viernes, 28 de diciembre de 2012

El Olvido Que Seremos, de Héctor Abad Faciolince

Carulla empezó a vender una serie de grandes éxitos literarios. El Olvido Que Seremos, de Héctor Abad Faciolince, es uno de esos grandes éxitos literarios que yo había aplazado y que terminé en dos sesiones de lectura.
Hace muchos años, desde que leí Drácula de Bram Stoker en español y Satanás de Mario Mendoza, no terminaba un libro tan rápidamente. Y se debió primero a la narrativa simple y acogedora de Héctor Abad así como a la disponibilidad de tiempo que tuve para terminar el libro.
Supongo que varios de los lectores de este blog ya habrán leído El Olvido Que Seremos, pero no puedo dejar de reseñarlo. Este es un ejercicio conmovedor de la memoria de un hombre cuyo padre fue asesinado. El retrato de la familia Abad es algo que puede parecer cercano a cualquier colombiano de clase media y es por eso que el crimen es tan conmovedor, porque puede sucederle a cualquiera de nosotros, a cualquiera que se atreva a pensar distinto o a denunciar que las cosas andan mal en una sociedad enferma como la colombiana en la que pareciera que lo criminal - lo punible, lo condenable - es ser justo y ser feliz.

Dejo, como es costumbre en este blog, unos fragmentos:

"Repetía mucho la siguiente frase, quizá citando a alguien que no recuerdo: "Aquellos a quienes los güelfos acusan de gibelinos, y los gibelinos acusan de güelfos, esos tienen la razón"."

"Sin decirme una sola palabra, sin obligarme a leer y sin echarme el sermón de lo sana para el espíritu que podía ser la música clásica, yo entendí, solo mirándolo, viendo en él los efectos benéficos de la música y de la lectura, que en la vida todos podíamos recibir un regalo, no muy caro y más o menos al alcance de la mano: los libros y los discos. Ese señor oscuro y malhumorado que había llegado de la calle con la cabeza cargada de las malas influencias y las tragedias y las injusticias de la realidad, había recuperado su mejor semblante, y la alegría, de la mano de los buenos poetas, de los grandes pensadores y de los grandes músicos."

"Hay un momento en que la vida de los seres humanos se vuelve más valiosa, y ese momento, creo yo, coincide con esa plenitud que trae el final de la adolescencia. Los padres han estado muchos años cuidando y modelando la persona que los va a representar y a reemplazar; al fin esta persona empieza a volar sola, y como en este caso, vuela bien, mucho mejor que ellos y todos los demás. La muerte de un recién nacido o de un viejo duelen menos. Hay como una curva creciente en el valor de la vida humana, y la cima, creo yo, está entre los quince y los treinta años; después la curva empieza, lenta, otra vez, a descender, hasta que a los cien años coincide con el feto y nos importa un pito."

"Al mediodía de ese martes, cuanta mi mamá, volviendo juntos de la oficina, mi papá quiso oír las noticias sobre el crimen de Luis Felipe Vélez, pero en todas las emisoras de radio no hablaban más que de fútbol. Para mi papá, el exceso de noticias deportivas era el nuevo opio del pueblo, lo que lo mantenía adormecido, sin nociones de lo que de verdad ocurría en la realidad, y así lo había escrito varias veces. Estando con mi mamá le dio un puñetazo al volante y comentó con rabia: "La ciudad se desbarata pero aquí no se habla sino de fútbol"."

"Mi papá no ve morir a su querido discípulo; en realidad, ya no ve nada; sangra, y en muy pocos instantes su corazón se detiene y su mente se apaga.
Está muerto y yo no lo sé. Está muerto y mi mamá no lo sabe, ni mis hermanas lo saben, ni él mismo lo sabe."



viernes, 21 de diciembre de 2012

El Informe de Brodie, de Jorge Luis Borges

Tengo un libro que recopila 16 libros. Esos 16 libros fueron publicados por Jorge Luis Borges entre 1931 y 1972 y El Informe de Brodie, publicado en 1970, es el penúltimo. Mi tía Francia me regaló este libro recopilatorio el día que cumplí 21 años y me ha tomado una década leer lo que Borges escribió y publicó en cuatro.
El Informe de Brodie recopila 11 cuentos contados de forma magistral y en el lenguaje propio de un erudito del siglo XX, de un académico educado por las bibliotecas y la curiosidad.
Borges siempre lo llena a uno de imágenes hermosas, le hace sentir que el idioma en el que fue educado es un tesoro invaluable y que se tardaría decenas de vidas en entenderlo completamente.

Queda un párrafo de El Duelo:

Maneco Uriarte no mató a Duncan; las armas, no los hombres, pelearon. Habían dormido, lado a lado, en una vitrina, hasta que las manos las despertaron. Acaso se agitaron al despertar; por eso tembló el puño de Iriarte, por eso tembló el puño de Duncan. Las dos sabían pelear - no sus instrumentos, los hombres - y pelearon bien esa noche. Se habían buscado largamente, por los largos caminos de la provincia, y por fin se encontraron, cuando sus gauchos ya eran polvo. En su hierro dormía y acechaba el rencor humano.
Las cosas duran más que la gente. Quién sabe si la historia concluye aquí, quién sabe si no volverán a encontrarse.

La Casa de las Bellas Durmientes, de Yasunari Kawabata

No tendría forma de haber llegado a leer a Yasunaria Kawabata de no ser por la recomendación de un amigo. La información de la contraportada indica que Kawabata nació en Osaka en 1899 y que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1968, que fue un insomne notable y que se suicidó a los setenta y dos años.
La Casa de las Bellas Durmientes es una reflexión breve acerca del amor, la juventud, la vejez y la muerte. No sabría si debe catalogarse como un cuento extenso o como una novela corta. Yo sentí que la historia era una pequeña fábula sin animales y sin una moraleja concreta.
La Casa de las Bellas Durmientes es un lugar donde los hombres viejos pagan por pasar la noche al lado de una mujer joven. No tienen sexo, solo duermen; pero el mero hecho de visitar la casa en varias ocasiones lleva al viejo Eguchi (protagonista de la historia) a cuestionarse vagamente acerca de muchas cosas de su propia vida. ¿Pero no nos pasa acaso a todos? ¿No pensamos todos un poco acerca de lo que significa estar vivo, de lo que significa envejecer, de lo que significa tener sexo con alguien y después dejar que se pierda para siempre en el olvido? 
Si las reflexiones de Florentino Ariza me llevaron a pensar que empecé a envejecer (después de los 30 no voy a hacerme propiamente más bello o más joven) las del viejo Eguchi me hicieron pensar que en menos de lo que imagino voy a estar viejo, voy a oler mal, voy a estar más cerca de la muerte que del nacimiento y voy a estar preguntándome más cosas acerca de la existencia. Es probable que la vejez no traiga respuestas, sino que por el contrario traiga - además de preguntas nuevas - mucha melancolía.

Aquí, un fragmento:

No la vio nunca más. Hacía más de diez años que se había enterado de su muerte. Eguchi, a sus sesenta y siete años, había perdido a muchos amigos y parientes, pero el recuerdo de la muchacha seguía siendo joven. Reducido ahora a tres detalles, la gorra blanca de la niña, la pulcritud del lugar secreto y la sangre en el pecho, era todavía claro y fresco. Probablemente no había nadie en el mundo aparte de Eguchi que conociera aquella pulcritud incomparable, y con su muerte, ahora no muy distante, desaparecería del mundo por completo. Aunque con timidez, ella le había permitido mirar cuanto quisiera. Tal vez fuese una actitud propia de las jóvenes, pero no podía caber la menor duda de que ella misma no conocía su pulcritud. No podía verla.