martes, 13 de noviembre de 2012

El Amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez

Cuando llegué a Bogotá, hace casi una década, trabé amistad con una estudiante de Comunicación Social que estaba aspirando también a terminar un pregrado en Literatura en la Javeriana. Mi contacto con los estudiantes no pasaba de los encuentros en las salas de edición de ese sótano helado que era el Centro Audiovisual Javeriano, pero con ella empecé a hablar de música y libros así que fuimos más allá.
Un día, hablando de Gabriel García Márquez me dijo que por mi modo de ser creía que me encantaría El Amor en los Tiempos del Cólera así que le prometí que iba a leerlo para que pudiéramos comentarlo.
Lo que no sabía era que esa lectura iba a llegar en el año 2012 y que para ese momento yo llevaría ya varios años de haberle perdido el rastro.
Para mi cumpleaños número 31 recibí El Amor en los Tiempos del Cólera como parte de mis regalos y lo leí durante el último mes. Con el paso del tiempo aprendí que no es bueno idolatrar o despreciar artistas u obras completas, sino más bien detenerse en cada pieza. No es lo mismo hablar de Fervor de Buenos Aires que de El Aleph, no es igual hablar de Revolver a hablar de Help! y no es lo mismo hablar de 2001: A Space Oddissey a hablar de The Shine.
Gabriel García Márquez es uno de esos autores que me llevaron a esa conclusión. Hay cosas suyas que me fascinan y otras que me aburren mortalmente.
El Amor en los Tiempos del Cólera es una de las historias de amor más bonitas y mejor contadas que he leído en mi vida. Y tiene dos de los elementos que me gustan de la narrativa de García Márquez:
1. La anticipación de un final previsible (que es el encuentro entre Florentino Ariza y Fermina Daza) anunciado desde la primera parte del libro.
2. La ilación de varias historias con una prosa cadenciosa y musical que hace que uno no pueda dejar de leer y que no llegue a sentir los cambios a veces bruscos entre unos escenarios y otros, entre unos personajes y otros, entre unos tiempos y otros.
El Amor en los Tiempos del Cólera tiene una construcción maravillosa. Está dividido en unos seis o siete fragmentos largos que funcionan como unidades narrativas - de aproximadamente 60 páginas cada uno - que proponen al lector conjuntos de situaciones y hechos importantes para la historia completa y tiene una estructura circular con cola en la que uno llega a entender la situación planteada originalmente y va más allá hacia un final satisfactorio, como sucede en Crónica de una Muerte Anunciada.
Otra de las cosas que me encantó de este libro (o que no había notado en la obra completa de García Márquez) fue su habilidad (o la del Caribe Colombiano) para generar nombres sonoros, maravillosos, ingeniosos como una buena marca: América Vicuña, Hildebranda Sánchez, Juvenal Urbino, Tránsito Ariza, Lotario Thugut, Olimpia Zuleta, Bárbara Lynch.
No recuerdo la cita exacta (o el autor), pero me parece que era Borges el que decía que los libros encuentran a los lectores en el momento indicado y mi caso con El Amor en los Tiempos del Cólera así parece confirmarlo. Es uno de los regalos más acertados que he recibido en años recientes.
En uno de estos libros no es fácil buscar frases notables. Es mejor buscar párrafos completos. Dejo uno de mis favoritos:

"Si algo la mortificaba era la cadena perpetua de las comidas diarias. Pues no sólo tenían que estar a tiempo: tenían que ser perfectas, y tenían que ser justo lo que él quería comer sin preguntárselo. Si ella lo hacía alguna vez, como una de las tantas ceremonias inútiles del ritual doméstico, él ni siquiera levantaba la vista del periódico para contestar: “Cualquier cosa.” Lo decía de verdad, con su modo amable, porque no podía concebirse un marido menos despótico. Pero a la hora de comer no podía ser cualquier cosa, sino justo lo que él quería, y sin la mínima falla: que la carne no supiera a carne, que el pescado no supiera a pescado, que el cerdo no supiera a sarna, que el pollo no supiera a plumas. Aun cuando no era tiempo de espárragos había que encontrarlos a cualquier precio, para que él pudiera solazarse en el vapor de su propia orina fragante. No lo culpaba a él: culpaba a la vida. Pero él era un protagonista implacable de la vida.  Bastaba el tropiezo de una duda para que apartara el plato en la mesa, diciendo: “Esta comida está hecha sin amor.” En ese sentido lograba estados fantásticos de inspiración. Alguna vez probó apenas una tisana de manzanilla, y la devolvió con una sola frase. “Esta vaina sabe a ventana.” Tanto ella como las criadas se sorprendieron, porque nadie sabía de alguien que hubiera bebido una ventana hervida, pero cuando probaron entendieron: sabía a ventana."

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Este es un libro maravilloso al que le tengo especial cariño porque con él abrí la única oleada de novelas que he tenido a mis 14 años. Sobre la forma coincido contigo en que está bien narrada. Añadiría que lo que la hace más hermosa es precisamente este aspecto. Esa historia hermosamente narrada comparte junto con otros libros de Gabo como "El Otoño del Patriarca" y "Cien años de soledad" la posibilidad (maravillosa) de ser leído en voz alta. Leerlo de esta forma, agotar los demás ruidos y seguir el ritmo bien marcado por las comas y los puntos ácidos hace que el libro sean dos libros.

Sobre el contenido creo que el libro es una bofetada al amor romántico (y eso lo que más me gusta). El libro empieza en el final de todas las historias de amor clásicas, que bien reproduce Disney en sus películas de Princesas y que con intención no nos muestran. El libro es un recorrido por la falsedad (o al menos dificultad) del "Fueron felices para siempre" pues con la cotidianidad empieza y se termina el amor porque se humaniza.

Al amor romántico García Marquez no sólo enfrenta esa cotidianidad del amor, sino que deconstruye "El Amor" y lo traduce en los amores, sí en ese cruel y tenebroso plural. El autor rompe con la idea de fidelidad y propone la idea de lealtad. A mi juicio desbarata la idea del otro como una propiedad lo que hace aún más maravilloso el libro.

Dirá: "Con ella aprendió Florentino Ariza lo que ya había padecido muchas veces sin saberlo: que se puede estar enamorado de varias personas a la vez, y de todas con el mismo dolor, sin traicionar a ninguna. Solitario entre la muchedumbre del muelle, se había dicho con un golpe de rabia: El corazón tiene más cuartos que un hotel de putas...”

Que te vaya bien en Cartagena.

Adriana Villegas Botero dijo...

Este libro es hermoso... la vejez, el río, la rutina... Es una historia muy bonita sacada de donde a simple vista no habría mucha belleza. Gracias Sebastián por esa reseña tan completa, que me hizo recordar una lectura de hace muuuuuuchos años.