viernes, 28 de diciembre de 2012

El Olvido Que Seremos, de Héctor Abad Faciolince

Carulla empezó a vender una serie de grandes éxitos literarios. El Olvido Que Seremos, de Héctor Abad Faciolince, es uno de esos grandes éxitos literarios que yo había aplazado y que terminé en dos sesiones de lectura.
Hace muchos años, desde que leí Drácula de Bram Stoker en español y Satanás de Mario Mendoza, no terminaba un libro tan rápidamente. Y se debió primero a la narrativa simple y acogedora de Héctor Abad así como a la disponibilidad de tiempo que tuve para terminar el libro.
Supongo que varios de los lectores de este blog ya habrán leído El Olvido Que Seremos, pero no puedo dejar de reseñarlo. Este es un ejercicio conmovedor de la memoria de un hombre cuyo padre fue asesinado. El retrato de la familia Abad es algo que puede parecer cercano a cualquier colombiano de clase media y es por eso que el crimen es tan conmovedor, porque puede sucederle a cualquiera de nosotros, a cualquiera que se atreva a pensar distinto o a denunciar que las cosas andan mal en una sociedad enferma como la colombiana en la que pareciera que lo criminal - lo punible, lo condenable - es ser justo y ser feliz.

Dejo, como es costumbre en este blog, unos fragmentos:

"Repetía mucho la siguiente frase, quizá citando a alguien que no recuerdo: "Aquellos a quienes los güelfos acusan de gibelinos, y los gibelinos acusan de güelfos, esos tienen la razón"."

"Sin decirme una sola palabra, sin obligarme a leer y sin echarme el sermón de lo sana para el espíritu que podía ser la música clásica, yo entendí, solo mirándolo, viendo en él los efectos benéficos de la música y de la lectura, que en la vida todos podíamos recibir un regalo, no muy caro y más o menos al alcance de la mano: los libros y los discos. Ese señor oscuro y malhumorado que había llegado de la calle con la cabeza cargada de las malas influencias y las tragedias y las injusticias de la realidad, había recuperado su mejor semblante, y la alegría, de la mano de los buenos poetas, de los grandes pensadores y de los grandes músicos."

"Hay un momento en que la vida de los seres humanos se vuelve más valiosa, y ese momento, creo yo, coincide con esa plenitud que trae el final de la adolescencia. Los padres han estado muchos años cuidando y modelando la persona que los va a representar y a reemplazar; al fin esta persona empieza a volar sola, y como en este caso, vuela bien, mucho mejor que ellos y todos los demás. La muerte de un recién nacido o de un viejo duelen menos. Hay como una curva creciente en el valor de la vida humana, y la cima, creo yo, está entre los quince y los treinta años; después la curva empieza, lenta, otra vez, a descender, hasta que a los cien años coincide con el feto y nos importa un pito."

"Al mediodía de ese martes, cuanta mi mamá, volviendo juntos de la oficina, mi papá quiso oír las noticias sobre el crimen de Luis Felipe Vélez, pero en todas las emisoras de radio no hablaban más que de fútbol. Para mi papá, el exceso de noticias deportivas era el nuevo opio del pueblo, lo que lo mantenía adormecido, sin nociones de lo que de verdad ocurría en la realidad, y así lo había escrito varias veces. Estando con mi mamá le dio un puñetazo al volante y comentó con rabia: "La ciudad se desbarata pero aquí no se habla sino de fútbol"."

"Mi papá no ve morir a su querido discípulo; en realidad, ya no ve nada; sangra, y en muy pocos instantes su corazón se detiene y su mente se apaga.
Está muerto y yo no lo sé. Está muerto y mi mamá no lo sabe, ni mis hermanas lo saben, ni él mismo lo sabe."



viernes, 21 de diciembre de 2012

El Informe de Brodie, de Jorge Luis Borges

Tengo un libro que recopila 16 libros. Esos 16 libros fueron publicados por Jorge Luis Borges entre 1931 y 1972 y El Informe de Brodie, publicado en 1970, es el penúltimo. Mi tía Francia me regaló este libro recopilatorio el día que cumplí 21 años y me ha tomado una década leer lo que Borges escribió y publicó en cuatro.
El Informe de Brodie recopila 11 cuentos contados de forma magistral y en el lenguaje propio de un erudito del siglo XX, de un académico educado por las bibliotecas y la curiosidad.
Borges siempre lo llena a uno de imágenes hermosas, le hace sentir que el idioma en el que fue educado es un tesoro invaluable y que se tardaría decenas de vidas en entenderlo completamente.

Queda un párrafo de El Duelo:

Maneco Uriarte no mató a Duncan; las armas, no los hombres, pelearon. Habían dormido, lado a lado, en una vitrina, hasta que las manos las despertaron. Acaso se agitaron al despertar; por eso tembló el puño de Iriarte, por eso tembló el puño de Duncan. Las dos sabían pelear - no sus instrumentos, los hombres - y pelearon bien esa noche. Se habían buscado largamente, por los largos caminos de la provincia, y por fin se encontraron, cuando sus gauchos ya eran polvo. En su hierro dormía y acechaba el rencor humano.
Las cosas duran más que la gente. Quién sabe si la historia concluye aquí, quién sabe si no volverán a encontrarse.

La Casa de las Bellas Durmientes, de Yasunari Kawabata

No tendría forma de haber llegado a leer a Yasunaria Kawabata de no ser por la recomendación de un amigo. La información de la contraportada indica que Kawabata nació en Osaka en 1899 y que recibió el Premio Nobel de Literatura en 1968, que fue un insomne notable y que se suicidó a los setenta y dos años.
La Casa de las Bellas Durmientes es una reflexión breve acerca del amor, la juventud, la vejez y la muerte. No sabría si debe catalogarse como un cuento extenso o como una novela corta. Yo sentí que la historia era una pequeña fábula sin animales y sin una moraleja concreta.
La Casa de las Bellas Durmientes es un lugar donde los hombres viejos pagan por pasar la noche al lado de una mujer joven. No tienen sexo, solo duermen; pero el mero hecho de visitar la casa en varias ocasiones lleva al viejo Eguchi (protagonista de la historia) a cuestionarse vagamente acerca de muchas cosas de su propia vida. ¿Pero no nos pasa acaso a todos? ¿No pensamos todos un poco acerca de lo que significa estar vivo, de lo que significa envejecer, de lo que significa tener sexo con alguien y después dejar que se pierda para siempre en el olvido? 
Si las reflexiones de Florentino Ariza me llevaron a pensar que empecé a envejecer (después de los 30 no voy a hacerme propiamente más bello o más joven) las del viejo Eguchi me hicieron pensar que en menos de lo que imagino voy a estar viejo, voy a oler mal, voy a estar más cerca de la muerte que del nacimiento y voy a estar preguntándome más cosas acerca de la existencia. Es probable que la vejez no traiga respuestas, sino que por el contrario traiga - además de preguntas nuevas - mucha melancolía.

Aquí, un fragmento:

No la vio nunca más. Hacía más de diez años que se había enterado de su muerte. Eguchi, a sus sesenta y siete años, había perdido a muchos amigos y parientes, pero el recuerdo de la muchacha seguía siendo joven. Reducido ahora a tres detalles, la gorra blanca de la niña, la pulcritud del lugar secreto y la sangre en el pecho, era todavía claro y fresco. Probablemente no había nadie en el mundo aparte de Eguchi que conociera aquella pulcritud incomparable, y con su muerte, ahora no muy distante, desaparecería del mundo por completo. Aunque con timidez, ella le había permitido mirar cuanto quisiera. Tal vez fuese una actitud propia de las jóvenes, pero no podía caber la menor duda de que ella misma no conocía su pulcritud. No podía verla.

viernes, 16 de noviembre de 2012

La serpiente sin ojos, de William Ospina

En una nota al final del libro, William Ospina señala que Ursúa es un libro de guerras, El país de la canela un libro de viajes y La serpiente sin ojos es una historia de amor.

La serpiente sin ojos es el último libro de una trilogía escrita para contar las aventuras de los primeros europeos por el Río Amazonas, y de manera particular la historia de Pedro de Ursúa, español que guerreó en varios territorios de la actual Colombia y luego organizó una expedición que partió desde Perú para conquistar el Río Amazonas que 20 años atrás había descubierto Francisco de Orellana.

La primera parte de este libro, cuando el autor nos presenta a Inés de Atienza y luego ésta conoce a Ursúa, sí puede ser una historia de amor, adobada por el fragor de la Conquista (en mayúscula). Pero la segunda parte, cuando ya comienza la expedición por el Amazonas, es más una historia de poder y traición, con el contrapunto que pone el personaje de Lope de Aguirre, inmortalizado por Klaus Kinski en la película "Aguirre la ira de Dios" de Werner Herzog.

Esta última parte tiene un tono lóbrego, trágico, que en algo recuerda  El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Un viaje a través de un río, con una selva espesa, unos seres humanos cada vez más desquiciados y unas orillas plagadas de misterios y peligros.

Quien ha leído los otros dos libros de la trilogía encontrará en éste la misma prosa generosa para describir la selva a partir de enumeraciones. Sin embargo puede extrañar en La serpiente sin ojos las aventuras del País de la Canela, quizás el más vertiginoso de los tres relatos. En cambio, este libro trae un regalo para los lectores: Ospina, que también es poeta, separa cada capítulo con un poema relacionado con la atmósfera de la historia, pero que se defiende de manera independiente.

Las frases:

"También a lo imprevisto se acostumbran los cuerpos".

"Tarde o temprano lo que somos se muestra".

"No somos dueños de nuestro destino: una vida que no ha encontrado sus respuestas está sujeta a las tentaciones y a los desafíos".

"Ahora sé que todo rechazo vehemente es en secreto un vínculo".

"Un solo viaje por el río basta para envenenar una vida".

"Mientras dura el poder, los poderosos padecen la ilusión de ser invencibles e inmortales, y logran contagiar esa fantasía, pero en estas tierras nuevas el tiempo lo muele todo más aprisa".

"No ve el mismo mundo quien va a solas que quien se siente acompañado".

"Los amantes de la comodidad no son buenos aventureros ni saben resolver los problemas graves de la lucha con el mundo: mejor andar con diablos fuertes que con príncipes delicados".

"A las Indias llegaban cuatro clases de hombres: había enfermos, había locos, había monstruos y había demonios".

"pensando en el común de los soldados españoles, que sabían de salvajismo pero también de moderación, que eran capaces de destruir un mundo pero seguían respetando centenarios códigos de honor".

"En verdad no hay historia memorable que no haya costado mucho dolor humano, pero también es cierto que el dolor es lluvia constante en este mundo, y no siempre deja historias dignas de ser contadas".

"Como ocurre con toda muerte que nos hiere el alma, sentí que se había acabado el mundo".


William Ospina
La sepriente sin ojos
Editorial Mondadori
Bogotá
2012
318 páginas

martes, 13 de noviembre de 2012

El Amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez

Cuando llegué a Bogotá, hace casi una década, trabé amistad con una estudiante de Comunicación Social que estaba aspirando también a terminar un pregrado en Literatura en la Javeriana. Mi contacto con los estudiantes no pasaba de los encuentros en las salas de edición de ese sótano helado que era el Centro Audiovisual Javeriano, pero con ella empecé a hablar de música y libros así que fuimos más allá.
Un día, hablando de Gabriel García Márquez me dijo que por mi modo de ser creía que me encantaría El Amor en los Tiempos del Cólera así que le prometí que iba a leerlo para que pudiéramos comentarlo.
Lo que no sabía era que esa lectura iba a llegar en el año 2012 y que para ese momento yo llevaría ya varios años de haberle perdido el rastro.
Para mi cumpleaños número 31 recibí El Amor en los Tiempos del Cólera como parte de mis regalos y lo leí durante el último mes. Con el paso del tiempo aprendí que no es bueno idolatrar o despreciar artistas u obras completas, sino más bien detenerse en cada pieza. No es lo mismo hablar de Fervor de Buenos Aires que de El Aleph, no es igual hablar de Revolver a hablar de Help! y no es lo mismo hablar de 2001: A Space Oddissey a hablar de The Shine.
Gabriel García Márquez es uno de esos autores que me llevaron a esa conclusión. Hay cosas suyas que me fascinan y otras que me aburren mortalmente.
El Amor en los Tiempos del Cólera es una de las historias de amor más bonitas y mejor contadas que he leído en mi vida. Y tiene dos de los elementos que me gustan de la narrativa de García Márquez:
1. La anticipación de un final previsible (que es el encuentro entre Florentino Ariza y Fermina Daza) anunciado desde la primera parte del libro.
2. La ilación de varias historias con una prosa cadenciosa y musical que hace que uno no pueda dejar de leer y que no llegue a sentir los cambios a veces bruscos entre unos escenarios y otros, entre unos personajes y otros, entre unos tiempos y otros.
El Amor en los Tiempos del Cólera tiene una construcción maravillosa. Está dividido en unos seis o siete fragmentos largos que funcionan como unidades narrativas - de aproximadamente 60 páginas cada uno - que proponen al lector conjuntos de situaciones y hechos importantes para la historia completa y tiene una estructura circular con cola en la que uno llega a entender la situación planteada originalmente y va más allá hacia un final satisfactorio, como sucede en Crónica de una Muerte Anunciada.
Otra de las cosas que me encantó de este libro (o que no había notado en la obra completa de García Márquez) fue su habilidad (o la del Caribe Colombiano) para generar nombres sonoros, maravillosos, ingeniosos como una buena marca: América Vicuña, Hildebranda Sánchez, Juvenal Urbino, Tránsito Ariza, Lotario Thugut, Olimpia Zuleta, Bárbara Lynch.
No recuerdo la cita exacta (o el autor), pero me parece que era Borges el que decía que los libros encuentran a los lectores en el momento indicado y mi caso con El Amor en los Tiempos del Cólera así parece confirmarlo. Es uno de los regalos más acertados que he recibido en años recientes.
En uno de estos libros no es fácil buscar frases notables. Es mejor buscar párrafos completos. Dejo uno de mis favoritos:

"Si algo la mortificaba era la cadena perpetua de las comidas diarias. Pues no sólo tenían que estar a tiempo: tenían que ser perfectas, y tenían que ser justo lo que él quería comer sin preguntárselo. Si ella lo hacía alguna vez, como una de las tantas ceremonias inútiles del ritual doméstico, él ni siquiera levantaba la vista del periódico para contestar: “Cualquier cosa.” Lo decía de verdad, con su modo amable, porque no podía concebirse un marido menos despótico. Pero a la hora de comer no podía ser cualquier cosa, sino justo lo que él quería, y sin la mínima falla: que la carne no supiera a carne, que el pescado no supiera a pescado, que el cerdo no supiera a sarna, que el pollo no supiera a plumas. Aun cuando no era tiempo de espárragos había que encontrarlos a cualquier precio, para que él pudiera solazarse en el vapor de su propia orina fragante. No lo culpaba a él: culpaba a la vida. Pero él era un protagonista implacable de la vida.  Bastaba el tropiezo de una duda para que apartara el plato en la mesa, diciendo: “Esta comida está hecha sin amor.” En ese sentido lograba estados fantásticos de inspiración. Alguna vez probó apenas una tisana de manzanilla, y la devolvió con una sola frase. “Esta vaina sabe a ventana.” Tanto ella como las criadas se sorprendieron, porque nadie sabía de alguien que hubiera bebido una ventana hervida, pero cuando probaron entendieron: sabía a ventana."

viernes, 5 de octubre de 2012

El perfume, de Patrick Süskind


Inevitable la frase de cajón: todo libro termina siendo, al menos, dos libros. O más, dependiendo de cada lector. El perfume, de Patrick Süskind, cuenta la historia de Jean Baptiste Grenouille, hombre contrahecho que nace con la virtud de contar con el olfato más fino del mundo, que se convierte en asesino por buscar el mejor perfume jamás hecho. De hecho, el libro lo venden con una frase debajo del título: “Historia de un asesino”. Pero este libro es más que eso, y fue esto lo que me maravilló, porque se trata de una hermosa metáfora sobre el artista y su relación con el mundo. En medio de esto se encuentra la creación artística, como resultado de un ir y venir entre la soledad, que se torna enfermiza, y el trato con los demás, asfixiante.

Resta decir que la del alemán Süskind es una prosa de frases largas, pletórica en detalles, que logra efectos a partir de las descripciones a pesar de que no rechinan los calificativos. Y maneja el suspenso con pericia, por lo que entiendo los constantes comentarios de otros lectores sobre la dificultad para soltar el libro una vez lo comienzan.

Leí que le disgustan las entrevistas, por lo que poco se conoce de su vida privada. Incluso hay pocas fotos suyas. Aún está vivo.

Aquí las frases:

Todas estas grotescas desproporciones entre la riqueza  por el mundo percibido por el olfato y la pobreza del lenguaje hacían dudar al joven Grenouille del sentido de la lengua y solo se adaptaba a su uso cuando el contacto con otras personas lo hacía imprescindible.

Su ambición no era amasar dinero con su arte, ni siquiera pretendía vivir de él, si podía vivir de otra cosa. Quería exteriorizar lo que llevaba dentro, solo esto, expresar su interior, que consideraba más maravilloso que todo cuando el mundo podía ofrecer.

Ahora que había comenzado a alejarse comprendió con claridad Grenouille que aquel denso caldo humano le había oprimido como aire de tormenta durante dieciocho años. Siempre había creído que era del mundo en general de lo que tenía que apartarse, pero ahora veía que no se trataba del mundo, sino de seres humanos. Al parecer, en el mundo, en el mundo sin hombres, la vida era soportable.

Se sabe de hombres que buscan la soledad: penitentes, fracasados, santos o profetas que se retiran con preferencia al desierto, donde viven de langostas y miel silvestre. Muchos habitan cuevas y ermitas en islas apartadas o –algo más espectacular- se acurrucan en jaulas montadas sobre estacas que se balancean en el aire, todo ello para estar más cerca de Dios. Se mortifican y hacen penitencia en su soledad, guiados por la creencia de llevar una vida agradable a los ojos divinos. O bien esperan durante meses o años ser agraciados en su aislamiento con una revelación divina que inmediatamente quieren difundir entre los hombres. Nada de todo esto concernía a Grenouille, que no pensaba para nada en Dios, no hacía penitencia ni esperaba ninguna inspiración divina. Se había aislado del mundo para su propia y única satisfacción, solo a fin de estar cerca de sí mismo. Gozaba de su propia existencia, libre de toda influencia ajena, y lo encontraba maravilloso. Yacía en su tumba de rocas como si fuera su propio cadáver, respirando apenas, con los latidos del corazón reducidos al mínimo y viviendo, a pesar de ello, de manera tan intensa y desenfrenada como jamás había vivido en el mundo un libertino.

… en la catedral, donde colgó sus pingos bajo los bancos el veinticuatro de diciembre y los recogió el veintiséis, después de exponerlos a los olores de los asistentes a siete misas; un terrible conglomerado de sudor de culo, sangre de menstruación, corvas húmedas y manos convulsas, mezclados con el aliento expelido por mil cantantes de coro y declamadores de avemarías y el humo sofocante del incienso y de la mirra, había impregnado los trozos de tela; terrible en su concentración nebulosa, imprecisa y nauseabunda y, no obstante, inequívocamente humano.

Se estremeció. Le asaltó el deseo de renunciar a sus planes, de perderse en la noche y alejarse de allí. Cruzaría las montañas nevadas, sin descanso, recorrería cien millas hasta la Auvernia y allí volvería a rastras a su vieja caverna y dormiría hasta que le sorprendiera la muerte. Pero no lo hizo. Permaneció sentado y no cedió al deseo, pese a que era muy fuerte. No cedió a él porque siempre había sentido el deseo de alejarse de todo y esconderse en una caverna. Ya lo conocía. En cambio, no conocía la posesión de una fragancia humana, una fragancia tan maravillosa como la de la muchacha que vivía detrás de la muralla. Y aunque sabía que debería pagar un precio terriblemente caro por la posesión de aquella fragancia y su pérdida inevitable, tanto la posesión como la pérdida se le antojaron más apetecibles que la lapidaria renuncia a ambas. Porque durante toda su vida no había hecho más que renunciar, pero nunca había poseído y perdido.

… la joven era de una belleza exquisita. Pertenecía a aquel tipo de mujeres plácidas que parecen hechas de miel oscura, tersas, dulces y melosas, que con un gesto apacible, un movimiento de la cabellera, un solo y lento destello de la mirada dominan el espacio y permanecen tranquilas como en el centro de un ciclón, al parecer ignorantes de la propia fuerza de atracción, que arrastra hacia ellas de modo irresistible los anhelos y las almas tanto de hombres como de mujeres.

Y últimamente –lo notaba con inquietud-, cuando la acompañaba a la cama por la noche o muchas veces por la mañana, cuando iba a despertarla y ella aún estaba dormida, como colocada allí por las manos de Dios, y a través del velo de su camisón se adivinaban las formas de caderas y pechos y del hueco del hombro, codo y axila mórbida, donde apoyaba el rostro, emanando un aliento cálido y tranquilo… sentía un malestar en el estómago y un nudo en la garganta y tragaba saliva y ¡Dios era testigo!, maldecía el hecho de ser el padre de esta mujer y no un extraño, un hombre cualquiera ante el cual ella estuviera acostada como ahora y quien sin escrúpulos pudiera yacer a su lado, encima de ella y dentro de ella con toda la avidez de su deseo.

Ya no le atraía la vida en una caverna. Había conocido esta experiencia y comprobado que no era factible vivirla. Como tampoco la otra experiencia, la de la vida entre los hombres. Uno se asfixiaba tanto en una como en otra.

Lo tenía en la mano. Un poder mayor que el poder del dinero o el poder del terror o el poder de la muerte; el insuperable poder de inspirar amor en los seres humanos.

miércoles, 25 de julio de 2012

Mi Amigo el Pintor, de Lygia Bojunga

Los libros no son un tema recurrente entre Mauricio y yo. No sé si Mauricio sea mi mejor amigo (no sé si exista un mejor amigo), pero sí es un amigo que atesoro desde la primera infancia y me conoce como muy pocas personas lo hacen. Por eso cuando Mauricio me recomienda un libro sé que estoy ante un consejo que no se puede eludir. Como yo no me puse en la tarea de conseguir Mi Amigo El Pintor, Mauricio vino hasta Bogotá y me lo dejó en la casa para que lo leyera.
Mi Amigo El Pintor está catalogado como literatura infantil y la escritora brasileña Lygia Bojunga ganó el premio Hans Christian Andersen por él.
Mi Amigo El Pintor es un vistazo rápido a la amistad desarrollada entre un niño y un pintor, que es su vecino. El libro tiene tres ideas centrales que me parecen muy fuertes y que son, seguramente, el motivo por el cual Mauricio quería que yo leyera el libro:
a. La expresión de los sentimientos es mucho más fácil a través de la sensaciones o de los símbolos que a través de las palabras. Mauricio y yo hemos hablado muchas veces de eso (siempre llega a la conversación esa línea mágica de Enjoy The Silence: Feelings are intense, words are trivial) y resulta que el pintor enseña al niño a manifestar sus sentimientos en términos de color. El silencio, para ambos, es blanco. Es terriblemente blanco.
b. Existen grandes amores en la vida del pintor que no son equiparables y sé que Mauricio también pensó en mí con esta idea. Esos tres amores son el arte, la mujer y la política. Yo nunca podría amar, por ejemplo, a una mujer que se interponga entre mi música y yo. Tampoco pude (esto ya hace parte de la autobiografía) amar a una mujer que me gustaba muchísimo pero tenía un pensamiento político muy fuerte y diametralmente opuesto al mío.
c. La muerte por voluntad propia siempre será una salida digna y no es una tragedia. Bueno, de eso sí que han estado plagadas mis conversaciones con Mauricio. El suicidio es una gran manifestación de autonomía y ni el suicida ni sus dolientes deberían culparse por ello.
Mi amigo el pintor tiene apenas 76 páginas. Es ideal como para una tarde soleada de domingo. 
Como siempre, mi amigo el ingeniero hace recomendaciones literarias llenas de certeza y conocimiento. Mi amigo el ingeniero me recomienda el libro indicado en el momento indicado.

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Aquí, el fragmento escogido:

- Amor como el que tenemos el uno por el otro - dijo.
Me palpitó el corazón.
Toda la vida quise a mi Amigo mucho... mucho; pero siempre pensé que él me quería menos. No sé si porque yo era un niño y él no; o si porque él era artista y yo no; sólo sé que cuando habló de amor me palpitó el corazón. ¿Sería que en ese momento nos queríamos igual?
Quise ver si era así:
- ¿Cómo me quieres?
- Depende. Hay días en que te quiero como padre. Siento que no seas mi hijo; siento no poder decir: ¡Fui yo quien hizo a este muchacho chévere!
Sonrió. Después se puso serio, se sentó frente al caballete y se puso a pintar.
- Pero otros días no tengo ningún deseo de ser tu padre: solo quiero ser tu amigo y punto.
Siguió pintando un poco más.
- A veces te quiero porque eres mi compañero de parqués; otras veces, porque quisiera ser tú, es decir, ser otra vez niño. Es así: cada día te quiero en otra forma. Y si junto a todas esas formas veo que te quiero mucho, veo que es amor.
Me pareció tan bueno que hablara de cómo me quería, que me quedé inmóvil, sin decir nada, mirándolo pintar.

sábado, 28 de abril de 2012

La carretera, de Cormac McCarthy


Llegué a La carretera, digámoslo así, por un impulso equívoco. Supe que un amigo la estaba leyendo y se la pedí prestada de inmediato, pues Miguel Ángel Bastenier nos la había recomendado a quienes participamos en un taller con él. Aunque bueno, la equivocación estaba ahí: el libro que sugirió Bastenier fue En la carretera (On the road), de Jack Kerouac.

Una confusión que terminó en una bella experiencia. Este libro narra el recorrido de un padre con su hijo por la carretera interestatal estadounidense, al parecer un tiempo futuro y después de un suceso apocalíptico que el autor nunca nombra ni define. Solo hace referencia a sus consecuencias, como un sempiterno reguero de ceniza, pueblos destrozados, cadáveres, caníbales de cuando en vez y un frío incesante.

El viaje tampoco tiene un destino marcado, algo así como la meta de llegar a un lugar donde estarán mejor. En cambio, todo se pone cada vez más lúgubre y desesperanzador para ambos, que caminan en medio de conversaciones que llegan a ser estremecedoras, sobre todo por las preguntas y respuestas del niño. Él nunca ha conocido un mundo diferente, al contrario de su padre, del que nos dejan conocer algunos recuerdos de infancia.

En medio de todo esto se teje un discurso sobre los dilemas que se pone de relieve la lucha por sobrevivir en un mundo donde es difícil hacerlo. Por ejemplo, el desdibujamiento de los conceptos del bien y del mal. Me recordó el Ensayo sobre la ceguera, de Saramago, aunque aquí hay una menor truculencia, si se quiere menos acción, y el discurso corre más por cuenta de lo que los personajes hablan y piensan.

También es conmovedora la relación padre e hijo, un punto para el que me quedaría corto en esta reflexión. Solo quisiera hacer mención al calificativo de poco creíble que le dio un comentarista a esa relación, según él, por el talante de los diálogos. Supongo que piensa así precisamente por lo que indiqué anteriormente sobre los dilemas que el niño planteaba. Al contrario: se me hace lógico si entendemos el proceso de pérdida de inocencia del pequeño que nos hace ver McCarthy. Una aterradora realidad se le abre de par en par cuando apenas comienza a abrir los ojos.

(Al final les dejo el trailer de la película).

Aquí las frases:

Ella le tenía la mano cogida sobre el regazo y él notaba la parte superior de sus medias a través de la fina tela de su vestido de verano. Congela este fotograma. Ahora maldice tu oscuridad y tu frío y maldícete.

Duda. ¿En qué difiere el nunca será de lo que nunca fue?
Pensaba que en la historia del mundo tal vez incluso había más castigo que crimen. Pero ese era un magro consuelo.

Todas las cosas bellas y armónicas que uno conserva en su corazón tienen una procedencia común en el dolor. El hecho de nacer en la aflicción y la ceniza. Bueno, susurró para el chico que dormía. Yo te tengo a ti.

(Después de que el padre mata a otro hombre por defender a su hijo)
Querías saber qué pinta tenían los malos. Pues ya lo sabes. Podría ocurrir otra vez. Mi deber es cuidar de ti. Dios me asignó esa tarea. Mataré a cualquiera que te ponga la mano encima. ¿Lo entiendes?
Sí. (…) ¿Todavía somos buenos?, dijo.
Sí. Todavía somos buenos.

Las cosas cayendo en el olvido y con ellas sus nombres. Los colores. Los nombres de los pájaros. Alimentos. Por último los nombres de cosas que uno creía verdaderas. Más frágiles de lo que él había pensado. ¿Cuánto de ese mundo había desaparecido ya? El sagrado idioma desprovisto de sus referentes y por tanto de su realidad.

Cuando estás vivo siempre tienes la muerte ahí adelante.

Dios no existe y nosotros somos sus profetas.

¿Eres muy valiente?
Regular.
¿Qué es lo más valiente que has hecho?
Escupió en la carretera una flema sanguinolenta. Levantarme esta mañana, dijo.

El hombre le cogió la mano, resollando. Tendrás que seguir tú solo, dijo. Yo no puedo ir contigo. Tienes que seguir adelante. No se sabe lo que puede deparar la carretera. Siempre hemos tenido suerte.

La carretera (The road)
Cormac McCarthy
Editorial Debolsillo.
2006

miércoles, 18 de abril de 2012

Maracas en la ópera, de Ramón Illán Bacca



Al final de esta novela se cuenta que Zaira, uno de los muchos personajes que aparecen, planea escribir una historia sobre la vida nocturna de Barranquilla, cuyo título sería "Entre lo barroco y lo chévere". Ese título sirve también para describir en qué consiste Maracas en la ópera. 

Así como lo barroco y lo chévere parecen "opuestos", así también lo son unas maracas en una ópera. La novela puede ser descrita de muchas maneras: como una novela muy caribe, muy macondiana, muy atiborrada de cosas, o como una novela de una saga familiar que cuenta en desorden la historia de un Oreste Segundo Antonelli-Colonna Palacio, su papá Domingo y su abuelo Amadeo (y sus esposas, amigos, socios, amantes, enemigos, vecinos, etc.), o como una novela histórica que en escasas páginas habla de la Guerra de los Mil Días, la Batalla de Palonegro, la Masacre de las Bananeras, Gaitán, Jaime Bateman y otros hechos. 

No sé cuántos personajes aparecen. Muchos. Hay un ambiente carnavalesco en el que pasan muchas cosas todo el tiempo. En Italia, en Panamá, en La Guajira, en Barranquilla, en Cartagena. Como un circo de tres pistas. La historia de la última generación ocurre en torno a Villa Bratislava, una casa decadente de Barranquilla (como la familia) que pasó de restaurante a burdel y de burdel a inquilinato, o algo así. El abuelo era un inmigrante italiano, tenor, y ese talento lo heredan su hijo y su nieto, quienes cantan ópera en el baño o en sitios non sanctos, pero tienen sensibilidad para la música. Por eso todo el libro está lleno de referencias musicales, así como algunas sobre cine. Todo esto mezclado con humor, con apuntes divertidos que llegan en forma de avalancha. Es una novela densa y divertida, con la que el samario Ramón Illán Bacca ganó el Tercer Concurso Literario Cámara de Comercio de Medellín en 1996. Sin duda vale la pena leerla.

Las frases:
"En esos instantes sabía que estaba disfrutando de los catorce momentos de felicidad que, ni uno más, según el califa Abderramán, nos da la vida".

"fue perfecto, como dedo de fraile en culo de monja".

"Esa noche hicieron el amor tan maravillosamente que Bratislava le confesó que "por un momento me provocó levantarme y ponerme a aplaudir"".
"su patria era el hombre que amaba".

"De nuestro padre sólo heredamos el apellido y la prepotencia que, además, cultivamos".

"El obispo dijo en el sermón dominical que no había mayor refutación al comunismo que una madre".

"y yo le contesté lo mismo que Eugenia de Montijo a Napoleón Tercero: "El camino a mi alcoba pasa por la iglesia"".

"aquí en la costa tenemos hermanos legítimos, medios, de crianza y de leche, y todos son de la gran familia".

"La clientela mermó mucho y ni siquiera los bailes de Férica Constelación, que a semejanza de los de Londres, consistían en que cada una de las parejas llevaba sus audífonos así que cada cual bailaba un ritmo distinto, logró revivir el esplendor de Villa Brasitlava".

"El resultado fue que en ella se desató un inmenso amor por él, como sólo saben hacerlo las mujeres solitarias e inválidas".

"-Si bien el pescado ayuda al cerebro, usted necesitaría una ballena diaria".

"y sintió de nuevo esa felicidad rosadita como de andar sobre nubes, como de escuchar a Mozart, como de volver de nuevo al primer jardín de la infancia".

"se dio cuenta de lo que sintió Eva cuando supo que hacer sexo era el único deleite que no se había quedado en el paraíso".

"la vieja fórmula leguleya de los tres tiempos: lento, más lento y parado".

"las declaraciones son como los cheques, su credibilidad depende de quién los emita".



Ramón Illán Bacca
Maracas en la ópera
Espasa Narrativa, Editorial Planeta
Bogotá
1999
172 páginas

domingo, 15 de abril de 2012

El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad

La referencia más famosa que existe hoy de El corazón de las tinieblas es la película Apocalypse Now, de Francis Ford Copola, en la que un capitán es enviado a un viaje en río en plena Guerra de Vietnam para rescatar al Coronel Kurtz.

La película de 1979 está basada en este libro de 1902, ambientado en el Congo Belga, el mismo entorno de horror que Mario Vargas Llosa describe en "El sueño del Celta". La diferencia está en que Conrad fue marino, viajó al Congo en 1890 y conoció de primera mano la barbarie a la que eran sometidos los esclavos africanos por parte de los colonizadores belgas, y ese conocimiento es el que sirve como base para esta corta novela.

La obra está dividida en tres partes: en la primera el marinero Charlie Marlow, el narrador, cuenta a varios compañeros de su barco cómo años atrás emprendió un viaje de Londres al Congo, contratado por una empresa mercante. En la segunda parte narra el viaje por el Río Congo, selva adentro, para encontrar a Kurtz, empleado de la empresa que se ha hecho próspero con la explotación de marfil pero al parecer ha enloquecido y se encuentra enfermo. En la tercera parte Marlow narra el viaje de regreso.

El valor del libro, a mi modo de ver, no está en el viaje en sí, sino en el aura de misterio que envuelve todo el relato. Marlow insinúa escenas de horror, pero no es explícito en detalles. Viaja por un río oscuro, misterioso... en cualquier momento el barco se puede hundir porque los troncos lo golpean, pero los troncos no se ven. En la orilla se adivinan ojos de nativos que quizás los quieren atacar o quizás no, los nativos no se ven bien. Se intuyen peligros por los ruidos, por las sombras, pero todo el ambiente es oscuro, brumoso, nocturno y entonces el temor surge de las cosas que se presienten pero no se evidencian.

Kurtz está en El corazón de las tinieblas. La tiniebla es la selva espesa, impenetrable, enigmática. Kurtz llegó hasta allí y conquistó ese corazón. Ahora los nativos lo idolatran. Pero al parecer es la tiniebla la que conquistó a Kurtz, que ahora perdió la razón, está enfermo y finalmente no logra abandonar la jungla. Todo en el relato es simbólico, cargado de metáfora.

Las frases:

"Los marinos llevan, por así decirlo, una vida sedentaria. Sus espíritus permanecen en casa y puede decirse que su hogar -el barco- va siempre con ellos; así como su país, el mar. Un barco es muy parecido a otro y el mar es siempre el mismo".

"Evite usted la irritación más que los rayos solares".

"Sentí que me comenzaba a convertir en algo científicamente interesante".

"Producía una sensación de inquietud. ¡Eso era! Inquietud. No una desconfianza definida, sólo inquietud, nada más. Y no podéis figuraros cuán efectiva puede ser tal... tal... facultad".

"Una salud triunfante en medio de la derrota general de los organismos constituye por sí misma una especie de poder".

"Me parece que estoy tratando de contar un sueño... que estoy haciendo un vano esfuerzo, porque el relato de un sueño no puede transmitir la sensación que produce esa mezcla de absurdo, de sorpresa y aturdimiento en un rumor de revuelta y rechazo, esa noción de ser capturados por lo increible que es la misma esencia de los sueños".

"Remontar aquel río era como volver a los inicios de la creación cuando la vegetación estalló sobre la faz de la tierra y los árboles se convirtieron en reyes".

"Más de una vez tuvo que vadear un poco, con veinte caníbales chapoteando alrededor de él y empujando. Durante el viaje habíamos enganchado una tripulación con algunos de esos muchachos. ¡Excelentes tipos aquellos caníbales! Eran hombres con los que se podía trabajar, y aún hoy les estoy agradecido. Y, después de todo, no se devoraban los unos a los otros en mi presencia; llevaban consigo una provisión de carne de hipopótamo, que una vez podrida hizo llegar a mis narices todo el misterio de la selva".

"Hasta el dolor más agudo puede al fin desahogarse en violencia, aunque por lo general tome la forma de apatía...".

"Ese olvido que es la última palabra de nuestro destino común".





Joseph Conrad
El corazón de las tinieblas
Random House Mondadori
Barcelona
2003 (escrito en 1902)
172 páginas (incluyendo prólogo de Mario Vargas Llosa y Diario del Congo de Joseph Conrad).

jueves, 22 de marzo de 2012

La carroza de Bolívar, de Evelio Rosero

El protagonista de esta novela tiene el improbable nombre de Justo Pastor Proceso López, está casado con Primavera Pinzón, es padre de Luz de Luna y Floridita, y es vecino de Arcángel de los Ríos.

Así como los nombres es esta novela: recargada, barroca. Una novela en un estilo contrario o al menos distinto de las novelas que se escriben ahora, tan urbanas, tan simples, tan cotidianas, en las que no pasa mayor cosa. 

Acá pasa de todo, entre otras cosas porque son al menos dos novelas unidas en una. Como las capas de la cebolla, una está contenida en la otra. Por un lado está la historia de Justo Pastor, médico ginecólogo que vive mal con su esposa, tiene amantes, sus hijas lo odian, se prepara para el Carnaval de Pasto y decide patrocinar una carroza que revele la verdad sobre el Libertador. Y por otro lado está la historia de Bolívar que se quiere revelar: la que contaron sobre él Carlos Marx y el historiador José  Rafael Sañudo. A esas dos historias se suma la de un grupito de universitarios que aspira ser célula guerrillera urbana en Pasto, en los años 60.

Uno no sabe si el autor quería hacer una novela sobre el Carnaval de Pasto, o quería hacer una novela sobre Bolívar, o quería hacer dos novelas distintas y de pronto decidió juntarlas con la disculpa de la carroza. El caso es que aunque está bien escrita y la historia es clara, la segunda de las tres partes en que se divide la novela, que es la que se centra en Bolívar, se siente como incrustada artificialmente en  el relato del Carnaval.

En la descripción del Carnaval Rosero es prolífico en enumerar barrios de Pasto por los que corren los personajes, lo cual resulta útil para la cartografía literaria de la ciudad y sin duda es un referente claro para quienes habitan o conocen bien esa región del país. El resto de los lectores, más que nombres de barrios, habríamos agradecido un poco más de descripción del territorio para ubicar mejor el escenario.

Con todo y lo anterior, es una novela amena, con unos personajes claros y pintorescos y con un afán por contar una historia sobre Bolívar que no nos han contado y que refresca un poco el panorama de tanta loa al Libertador que se vio con motivo del Bicentenario. Acá Bolívar aparece como un sanguinario matarife, interesado en raptar jovencitas de 13 años y en "ganar indulgencias con padrenuestros ajenos", ya que el autor lo describe como un oportunista y un cobarde en el campo de batalla. Las traiciones a Miranda y a Piar, que William Ospina muestra en "En busca de Bolívar" (libro que ya reseñé en este blog), como los hechos inexplicables de un hombre adelantado a su tiempo, Rosero los muestra como actos de barbarie sin justificación alguna. 

A continuación las frases. Rosero es un maestro del aforismo, de las frases cortas y lapidarias: 
"con seguridad la devota me odia desde que dije que Dios era otro mal invento de los hombres".

"la broma vuela cerca de la maledicencia, es el viento con su mentira cargada de acusación, una broma  -o su burla- podía resultar más despiadada que un susto de muerte, era preferible un susto cualquiera a una broma cualquiera".

"él y su mujer no tenían que ver ni en la cama ni en la tierra ni en el aire: el más penoso aburrimiento, el que soporta cargas de odio se cernía sobre ellos, hacía tiempos".

"hay tantas maneras de amar con resignación".

"lo único redimidor de la vejez es que uno va envejeciendo al tiempo que los amigos".

"el infierno es el aburrimiento".

"no hay hombre, por más viejo que sea, que no crea poder vivir otro día".

(Bolívar) "realmente fue un creativo publicitario y se inventó un genio, él. Fue el auténtico pionero de la publicidad política contemporánea, a partir de una única agencia: él en su caballo dictando folletines de grandiosidad a sus amanuenses, que debían ser relevados, extenuados de la epopeya interminable que el héroe inventado dictaba de sí mismo".

"Seguramente cerró los ojos y cumplió órdenes, porque eso de "cumplir órdenes" era y es la excusa universal de las matanzas".

"el doctor decía que los niños eran felices porque no conocían el amor. Y no conocen sobre todo la vejez, completó el joven".

"mi problema no era estar solo sino conmigo".

"las piernas de las mujeres son en realidad tijeras: tú ya sabes qué te cortarán".

"A usted ni la ciencia la podría explicar".



Evelio Rosero
La carroza de Bolívar
Editorial Tusquets
México
2012
388 páginas

lunes, 5 de marzo de 2012

Tokio blues, Norwegian Wood, de Haruki Murakami

Voy a empezar por el final, es decir por la conclusión que quisiera que quedara de esta reseña: Este libro hay que leerlo. Si sólo van a leer un libro este año, que sea éste.

Esta es una novela con banda sonora y trasfondo culinario, literario y cinematográfico. Watanabe, el narrador de la historia, nos cuenta qué está leyendo, que está oyendo, qué película vio o qué comió en distintos episodios del libro, y esas elecciones no son gratuitas. Para un lector occidental se pueden escapar muchos guiños de la cocina japonesa, pero las claves literarias y musicales, al menos esas dos, son clarísimas: Norwegian wood, el subtítulo del libro, es una canción de los Beattles que habla de una ocasión en la que al "cantante" lo invitan a pasar una noche en una cabaña rústica y él espera todo el tiempo "el momento adecuado", pero tarde en la noche la anfitriona le anuncia que es la hora de dormir. Por su parte, el narrador lee varias obras (menciona a Truman Capote, John Updike, Scott Fitzgerald, Raymond Chandler, Eurípides, Balzac, Dante, Joseph Conrad, Dickens) pero buena parte del tiempo lo dedica a La Montaña Mágica de Thomas Mann, ese lugar maravilloso, frío, rodeado de aire saludable, al que acuden enfermos terminales en busca de mejoría. En otra parte habla de El Guardián entre el Centeno, el clásico de Salinger sobre un joven incomprendido y errante. Junten esas historias, la de la canción y las de los libros de Thomas Mann y Salinger, y ya tienen al menos parte de la historia.

Pero no se necesita haber oído a los Beattles o haber leído La Montaña Mágica, para leer el libro. Al contrario, Murakami tiene una prosa clara, vertiginosa, que le impide al lector soltar el libro. Mezcla muy hábilmente drama con suspenso y humor. La historia ocurre en Tokio entre 1968 y 1970, en un Tokio bastante occidentalizado y parecido a cualquier otra ciudad grande. Los personajes principales son estudiantes universitarios que rondan los 20 años y entre las clases, la poca plata, los romances y el sexo van describiendo de forma magistral la fragilidad de la vida, el valor de los instantes, lo grabados que se quedan en la memoria pequeños detalles de situaciones que no se repetirán.

Así como a veces uno queda tarareando varios días una canción que le gustó, o queda con escenas grabadas de películas que le gustaron y que regresan a la mente de un momento a otro, así mismo pasa con los personajes de esta obra: Naoko, Kizuki, Midori, Reiko, Watanabe... de pronto uno se sorprende pensando todavía en ellos, muchos días después de haber cerrado la última página del libro.

En alguna parte de "Era lunes cuando cayó del cielo", la novela que ya les comenté de Juan Diego Mejía, dice que cualquier escritor que vaya a hablar del suicidio debe leer "Tokio Blues", de Murakami. Tiene razón.

Las frases (ojo a la última):

"pensé en la infinidad  de cosas que había perdido en el curso de mi vida. Pensé en el tiempo perdido, en las personas que habían muerto, en las que me habían abandonado, en los sentimientos que jamás volverían".

"Pensaba en mí, pensaba en la hermosa mujer que caminaba a mi lado, pensaba en ella y en mí, y luego volvía a pensar en mí. Estaba en una edad en que, mirara lo que mirase, sintiera lo que sintiese, pensara lo que pensase, al final, como un bumerán, todo volvía al mismo punto de partida: yo".

"La muerte no existe en contraposición a la vida sino como parte de ella".

"Leía muchísimo más que yo, pero tenía por principio no adentrarse en una obra hasta que hubieran transcurrido treinta años de la muerte del autor. "Sólo me fío de estos libros", decía.
- No es que no crea en la literatura contemporánea, pero no quiero perder un tiempo precioso leyendo libros que no hayan sido bautizados por el paso del tiempo ¿Sabes?, la vida es corta".

"Llegué a la conclusión de que la educación universitaria no tenía ningún sentido. Y decidí tomármelo como un período de aprendizaje del tedio".

"Me explicó que no estamos aquí para corregir nuestras deformaciones, sino para acostumbrarnos a ellas. Afirmó que uno de nuestros problemas es la incapacidad de reconocerlas y aceptarlas".

"Bañado por la suave luz de la luna, su cuerpo tenía el lustre de la carne recién nacida, y casi despertaba compasión".

"En este mundo hay gente que, a pesar de estar dotadas de un talento excepcional, son incapaces de realizar el esfuerzo necesario para sistematizarlo, y su talento se acaba malogrando".

"Las personas, al morirnos, dejamos atrás unos pequeños y extraños recuerdos".

"Cuando uno está rodeado de tinieblas, la única alternativa es permanecer inmóvil hasta que sus ojos se acostumbren a la oscuridad".

"Entre las sábanas, oyendo cómo caía la lluvia, unimos nuestros labios y hablamos de todo lo imaginable, desde la formación del universo hasta cómo nos gustaban los huevos duros".

"Tranquilo, Watanabe. No es más que la muerte. No te preocupes".

"El conocimiento de la verdad no alivia la tristeza que sentimos al perder a un ser querido. Ni la verdad, ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar esta tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar este dolor esperando aprender algo de él, aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva para nada la próxima vez que la tristeza lo visite de improviso".


Haruki Murakami
Tokio blues, Norwegian wood
Editorial Tusquets
Barcelona
1987
381 páginas

domingo, 4 de marzo de 2012

El cine era mejor que la vida, de Juan Diego Mejía

Esta novela de Juan Diego Mejía tiene el sabor de la nostalgia porque ocurre en una ciudad que ya no existe. Pasa en Medellín, pero en el Medellín de antes del metro, antes de Pablo Escobar, antes del narcotráfico y las bombas. El narrador es un niño de 8 años que vive en un caserón del barrio Manrique, con su mamá Laura y su papá Mejía, que trabaja en El Caballero, un almacén de ropa, zapatos y variedades en Guayaquil. 

Esta novela ganó en 1996 el Premio de Novela de Colcultura y es quizás el libro más conocido del autor.  Recrea el mundo infantil del narrador, con sus juegos de vaqueros, sus lecturas de piratas, su interés por el fútbol y su gusto por el cine, pero también desde la mirada del niño se cuentan las angustias familiares por la plata que no alcanza, el negocio que no prospera, el papá que bebe más de la cuenta. Tiene un lenguaje preciso, lleno de imágenes, con poca digresión y en cambio muchas escenas que muestran las situaciones en vez de explicarlas. 

Las frases:
"Por un instante no hubo un solo ruido en el universo. El viento pasaba en oleadas silenciosas".

"Es una pequeña vieja que usa pulseras de imanes para controlar los dolores del reumatismo, y en el esfuerzo por escuchar el reacomodamiento del polvo de sus huesos se olvidó de oír los sonidos del resto del mundo. Doña Elisa es sorda como una piedra".

"Yo creo que Mejía buscaba algo y se pasó toda su vida tratando de encontrarlo sin saber exactamente que era. Nunca lo vi completamente feliz".

"Mejía se retira a su escritorio al fondo de la nave. Desde allí los mira moverse como hormiguitas. Los escucha aplaudir y cantar en coro la palabra "alaordensiga", "alaordensiga", que se convierte en el abracadabra de El Caballero, y la gente empieza a entrar como sonámbula".


Juan Diego Mejía
El cine era mejor que la vida
Ediciones Pluma de Mompox SA
Cartagena
2011 (1 ed 1997)
128 páginas