lunes, 13 de noviembre de 2017

La perra, de Pilar Quintana


En La perra ninguna palabra sobra. 108 páginas le bastan a Pilar Quintana para recrear un universo sobrecogedor, en el que el paisaje tiene directa relación con la historia: la selva y el Océano Pacífico se ven hermosos pero son traicioneros. En las playas se bañan turistas pero en sus aguas se ahoga la gente y las tormentas torrenciales, que se ven bonitas en la lejanía, se cuelan entre los techos de las casas y causan inundaciones. Así es La perra: cualquier armonía se puede romper. 

La novela se ubica en Juanchaco, a una hora en lancha de Buenaventura. Damaris vive con su esposo Rogelio en un humilde rancho. La gente ya dejó de preguntar "para cuándo los bebés". Damaris quería ponerle Chirli a su hija, pero como no se pudo bautiza así a una cachorra que le regalan. Damaris trabaja haciendo oficio y Rogelio es pescador. A veces se va la luz, a veces no tienen cómo pagarle al tendero lo que les ha fiado. Hay múltiples violencias que han sido naturalizadas y hacen parte de la vida cotidiana. La escasez en la que viven contrasta con la exuberante naturaleza que los rodea: selva, mar, toneladas de pescado, animales de todo tipo.

Dice Hemingway en su teoría del iceberg, que todo relato refleja sólo una parte muy pequeña de la historia. Lo que soporta el texto está sumergido y le corresponde al lector encontrarlo, interpretarlo. La perra no es una historia críptica o confusa. Al contrario, es clara, directa y fuerte, pero todo el tiempo invita al lector a entender lo que no se cuenta o apenas se esboza y eso le da a la novela un aura de misterio y tensión creciente. El texto es sobrecogedor.

En La perra los personajes se transforman. No hay buenos ni malos. Hay gente corriente con la que el lector empatiza en unas páginas y más adelante ya no, o viceversa. Que la escritora logre esto con tan pocos diálogos y digresiones me parece un trabajo maestro: son las acciones cotidianas de los personajes las que revelan los rasgos ambiguos y densos de sus personalidades. 

Buena parte de la literatura contemporánea refleja la urbanización de la población. Hoy casi el 80% de la gente vive en ciudades y muchos cuentos y novelas que se publican en la actualidad narran historias que se ubican en centros urbanos. La perra es un relato contemporáneo (sus personajes usan celular, ven televisión), que ocurre en una región muy poco contada por la literatura colombiana: la selva del Pacífico. Ese entorno selvático es distinto al paisaje que hace un siglo narró José Eustasio Rivera en La vorágine, pero así como a Arturo Cova y Alicia se los tragó la selva, en La perra la naturaleza no es mero decorado. Puede ser, como lo dice la autora, el lugar más terrible.


Algunas frases:
"Él quería comprarse un nuevo trasmallo y un equipo de sonido grande con cuatro parlantes, pero Damaris llevaba un tiempo pensando cómo decirle que ella no había dejado de desear un hijo".

"Quiso huir, perderse, no decirle nada a nadie y que la selva se la tragara. Empezó a correr, se tropezó, cayó, se levantó y volvió a correr".

"No había viento. Las hojas de los árboles se habían quedado quietas y lo único que se oía era el mar. A Damaris le pareció que el tiempo se estiraba y que ella estaría ahí hasta hacerse adulta y luego vieja".

"La única ciudad que conocía era Buenaventura, que quedaba a una hora en lancha y no tenía grandes edificios. Tampoco conocía el frío de las montañas, pero por lo que veía en televisión y decía la gente, se figuraba que Bogotá debía ser como la oficina de Telecom luego de una semana de lluvia: un lugar oscuro, con ecos y que olía a humedad como las cuevas".

"Damaris pensó que seguro querrían mucho a la cachorra, pues ellos tampoco tenían hijos, y se preguntó si sería eso lo que los mantenía unidos".

"Así que eso era matar. Damaris pensó que no era difícil ni tomaba demasiado tiempo".


La perra
Pilar Quintana
Random House Mondadori
Bogotá, 2017
108 páginas

martes, 17 de octubre de 2017

Hasta que pase un huracán, de Margarita García Robayo

El escritor Héctor Abad Faciolince ha dicho que Medellín se mira mucho su propio ombligo entre otras cosas porque es una ciudad rodeada de montañas. Cuando los paisas divisan el horizonte, el más allá queda a pocos kilómetros y eso explica en parte, según él, esa tendencia tan propia de la gente de Medellín de creer que es mejor que todas las demás. Su ojo no está acostumbrado a mirar lejos.

Si se acepta esta hipótesis de Héctor Abad, entonces lo contrario ocurre en una ciudad costera: si se vive a orillas del mar la mirada se pierde en el horizonte y el permanente flujo de barcos invita a explorar otros mundos en donde la vida puede ser mejor.

Esa ilusión mueve a la protagonista sin nombre de Hasta que pase un huracán, una novela corta de Margarita García Robayo. La ciudad del relato no se nombra pero es posible identificarla como Cartagena, el sitio en el que nació la autora. Allí crece una chica de clase media que tampoco se nombra, que se ve a sí misma como pobre y que anhela con todas sus fuerzas vivir en Estados Unidos. Su hermano quiere lo mismo y su plan es casarse con una gringa. El de ella es convertirse en azafata y que alguien la embarace.

La vida consiste en eso: en soñar una vida distinta. Los días de la narradora se desgranan entre el tedio y pequeñas violencias normalizadas que no escandalizan a nadie, esperando que algún día pase algo. Y cuando pasa algo ella espera que pase algo distinto, algo más. Y en ese cúmulo de sueños minúsculos la protagonista crece, estudia, se empareja (es difícil decir que se enamora), trabaja y llena sus días de aburrimiento e insatisfacción, esperando el momento en que pase un huracán. 


Quizás haya quien catalogue a Hasta que pase un huracán como una novela feminista. Si el feminismo es la reivindicación del derecho de las mujeres a decidir sobre su propio destino entonces lo es. Pero no se trata de una diatriba sino de un relato sutil, que no necesita la fuerza de un huracán para expresar claramente el desasosiego que plantea: le basta la suave brisa de la playa para lograr su cometido poético y político.


Algunas frases
A mi me preguntaban: ¿qué quieres ser cuando grande? Y yo decía: extranjera.

Si yo fuera rica no me querría ir, los ricos pueden vivir bien en cualquier parte.

La estética latinoamericana es la estética del cliché.

se pegará a mi espalda, me abrazará por la cintura y me dirá al oído: algún día saldremos de acá. Y yo: acá nos quedaremos hasta que pase un huracán.


Hasta que pase un huracán
Margarita García Robayo
Editorial Laguna Libros
Bogotá, enero de 2015 (primera edición en Editorial Tamarisco, Buenos Aires, 2012).
67 páginas

sábado, 9 de septiembre de 2017

24 señales para descubrir a un alien, de Juliana Muñoz Toro

¿Es El Principito un libro para niños? o ¿Es un libro para adultos protagonizado por un niño? La primera vez que leí El Principito estaba en el colegio. Me obligaron a leerlo y no me gustó. Tenía ilustraciones que aún recuerdo pero el texto me pareció confuso, largo, aburrido. No entendí. No hay mucha aventura en conversarle a una rosa... Pero años después volví a leerlo y pude disfrutarlo a plenitud y comprender por qué sigue vigente después de tanto tiempo.

Creo que pasa algo parecido con 24 señales para descubrir a un alien, una corta novela escrita por la periodista bogotana Juliana Muñoz Toro e ilustrado por Elizabeth Builes. La portada del libro trae el dibujo de un niño que al avanzar en la lectura descubrimos que se llama Benjamín. También se ve una gallina, de la que luego sabremos su nombre: Pascuala.

Ben es el narrador de esta breve novela, estructurada en 24 capítulos cortos. Cada uno se dedica a narrar una señal para descubrir un alien. Ben cree que su papá es un alien y está rastreando pistas para descubrirlo. 

Pero la búsqueda de Ben es un viaje para el lector: a su propia infancia, a su relación con sus padres y a su propio rol como padre o madre. Una historia sencilla, elemental, en la que se intuyen referencias muy personales de la autora sobre su propia experiencia vital, que revela la enorme distancia que hay en la comunicación y en los intereses entre padres e hijos. Una relación construida con un amor intenso, aunque a veces no se entiende así.

Compré 24 señales para descubrir a un alien para leérselo por las noches a mi hija de 5 años antes de apagar la luz. Cada noche leímos un capítulo. Algunos los disfrutó, en algunos se emocionó, en otros se aburrió y en varios se durmió. Cada vez que llegamos a una página con ilustraciones fue como alcanzar un oasis. Al comienzo quiso que todas las noches volviéramos a empezar desde el principio así que el primer capítulo lo leímos numerosas veces... y el segundo también. Pero luego accedió a retomar la lectura en donde la habíamos dejado la última vez, aunque era muy poco lo que recordaba. Creo que un libro de 118 páginas es inapropiado o al menos un reto muy grande para un niño tan pequeño, que tiene períodos de concentración cortos. Quizás ella lo goce mejor cuando esté más grande. Yo en cambio lo disfruté: me sorprendió y me cuestionó. Que su protagonista tenga ocho años no significa que sea un libro para niños. Es una voz infantil que habla... y a los adultos a veces nos hace falta recordar esa voz y escucharla.


24 señales para descubrir a un alien
Juliana Muñoz Toro
Editorial Tragaluz
2017, Medellín
123 páginas


A Larissa no le gustaban los escargots, de Sergio Ocampo Madrid

Nueve cuentos variopintos conforman el libro A Larissa no le gustaban los escargots, publicado en el año 2009 por el antes periodista y ahora escritor antioqueño, Sergio Ocampo Madrid.

El único común denominador de todos los cuentos es su extensión. Se trata de cuentos largos, cada uno de 20 páginas o más. De resto, no hay un eje que conecte a los cuentos, que transcurren en diversas geografías y versan sobre muy distintas temáticas. O quizás sí hay un elemento recurrente: la soledad. Los protagonistas de varios de los cuentos no son personas solas sino personas que padecen la soledad. Gente que, a veces consciente y a veces no tanto, vive una vida que no encaja con el entorno.

A Sergio Ocampo se le nota que consulta el diccionario. Usa palabras precisas, algunas no muy comunes. El lenguaje es rico aunque a veces el tono suena macondiano.

Hay relatos ambientados en España, en Francia, el sur de Bogotá, en algún pueblo azotado por la violencia paramilitar, en Inglaterra, en la costa caribe colombiana. Algunos narran historias de mujeres, otros de hombres. Ocampo escribe sobre personas del estrato 1 y del 6. Hay una historia gay, una religiosa... El libro ofrece una mirada detallada, como una lupa, sobre distintas posibilidades de vida en la sociedad contemporánea. 

Algunas frases
Entendió entonces que los temores de un hombre provienen de sus esperanzas: cuando todo está perdido no hay lugar para el espanto.

Adquirieron un tono más pausado, como de gente de páramo, que siempre habla para que no la oigan.

La soledad es siempre una idea que exige la referencia obligada a los otros; si los demás no existen, o si no importan, que es una forma de no existir, la soledad tampoco existe.

pero se había quedado sola esperando la llamada del amor genuino, y este nunca llamó, o probablemente lo hizo, pero ella no estaba para contestar.

recordó sus días de polvos menesterosos y de compañías fugaces, y notó feliz que ahora su voracidad sexual se había vuelto desenfreno gastronómico.

mantenían una quietud como de burócrata cercano a la jubilación.

La disciplina no es tanto un valor social, como predicaban sus papás, sino una norma de supervivencia.


A Larissa no le gustaban los escargots
Sergio Ocampo Madrid
Editorial Norma, La otra orilla
2009, Bogotá
190 páginas

domingo, 20 de agosto de 2017

¿Sueñan los androides con alpacas eléctricas?, antología de ciencia ficción contemporánea latinoamericana

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es una novela corta que Philip K.Dick publicó en 1968 y se hizo mundialmente famosa por su adaptación al cine que hizo en 1982 Ridley Scott con el nombre de Blade Runner.

Antonio García Ángel, el editor de esta compilación, cambia ovejas por alpacas para situar los relatos en una geografía concreta: Latinoamérica. En apenas 101 páginas se reúnen 6 cuentos que permiten vislumbrar en qué está la literatura de ciencia ficción en América Latina en este comienzo de siglo.

Los autores seleccionados son Jorge Aristizábal Gáfaro, de Bogotá, con "La delación", un hilarante cuento que se debate entre los extraterrestres y la mamadera de gallo. En segundo lugar aparece el cubano Jorge Enrique Lage, con "Straigth", un cuento que trastoca lo excepcional para volverlo regla. El mexicano Bernardo Fernández presenta "Las últimas horas de los últimos días", una narración apocalíptica ubicada en el DF. El venezolano José Urriola participa con "La droga", un relato que mezcla el amor con la química, de manera literal. Pedro Mairal, de Argentina, plantea en "Recuerdo de 2030" una nueva versión del gran hermano. Por último el peruano Carlos Yushimito presenta en "Oz" a un autómata humanoide.

El prólogo de Antonio García Ángel presenta un breve resumen del estado actual de la ciencia ficción en América Latina, a manera de introducción, que bien vale la pena para los interesados en el tema.

El libro circuló gratuitamente en Bogotá, dentro de la iniciativa de "Libro al viento" que promueve la Alcaldía Mayor. La primera vez que oí de él fue por recomendación del escritor Miguel Ángel Manrique. Me costó conseguir un ejemplar: entre las muchas ediciones de Libro al Viento esta se volvió de culto por la buena calidad de la mayoría de sus relatos. Si lo ven por ahí, en una librería, biblioteca o biblioparque, no lo dejen ir. También se puede descargar gratuitamente en el siguiente enlace: http://www.idartes.gov.co/publicaciones/libro-al-viento/suenan-los-androides-con-alpacas-electricas

Algunas frases:
Straight, de Jorge Enrique Lage
"Adán y Eva están solos. Solos y desnudos. Se gustan, no lo pueden evitar. Olvídate de la manzana. En el mundo nunca habrá una fruta cuyo sabor sea capaz de competir con el sabor de las miradas que se cruzaron bajo los árboles del Paraíso".

"No voy a entrar en detalles; me los ahorro no porque me moleste la cara de asco que ustedes van a poner, sino porque los quiero conservar intactos (los detalles) y de sobra sé que la escritura puede partir en pedazos la memoria a golpes de teclado ansioso".

Las últimas horas de los últimos días, de Bernardo Fernández

"La vida no es tan cruel como dice Wok. No puede serlo. Tampoco es como lo que venden los gurús de la superación personal. No es cebolla cruda ni pastel de cerezas. Es agridulce como el amor. Dulce como el querer, agria como el dolor".

La droga, de José Urriola
Dejemos las hipocresías aparte. Para qué mierdas buscar estar bien si en el fondo somos autodestructivos y lo que nos gusta es estar mal. Somos unos saboteadores miserables que nos engañamos y nos tendemos trampas. Supuestamente buscamos estar mejor y bajo esa mentira nos lanzamos a vivir una vida que no nos gusta ni merecemos".

Oz, de Carlos Yushimito

"Hay una vaga jactancia en el ser humano que le hace imposible aceptar la derrota frente a cualquier artefacto. Perder contra un objeto es perder contra uno mismo y esa es, si se piensa, la derrota más difícil de asimilar para las personas".



¿Sueñan los androides con alpacas eléctricas?
Jorge Aristizábal Gáfaro, Jorge Enrique Lage, Bernardo Fernández, José Urriola, Pedro Mairal y Carlos Yushimito. Editor: Antonio García Ángel.
Instituto Distrital de las Artes, Idartes.
Bogotá
2012
101 páginas.

domingo, 13 de agosto de 2017

Los almuerzos, de Evelio Rosero

Los almuerzos es una novela corta publicada inicialmente por la Universidad de Antioquia en 2001 y reeditada en 2009 por Editorial Tusquets.

Es una novela corta y contenida. Corta por su brevedad (136 páginas) y contenida porque la trama se desarrolla con pocos personajes, en un único espacio y en el curso de una tarde, la noche y la mañana siguiente. Leyéndola se imagina uno su puesta en escena en una obra de teatro. 

La iglesia del Padre Juan Pablo Almida reparte almuerzos como obra de caridad: los lunes a la putas, los martes a los martes a los ciegos, los miércoles a los gamines, los jueves a los ancianos... una obra posible gracias al trabajo de las tres Lilias, que se encargan de cocinar grandes cantidades de comida, todos los días de la vida, y a Tancredo, el jorobado ayudante que sirve, limpia, recoge y reprime su miedo de convertirse en un animal.

El Padre Almida gana indulgencias con padrenuestros ajenos: el esfuerzo lo hacen sus ayudantes y gracias a ese trabajo el padre, con el apoyo del sacristán Celeste Machado recibe dinero de origen no muy claro que le da un benefactor. Un día el sacristán y el padre visitan a su benefactor y en reemplazo llega el padre Matamoros, quien con su mera presencia trastoca el orden establecido.

En la casa cural de la parroquia, contigua a la iglesia, viven el Padre Almida, el jorobado Tancredo, las tres Lilias, el sacristán Celeste y su sobrina Sabina. Entre esos pocos personajes y en el estrecho espacio de la iglesia y la casa cural transcurre la novela de Rosero, una obra en la que se cruzan odios, injusticias y tensiones, bajo el manto protector de la iglesia. 

La narrativa de Evelio Rosero tiene elementos carnavalescos, de acuerdo con la categoría utilizada por Mijail Bajtin. No se trata de la presencia manifiesta del carnaval, como ocurre en su obra La carroza de Bolívar, sino de la creación de una atmósfera bufa, ambivalente, en la que los personajes no son lo que aparentan ser y en donde se transgreden los moldes de la jerarquía social, empezando por el omnipresente poder de la Iglesia Católica, tan preocupada por los asuntos divinos y tan untada de las bajezas mundanas. 

Lolita Bosch escribió en Babelia, de El País, de España, que Los almuerzos es "un libro a puerta cerrada" que habla de "un mundo que podría no necesitar al lector. Quizás se deba al entorno religioso en el que todo sucede y a los extraños personajes que lo habitan, que convierten el entorno de la novela en un mundo voluntariosamente enrarecido. Un lugar que no podría ser el nuestro". Estoy de acuerdo: es una novela que se siente lejana, anacrónica y artificiosa. Pero quizás por eso mismo ha sido tan estudiada en los programas de literatura: porque tiene un mecanismo interno de perfecta relojería, al que no le sobra una sola línea o personaje. Es una obra construida de una manera deliberadamente racional para llegar hasta el desenlace que se empieza a plantear desde el comienzo. Una novela-artefacto en donde todas las piezas encajan.

Algunas frases:
Nada es peor que la vejez, nada más deplorable y digno de compasión.

La comida empieza por los ojos, los antojos están a los ojos, sólo hay que extender la mano y traerlos a la boca.

No hay pareja más feliz que un niño y un perro.

Toda la vida sirviendo sin otro horizonte que toda la vida sirviendo.


Los almuerzos
Evelio Rosero
Editorial Tusquets
2009 (primera edición: 2001)
México
136 páginas

lunes, 7 de agosto de 2017

Tácticas contra el tedio, de Mauricio Bernal

Santiago Buscáceres tiene 49 años, una esposa, dos hijos grandes, una hija recién nacida, un trabajo como profesor de colegio y una vida terriblemente tediosa: "la más sofisticada de sus expectativas tiene que ver con la elección de un lugar para pasar las siguientes vacaciones en familia".

Sin embargo, un golpe de suerte le da la oportunidad de cambiar esa monotonía. La forma en la que Santiago decide romper con su rutina es la nuez de esta segunda novela del periodista Mauricio Bernal Rodríguez, bogotano radicado desde hace más de una década en Barcelona.

La historia ocurre en un pequeño pueblo de más de 10.000 habitantes en un país que puede ser España o Colombia. No se precisa ni hace falta porque el tedio de la vida urbana contemporánea de una familia de clase media puede ser parecido en muchas ciudades. La maestría de Mauricio consiste, a mi modo de ver, en hacer una disección del tedio, del aburrimiento, sin aburrir al lector. Al contrario: la historia tiene giros inesperados y un humor negro, sarcástico, que hace de esta lectura una sorpresa agradable al tiempo que perturbadora. 

Levantarse, asearse, comer, trabajar, hablar, dormir. Actos repetidos día tras día durante todos los días. En eso consiste la vida de muchos. Vidas libres que parecen a una cárcel. Sobre eso reflexiona Mauricio Bernal en una novela que merecería más lectores y comentarios. 


Algunas frases:

recuerda que es domingo, el peor del día para descansar: nadie trabaja, nadie va al colegio, todos entran y salen y saludan y se despiden y consideran obligatorio entablar conversación, decirse lo que no tienen tiempo de decirse durante el resto de la semana.

una tregua que ha dado como resultado una convivencia en la que ambos hacen de morderse la lengua una práctica cotidiana. En su caso no ha supuesto un esfuerzo considerable; deja que el tiempo pase, que la rutina se agote, permite que los días se vayan acumulando y delega en el tiempo la responsabilidad de que algo venga a cambiarlo todo.

la más sofisticada de sus expectativas tiene que ver con la elección de un lugar para pasar las siguientes vacaciones en familia, y que sus pequeños destinos son un espejo en el que puede reflejarse el universo. Se da cuenta, por supuesto, de que su conciencia del mañana es ser conscientes de que el mañana no les depara nada distinto del presente. 

Un hijo, dos hijos, tres hijos: el tercero no cambia nada. Un padre de familia es un padre de familia, tenga los hijos que tenga.

por supuesto que estaba a favor del aborto, del derecho al aborto, del derecho a decidir, pero una cosa era formularlo y otra muy distinta ponerlo en práctica... con su hija. ¿Cuántos padres viven y mueren en la felicidad de la ignorancia, sin saber ni intuir que sus hijas pasaron alguna vez por una clínica de abortos?

En realidad no tuvo nunca ninguna idea, en realidad lo único que hizo fue obedecer el impulso simple de huir pensando que en la huida estaba la respuesta. Pero ahora tiene claro que se ha equivocado.

ahora no sólo sabe que escapar no es simplemente tomarse unas vacaciones sino que la más provechosa de las huidas es la transformación.

¿Anhelaba una vida distinta? La va a tener, su vida distinta, pero la va a tener aquí, en un mundo cerrado, sin posibilidades, sin ilusiones, en un mundo donde no hay que anhelar nada porque todo está escrito, pensado de antemano, donde lo único que se precisa es sumisión, incorporación a la rueda; dejarse llevar.

El ridículo sólo es posible cuando la mirada de censura del otro logra que nos sintamos incómodos.


Tácticas contra el tedio
Mauricio Bernal Rodríguez
Villegas Editores
Bogotá, 2008
287 páginas

lunes, 24 de julio de 2017

Kaputt, de Curzio Malaparte

Una característica fundamental de las obras maestras es que saben envejecer: con el paso de los años se añejan como el vino y no pierden vigencia. Como es una característica poco frecuente, es usual que de la avalancha de libros que se publican cada año sólo unos pocos sobreviven. Cuando ha pasado la efervescencia de la publicación reciente y el libro sigue siendo recomendable, vale la pena darle una mirada.

Creo que en esa categoría está Kaputt, de Curzio Malaparte: en la de obra maestra. El libro fue escrito entre 1941 y 1943 en plena Guerra Mundial, y sorprende que una obra de casi 75 años tenga una estructura narrativa tan moderna y un uso del lenguaje que en cada capítulo construye escenas, al estilo cinematográfico.

Kaputt no tiene propiamente una trama o lo que en los colegios llaman "personajes principales" y "personajes secundarios". El narrador es el propio Curzio Malaparte, un diplomático y periodista italiano, quien en su rol de corresponsal de guerra viaja por Finlandia, Suecia, Polonia, Ucrania, Rumania, Hungría, Alemania e Italia, entre otros países. Cada capítulo se centra en una geografía en particular que tiene como trasfondo la guerra pero como primer plano los diálogos, banquetes y chismes de los diplomáticos europeos: la trivialidad refuerza con mayor intensidad el drama del conflicto.

Kaputt no es un libro que merezca una síntesis. El libro no consiste en un argumento que se desarrolle de manera lineal a lo largo de 530 páginas. Consiste más bien en una sucesión de imágenes, terriblemente brutales y poéticas, que ayudan a dimensionar la guerra: la imagen de un lago congelado en Finlandia en el que sobresalen las cabezas de caballos muertos; la imagen de unas judías obligadas a prostituirse en Soroca, en donde atienden a 40 alemanes por día, durante 20 días, antes de ser fusiladas; la imagen de los soldados polacos a los que el frío les congeló los párpados y entonces no pueden cerrar los ojos; la imagen del alemán que no puede pescar a un salmón y para evitar la humillación entonces lo mata a bala.

El libro tiene apartes en inglés, francés, finés, italiano, alemán, polaco... pero no por ello es incomprensible. Al contrario, esa polifonía ayuda a entender la multiculturalidad europea en medio de una guerra que, como dice Malaparte en algún capítulo, no se sabe quién va a ganar pero en todo caso ya perdieron Polonia e Italia. Un libro lleno de ironía que ofrece detalles de la guerra desde adentro pero que, sobre todo, es una lección magistral de buena literatura.

Algunas frases:
Me pareció que carecía de cierto sense of humour, aunque, como todos los dictadores (Mosley no era más que un aspirante a dictador, aunque sin duda tenía, ay, madera de perfecto dictador; !y ya se sabe qué clase de madera es ésa!) no sospechaba ni de lejos que alguien pudiera mofarse de él. 

En Europa oriental, los pogromos se organizan y se ejecutan siempre con la connivencia de las autoridades oficiales. En los países de más allá del Danubio y los Cárpatos, la casualidad nunca forma parte del curso de los acontecimientos, no hay espacio para hechos fortuitos.

-Es muy probable que nos dirijamos hacia una Edad Media de color rosa salmón.
-cuál podría ser la función de los intelectuales en una nueva Edad Media. Apuesto a que aprovecharían la ocasión para intentar salvar una vez más la civilización europea.
-Los intelectuales son incorregibles.

El público de las corridas era fascista; el de los partidos de fútbol, marxista.

Ninguna voz humana, por doliente que sea, iguala a la de los perros a la hora de expresar el dolor universal. Ninguna música, ni siquiera la música más pura, logra expresar el dolor del mundo como la voz de los perros.

En alemán el sol es de género femenino: die sonne. No puede entenderse la historia del pueblo alemán sin tener en mente que e trata de la historia de un pueblo para el que el sol es de género femenino. (...) En alemán la palabra luna es de género masculino: der Mond. También esto es de vital importancia para entender la historia del pueblo alemán. 

Hasta ser un héroe, hasta combatir por la libertad, es una manera de prostituirse. 

Himmler en persona ha venido hasta aquí para intentar poner fin a esta epidemia de suicidios. Mandará arrestar a los muertos. Hará que los entierren con las manos atadas. Cree que con el terror logrará impedir los suicidios. Ignora que estar muerto es maravilloso. 

Los alemanes desnudos parecen increíblemente inofensivos. No ocultan secretos. no dan miedo. El secreto de su fuerza no está en su piel, sus huesos, su sangre, sino en el uniforme. 

El lenguaje tiene una gran importancia no solo para los escritores, sino también para los pueblos y los Estados. Las guerras, en cierto sentido, son errores de sintáxis. 

Curzio Malaparte
Kaputt
Galaxia Gutenberg
Barcelona, 2012 (primera edición 1944).
530 páginas

sábado, 22 de julio de 2017

Lo que sobra del silencio, entrevistas de Orlando Sierra Hernández

En alguno de sus textos el periodista Orlando Sierra Hernández escribió "la palabra es lo que sobra del silencio", frase que no solo le da título a este libro póstumo sino que además dice mucho sobre el oficio de editar, al que dedicó buena parte de su vida.

A Orlando Sierra, subdirector de La Patria, diario de Manizales, le dispararon el 30 de enero de 2002 frente al periódico, cuando regresaba de almorzar. Murió dos días después y en 2015 la justicia condenó como autor intelectual del crimen al diputado liberal Ferney Tapasco González, al cual Orlando fustigaba a través de su columna de opinión "Punto de encuentro", que le dio enorme visibilidad en la región. 

Orlando era buen opinador porque mezclaba bien dos características: era buen escritor y además era buen periodista. Escribió poesía, cuento, ensayo, novela, y también diversidad de textos periodísticos, siendo la crónica y la entrevista los géneros en los que más brillo. Fue entrevistador para prensa y también para televisión. Su programa Al aire, en Telecafé, no sólo fue premiado sino que se convirtió en vitrina -o paredón- de muchos personajes locales.

"Lo que sobra del silencio" es un breve libro editado por La Patria y la Universidad de Caldas en 2009, que reúne 15 textos, en su mayoría entrevistas al "pregunta-respuesta", publicados en el diario La Patria entre 1986, año en el que empezó a trabajar en el periódico y 1997. Además de entrevistas, el libro incluye un reportaje con tono moralizante sobre la prostitución infantil y un obituario.

En el prólogo, Carlos Augusto Jaramillo Parra explica que Orlando tenía una técnica para entrevistar que consistía en hacer preguntas sencillas, simples, aunque conociera la respuesta y luego, cuando la conversación fluía, empezaba a dialogar con largas intervenciones que buscaban picarle la lengua al personaje. "Esa era la primera etapa. La segunda era la escritura. No sé cómo lo hacía en todas pero sí puedo decir como lo hizo muchas veces. Tomaba un puñado de frases que le parecían importantes, contundentes, interesantes o simplemente con color y las ponía a un lado. Eso lo usaba para las respuestas. Lo demás lo aprovechaba para describir la personalidad de su entrevistado, para crear largas digresiones y contextualizar. Además era un observador de los gestos". 

Editar un libro con textos periodísticos no es fácil. El periodismo bebe de la actualidad, que pierde vigencia con el paso del tiempo. El periódico de ayer es viejo y las entrevistas publicadas en los diarios pierden gracia al pasar al formato de libro porque las revelaciones o datos que en su momento pudieron ser claves ahora resultan irrelevantes. 

En ese sentido, leer "Lo que sobra del silencio" 30 años después de haberse publicado estos textos periodísticos por primera vez, no le hace justicia a su autor, que fue un periodista agudo, inteligente, valiente y riguroso. En el libro el lector de hoy encuentra ingenuidades, moralinas, graves metidas de pata (como la que le ocurrió a Orlando cuando entrevistó a un ciclista herido en un accidente de tránsito y le reveló que sus compañeros de ruta fallecieron, pese a que el psicólogo había sugerido evitar revelarle ese dato para prevenir un shock) y un número significativo de errores de ortografía, así como preguntas sobre personas y hechos que en su momento fueron claves pero hoy son intrascendentes o aburridos.

El libro incluye diálogos con varios políticos locales. La política era uno de los temas que más atención despertaba en Orlando y acercarse hoy a esos textos resulta una curiosidad para quienes se interesen en la historia de Caldas, pues algunos de los nombres siguen vigentes hoy. No obstante, los textos políticos son los que peor envejecen: hoy como ayer existen triquiñuelas, marrullas y componendas, pero la intimidad de los odios, que en su momento pudo ser interesante, o se lee irrelevante. Un llamado de atención sobre todo el tiempo que se le dedica a la minucia política, que pronto se vuelve olvido. 

Lo que sobra del silencio, Entrevistas de Orlando Sierra Hernández
Edición y compilación: Carlos Augusto Jaramillo
Editorial Universidad de Caldas
Manizales
2009
133 páginas



lunes, 26 de junio de 2017

El hombre que no fue jueves, de Juan Esteban Constaín


De Chesterton, el escritor inglés de comienzos del Siglo XX, creador de El Padre Brown, es famoso su sentido del humor. Hay numerosas anécdotas que resaltan su repentismo, su capacidad para responder de manera inesperada y jocosa, así como sus habilidades como gran conversador.

El hombre que no fue jueves es una novela sobre Chesterton, específicamente sobre el proceso para canonizar a Chesterton, pero busca además hacerle un homenaje al escritor inglés, autor de El hombre que fue jueves, desde la forma narrativa. Es como si Constaín hubiese pensado: acá no sólo vamos a hablar de Chesterton sino que vamos a hacerlo de una manera "chestertoniana": con humor y con mucha digresión, es decir, saliéndose con frecuencia del tema, como ocurre en cualquier conversación en la que la gente habla de manera animada. Y vamos a ubicar la historia en Italia porque sí. Porque Italia me encanta.

La anécdota central de la novela podría contarse en breves páginas: Chesterton es un escritor que primero fue agnóstico, luego anglicano y luego fervoroso católico. En 1929 recibe una misión especial del papa Pío XI y por esa razón el escritor se instala tres meses en Roma. Luego, tras su muerte, Juan XXIII inicia un proceso de canonización que se adormece durante décadas y se reactiva en la época de Benedicto XVI. 

La anécdota podría ser narrada en un cuento breve, con la corrupción del Vaticano como telón de fondo, pero lo que importa en la novela no es la anécdota sino la apuesta narrativa del escritor, que en este caso es una estructura casi anárquica, en la que se salta de un tema a otro con total facilidad: de Casanova a Paul McCartney, del Padre Brown a Las Cruzadas, de Fernando Vallejo a Jorge Luis Borges, de Mussolini a Nicolás Gómez Dávila. Todo cabe. Habrá quien considere que tanta digresión distrae o denota falta de edición, pero creo que esa es precisamente la apuesta de este libro: un ejercicio de erudición del escritor, construido en clave de humor. El resultado, a mi modo de ver, es un divertimento. Un divertimento para el escritor, y posiblemente también para algunos lectores. 


Pero creo que la literatura se trata de eso: de ejercicios libres de escritura que satisfacen a los autores porque responden a intereses y gustos particulares. El escritor no tiene por qué justificarse o explicarse, más allá de lo que lo hacen sus libros. Si esos ejercicios artísticos encuentran lectores, siempre será un milagro. Eso explica por qué Chesterton debería ser canonizado.

Algunas frases:
La humanidad no conoce, de veras, en lo más profundo, más partidos ni más facciones: o Lennon o McCartney, o el Correcaminos o el Coyote.

Lo primero que hice fue oler el papel. Siempre lo hago, siempre: con los libros antiguos que conservan intacto el sabor de la madera, su recuerdo, los árboles que fueron; y los libros nuevos que algún día serán viejos.

los mejores lectores son también catadores que antes de leer huelen con fruición y morosidad cada ejemplar, cierran los ojos, reconocen el pegante y la naturaleza del papel, el cuero, el tiempo; la madera y el licor. La cepa del mejor vino. 

nada revela mejor la condición humana que el ridículo.

Chesterton sabía que el ser humano, todo ser humano, es un abismo, un universo contradictorio y complejo, y que la única manera de entender algo en este mundo desquiciado partía de la aceptación de lo que cada quien es. Sin exigirle nada a nadie, sin esperar nada de nadie. 

Supo Chesterton que la ficción es más peligrosa que la realidad, muchísimo más, porque la gente le profesa más fe; porque la necesita mucho más para vivir. 

los recuerdos son más esquivos que el propio pasado.

Nada hay peor, como decía alguien, que el dogmatismo del acólito; nada más peligroso para las cosas magníficas del mundo que la admiración que por ellas sienten los imbéciles.

Solo quien dialoga puede conquistar una idea; solo quien escucha puede dialogar.

un hombre es lo que es y punto. Una criatura confundida, temerosa, equivocada. Siempre. 

la Iglesia de Inglaterra es igual a la nuestra, la católica, solo que sin papa: sin autoridad pontifica, quizás lo diga mejor. Y como a mí me gusta la autoridad, por eso me hice católico. 

toda puerta que se cierra es un misterio, siempre, una luz que se apaga. Un misterio para los que entran, también para los que se quedan afuera. El silencio es el mundo que se va delante o detrás de las puertas. 


El hombre que no fue jueves
Juan Esteban Constaín
Editorial Random House Mondadori
Bogotá, 2014
182 páginas

lunes, 19 de junio de 2017

El Expreso del Sol, de Tomás González


10 cuentos distribuidos en 167 páginas componen El Expreso del Sol, libro en el que Tomás González regresa a los relatos breves, luego de El lejano amor de los extraños (2012) y El rey de Honka-Monka (1987). 

Se trata de 10 cuentos que no tienen conexión entre sí, aunque pueden encontrarse elementos comunes. En primer lugar, el interés del autor por construir voces femeninas, por resaltar el habla de las mujeres y en general por darle protagonismo de ellas en casi todos los relatos. Tomás González crea diversos personajes femeninos, con variaciones y matices, que van desde el humor hasta el desamor, con verosimilitud y honestidad.

Los lectores frecuentes de la obra de Tomás González encontrarán algunas geografías recorridas en otras obras: el Urabá de Primero estaba el mar; el viaje en canoa de Temporal o fincas parecidas a la que en algunas entrevistas ha descrito como su morada, en Cachipay, Cundinamarca, en donde vive hace ya varios años.

Más allá de voces o lugares, este libro está enlazado con las obras anteriores de Tomás González en ese uso sencillo del lenguaje. Palabras simples, historias comunes, que muestran la vida cotidiana sin grandes sobresaltos, con los odios y angustias familiares, con las pequeñas venganzas y los minúsculos desencantos. Se trata de relatos íntimos, del ambiente doméstico, en los que no hay oscuros misterios para develar sino vidas corrientes que le sirven al lector para entender mejor a los demás.

El Expreso del Sol es el título del último cuento del libro. Así se llamó la ruta de tren entre La Dorada y Santa Marta, que dejó de operar a finales del Siglo XX y que últimamente el gobierno ha dicho que desea reestablecer. El relato cuenta la historia de Don Rafael, quien cada año añora realizar ese viaje, y de cómo su esposa Jesusita y su hija Emma transforman su casa en un vagón de tren y sala de espera para hacerle creer a su marido y padre que otra vez está viajando. Tomás González, quién también ha escrito poesía, utiliza acá toda la potencia poética del lenguaje para darle forma a un cuento rico en imágenes, nostalgia y amor.

El Expreso del Sol
Tomás González
Seix Barral
167 páginas
Bogotá, 2016

lunes, 5 de junio de 2017

Contarlo todo, de Jeremías Gamboa


Jeremías Gamboa es un escritor peruano que dejó el periodismo para dedicarse a la literatura. En 2013 publicó su primera novela, titulada "Contarlo todo", una obra que narra la historia de Gabriel Lisboa, periodista peruano que abandona su oficio para dedicarse a escribir un libro titulado "El día de contarlo todo". Así de autobiográfica es esta historia: una novela real con nombres cambiados.

Gabriel Lisboa es un muchacho de bajos recursos que vive con unos tíos en el populoso barrio Santa Anita, de Lima. Con esfuerzo estudia en una universidad privada, se gradúa, trabaja en medios de comunicación y de pronto decide abandonar su carrera exitosa para dedicarse a escribir. Jeremías Gamboa nos narra la historia de Gabriel con todos los detalles. Su misión es "Contarlo todo": Las novias de Gabriel, sus inseguridades, sus amigos, las dificultades económicas, el sexo, las lecturas, la ropa que usa, la música que oye, el paisaje de su barrio. Lo cuenta todo en una narración hiperreal de 500 páginas en las que el lector se adentra en los pensamientos y temores de Gabriel, y de su mano en la ciudad de Lima de los años 90 y comienzos de 2000, en las salas de redacción, en las conversaciones absurdas con sus amigos. 

Se trata de una vida común y corriente. Tan común, tan corriente, tan ordinaria, que habrá quien piense que de las 500 páginas del libro sobran 400 porque en muchos capítulos la acción es apenas la vida cotidiana: Gabriel en el trabajo, con novia nueva, en la universidad, trotando por las mañanas, intentando superar el bloqueo de la página en blanco. A los lectores que buscan grandes acciones, aventuras, viajes o suspenso, más les vale cambiar de página. En este libro no hay homicidios ni suicidios; no hay accidentes súbitos ni grandes tragedias, distintas a la tragedia que a veces significa llegar al final del día o al final del mes. 


La belleza del libro está en la narración detallada y amorosa de la vida común, con la que se puede identificar fácilmente cualquier lector de clase media latinoamericano. Es una novela juvenil que comienza con Gabriel universitario y termina con el protagonista de 28 años. Un personaje que se transforma a medida que el libro avanza, y que desnuda defectos y debilidades del protagonista, alter ego del escritor: las inseguridades sobre la calidad de su obra, que son explícitas, pero también otras menos evidentes pero igualmente visibles, como cierto machismo y algo de resentimiento social. 

La novela es también un texto sobre la dificultad de escribir una novela: la falta de tiempo, de inspiración, de tema; la dificultad para encontrar una voz, un tono, y la pregunta sobre si vale la pena el esfuerzo. Finalmente Gabriel logra escribir su libro, que es el de Jeremías Gamboa, un autor que contó con la bendición de Mario Vargas Llosa y Carmen Balcells para el lanzamiento de esta primera obra en la que cuenta toda su vida. Habrá que esperar si después de contarlo todo, le queda algo por decir en otro libro. Algo que valga la pena. 

Algunas frases:
Quizás se trate simplemente de eso, de que he aprendido finalmente que la cosa es hacer y no juzgarme. Eso es. De vencerme escribiendo. Y basta. 

-Usa puntos para separar ideas. Si tienes ideas, estas se separan por puntos. Una idea, un punto. Los textos, todos los textos, son cadenas de ideas. Por eso están separados por puntos. Tienes las ideas. Debes separarlas por puntos. Siempre.
-No adjetives; eso es de señoritas relamidas y de poetas. Sin adjetivos. Con ellos perdemos seriedad.
-Si tienes ideas sólidas, tus textos serán breves. Textos larguísimos casi siempre denotan falta de ideas. 

Escribo sobre esos primeros años en la universidad y me doy cuenta de que fue en ellos también cuando por primera vez empecé a leer literatura. No se bien por qué comencé a hacerlo. En cierto momento, quizás, pensé que me ayudaría a suplirlas desventajas de lenguaje que notaba ante algunos profesores y ciertos alumnos de la universidad, pero ahora creo que en el fondo lo hice por una irremediable sensación de soledad y cierto desasosiego.

Siempre puede haber un poeta de verdad escondido detrás de cualquier puerta. Los buenos escritores nunca se hacen notar.

Ferrero me enseñó algunos de los aspectos del lenguaje que yo aún desconocía o de los que todavía no tenía plena conciencia, y que con el tiempo me convertirían en un editor: la inutilidad de los gerundios y los conectores lógicos, el abuso de las frases subordinadas, el tipo de palabra que evidenciaba pobreza léxica y la total necesidad de encontrar el término más justo para aquella idea que deseábamos compartir con los lectores.

Para tener los temas más diversos y novedosos en una revista era indispensable reclutar seres excéntricos y balas perdidas lo suficientemente freaks como para ver el mundo desde perspectivas fuera de lo común. 

Porque ella, la vida, como un manuscrito en proceso podía reescribirse. Y entonces yo tendría la posibilidad de reformular ciertas frases y suprimir otras, buscar nuevos personajes y quedarme con los que me gustara. 

No tenía la más puta idea de cómo yo me podía enseñar a mi mismo a escribir lo mío si precisamente era yo quien ignoraba todo. 

Encendía la máquina religiosamente y me sentaba frente a su pantalla, pero la verdad es que hacía cualquier cosa menos escribir: miraba el documento abierto como un autista, pensaba en cosas absurdas, esperaba el mínimo estímulo para encontrar una excusa y abandonar la silla y así alejarme de la comprobación diaria de mi ineptitud. Supongo que esperaba demasiado de mí, y que ahí radicaba la base de todo el problema, pero por esos días no tenía la menor capacidad de darme cuenta. 

El escritor de verdad -así lo pensé- debía estar haciendo eso siempre, atravesar esa parte trabajosa que para el tablista era salir al frío de la playa de mañana, preparar su tabla y su ropa, calentar y meterse al mar aun cuando las olas se vieran pésimas y lo más probable es que saliera decepcionado de ellas. ¿Tendría recompensa estar braceando obstinadamente en el agua? La tendría cuando viniera la ola perfecta y uno no estuviera en otro lugar que frente a ella, dentro del mar, y supiera tomarla en el tiempo correcto para después mantenerse encima de la tabla. Los libros que a mí me encantaban habrían sido escritos por hombres así, que habían permanecido sentados ante una máquina de escribir o frente al papel a la espera paciente de la ola interior aun cuando no ocurriera nada. Escribir era eso.

sus esfuerzos debían dirigirse por completo al logro de una frase que no fuera bonita ni sonora sino "auténtica", una que contuviera realmente una verdad. Aunque se preguntaba cómo diablos definir la "verdad".

le empezaría a hablar a su amigo de armas imperceptibles guardadas en los cajones de las casas, de heridas que la gente que se quiere de veras se propina sin intención y control alguno, de la erosión del tiempo que de pronto detiene las cosas o las congela. 


Contarlo todo
Jeremías Gamboa
Editorial Mondadori
Barcelona
2013
507 páginas

martes, 25 de abril de 2017

El fin del "Homo sovieticus", de Svetlana Aleksiévich


Se cumple este año un siglo de la Revolución Rusa de octubre de 1917, de la muerte del zar Nicolás II y su familia, y de la llegada de Lenin al poder.

Hace un siglo el comunismo se volvió una política de estado en Rusia, y pocos años más tarde se extendería por el territorio que durante décadas se conoció como la URSS. Un imperio que ganó la II Guerra Mundial, que retó a Estados Unidos y que diseminó la semilla del comunismo en los países de la Cortina de Hierro, pero también en Latinoamérica, África y Asia. El fin del "Homo sovieticus", de la premio Nobel de Literatura bielorrusa Svetlana Aleksiévich se ocupa del fin de esa historia: de la sustitución del comunismo por el capitalismo a partir de la Perestroika de Gorbachov, a finales de los 80 y comienzos de los 90.

Desde occidente el fin de la URSS se recibió con alborozo: acabó la Guerra Fría, terminó la amenaza latente de una tercera guerra mundial y para muchos ciudadanos de "el resto del mundo", el desmonte del régimen comunista significó una especie de liberación de ciudadanos que sufrieron todo tipo de violaciones a los derechos humanos, desde las purgas estalinistas anteriores a la II Guerra Mundial hasta las detenciones masivas y los trabajos forzados en los gulags en Siberia, narrados por Aleksandr Solzhenitsyn, así como restricciones a derechos fundamentales como la movilidad y la expresión, denunciados por los premios Nobel  Boris Pasternak (literatura) y Andréi Sájarov (Paz). 

Sin embargo esa es apenas una versión de los hechos, real pero incompleta. Svetlana Aleksiévich usa la entrevista periodística como recurso para recoger las voces de centenares de personas, a lo largo y ancho de la geografía de la URSS, para narrar desde sus propias vidas lo que significó para cada cual el fin del comunismo en su país. Y la conclusión es que hay tantas lecturas posibles como ciudadanos soviéticos.

El método y la estructura son muy similares a Voces de Chernóbil, el libro coral en el que múltiples voces cuentan lo que significó el accidente nuclear ocurrido en 1996. El interés de Alexsiévich por las voces de gente del común queda explícito desde las primeras páginas: "Siempre me ha atraído ese espacio minúsculo, el espacio que ocupa un solo ser humano, uno solo... Porque, en verdad, es ahí donde ocurre todo". Y agrega: "Nunca deja de sorprenderme lo apasionante que puede ser una vida humana cualquiera. O la infinidad de verdades que esgrimen los hombres, cada uno la suya. A la historia sólo parecen preocuparle los hechos, las emociones quedan siempre marginadas, no se les suele dar cabida en la historia. Pero yo observo el mundo con ojos de escritora, no de historiadora. Y siento una gran fascinación por el ser humano...".

Durante más de 70 años los soviéticos aprendieron a despreciar el dinero y el libre mercado. Sufrían restricciones y escasez pero al mismo tiempo tenían acceso a educación superior de calidad y a pensiones. El libro narra el drama de personas que confiaron en el comunismo, esperaban si acaso un comunismo con "rostro humano", con menos violencia y sangre, pero la transición al capitalismo los dejó en la miseria, con un desempleo rampante y el surgimiento de una nueva clase hábil para los negocios y el dinero fácil. 

Aleksiévich narra paradojas como las de las ex repúblicas soviéticas, que siempre vieron a Moscú como su capital y ahora la ven como su enemigo porque sus países están en guerra con los rusos; la añoranza que las generaciones más jóvenes tienen hoy de Stalin, a quien ven como el héroe de un imperio que le ganó a los nazis, y no como un dictador opresor; la lealtad a toda prueba hacia el comunismo de varias generaciones de rusos que salían de la cárcel para seguir sirviéndole a Stalin o al Partido Comunista con convicción; la enorme distancia que hay entre Moscú y las comunidades rurales de Rusia; la nostalgia que les produce haber dejado de ser un imperio militar; la delincuencia que se tomó las calles rusas luego del fin del hipercontrol estatal soviético y la cantidad de suicidios ocurridos en los años de la transición al capitalismo.

El fin del "Homo" Sovieticus es un libro duro, magistralmente escrito, útil para repasar la historia rusa del Siglo XX y para constatar que la realidad tiene mucho más que dos caras. La historia está llena de matices.


Algunas frases
"Muchos vieron en la verdad a un enemigo. Lo mismo que hicieron después con la libertad".

"Para nosotros, el descubrimiento del dinero fue como la deflagración de una bomba atómica".

"la gente de a pie no vive preocupada por la historia. Sus vidas son mucho más elementales: enamorarse, casarse, ver crecer a sus hijos... Levantar una casa".

"Ahora los poetas han cedido su sitio en las tribunas a los magos y los videntes".

"Dar libertad a los rusos es como proporcionar anteojos a una comadreja. Nadie sabe qué hacer con ella..."

"Nos hemos convertido en un país del tercer mundo. ¿Dónde están ahora los que animaban a Yeltsin? Creían que vivirían como los estadounidenses y los alemanes, pero ahora vivimos como los colombianos. Somos los perdedores... Hemos perdido el país".

"Dicen los libros que la Rusia zarista se desvaneció en tres días. otro tanto le sucedió a la Rusia comunista. Dos días bastaron..."

"Yo soy atea, pero si no lo fuera tendría muchas preguntas que hacerle a Dios..."

"hace mal en confiar tanto en el hombre, en la verdad que pueda comunicarle un hombre... La historia recoge la vida de las ideas. Y no son los hombres quienes la escriben, sino el tiempo. Las verdades que manejan los hombres son como esos clavos en los que cualquiera puede colgar un sombrero".

"¿Sabe qué anhelábamos realmente? Un socialismo light, un socialismo con rostro humano... ¿Y qué es lo que tenemos ahora? El capitalismo salvaje".

"El comunismo es como la ley seca: una buena idea que no funciona".

"Uno puede vivir de la limosna de los recuerdos".

"En las guerras no hay héroes... Nadie que empuñe un arma puede comportarse con nobleza. Jamás. Es imposible".

"Las palabras guerra y cárcel son las piedras angulares de la lengua rusa. ¡Ay, Rusia! Ninguna mujer rusa ha podido vivir jamás junto a un hombre normal".

"El amor es un trabajo pesado. Sí, yo concibo el amor, sobre todo, como un trabajo".

"Porque en mi infancia estuve rodeado de mucho amor", decía. Eso es lo que nos salva, la cantidad de amor recibido, ésa es la reserva que nos hace resistentes".

"Y descubrí que una mujer puede ir por el mundo contando las humillaciones que ha padecido, pero un hombre jamás se puede permitir tal cosa".

"Las víctimas son las que cuentan sus historias, las que quedan aquí para hablar, pero los verdugos... Los verdugos callan. Escurren el bulto, se meten en un agujero... Los verdugos carecen de nombre propio y apellidos, de voz. Los verdugos no dejan huellas. No sabemos nada de ellos".

"La soledad es la libertad... Cada día me felicito de la libertad de la que disfruto".

"Mi madre me dio un consejo muy útil hace tiempo: "ningún hombre ha superado jamás la edad de catorce años".


El fin del "Homo sovieticus"
Svetlana Aleksiévich
Traducción de Jorge Ferrer
Editorial Acantilado
Edición original 2013
643 páginas