lunes, 18 de enero de 2021

Stoner, de John Williams

 
Llegué a Stoner por referencias del tipo "es magistral", "es una obra maestra", "es extraordinaria" y otras por el estilo.

Lo es: es una novela de personaje, en la que todas las acciones giran en torno a la vida (simple, elemental, llana) del profesor William Stoner, un maestro de literatura de la Universidad de Misuri, lugar al que ingresa como estudiante en 1910, cuando tiene 19 años, y del que se retira en 1956, luego de una vida dedicada a la docencia y cuando ya está invadido de cáncer. 

Si se afirma que en la novela pasa poco, resulta cierto. La narración guarda un estricto orden cronológico que solo se rompe en los dos primeros párrafos, a partir de los cuales el narrador asume un orden lineal inquebrantable. Se trata de contar la vida de un hombre que, como dicen en los libros escolares, nace, crece, se reproduce y muere, y todo esto ocurre sin grandes sobresaltos: no va a la guerra, no sufre desgracias y tampoco la fortuna lo sorprende con golpes de suerte. 

Y sin embargo en la novela pasa todo: pasa una vida completa. La vida ordinaria de un hombre común, honesto, trabajador, digno, que se casa y se aburre en su matrimonio, que tiene una hija a la que adora, que asume trabajo extra para cubrir la hipoteca, consigue amante y que ve su vida pasar del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, día tras día, año tras año. 

La novela está narrada con belleza y sensibilidad. Hay reflexiones sobre la literatura, la amistad y el amor que revelan un análisis profundo del autor sobre las relaciones humanas. Es también una novela sobre la soledad, el fracaso, la dignidad, el mundo académico y las pequeñas envidias laborales que pueden durar décadas. Es una historia sobre los detalles, lo nimio, lo intrascendente, y como lo pequeño resulta siendo importante. 

Desde el punto de vista narrativo se trata de una novela clásica. Está dividida en 17 capítulos, tiene descripciones de los personajes, el paisaje, algunos diálogos y un narrador omnisciente que hace avanzar el relato en casi todas las páginas. La propuesta del autor no pasa por juegos con el lenguaje, la estructura o la dislocación de tiempos. La obra ofrece simpleza en la estructura narrativa, e incluso cierta posibilidad de anticipación por parte del lector. No hay sorpresas y eso se compensa con hondura en las reflexiones y, sobre todo, en la construcción de un hombre entrañable. 

Algunas frases

Su madre contemplaba su vida con paciencia, como si fuera un momento largo que tuviera que aguantar (p. 10). 

No tenía amigos, y por primera vez en su vida era consciente de su soledad (p. 20). 

Se había percatado de que sus padres y él habían comenzado a sentirse como extraños y se dio cuenta de que su amor por ellos se intensificaba con la pérdida (p. 28).

A veces, inmerso en sus libros, le venía a la cabeza la conciencia de todo lo que no sabía, de todo lo que no había leído y la serenidad con la que trabajaba se hacía trizas cuando caía en la cuenta del poco tiempo que tenía en la vida para leer tantas cosas, para aprender todo lo que tenía que saber (p. 29).

Sentía la lógica de la gramática y pensaba que percibía cómo le salía de adentro, calando el lenguaje y respaldando el pensamiento humano (p. 29).

A veces, cuando les hablaba, era como si estuviera fuera de sí mismo y observase a un extraño hablar a un grupo reunido contra su voluntad, escuchaba su propia voz desmotivada recitando los materiales que había preparado y nada de su entusiasmo aparecía durante la charla (p. 30).

Es un sanatorio o ¿cómo lo llaman ahora?, una casa de reposo, para los enfermos, los ancianos, los infelices y los incompetentes en general. Mirad, nosotros tres... somos la universidad. (p. 32). 

Una guerra no solo mata a unos cuantos miles o a unos cuantos cientos de miles de jóvenes. Mata algo en la gente que no puede recuperarse nunca (p. 37). 

Era la típica chica de su época y circunstancias. Había sido educada bajo la premisa de ser protegida de los graves incidentes que la vida pudiera poner en su camino, así como la de que no tenía otra misión que ser elegante y cómplice consumada de dicha protección, dado que pertenecía a una clase social y económica para la cual la protección constituía una obligación sagrada. Fue a colegios privados para chicas en los que aprendió a leer, escribir y aritmética simple. En su tiempo libre se le incitaba a bordar, a tocar el piano, a pintar con acuarelas y a debatir sobre las obras más tiernas de la literatura. También había sido instruida respecto a indumentaria, carruajes, dicción para damas y moralidad (p. 52). 

Muy pronto Stoner se dio cuenta de que la fuerza que atraía sus cuerpos tenía poco que ver con el amor (p. 79). 

Nada había cambiado. Sus vidas se habían consumido en un trabajo triste, rotas sus voluntades, sus inteligencias embotadas. Ahora yacían en la tierra a la que habían entregado sus vidas y, paulatinamente, año tras año, la tierra les acogería. Lentamente la humedad y la descomposición infestarían las cajas de pino que contenían sus cuerpos y, gradualmente, tocaría sus carnes hasta acabar consumiendo los últimos vestigios de sus sustancias. Y se convertirían en parte irrelevante de aquella obcecada tierra a la que en el pasado entregaron sus vidas (p. 99). 

Habían llegado a ese punto en su vida en común en el cual casi no hablaban entre ellos de sí mismos, no fuese que el delicado equilibrio que les permitía vivir juntos se rompiera (p. 108).

En su año cuarenta y tres de vida Willam Stoner aprendió lo que otros, mucho más jóvenes, habían aprendido antes que él: que la persona que uno ama al principio no es la persona que uno ama al final, y que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra (p. 170).

(el amor) lo veía como un acto humano de conversión, una condición inventada y modificada, minuto a minuto y día a día, por la voluntad y la inteligencia del corazón (p. 172).

Como todos los amantes hablaban mucho de sí mismos, como si por ello pudieran comprender el mundo que los hacía posibles (p. 173). 

Sintió renovada la vieja pasión por el estudio y el aprendizaje y, con el vigor curioso e incorpóreo del universitario cuya condición no es ni joven ni anciana, retornó a la única vida que no le había traicionado (p. 193). 

Estaba muy pálida y usaba grandes cantidades de polvos y maquillaje de manera que parecía que cada día dibujase sus propios rasgos sobre una máscara blanca (p. 203). 

Con una pena que era casi impersonal observó el triste ritual del matrimonio y se conmovió extrañamente ante la belleza pasiva e indiferente del semblante de su hija y la indolente desesperación del rostro del muchacho (p. 212).


Stoner

John Williams

Ediciones de Baile del Sol

Islas Canarias, España.

2017 (primera edición 1965)

Traducción de Antonio Díez Fernández

240 páginas