lunes, 13 de noviembre de 2017

La perra, de Pilar Quintana


En La perra ninguna palabra sobra. 108 páginas le bastan a Pilar Quintana para recrear un universo sobrecogedor, en el que el paisaje tiene directa relación con la historia: la selva y el Océano Pacífico se ven hermosos pero son traicioneros. En las playas se bañan turistas pero en sus aguas se ahoga la gente y las tormentas torrenciales, que se ven bonitas en la lejanía, se cuelan entre los techos de las casas y causan inundaciones. Así es La perra: cualquier armonía se puede romper. 

La novela se ubica en Juanchaco, a una hora en lancha de Buenaventura. Damaris vive con su esposo Rogelio en un humilde rancho. La gente ya dejó de preguntar "para cuándo los bebés". Damaris quería ponerle Chirli a su hija, pero como no se pudo bautiza así a una cachorra que le regalan. Damaris trabaja haciendo oficio y Rogelio es pescador. A veces se va la luz, a veces no tienen cómo pagarle al tendero lo que les ha fiado. Hay múltiples violencias que han sido naturalizadas y hacen parte de la vida cotidiana. La escasez en la que viven contrasta con la exuberante naturaleza que los rodea: selva, mar, toneladas de pescado, animales de todo tipo.

Dice Hemingway en su teoría del iceberg, que todo relato refleja sólo una parte muy pequeña de la historia. Lo que soporta el texto está sumergido y le corresponde al lector encontrarlo, interpretarlo. La perra no es una historia críptica o confusa. Al contrario, es clara, directa y fuerte, pero todo el tiempo invita al lector a entender lo que no se cuenta o apenas se esboza y eso le da a la novela un aura de misterio y tensión creciente. El texto es sobrecogedor.

En La perra los personajes se transforman. No hay buenos ni malos. Hay gente corriente con la que el lector empatiza en unas páginas y más adelante ya no, o viceversa. Que la escritora logre esto con tan pocos diálogos y digresiones me parece un trabajo maestro: son las acciones cotidianas de los personajes las que revelan los rasgos ambiguos y densos de sus personalidades. 

Buena parte de la literatura contemporánea refleja la urbanización de la población. Hoy casi el 80% de la gente vive en ciudades y muchos cuentos y novelas que se publican en la actualidad narran historias que se ubican en centros urbanos. La perra es un relato contemporáneo (sus personajes usan celular, ven televisión), que ocurre en una región muy poco contada por la literatura colombiana: la selva del Pacífico. Ese entorno selvático es distinto al paisaje que hace un siglo narró José Eustasio Rivera en La vorágine, pero así como a Arturo Cova y Alicia se los tragó la selva, en La perra la naturaleza no es mero decorado. Puede ser, como lo dice la autora, el lugar más terrible.


Algunas frases:
"Él quería comprarse un nuevo trasmallo y un equipo de sonido grande con cuatro parlantes, pero Damaris llevaba un tiempo pensando cómo decirle que ella no había dejado de desear un hijo".

"Quiso huir, perderse, no decirle nada a nadie y que la selva se la tragara. Empezó a correr, se tropezó, cayó, se levantó y volvió a correr".

"No había viento. Las hojas de los árboles se habían quedado quietas y lo único que se oía era el mar. A Damaris le pareció que el tiempo se estiraba y que ella estaría ahí hasta hacerse adulta y luego vieja".

"La única ciudad que conocía era Buenaventura, que quedaba a una hora en lancha y no tenía grandes edificios. Tampoco conocía el frío de las montañas, pero por lo que veía en televisión y decía la gente, se figuraba que Bogotá debía ser como la oficina de Telecom luego de una semana de lluvia: un lugar oscuro, con ecos y que olía a humedad como las cuevas".

"Damaris pensó que seguro querrían mucho a la cachorra, pues ellos tampoco tenían hijos, y se preguntó si sería eso lo que los mantenía unidos".

"Así que eso era matar. Damaris pensó que no era difícil ni tomaba demasiado tiempo".


La perra
Pilar Quintana
Random House Mondadori
Bogotá, 2017
108 páginas