lunes, 2 de junio de 2025

La llamada, de Leila Guerriero

El 29 de diciembre de 1976 Silvia Labayru fue secuestrada en Buenos Aires por militares que la condujeron a la ESMA, en donde la torturaron: le aplicaron corriente eléctrica en sus pezones y otras partes de su cuerpo, la mantuvieron vendada y esposada y la obligaron a oír los gritos de pavor de otros compañeros que sufrían torturas similares. 

En ese momento ella tenía 20 años y 5 meses de embarazo, y la junta militar que había instalado una dictadura en Argentina apenas tenía unos meses en el poder. Su hija Vera nació en una camilla de la Esma y luego fue entregada a sus abuelos. Silvia estuvo recluida en la Esma 18 meses. Fue sometida a múltiples violaciones y la incorporaron a un supuesto programa de reeducación o de adaptación, que pretendía borrarle las ideas que había adquirido en la militancia montonera y rehabilitarla a la vida civil.
Se calcula que a la Esma entraron más de 5000 personas y solo 200 salieron con vida. Silvia fue una de ellas, pero a los sobrevivientes se les mira con sospecha: si conservaron su vida es porque algo hicieron o a alguien delataron, señalar familiares de víctimas y de desaparecidos. 

Esa, a grandes rasgos, es la historia de Silvia Labayru, pero el trabajo que hace Leila Guerriero en "La llamada" no es contar una vida "a grandes rasgos" sino adentrarse en las complejidades de un personaje difícil, contradictorio, sobre el que pueden existir múltiples versiones.
La llamada es una clase magistral de periodismo: muestra un minuicioso ejercicio de reportería que le tomó a la autora un año y 7 meses. Decenas de encuentros con la protagonista y con muchas otras fuentes que pueden aportar un dato, corroborarlo, matizar, agregar capas de sentido. 

Muestra también las tensiones de quien escribe: cómo abordar temas complejos como los detalles de las violaciones; cómo contrastar información contradictoria; cómo determinar cuál información es real; cómo mantener una relación cordial y a la vez profesional, con límites que no mezclen en rol de reportera con la amistad. 

Esa relación se refleja en una frase que Guerriero repite varias veces en el libro, a manera de leitmotiv: "Después, a lo largo de cierto tiempo, nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas. Al terminar, al irme, me pregunto cómo queda ella cuando el ruido de la conversación se acaba. Siempre me respondo lo mismo: "Está con el gato, pronto llegará Hugo". Cada vez que vuelvo a encontrarla no parece desolada sino repleta de determinación: "Voy a hacer esto, y lo voy a hacer contigo". Jamás le pregunto por qué. 

La llamada es un retrato sobre Silvia Labayru pero es también el retrato de una época: la de los años 70 en Argentina, con la dictadura militar y unos jóvenes llenos de ideales y de violencia, pero también la de los años posteriores, en Argentina y en España, en donde resulta muy difícil para las mujeres narrar las violencias sexuales e incluso identificar cuándo hay violencia sexual o qué condiciones debe tener el consentimiento libre e informado. Es un libro sobre la dictadura y la tortura, pero es también un libro sobre el patriarcado y los pesos que impone incluso en sociedades democráticas. Es un libro sobre la amistad, sobre el amor, la libertad sexual y la familia, y también sobre lo difíciles que son las relaciones entre padres e hijos, entre parejas y entre amigos. Sobre la fragilidad de algunos vínculos y lo fuertes y vitales que pueden ser otros. Es, en últimas, un libro sobre la complejidad de la vida y lo reduccionista que resulta juzgar a alguien a partir de un hecho o un momento específico: sobre las múltiples versiones que existen sobre cada uno de nosotros. 

Algunos subrayados

Hay una pregunta que hacen siempre: "¿por qué elige las historias, con qué criterio?", Quizás con el peor de todos. Una abstrusa y soberbia necesidad de complicarse la vida y, al final, vencer. O no" (p. 22).

Cometimos más errores que aciertos. Los milicos fueron peores. Porque tenían el Estado y tenían la obligación de reaccionar de otra manera. Pero nosotros no fuimos ningunos santitos (p. 47).

La gente que tiene hijos cree erróneamente que protege a los hijos. y lo primero que tiene que hacer alguien que tiene hijos es ser honerso: los hijos te protegen a vos. Te protegen del riesgo de no estar amarrado. La gente con hijos tiene la existencia fácil, casi no puede pensar en el suicidio durante años (...) Tengo hijos, no tengo preguntas sobre el sentido de la existencia (p. 76).

Éramos una banda de jóvenes entregados a una causa idealizada contra un aparato militar que se hizo cargo del Estado y llevó adelante un plan sistemático de secuestro, tortura y asesinato (p. 91).

tengo perfecta conciencia de que no entregué a nadie porque no me torturaron lo suficiente (p. 125). 

Entonces estos excompañeritos que militan tanto los derechos humanos prefieren que las violaciones queden impunes antes que este tema escabroso salga a la luz. Ellos mismos no las entienden como violaciones (p. 171). 

Yo desde el principio pensé que no tenía ninguna capacidad ni voluntad de juzgar lo que ella podría haber hecho, porque cuando uno no está en situaciones inimaginables no puede juzgar a partir de esa imaginación imposible (p. 239).

Octavio Paz define ese período, una ruptura de los jóvenes con el orden familiar y el orden social, con tres fenómenos simultáneos que son el hippismo, el Mayo francés y el guevarismo. Distintos tipos de intensidad y localización en su origen. Pero son muy parecidos, como estímulo a los jóvenes. Woodstock, 69; Mayo francés, 68; muerte del Che, 67. Bingo (p. 266).

La izquierda margina todo lo que está fuera de la norma. un puritanismo de "te machaco y te destrozo" (p. 273).

Seguimos así, sin esfuerzo, en esa clase de conversación sin rumbo que arroja cosas impensadas (p. 290).

Yo tengo una idea de cómo me gustaría morir. Como a todo el mundo, me gustaría no sufrir. Pero querría dejar mis cosas ordenadas. Tirar lo que no quisiera que nadie viera. Dejar los libros que me importaron, los de Marguerite Yourcenar, El cuarteto de Alejandría, decir: "Estos libros me hicieron". Decirle a alguien: "Esto me importó". Poder escribirles algo a Vera, a David. Poder despedirme en condiciones (p. 323).

y empiezas a tener conciencia de que lo único que quieres es tiempo. Yo lo único que quiero es tiempo. Tiempo. No necesito más que eso. Pero no queda mucho (p. 345). 

Todo puede ser verdad. Lo que ella percibe. Lo que ven los demás. ¿Cómo saber cuál es la versión correcta? Verdad es todo, ¿pero qué es lo real? (p. 404). 

Es que haber sido linda es un karma en la vejez, cuando perdés esa belleza (p. 427). 


La llamada. Un retrato
Leila Guerriero
Editorial Anagrama
2024
España
430 páginas

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