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miércoles, 7 de mayo de 2025

Imposible decir adiós, de Han Kang


Gyeongha es una mujer que vive en Seul y atraviesa una situación límite (está pensando a quién encargar lo que debe hacerse después de que ella muera) cuando recibe un mensaje de su amiga 
Inseon. Inseon es una fotógrafa que trabajó hace años con Gyeongha y aunque son cercanas llevan tiempo sin hablar. Inseon le pide que la visite en un hospital y cuando Gyeongha lo hace Inseon la insta a que vaya inmediatamente a su casa a salvar a un pájaro que morirá si ella no llega a tiempo, porque se agotarán el agua y la comida. Inseon vive en Jeju, una isla, lejos de Seul. Gyeongha sale del hospital al aeropuerto y al llegar a la isla se encuentra con una tormenta pavorosa. La nieve le llega a los muslos.

Así empieza Imposible decir adiós, una novela muy distinta y a la vez con elementos que recuerdan a La vegetariana, quizás la obra más reconocida de la coreana Han Kang.

Ambas obras están divididas en tres partes. Las dos se centran en mujeres de mediana edad en situaciones críticas. En las dos son recurrentes las pesadillas y los sueños. En ambas hay escenas de gran belleza visual escritas a partir de un proyecto artístico que alguno de los personajes está ejecutando. En las dos hay enfermedad, hospitales y detalles explícitos sobre la corporalidad y tanto La vegetariana como Imposible decir adiós son novelas cortas, escritas de manera muy fragmentada, en donde se intercala la narración con pasajes de profundo calado lírico.

Teniendo tantos elementos comunes, la historia, no obstante, es muy distinta. Gyeongha es la narradora y al comienzo parece ser la protagonista del libro, pero a medida que avanza la lectura el interés se centra en Inseon, y más que en ella en sus antepasados: en su madre, su padre, sus abuelos, su tío: en las víctimas de la masacre de la Isla de Jeju, que empezó el 3 de abril de 1948 y cobró la vida de al menos 30.000 personas, en la masacre de la Liga Bodo, una persecusión a los comunistas de Corea del Sur, que mató a al menos 50.000 personas, y la masacre de la Mina de Cobalto de Gyeongsan, en donde fueron asesinados al menos 3.500 presos. 

Es difícil que un lector occidental tenga información sobre cada una de estas masacres, pero para eso está Wikipedia. Han Kang no hace un relato pormenorizado o periodístico de los hechos que denuncia. Ofrece los referentes básicos para que el lector complemente la información que considere, y su trabajo consiste en elaborar una memoria histórica a partir de un lenguaje poético que permita revivir a los muertos a partir del diálogo que establecen con los vivos que mueren. En una zona liminal y fantasmagórica, en la que no es claro si los personajes de la primera parte del libro siguen vivos en la segunda (¿Han Kang leyó Pedro Páramo?) la autora se sustrae de dar explicaciones racionales a hechos extraordinarios y simplemente narra la manera en la que esa casa de Inseon en una zona apartada y rural de Jeju, estuvo habitada antes por su madre, ya fallecida, quien a su vez investigó y documentó la muerte de su hermano mayor y de su madre, arrasados por una violencia política que allá y acá se ensaña con campesinos y personas pobres.

La prosa de Han Kang es tremendamente visual, con varias capas de sentido para navegar con belleza en medio del dolor. El texto (que evidencia un trabajo de traducción extraordinario) permite viajar al lector por distintas sensaciones (dolor, frío, escozor, asombro) y permite también identificar elementos similares en geografías distantes: el desplazamiento forzado, el drama de los desaparecidos, las detenciones arbitrarias y la zozobra que causan decisiones políticas que se toman en la capital y que se ensañan con los cuerpos más débiles en zonas remotas.

Algunos subrayados
Entonces caí en la cuenta de lo frágil que es la existencia humana; de lo fácil que se quiebran y desgarran la piel, los órganos, los huesos y la vida. Todo por una decisión (p. 15).

¿Cómo pude ser tan ingenua, tener la desfachatez de creer que podría escapar algún día del sufrimiento y librarme de los vestigios de violencia cuando había tomado la decisión de escribir sobre masacres y torturas? (p. 22).

La nieve siempre me provoca una sensación de irrealidad. ¿Sería por la morosidad con que caía? ¿Por su belleza? Cuando veía moverse los copos con la lentitud de la eternidad, de pronto se me hacía patente lo que era realmente importante y lo que no (p. 37).

Mi madre me contó que aquel día aprendió, de una vez y para siempre, que cuando alguien se muere y su cuerpo se enfría la nieve se acumula sobre sus mejillas y la sangre se escarcha (p. 67).

A veces no resulta fácil diferenciar la paciencia de la resignación, la tristeza de la reconciliación incompleta, la fortaleza de la soledad (p. 83). 

el mensaje que yo había recibido en Seúl y todo lo que me había pasado en la isla no eran sino las fantasías de alguien que ya no era de este mundo (p. 150)

Estamos sentadas donde el fuego lo devoró todo -pensé- Estamos sentadas donde se desplomaron las vigas y nubes de ceniza volaron por los aires (p. 190). 

Cuando los vecinos le preguntaban a mi abuela para qué diablos se molestaba en hacer estudiar a sus tres hijas, ella les respondía sonriendo que el mundo iba a cambiar algún día (p. 193).

¡Qué poco sabía yo de mi madre! Y eso que creía conocerla bien (p. 199).

Como sabes, al menos unas cien mil personas perdieron la vida en todo el país.
Al tiempo que asentía con la cabeza me pregunté para mi adentros si no habrían sido muchos más (p. 212).

(1960) En aquel entonces mi madre tenía ya veinticinco años. Todos estaban preocupados porque había sobrepasado la edad de casarse, pero ella no tenía ningún interés en contraer matrimonio (p. 218).

Mi madre se sentó en cuclillas y yo la imité. Entonces se giró hacia mí sonriendo y me acarició la mejilla. Luego me pasó la mano por la cabeza, por el hombro, por la espalda. Sentí su amor como un dolor sordo que me traspasaba la piel, se hundía hasta la médula de los huesos y me encogía el corazón... Fue entonces cuando supe lo mucho que duele amar a alguien (p. 242).

Creí que después de que ella muriera podría recuperar mi vida, pero el puente que podía llevarme de regreso había desaparecido. Mi madre ya no entraba a mi cuarto, pero yo no podía dormir de todas maneras (p. 244) 

Ya no me sorprendía nada de lo que un ser humano podía hacerle a otro ser humano... (246)

Porque la guerra nunca terminó, porque solo quedó en suspenso, porque el enemigo sigue allí, al otro lado de la Línea del Armisticio, porque todos se callaron, incluso los familiares de los masacrados, porque abrir la boca equivalía a ponerse del lado del enemigo (p. 247).


Imposible decir adiós
Han Kang
Traductora: Sunme Yoon
Random House
Bogotá, 2024 (primera edición 2021)
252 páginas

sábado, 10 de diciembre de 2022

Develaciones, un canto a los cuatro vientos, de Sara Malagón Llano y otros

Develaciones, un canto a los cuatro vientos, fue una obra de teatro (un poema cantado) dirigida por Iván Benavides, Bernardo Rey y Nube Sandoval, y presentada en el Teatro Julio Mario Santodomingo de Bogotá el 5 de diciembre de 2021. La obra surgió por solicitud, promoción y estímulo de la Comisión de la Verdad, y particularmente de la comisionada Lucía González, una convencida de que el arte es un buen mecanismo para llevar el mensaje a públicos más reticentes y que además el arte colombiano viene enunciando desde hace rato las verdades dolorosas que encontró la Comisión de la Verdad.
El libro "Develaciones, un canto a los cuatro vientos", recoge la memoria del proceso de esta obra escénica: las fotografías que permiten a quienes no la vimos, hacernos una idea del montaje en escena, pero además, lo más importante, los testimonios de quienes participaron en el proceso y explican por qué fue transformador para ellos: los tres directores, el escritor Ricardo Silva Romero, el padre Francisco de Roux, presidente de la Comisión de la Verdad, la comisionada Lucía González y varios de los bailarines, músicos, actores y colombianos relacionados con el conflicto y la resistencia,que fueron convocados para participar en este montaje, que trasciende lo escénico para convertirse en un ritual de duelo y sanación: el actor Andrés Parra, las madres de Soacha, víctimas de los falsos positivos, la guardia indígena (emberas de Riosucio, Caldas, y Nasa del Cauca), los jóvenes chocanos que bailan el ritmo "exótico", la Fundación Sauyee´pia Wayuu de Uribia, Kump Colombia, de Bogotá, Sakofa Danzafro, de Medellín; Semblanzas del Río Guapi, Tambores de Cabildo, de Cartagena, Tonada, de Barranquilla, y las tejedoras de Mampuján.


Este libro es un esfuerzo de la Comisión de la Verdad y la Corporación La Paz Querida, coherente con el propósito de construcción de memoria: así como se documentaron hechos victimizantes, dentro de la vigencia de la Comisión, este libro documenta una experiencia artística, creativa y sanadora, que dignifica a sus participantes y ofrece imágenes potentes y reflexiones para quienes no tuvimos oportunidad de ver un montaje quizás irrepetible, por llevar a más de 100 personas en escena, de distintas zonas del país, pero que gracias a este registro puede pervivir. 

Develaciones, un canto a los cuatro vientos
Sara Malagón Llano y otros
Editorial Penguin Random House
Bogotá, 2022
140 páginas


martes, 8 de junio de 2021

Museo voraz, de Angélica Ávila Forero

La narradora está encerrada en su casa. La pandemia (de covid, aunque no se nombra) la tiene en cuarentena y como no puede salir viaja con la imaginación. Decide armar un museo a partir de obras de arte que roba a coleccionistas, galerías y en otros museos. Su objetivo es armar su propio museo, abierto al público, con piezas elaboradas por artistas colombianas (solo mujeres) en los últimos 100 años.

"Museo voraz" es una prosa de ficción, fruto de un riguroso trabajo de investigación. La autora selecciona las artistas, elige una obra de cada una y decide, como lo advierte al principio del libro, que no usará las siguientes palabras para hablar de arte: abstracción, academia, actualidad, anacrónico, apropiación, arquetipo... y eso solo por la A. La larga lista de palabras prohibidas termina en Vanguardia. 


El ejercicio que propone entonces, lejos del academicismo, es observar la pieza (el cuadro, la escultura, el performance) analizarla, ponerla en relación con otras y permitirse sentir a partir de lo que la obra propone. La decantación de todo eso son textos cortos que a veces son descripciones, otras evocaciones, otras son un poema, o una lista o una narración: una creación libre, tan libre como la obra que la origina.

Lucy Tejada, Emma Reyes, Hena Rodríguez, Karen Lamassonne, Doris Salcedo, Carolina Cárdenas, Beatriz González, Olga de Amaral, Débora Arango... en total son 71 obras de igual número de artistas las que la narradora va ubicando en salas de exposición imaginarias, abiertas a un público también imaginario. Se trata entonces de un museo mental, pero no de cualquier museo: es un museo voraz. La voracidad con la que observa, describe y se apropia de cada una de las obras ajenas que hace propias, es el elemento diferenciador de este libro. Podría haber sido un simple catálogo de artistas plásticas colombianas, pero lo que la escritora crea es una obra construida a partir de las palabras que salen de su cuerpo, luego de haber fagocitado no solo a cada una de las obras, sino también de sus creadoras. 



Algunas frases
Aprendió a decir que la chicha embrutece y a tomar té en vajillas delicadísimas, porque creía que eso era ser inglesa y que ser inglesa era lo mejor que se podía ser en Colombia (p. 21).

O no terminado, pero sí hecho. Porque cuando se empieza un dibujo, casi nunca se sabe cuándo ni cómo terminará (p. 41). 

Me consoló pensar en nuevos espacios. No tenía plata pero sí memoria, y escribir es más barato. No sé si durante la cuarentena los demás ladrones seguían ejerciendo, ni dónde estarían robando, pero yo decidí salir de caza (p. 49). 

Yo no soy curadora, soy una coleccionista que no se asesora (p. 87)

Lo que quería ser era una coleccionista de las que, antes de morir, le donan su colección al museo (p 89).

Lo que hace a un museo distinto de una colección son sus visitantes. EL museo atesora y muestra, mientras que la colección solo atesora. El contenido del museo no son solo las obras, sino también sus visitantes (p. 89).

Al final recordé que no todas tenemos que ser amigas, ni querernos, ni abrazarnos, y que eso está bien (p. 98). 

Hasta ahora caigo en la cuenta de que la balanza estaba terriblemente inclinada: no recuerdo que me hablaran de mujeres artistas en clase tanto como lo hicieron de los señores. Y cuando aparecían estaban desnudas y retratadas por un señor" (p. 101).

Imaginar que podía salir fue la única forma en la que pude evitar estar en mi casa durante el encierro. Así que salía de mi casa en mi mente. Estuve visitando las casas de otros, pero en vez de despertarlos para que tuviéramos una conversación, para que me dieran un abrazo y así yo no me sintiera tan sola, les robé. (p. 127). 

Escuché las conversaciones que tienen los personajes de todos los cuadros. Robé obras hechas por mujeres en mi país, y con sus obras me las robé a ellas también. Robé a mujeres, nos volví amigas y nos puse a hablar (p. 127).

Soñar e imaginar tienen en común que una puede hacer cosas que en la vida real no: pedir perdón, hacerse amigas, robar cosas imposibles –más imposibles que un novio– y hacerse un museo (p. 128).

El libro nombraba a veintitrés personas: veinte señores y tres mujeres –porque a este tipo de libros les gusta hacer ese tipo de cosas– (p. 148).

La sala del Amor nunca se concretó. El espacio que le había abierto quedó vacío. Lo puse en la entrada del museo y decidí que sería la sala de espera y también puse la taquilla ahí (p. 153).

Museo Voraz
Angélica Ávila Forero
Laguna libros
Bogotá
Octubre de 2020
208 páginas

miércoles, 23 de marzo de 2016

El enigma de la luz, un viaje en el arte, de Cees Nooteboom

15 textos escritos entre 1984 y 2007 componen El enigma de la luz, un breve libro en el que el holandés Cees Nootebom, autor de esa deliciosa fábula que es En las montañas de Holanda, reflexiona sobre las impresiones que le dejan las obras pictóricas de artistas clásicos y contemporáneos. 

Salvo el primer texto, que plantea un diálogo entre dos personajes de un cuadro de Max Neumann, los demás ensayos son reflexiones en las que el autor entrega sin erudición ni interés academicista, datos del pintor, el contexto geográfico e histórico en el que se realizó la obra, así como la impresión que a él como espectador le causa. Por eso los textos, más que reseñas pictóricas, son crónicas de viaje hacia museos, palacios y otros sitios en los que reposan grandes obras de la pintura de artistas tan variados como Tiépolo, Rembrand, DaVinci, Piero della Francesca, Giorgio de Chirico, Verrmeer y Hopper, entre otros. 

Nooteboom pone a dialogar a los personajes de los cuadros, pero así mismo establece vínculos entre la obra y quien la observa. Por ejemplo, al contemplar "La lección de música interrumpida" de Vermeer, Nooteboom advierte: "esas dos personas del cuadro son compatriotas". En otro aparte uno de los protagonistas de un cuadro señala "estamos aquí para quedarnos", y esa pregunta sobre la permanencia inmutable de la obra en contraste con la variedad de ojos que pueden reinterpretarla con el paso del tiempo es constante. En otro capítulo, mirando a los ojos un autorretrato de Rembrandt, deduce que el autor entrega su mirada a "esos extraños que tardarán aún siglos en nacer".

Nooteboom llama la atención sobre el contraste entre el placer que implica contemplar una obra maestra con la desazón que le produce acudir a museos atestados de colegiales ruidosos o de turistas que se desplazan en masa, robándose el silencio y la quietud que exige el acto contemplativo: "El ciudadano que hoy en día desee ver algo en un museo no tiene más remedio que acorazarse contra sus prójimos armado de un odio brutal e intentar aislarse valiéndose de sus últimas reservas de concentración. De lo contrario, también él sufrirá las consecuencias de esa difusión del conocimiento: es decir, un menor conocimiento".

La edición de DeBolsillo acompaña los 15 textos con imágenes a blanco y negro de algunos de los cuadros que comenta Nooteboom. Ese ejercicio de cotejar la palabra con la imagen me recordó durante todas las páginas al escritor Antonio Caballero, por una doble razón: en primer lugar, porque su libro Paisaje con figuras, crónicas de arte y literatura, es un ejercicio periodístico que guarda relación con lo que Nooteboom realiza en este volumen. Y en segundo lugar porque su sección "Mil palabras por una imagen" en Revista Arcadia, consiste básicamente en lo mismo que hace el holandés: tomar una imagen, y observarla con un detenimiento que, sumado a la curiosidad y el conocimiento ilustrado, arroja como resultado un texto que permite develar detalles que están a la vista pero que nos son esquivos.

Algunas frases

"Sumido en el incómodo vacío que me embarga al regreso de un viaje, deambulo por Ámsterdam con mi alma a unos pasos de mí mismo". 

"No soy sino un amante de la observación. Y eso es estupendo, pues la escasez de conocimientos desata la imaginación y permite ver las cosas más peregrinas".

"la bella cadencia de los textos escritos en italiano. Éstos me recuerdan un menú, no puedo remediarlo". 

"Alimentar ciertos sentimientos de angustia puede resultar placentero".

"No puedo evitarlo, empiezo a ver a los cuadros como personas".

"Observar, escuchar leer. Eso siempre funciona".

"cumpliendo así la misteriosa ley que ordena que a su muerte el artista se transforme en su obra".



Cees Nooteboom
El enigma de la luz, Un viaje en el arte
Editorial De Bolsillo 
Barcelona
2007
142 páginas