexual y habla poco. Su único interés, además de la droga, es la lectura de la revista Mecánica Popular. Pues bien, sobre Dorda escribe Piglia:
Parado y tirando con las dos manos, sereno, bum, bum, con una elegancia y los canas cagados de miedo. Cuando ven a un tipo así, decidido, que no le importa un belín, le tienen respeto. Si hubiera una guerra, supongamos que hubiera nacido en la época del general San Martín, el Gaucho, decía El Nene, bueno, tendría un monumento. Sería, no sé, qué se yo, un héroe, pero nació fuera de época (P. 56).

Las transgresiones en Plata quemada son varias. Para empezar, el concepto mismo de la plata, del dinero, que interesa por su valor de cambio. El título habla del acto de quemar billetes, que puede ser el mayor gesto de desapego al sistema capitalista: tener dinero para dilapidarlo: no para regalarlo como gesto populista, sino para destruirlo, para hacer visible lo obvio: que el dinero es papel. Se lee en la obra: “… quedó una pila de ceniza, una pila funeraria de los valores de la sociedad”. Esa postura política de la novela está clara desde el epígrafe, una frase de Bertolt Brecht: “¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?”.

Los elementos con los que se construye la historia son también transgresores. Plata quemada es una novela de antihéroes. Los policías son corruptos personajes que se dedican a la picana mientras esperan la jubilación, y los protagonistas, Dorda, El Nene y su entorno, son ex presidiarios sin interés en redimirse. Los mueve, si acaso, el afán de conseguir plata para irse de Argentina e instalarse en Nueva York, en una forma de evidenciar que el sueño americano es una constante latina que permea todas las capas sociales y todos los imaginarios, desde hace décadas.

Mientras preparan el robo y la fuga, Dorda, El Nene, Malito y Mereles meten cocaína, se empepan, fuman marihuana, ven televisión, hablan banalidades (como los diálogos de los criminales de Tarantino) y tienen sexo en distintas variedades. “Cuando la carne escaseaba, se acostaban juntos, El Nene y el Gaucho Rubio” (p. 54). Las mujeres de la novela, sin excepción, cumplen uno de estos dos roles: son sus madres o son objetos sexuales: “A veces pensaba en una mujer y la sentaba en la ventana de la celda y le empezaba a chupar el clítoris, podía ser cualquier mina, mi hermana podía ser” (p. 68).

Plata quemada es una transgresora novela histórica que además propone una cartografía distinta de Buenos Aires. La capital argentina de estas páginas está muy lejos de la París suramericana que sueñan sus habitantes. Aparecen el subte, la Plaza de San Fernando, Rivadavia, Florida, el cine del Rex y el Tigre. Pero también Adrogué, la provincia en donde nació Piglia y en algún momento de la novela se dice de un personaje que prefiere la periferia. El autor nos habla de los límites en su sentido sociológico pero también geográfico, y de las relaciones entre ambas marginalidades. La estética bizarra del lenguaje concuerda con los espacios elegidos: en vez de narrar calles bonitas y edificios de mármol, Piglia prefiere describir otras arquitecturas. En este sentido Plata quemada es una obra que en sus páginas incluye personajes borde, pero también barrios y calles que distan de la postal turística, el lujo y el glamour. De hecho, buena parte de la novela ocurre de puertas para adentro, en cuartos a puerta cerrada, que corresponden a esta descripción: “las paredes vacías dan al ambiente el tono de precariedad que tienen los lugares así” (p.99).

Es también interesante el rol que le da Piglia a los medios de comunicación. No sólo le dan la oportunidad de incluir también en estas páginas a su querido personaje Emilio Renzi, sino que además muestran la relación ambigua entre los medios y sus receptores: por un lado, el lenguaje impostado y aséptico que usan  algunos periodistas para describir la acción en caliente, reproduciendo versiones oficiales, pero por otro lado los medios aparecen como validadores de la realidad. En medio de la balacera final el narrador cuenta que los protagonistas “habían  puesto el televisor en el piso para que no lo reventaran las balas y a ratos, cuando había una pausa, miraban lo que pasaba en la calle. También escuchaban el relato de los hechos transmitidos por Radio Carve, la voz de alterada de los locutores que se turnaban para contar los tremendos momentos vividos en la ciudad de Montevideo” (p. 108). Sobre Malito, el único de los cuatro sobrevivientes que no participa en la balacera final, se ha dicho setenta páginas antes: “Malito era entonces, como todos los pistoleros profesionales, un ávido lector de la página policial de los diarios, y ésa era una de sus debilidades” (p. 40).

No se trata, en todo caso, de un triller más. Plata quemada tiene un trabajo minucioso del lenguaje y un elemento que la potencia como obra: el humor. El narrador parece pensar que no hay nada sagrado en la Argentina: ni los militares, ni los policías, ni la religión, ni el sistema financiero ni Perón, ni Evita, ni la belleza de la ciudad. Todo puede ser objeto de burla y nada más eficaz que el humor para desnudar tiranías y autoritarismos.

Como todos los libros, Plata quemada tiene varias capas de lectura. El robo es una anécdota que permite mostrar un contexto de corrupción, capitalismo, exclusión y decadencia, sin discursos moralizantes. Sin embargo, quizás no es necesario que el lector haga todos estos análisis para disfrutar un libro como éste, que es un enorme divertimento. Ya lo decía la revista Selecciones del Reader´s Digest: la risa, remedio infalible.  


Plata quemada
Ricardo Piglia
Penguin Random House
Buenos Aires, 2013 (primera edición 1997)
172 páginas

Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez

En 1962 el artista Andy Warhol realizó su primera exposición individual: 32 lienzos con las latas de sopas Campbell. La reproducción semimecanizada de la obra, su elaboración en serie y su conexión con el mundo comercial fueron claves dentro del arte pop que con él se consolidaba. Años después reprodujo en serie la imagen de Marilyn Monroe.

Hay muchas formas de entender el arte pop y este texto no pretende explorarlas. En términos muy generales se trata de una expresión estética basada en la cultura popular (por oposición a la “cultura culta” o de élite) y dentro de lo popular caben el cine, la publicidad, los medios masivos de comunicación y lo que se conocen como industrias culturales.

En alguna de esas vertientes de lo popular pensó el mexicano Carlos Monsiváis en el año 2000, cuando se refirió a Santa Evita, la novela que publicó el argentino Tomás Eloy Martínez en 1995, diez años después de haber editado su otro libro histórico, La novela de Perón como versiones pop de la historia, como géneros pop.

Santa Evita es pop en más de un sentido.  Si Warhol reprodujo las latas de sopa para construir su obra, Tomás Eloy hizo lo propio con Eva Duarte. “Volveré y seré millones” es una frase que se le atribuye a Evita, aunque otros dicen que es del líder indígena Túpac Katari, quien la pronunció en La Paz en el Siglo XVIII. No importa: el concepto de autor se diluye en la cultura pop; lo que importa es lo que crean las masas y Evita es millones: se reproduce en películas, óperas, afiches, fotos, estampas, canciones, poemas. Su embalsamador, el médico Pedro Ara, creó al menos tres copias del cadáver de esta santa-política-puta-Virgen María-madrecita-trepadora, a la que embalsama tan pronto muere de cáncer a los 33 años –la edad de Cristo-. Los destinos de esas Evitas, falsas y verdaderas, intercambiables como muñecas de cera o muñecas inflables, ocupan buena parte de la novela que escribe Tomás Eloy, a veces en clave policíaca.
 
(Como si no fuera suficiente con las múltiples copias del cadáver, al final de la novela aparecen en los balcones de Buenos Aires “Evitas esculpidas en yeso, a las que habían aderezado con tocas de Virgen María”).

¿Es verdad lo que cuenta Tomás Eloy Martínez en Santa Evita?. La pregunta es irrelevante: la novela es verosímil. Usa un lenguaje periodístico, con datos, testimonios y fuentes documentales, para narrar cosas extraordinarias como la fluorescencia del cuerpo yacente de Evita (aunque yacente sea una condición inestable en esta muerta peculiar que vive en movimiento) o la cadena de fatalidades que, a manera de maleficio siniestro, le ocurren a cada persona que entra en contacto con ella. Si Duchamp enseñó con La Fuente que arte es lo que un artista dice que es arte, entonces Santa Evita es una novela porque así lo dice su autor. Si Tomás Eloy hubiese publicado el texto en La Nación o La Opinión, periódicos en los que trabajó como periodista, otras serían las claves para leer esta obra. Pero es una novela en la que el mismo autor reflexiona en sus páginas sobre esa condición: : “En esta novela poblada por personajes reales, los únicos a los que no conocí fueron Evita y el Coronel” (p. 55); “¿Santa Evita iba a ser una novela? No lo sabía y tampoco me importaba. Se me escurrían las tramas, las fijezas de los puntos de vista, las leyes del espacio y de los tiempos” (p.65); “Todo relato es, por definición, infiel” (p. 97); “las fuentes sobre las que se basa esta novela son de confianza dudosa, pero sólo en el sentido en que también lo son la realidad y el lenguaje: se han infiltrado en ellas deslices de la memoria y verdades impuras” (p. 143), “en esos papeles había un relato. Es decir, el manantial de un mito: o más bien un accidente en el camino donde mito e historia se bifurcan y en el medio queda el reino indestructible y desafiante de la ficción” (p.366) y “en las novelas, lo que es verdad es también mentira. Los autores construyen a la noche con los mismos mitos que han destruido por la mañana” (p. 389). 

Tomás Eloy Martínez se permite jugar en Santa Evita con esa relación difusa entre historia y ficción para reescribir la historia argentina, con sus mitos, tragedias, fatalidades y militares en medio de toda la trama. El narrador tiene el mismo nombre del autor: aparece Tomás Eloy con su nombre propio, reuniéndose con personas “de la vida real” en un ejercicio de investigación que se parece mucho a la reportería periodística.

Pero las claves pop de la Santa Evita van más allá: su protagonista es Evita, uno de los mitos icónicos de la cultura popular argentina, al lado del Ché y Gardel. Pero a diferencia de ellos, Evita es mujer y su historia ocurre en la primera mitad del Siglo XX, en un mundo político altamente masculinizado.

Sin tratarse de una obra feminista, o escrita con ese propósito, Santa Evita sí permite una lectura de género, en la medida en que documenta una época en la que el ascenso de una mujer al poder era prácticamente imposible. Evita fue la segunda esposa de Juan Domingo Perón, hasta su temprana muerte en 1952. La tercera esposa de Perón,  María Estela Martínez, se convirtió en 1974, en la primera mujer presidenta de un país latinoamericano, al suceder en el cargo a su esposo fallecido.

La novela está llena de alusiones machistas. Si Santa Evita se lee como una biografía, se trata entonces de la vida de una mujer pobre y ordinaria que logró convertirse en la más poderosa de su país gracias a que recibió la ayuda de muchos hombres: del cantautor de tango Agustín Magaldi, que la sacó de Junín y la llevó a Buenos Aires cuando tenía 15 años; del peluquero Julio Alcaraz, que la conoció en un set de cine cuando tenía 23, le decoloró el pelo y la peinó con esa moña icónica que le sumó edad y clase hasta su muerte; de Perón, que la doblaba en edad cuando se conocieron y a quien en esa primera noche ella le dice en la novela “gracias por existir”; o del médico español Pedro Ara, el embalsamador, que protegió su cuerpo de la descomposición natural. En algún momento de la novela el peluquero Alcaraz, Perón y Ara dicen, a su manera: “Yo la hice”.

Leer Santa Evita en clave de género implica también referirse a un cuerpo. La novela es la historia de un cadáver que se mueve, que parece vivo, tibio, que enamora. Hay numerosas alusiones al cuerpo de Evita: a su figura menuda, su pelo dorado, su piel perfecta, de alabastro, que se quemó cuando niña, a sus senos pequeños y su pubis de vello oscuro.  Es una santa vestida de túnica blanca, que después aparece desnuda, ultrajada, mutilada: para reconocer a la verdadera muerta de las demás copias, un coronel le corta una falange y un pedazo del lóbulo de la oreja. Es entonces un cuerpo mutilado, mancillado, y esta condición representa una continuidad en la muerte de lo que fue en vida: Tomás Eloy Martínez describe con detalle las hemorragias que sufre Evita a consecuencia del cáncer de útero que le cuesta la vida, pero además narra un aborto clandestino que se practicó antes de conocer a Perón, y que la obligó a permanecer ausente de la radio durante varios meses.  

En una visita al Papa Pío XII éste le dice que orará para que Dios le dé hijos. Para el Papa el cuerpo de Evita es un cuerpo estéril, inútil. Y para las mujeres de la Sociedad de Beneficencia el de Evita es un cuerpo impuro, indigno, porque se ha permitido el placer del sexo con múltiples hombres, sin estar unida en matrimonio.

Para los “grasitas”, la gente del pueblo que la idolatra, Evita es sobre todo una voz: la voz política que les da esperanza y les promete justicia (o les reparte billetes, casas o cajas de dientes), pero es sobre todo la voz familiar y cálida que conocen porque los ha acompañado durante años en el espacio íntimo de sus hogares a través de la radio.

Un acierto de Tomás Eloy es entender el poder de la radio en la construcción del mito de Evita.  La televisión llegó a Argentina en octubre de 1951 y su primera transmisión fue un acto público en el que Evita iba a ser proclamada como candidata vicepresidencial. El cáncer se le atravesó en el destino. Pero antes de la televisión, fue la radio el vehículo que movilizó a las masas no sólo en América Latina, sino también en Europa. Goebbels lo supo bien.
  
El cine llegó por vía de latas que permitieron ver el mundo, pero la producción local de cine no se dio de manera rápida en toda América Latina, e incluso hoy hay países o ciudades capitales con industrias cinematográficas débiles. Fue la radio, con sus radioteatros, el medio que permitió que en la primera mitad del Siglo XX surgieran en toda América Latina mitos locales de cobertura nacional.  En 1943 Radio Belgrano contrata a Evita para caracterizar a 18 heroínas de la historia universal. En ese trabajo se convierte ella misma en otra heroína y pocos meses después se casa con Perón. Su vida es en ese entonces un radioteatro con final feliz que siguen de cerca millones de hogares de las provincias argentinas. Pero esa popularidad no es absoluta: “para la gente de bien que oía poca radio, Evita era sólo una cómica que entretenía a los coroneles y a los capitanes de fragata” (p. 183).

Hay en Santa Evita numerosas alusiones al cine y al menos 40 a la radio: al comienzo de la novela ocurre la muerte de Evita y el narrador informa que el coronel que la vigilaba todo el tiempo “siguió los movimientos del cortejo fúnebre por las descripciones de la radio”. Más adelante doña Juana, la mamá de Evita, comenta que “aquél final de Evita fue triste, como las radionovelas de los años 40” (p. 40) y en otra página el autor escribe que durante su agonía “Renzi descompuso los aparatos de radio para que Evita no oyera el largo y terrible llanto de las multitudes” (p. 123). Se alude al radioteatro de Radio París y Radio Belgrano, a las alocuciones públicas de Evita y su marido, que cuando fue derrocado en 1955 “no habló por radio para pedir ayuda” (p.185), y a la música que escuchaba Magaldi en la radio. Incluso Tomás Eloy dice que, para despejarse del computador, sale en su carro a manejar sin rumbo por las rutas de New Jersey “con la radio prendida. Cuando menos lo espero, canta Evita. La oigo salir de la garganta raspada de la rapada Sinead O`Connor” (p. 203). No en vano el autor plantea que el ataúd que esconde a uno de los cuerpos de Evita, se registra en un barco a nombre de un radioaficionado: “el cajón es de pino, con la leyenda LV2 La Voz de la Libertad” (p. 340). Se supone que la caja, en vez de una muerta, transporta equipos de radio.

Durante casi 400 páginas el lector avanza al lado de un cuerpo ultrajado y escondido que, si cae en manos de quienes la buscan, puede desatar un enfrentamiento sangriento en el país. Lo mismo ocurriría si se sabe la verdad de lo que ha pasado con ese cuerpo al que los militares llaman “Persona” y los vejámenes que ha sufrido. Al final de la novela se dice que Evita es Argentina. El lector ha entonces recorrido un país embalsamado, que en cualquier momento puede desbaratarse. Eso es lo que plantea Tomás Eloy Martínez con su reescritura de este pedazo de la historia argentina, que se publicó 43 años después de la muerte de Evita y tan solo 12 años después del fin de la dictadura militar, que causó 30.000 desaparecidos y obligó al autor al exilio. Luego de la dictadura Argentina es Evita: un país necrológico, un cadáver embalsamado, un muerto viviente, un zombie, una caja llena de secretos


Santa Evita
Tomás Eloy Martínez
Biblioteca del Sur - Planeta
Buenos Aires, 1995
398 páginas

martes, 17 de julio de 2007

Varios: "Ficciones Urbanas"

Leí un librito flojito que se llama "Ficciones Urbanas" y recoge 11 crónicas escritas por 11 periodistas colombianos sobre 11 ciudades del mundo. Las crónicas fueron publicadas inicialmente en Cambio y luego las volvieron libro y ese es el primer error... a lo mejor estaban bien para una revista, pero no "aguantan" para libro, entre otras cosas porque la calidad es muy irregular, los enfoques también y no hay "unidad" en los textos. No obstante saqué algunas frasecitas, como para que se den una idea del libro:

Mauricio Vargas (Prólogo sobre París):
"Y es que las ciudades no son nada si sólo son plazas, calles, museos y monumentos. Las ciudades son eso, claro está, pero son por fortuna mucho más: Las ciudades son lo que uno era cuando vivió en ellas, lo que ellas hicieron de uno en aquel entonces y para toda la vida".

Carolina Sanín, Cádiz:
"Luego contó cómo Cristobal Colón había salido de ese puerto con Juan de la Cosa y la Santa María. Junto a la plaza estaba el edificio de donde había salido el Almirante "la mañana del descubrimiento de América". Así lo contaba, como si Colón hubiera salido de una casa de piedra por la mañana del 12 de octubre, en una carabela, y al caer la tarde hubiera llegado a las Antillas".

Ricardo Silva Romero, Barcelona
"Doblamos dos recodos, en dirección a la rambla de los juegos mecánicos, sin reparar en las evásticas sobre las paredes. Ninguno de los dos sospecha que el grupito de hinchas que grita !viva el Barca! en el bar de enfrente, de domingo en domingo, lincha sudamericanos desprevenidos en sus ratos libres".

"Y juntos hemos descubierto, en dos o tres charlas hasta las dos de la mañana, que cuando éramos niños todos pensábamos que el mundo era una pecera. Si uno se hundía en el océano, más allá de las algas, de las rocas, de los peces, podía hallar la pared de vidrio del planeta. El verdadero misterio, sin lugar a dudas, era a quién veríamos o con qué tropezaríamos del otro lado".

Efraín Medina Reyes, Roma
"El paso siguiente fue el Coliseo, que a pesar de las latas vacías de gaseosas y el estar eternamente en reparaciones, lucía majestuoso. Me estremeció pensar que por donde caminan ahora pequeños japoneses y obesos gringos estuvieron multitudes que en tardes de infamia veían cómo fieros leones destrozaban a frágiles cristianos para complacer la sed de sangre de Nerón y otros por el estilo".

"Pertenezco a una generación capaz de recorrer con ansiedad las ruinas de Pompeya pensando en qué parte se grabó el famoso concierto de Pink Floyd y dejando que el Vesubio sea sólo la vaga frase de algún profesor de secundaria".

Fernando Quiroz, Buenos Aires
"El verano había logrado que Buenos Aires amaneceira más temprano, aunque los porteños siguieran durmiendo hasta tarde, fieles a su vocación noctámbula que les permite ir a cine en la madrugada, comprar flores a las horas más absurdas o quejarse de su pequeño gran universo en torno a una botella de vino en cualquier boliche d elos que cierran cuando el cielo comienza a desteñir el negro de la noche".

Daniel Samper Ospina, La Habana
"Es muy difícil dar con un cubano que no sea especialmente amable, y más difícil aún dar con uno que no sea especialmente digno: Cualquiera de ellos está blindado por una educación prodigiiosa y habla con criterio sobre cualquier tema. Saben lo que valen y sobre todo valen por lo que saben. Es raro estar en una ciudad con gente tan preparada. Todos se expresan bien. Como Magally, que habla de Lezama Lima con propiedad, así a la media hora tenga que estar con las piernas abiertas para recibir la desgonzada y sucia perinola de cualquier noruego viejo".

Alonso Sánchez Baute, Valledupar
"Bueno, y la verdad es que podría alargarles esta historia contándoles tantas cosas que pasaron aquella mañana, tantas preguntas sin respuestas, tanto llanto, tanto dolor, tantos amigos que me acompañaron, tanta solidaridad de mi pueblo, que quizás no terminaría nunca. Por eso, para resumir, les cuento que ya pasadas las nueve de la mañana, con la casa tan llena de gente que no le cabía ni un tinto, con el señor obispo ya programado para la misa, con el velorio en pleno, con el cementerio listo para enterrar el cadáver de mi marido, justo en ese momento, mi marido apareció. Llegó como si nada, igual a como partió, pero con una juma que desde el patio se le sentía el tufo. Llegó descalzo, empijamado y bañado en maizena, preguntando que quién se había muerto, cuando el muerto era él; y llevaba la pea tan despierta, tan vivita, que se puso fue a cantar, que "llegó tu marido negra, llegó tu mariiiiiido".