domingo, 18 de agosto de 2013

Los caballitos del diablo, de Tomás González

A Tomás González le gustan las historias íntimas de familias. Son historias familiares, más que de parejas, las de Abraham entre bandidos, La historia de Horacio, La luz difícil y también ésta que cuenta en Los caballitos del diablo.

Esta es la contra-cara de Primero estaba el mar, la primera novela de Tomás González que narra la historia de J. y su esposa Elena, que se van a vivir a Turbo, con un desenlace fatal. Los Caballitos del Diablo es la historia del hermano de J., del que no nos dicen su nombre, y su esposa Pilar.

La novela empieza cuando el hombre consigue cuatro cuadras de tierra y empieza a sembrar y a construir la casa. El hombre siembra, Pilar pinta, teje telares, decora, y así construyen su pequeño Paraíso, mientras abajo en la ciudad hay humo, ruido y muertos que aparecen botados en la carretera, cada vez más cerca de su finca.

La casa crece, las matas crecen, los árboles se tupen. Los silencios también crecen, las visitas disminuyen y el pequeño paraíso pasa a ser una especie de encierro en el que el protagonista se exilia, o se resguarda del mundo exterior.

Aunque por la historia, esta novela es la otra cara de Primero estaba el mar, por la narración y el tono podría decirse que es la antítesis de La historia de Horacio. Ambas son historias rurales, que ocurren en fincas cercanas a la ciudad, pero mientras en la historia de Horacio hay vitalidad y humor en cada página, en esta novela hay un tono grave, misterioso y sombrío, así como su protagonista.

Los caballitos del diablo son una especie de libélulas, que en alguna parte del libro se registran con su nombre científico y detalladamente descritas, como cada animal, árbol, flor, fruta que aparece en la finca. De los caballitos del diablo dice el narrador que "se mantiene en el aire como en equilibrio". Como en un difícil equilibrio se mantiene el protagonista, entre sus culpas y perturbaciones interiores, en contraste con la paz que ofrece su pequeño paraíso construido.

El libro es una historia íntima de familia, construida en buena medida a partir de lo que no se dice, de lo que se calla. Y tiene como telón de fondo la violencia que aparece al principio ligeramente insinuada y a medida que avanza la narración con una presencia más concreta y cercana. El escritor recurre a un párrafo que se repite como "leitmotiv" a lo largo del libro, y que con distintas variaciones describe la ciudad de "allá abajo" y la forma en la que la violencia se va apoderando de la atmósfera.

A continuación las frases habituales en este blog, en las que se evidencia otra vez, como es costumbre en González, la economía de lenguaje y la descripción precisa, con sustantivos.

"Muchos años como veterinario del matadero municipal, donde había oído mugir cientos de miles de reses bajo el martillazo eléctrico; donde había visto, palpado, olido correr ríos de sangre, lo habían acostumbrado a considerar la vida desde su orilla más intensa".

"Cuando en su presencia se criticaba a alguien, Hernán se abstenía de tocar el tema. Ni siquiera decía que él no era nadie para juzgar a nadie, sino que hablaba de los indios pantágoras o de lo que fuera, al parecer indiferente a lo que no tuviera que ver con biología, antropología, geología, anatomía, el mar, animales, fenómenos climáticos, selvas tropicales, la Gran Explosión, galaxias, planetas o cavernas con murciélagos".

"-Yo no creo que podás mirar lo de Emiliano como un robo (...) A estas vainas se les llama faltas de ética,  cierto? Falta de ética en los negocios es una cosa; robo, robo, es otra".

"Ahora había empezado a hablar como si fueran los hechos mismos los que hablaran, sin lágrimas, irrefutables como las piedras".

"Esa mujer es como un palo. Tiene más sentido del humor una galleta de soda".

"Se sabe que tiene talento (...) pero nadie sabe para qué".

"Era un noviazgo lento, casi inmóvil, en el que, como sucede con los pájaros y el sol, se repetían gestos y rutinas a cada atardecer".

"El menor seguía viviendo con un sistema como de guerra de guerrillas: aparecía un rato en un sitio y antes de que quienes lo acogieran pudieran siquiera sentir como un peso su presencia, ya había metido libros y medias al morral y se había ido a alojar donde otro amigo. Eso lo hacía parecer flotante, indefinible".

"Para qué saber tanta carajada. por el sonido (...) Por la belleza del sonido. Libros redactados por los notarios de Dios; y la suya es la redacción musical de los notarios de Dios".

"Los muertos que aparecían cada mañana en zanjas y pastizales, en lotes, en las mismas pistas del aeropuerto o debajo de los puentes, disminuían a veces, como las mareas, y la gente se hacía la ilusión de que por fin los tiempos sombríos tocaba a su fin. Pero entonces algo pasaba, los asesinatos volvían a empezar y la gente debía otra vez luchar por no dejarse llevar por la falta de esperanza y ser capaz de disfrutar del pedazo de piña en un parque en un día de sol, por ejemplo, o de las bocanadas de olor que salían por las puertas de las carpinterías".

"La vida era muy corta para despilfarrarla en abogados".


Tomás González
Los caballitos del diablo
2003
Punto de Lectura
160 páginas