sábado, 2 de diciembre de 2023

El oráculo térmico, de María Antonia León

Amanda es la menor de tres hermanos. Tomás le lleva 7 años y Teresa 6. Crecieron en una finca cafetera cerca de Chinchiná, con una padre silencioso, dedicado al campo, y una madre con artritis que habla así: 
Mamá, ¿usted es feliz? le dije una vez.
Mija, es mejor que no pregunte

La vida en la finca es la vida del pasado. El presente es noviembre de 1985. Amanda está embarazada, no quiere ser mamá pero no puede abortar. Huye y su huída coincide con la tragedia que se conoce como la avalancha de Armero, cuyo nombre recuerda a las más de 20.000 personas que murieron en ese municipio del Tolima, luego del deshielo del Volcán Nevado del Ruiz, pero deja en el olvido a las 3.000 que fallecieron en Caldas, principalmente en Chinchiná y Villamaría.

Esa avalancha de lodo que arrasó con todo es el contexto histórico en el que se desarrolla esta novela en la que la autora cuida cada línea y cada palabra, para narrar la vida de Amanda, a quien la maternidad no deseada le representa también una avalancha que arrasa con todo. A partir de frases muy cortas, con hondo sentido poético, y de capítulos breves que saltan en el tiempo, entre el pasado y el presente, María Antonia León (Manizales, 1985) presenta un retrato sobre la violencia contra las mujeres en la zona cafetera colombiana: hay violencia intrafamiliar, violencia sexual, un machismo feroz, una concepción de la maternidad como una obligación y el embarazo extramatrimonial como una verguenza. Esta visión de mundo, tan hostil y tan opresiva para las mujeres, crece silvestre y libre en medio de montañas verdes y hermosas, llenas de palos de café, con la bendición de la religión católica, que perpetúa un estado de cosas insostenible que se define con el nombre de "tradición".

Algunos subrayados

El burbujeo secreto de mis senos que, antes de este momento, solo se lo bebió un hombre (p. 21).

Cuando entro al baño me encuentro con un placer desconocido: el de un cuerpo solo (p. 22).

No puedo vivir de esta manera; tengo que buscar una vida que esté a la altura de mi desesperación (p. 24). 

¿Maternar?, no quiero llegar a ese nivel de intimidad con la vida: el seno abierto como un volcán activo. No quiero vivir suavemente y con dureza en el interior (p. 25). 

Habría querido vivir en un contexto donde abortar fuera un acto sencillo, aceptado. Un acto para abrazarnos diferente con la vida (p. 26).

No nacer, eso sí es un privilegio: el alma flotante ante las florescencias del universo y los universos hermanos, los universos padres (p. 26). 

Lactar es otra forma del llanto (p. 42).

A veces solo recuerdo el daño que hice y no el daño que me hicieron (p. 65).

La ternura es el único elemento capaz de hacer tolerable el tictac de una marcha fúnebre (p. 65). 

No puedo confiar en las palabras de un hombre que ya no me ama (p. 69). 

El dolor no se cura, se controlan sus estadios (p. 75). 

Mamá, ¿usted es feliz? le dije una vez.
Mija, es mejor que no pregunte (p. 111).

Mi papá me dijo una vez que las personas se suicidan cuando están cansadas de una misma situación (p. 131).

Lo repetí una vez más, con la música dulce de alguien a quien todavía peinaban de dos colitas, y una tercera vez, hasta que él se le quitó de encima y deó a Teresa hundida en el rebrujo de tierra; la combinación como una sábana que queda arrugada después de un sueño travieso y mi hermano arrodillado, a horcajadas sobre ella, mostrando los dientes rojos.
-Tragate esos ojos -me dijo.
Entonces salí corriendo para no verlos más. Corrí a través de los cafetales con los ojos casi cerrados, arrinconados en una nueva soledad (p. 136). 

Quizá ni Chinchiná existe, me gustaría que no existiera para no tener que volver (p. 138). 

Las rodillas son la parte más fea del cuerpo, por eso podían mostrarse. Aun así mi hermana se las tapaba porque nadie debía vernos nada.
Porque éramos sagradas, perfectas y puras, como el café (p. 147). 


El oráculo térmico
María Antonia León
Editorial Seix Barral
Bogotá, abril de 2023
148 páginas

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