lunes, 17 de noviembre de 2008

El amanecer de un marido, de Héctor Abad Faciolince

Leí este fin de semana "El amanecer de un marido", el último libro de Héctor Abad Faciolince, autor que ustedes saben que me gusta mucho... sin embargo me quedo con otros, aunque no significa que éste no me haya gustado... al contrario. Pienso que Héctor Abad es mejor novelista que cuentista... él ya había publicado hace mil años un librito de cuentos que se llama Malos Pensamientos, y este de "El amanecer de un marido" trae 16 cuentos... algunos largos, todos relacionados en alguna medida con el desamor, o el olvido, o la separación o el hastío... No aparece en este libro el humor que ha mostrado el autor en otras publicaciones y, al contrario, aún en las situaciones que podrían ser cómicas hay como un sino trágico.

Algunos cuentos me gustaron... como Album, Juventud Divino Tesoro, Alguien oculta algo y La Guaca. El último "Mientras tanto", más que un cuento parece como una columna de opinión del miedo que siente un periodista de ser asesinado por decir lo que piensa.

Notica: El amanecer de un marido es uno de los cuentos del libro... de una pareja que está terminando su relación... están mamados el uno del otro. De él no sale el nombre, pero ella se llama Adriana.

Acá van las frases:
Album
"A veces creo que el infierno, si existiera, consistiría en poder ver, en el preciso instante de nuestra muerte, lo que están haciendo en ese mismo momento las personas a quienes hemos querido".

En medio del camino de la vida
"Está en la mitad del camino de la vida, en la línea de sombra, en esa siesta de la existencia en la que, según Shakespeare, ya no hay juventud ni todavía hay senectud, pero se sueña con ambas. Todavía no ha perdido la ilusión de realizar los planes para los años por venir, pero ya comienza a añorar la efervecencia de los años juveniles".

"La mayor virtud que una mujer puede tener con los hombres es fugarse, esfurmarse a tiempo, antes de que ellos te empiecen a tratar mal".

"Cualquier mujer acaba siendo equivalente para cualquier hombre. A la larga,basta esperar lo suficiente".

Memorial de Agravios
"Las promesas y los juramentos de amor que nos habíamos hecho, hacía cuatro años, al principio, habían sido definitivos, absolutos, más que intensos, hondos y largos como la vida entera, con esa ingenuidad de lo que por intenso nos parece eterno, inagotable, pero al pasar el tiempo yo ya no sentía lo mismo".

"Las mujeres tenemos dos opciones: o matamos por amor, o nos matamos de amor. Somos así, moralmente superiores a ustedes, que matan de rabia, no de amor, y se matan porque los humillaron en público".

"Pero tienes el pequeño encanto de encantar incautas como yo. Eres encantador de bobas como yo. Y como somos tantas las bobas en esta tierra tienes esa ventaja".

"Cuando yo digo que haré algo, lo hago, no como tú que vives en el reino del tal vez, del ya se verá, del nunca se sabe, del puede que sí. Yo soy sí o no, no esa agua tibia e incierta que eres tú, agua tibia que hasta a los evangelios les repugna. Sé tu manera cómoda de vivir: no comprometerte con nada, no jurar, no hacer promesas, dejarlo todo en el terreno incierto y cambiante del gusto".

"Eres como esos inmensos cohetes de la Nasa, como el Apolo, que mientras va ascendiendo a toda velocidad hasta el cielo, hacia los límites de la atmósfera, hacia la Luna, se van despojando de los pedazos que lo ayudaron a subir".

"Cada mujer piensa que en ella el ciclo termina, que en ella al fin su nuevo amor llegó al puerto que era. Y no es así, siempre estarás dispuesto a zarpar otra vez. Sólo la última, la que enviude, podrá decir que te tuvo hasta el final; pero esa ingenua no sabráque te tuvo hasta el final sólo por falta de tiempo".


Alguien oculta algo
"Un gran periodista italiano, Indro Montanelli, decía que la corrupción empieza a manteles, al aceptarle un plato de pasta al político de turno. Jóvenes, ya se lo advierto, nunca acepten almuerzos porque, como dicen los gringos: There is not such a thing like a free lunch..."

"Cada vez estoy más convencido de que los seres humanos tomamos las decisiones con las tripas, como los animales. Sólo que nosotros, una vez hemos decidido algo, maquillamos, disfrazamos esa decisión visceral con muy bonitos motivos y sofisticadas cadenas de razonamientos".


La balada del viejo pendejo
"Tuve incluso la fuerza para bajar de peso y la desverguenza de teñirme las canas, hasta que un día sentí todo el tamaño de mi ridiculez en la mirada incrédula de mi hija adolescente, es su frase certera: "El amor sí rejuvenece, papá, pero tampoco tanto".

"Nadie es tan viejo que no pueda vivir un año y nadie es tan joven que no se pueda morir mañana mismo".

Juventud divino tesoro
"Esa eternidad que tiene la belleza, la cual sigue siendo siempre lo que es, a pesar de las modas y de los años".

"El joven es una curiosa mezcla de timidez y vanidad. Timidez porque no es nadie y vanidad porque, sin ser nadie, los demás lo tratan como si fuera alguien".

Novena
"Los dientes castañean de frío, a veces, y a veces de temor, porque el frío y el miedo se parecen".

El Sosia
"El caso es que uno quiere que cuando lo quieran sea a uno a quien quieren, no a la sombra de algún otro que se fue".


Héctor Abad Faciolince
El amanecer de un marido
Seix Barral
2008

sábado, 22 de marzo de 2008

Primero Estaba el mar, de Tomás González

Tomás González es un escritor colombiano que nació en Medellín en 1950 y ahora vive en Chía. Es muy bueno y muy desconocido... sobrino de Fernando González el filósofo-poeta de "Otraparte" (la finca en la que vivió en Medellín y que se volvió tan famosa como él).

Primero estaba el mar es una novela muy cortica que, según leí una vez, escribió el autor como homenaje a su hermano muerto. El libro cuenta la historia de J. y Elena, quienes se van de Medellín a vivir a una finca en una isla a 10 horas de Turbo, casi en los límites con Panamá (nunca lo dicen, pero se entiende que es como por Capurganá o Sapzurro). Es una novela en extremo simple, sencilla, desprovista de grandes pretensiones... una historia muy bonita en la que aparentemente no pasa nada pero que uno lee tenso porque desde el principio se adivina ese desenlace sobrecogedor.

Acá van las frases:

"El ser a quien se denominaba Amanda hizo su aparición. Usaba franela interior de hombre y pantalones blancos muy ceñidos; sus hombros, sin ser anchos, ostentaban músculos cobrizos, tensos y potentes; las formas del sostén lucían pétreas en su pecho; un bulto grande, rígidamente aprisionado por el pantalón, su sexo, tomaba lugar en aquel cuerpo esbelto y extraño".

"Se bañaron en un baño grande, lleno de musgo y pedacitos de jabón en los rincones".

"Una vez embarcado el equipaje, el ayudante, de pie en la popa, le dijo a Elena, "súbase, seño", y le tendió la mano. Ella se sentó en las tablas del muelle y se dejó caer en la lancha. Cuando esta se ladeó, Elena perdió el equilibrio. El ayudante debió entonces agarrarla por la cintura para que no cayera al agua. Era hábil: la agarró, la enderezó y se asomó a su escote, todo al mismo tiempo. "Coño", pensó, "no tiene brasier".

"De la pared colgaba un cuadro, pintado por un hermano de Elena, que representaba un atardecer sobre los Andes visto desde una celda de la cárcel de La Ladera; también el óleo de una mujer ofreciéndose al océano. Dos años atrás, en una borrachera, J. había quemado sus reproducciones de Modigliani, Picasso y Klee, y desde entonces ya no había querido tener buen gusto; su apartamento de Envigado se había ido convirtiendo poco a poco en una pequeña galería de arte malo, de mucho y muy crudo contenido vivencial".

"Además de la cama, y utilizando la madera sobrante, Gilberto construyó la biblioteca. Quedó grande también, y tan sólida y rústica como la cama. J. disfrutó colocando en ella sus muy usados y apreciados libros. Colecciones completas de Dostoievsky, Nietzche, Lagerkvist, Camus y Neruda; libros sobre ganadería tropical, cultivo industrial del coco, Bertold Brecht, frutales de la zona tórrida, Hermann Hesse, Hegel y muchos más empezaron a estarse quietos allí, con ocasionales lagartijas trepándose a sus lomos, mientras bandadas de alharaquientos loros pasaban sobre la casa".

"Sin embargo el cementerio no tenía apariencia siniestra. Muy próximo al mar, durante las mareas fuertes el agua lo inundaba y lo llenaba de espuma. La manera alegre como la vegetación trepaba sobre las cruces y lápidas y se metía entre las grietas del cemento, la visión de los cangrejos asomándose desde los túneles cavados en las tumbas, la visión de las lagartijas centelleantes, le dieron a J. la impresión del triunfo permanente de la vida sobre la muerte".

"Le ayudaba su mujer, obesa, somnolienta, orgullosa, morena clara, de unos treinta años y rasgos faciales muy hermosos. Daba la impresión de eshalar un hálito sensual parecido a las emanaciones de un pantano en germinación".

"Y también a finales del invierno comenzó a escribir en el mamotreto que, a falta de mejor nombre, llamaba "el libro". Er un tomo de cuero negro con dos mil hojas blancas que había empastado un amigo suyo, obrero de Coltejer, aficionado a encuadernar cosas. La idea del amigo había sido empastar, y luego escribir, un gran libro. "Un libro el hijueputa", explicaba, "con palabras todas del diccionario".

"Poco después J. vio sus formas agigantadas en el cuarto mientras se desvestía. "RTodo es putamente difícil y hermoso", pensó al mirar la sombra de Elena moviéndose en aquella porción de luz amarilla, diminuta cavidad de amor bajo la inmensa noche. Puso un poco de sal en una rodaja de limón, la tuvo lista en la mano y se metió un trago. A veces, sobre todo con el aguardiente, la alegría solía reventarle adentro".

"Olores. Oscuro olor a manglar que a veces trae el viento. olor a cangrejos muertos y todavía crudos, almizclado y resinoso. Olor del pasto al mediodía bajo el estático martillo del sol. Olor del humo que viene de la cocina, mezclado con el olor del café. Olor de las frituras de pescado a mediodía, frituras de plátano, vapores pesados del coco en el arroz. Olor de las cremas bronceadoras, aceites humectantes que protegen y embellecen la piel de Elena. Olor de su cabello recién lavado, champú de hierbas, siete. Antípoda olor en la letrina, donde zumban moscardones en el calor y se asoman lagartijas entre los intersticios del bahareque. Olor permanente e inerradicable del polvo en las tablas de la casa. Olor ahora a nuevo de los libros cuando se les abre -empeando a hincharse por la humedad del aire, deteriorados por el constante aliento del mar y por la creciente falta de uso-, como margaritas marchitándose en un desván húmedo y caliente. Y ahora, también nuevo, el olor de madera recién cortada, mezclado con el vaho de gasolina, la gasolina que esteriliza, quema, ahuyenta la vida".

"Creo que lo que más me gusta de este mar es el olor a manglar. El de Inglaterra es inodoro e insípido; este huele un poco a podrido, muerte y vida, lugar donde se cruzan".

"Sí. Ningún pensamiento tiene la contundencia de comerse un mango maduro -creo-. Para no hablar de papayas, melones y guanábanas. Por otra parte no hay mayor angustia vital que tener ganas de orinar y no poder; y no hay realización mayor que hacerlo sobre el mar, agua en el agua, y bjao la luz de los planetas. Creo que Mercedes ya se levantó: huele a café".

"Ella a su vez, le regaló una Historia del Arte Erótico, libro de casi mil páginas, con ilustraciones que iban desde Pompeya hasta Picasso. Meses más tarde uno de los policiías que participó en el levantamiento lo metería subrepticiamente en su mochila; su mujer lo descubriría y terminaría por ser vendido en Turbo a un comerciante de telas que lo usaría como pornografía común".

"Ya borracho, empezaba unas muy largas e incoherentes cartas a Elena, donde le decía con mucho detalle lo que iba a hacerle cuando pudieran volver a acostarse juntos, lo mucho que la extrañaba y lo mucho que se alegraba de que lo hubiera dejado por fin en paz. Al día siguiente las rompía sin leerlas".

Tomás González
Primero Estaba el Mar
Editorial Norma
144 páginas