lunes, 2 de junio de 2025

¿De qué escriben las escritoras en Colombia? Nota editorial, de Pilar Quintana

En marzo de 2022 el Ministerio de Cultura de Colombia presentó la Biblioteca de Escritoras Colombianas, una colección de 18 libros de igual número de autoras descatalogadas o con escasa circulación en el mercado del libro. La idea de la Biblioteca consistía en presentarle al lector una variedad de géneros y temáticas: obras de escritoras colombianas de distintas épocas y lugares, que fueron invisibilizadas en un mundo literario profundamente patriarcal.

Esa primera colección consistió en el rescate literario de 18 libros. No obstante, la realidad de muchas mujeres escritoras es que ni siquiera llegaron a publicar un libro y su obra quedó dispersa en periódicos y revistas. Entendiendo esa realidad, la segunda etapa de la Biblioteca de Escritoras Colombianas presentada en marzo de 2025 reúne 10 antologías con obras de 97 autoras, agrupadas a partir de géneros como cuento, novela corta, poesía, teatro, literatura infantil, ensayo, o temáticas como "literatura rebelde",  entre otras.

Las dos etapas de este esfuerzo editorial fueron lideradas por la escritora Pilar Quintana, autora de novelas como La Perra, Los abismos y el libro de cuentos Caperucita se come al lobo, entre otros. Las discusiones, los hallazgos y reflexiones que le deja este ejercicio editorial se plasman en el ensayo ¿De qué escriben las escritoras en Colombia? una nota editorial que sirve como complemento a los 10 volúmenes y que dialoga con la nota editorial que la autora escribió para la primera entrega de la Biblioteca.

Pilar Quintana cuenta que cuando empezó el proceso de difusión de la Biblioteca de Escritoras Colombianas le preguntaban ¿de qué escriben las escritoras? esperando que ella respondiera "de pajaritos y florecitas". No obstante, su conclusión es que las mujeres escriben (escribimos) de todo y la pregunta más interesante no es entonces "de qué" escriben sino "cómo" escriben: cómo hacen para escribir, porque en un mundo en el que casi nadie vive de la escritura (ni hombres ni mujeres) a las escritoras les toca sumar la carga laboral con la carga del cuidado de la casa y buscar entre ambos mundos un requicio de tiempo para poder escribir.

El ensayo destaca entonces la falta de tiempo para la escritura, pero además un entorno hostil hacia las mujeres escritoras, que tiende a minusvalorar las obras firmadas por mujeres, como si lo que lleva firma femenina fuera de interés exclusivo del mundo femenino. 

Otro rasgo interesante consiste en el valor de las críticas: salvo escasas excepciones, la historia de la literatura escrita por mujeres ha sido investigada, documentada y narrada por otras mujeres, y de eso también da cuenta la Biblioteca.

En su ensayo, Pilar Quintana destaca el aporte de cada una de las 97 autoras y cómo dialogan entre sí. Resalta, por encima de todas, a Soledad Acosta de Samper, verdadera pionera de la literatura colombiana escrita por mujeres, y llama la atención sobre la intención de la biblioteca por incluir voces de distintos territorios y de distintas minorías étnicas.

Dos afirmaciones del ensayo me generan dudas: por un lado, se afirma que un cuento firmado por María Castello en 1935 es el segundo de ciencia ficción escrito por una mujer en Colombia (el primero fue de Soledad Acosta de Samper). No obstante, Rosario Grilllo de Salgado incluye en Cuentos Reales (1947) el cuento Vivisección, que debió ser escrito hacia 1918 o 1920, y en ese orden de ideas sería anterior al de Castello. La segunda afirmación es la presentación de Liliana Cadavid como la primera escritora en abordar el tema lésbico en Colombia. Es posible que Carmelina Soto sea menos explícita que Cadavid, porque nació casi 40 años antes, pero Carmelina fue una autora homosexual y esa condición puede rastrearse en algunos de sus poemas.

Bienvenidas las discusiones. Eso es lo que generan proyectos editoriales como éste que presenta el Ministerio de Cultura. El ensayo de Pilar Quintana, escrito en un tono pedagógico y claro, contribuye a construir una historiografía de la literatura escrita por mujeres en Colombia y sin duda será un texto canónico para futuras generaciones, de la misma manera en que Elisa Mújica y Monserrat Ordóñez lo fueron para las precedentes. 

Algunos subrayados
“El único destino posible para una mujer privilegiada que no se iba de monja era casarse, tener hijos y llevar un hogar” (p. 38)

Soledad Acosta de Samper fue, sin duda, la escritora colombiana más notable y productiva de su tiempo y la primera en vivir de su pluma (p. 43). 

Para las mujeres de antes de las conquistas del feminismo encontrar el amor era una cuestión de superviviencia. Al no ser ciudadanas ni tener capacidades legales, estaban supeditadas a los varones. sus padres, hermanos o maridos y expuestas a su violencia. ¿Cómo no iban a soñar con encontrar un hombre bueno que las amara de verdad? La idea del amor romántico representaba para ellas la posibilidad de una buena vida (p. 56).

Antes de las conquistas del feminismo las mujeres no tenían muchas alternativas. O se casaban con un hombre de carne y hueso o se casaban con uno inmaterial (p. 57).

En el campo literario han iperado una estética y unos valores patrarcales, con su misoginia intrínseca, que impedían apreciar las obras de las mujeres (p. 61).

(en 2020) De los libros de ficción para adultos publicados por las editoriales colombianas, tanto las de los grandes grupos como de las independientes, sólo el 25% correspondían a autoras (p. 79).

¿De qué escriben las escritoras en Colombia? Nota editorial
Pilar Quintana
Biblioteca de Escritoras Colombianas. Segunda entrega.
Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes - Biblioteca Nacional de Colombia
Bogotá
Marzo de 2025
94 páginas

En el país de la magia y otras traducciones, de Eduardo López Jaramillo

Eduardo López Jaramillo fue un escritor, poeta, crítico y traductor que nació en Pereira el 11 de agosto de 1947 y murió en la misma ciudad el 12 de marzo de 2003. Su corta vida, de apenas 55 años contrasta con la intensidad de su trabajo intelectual, que impactó a al menos una generación de risaraldenses. 

Destiempo, el proyecto editorial que lidera desde Pereira el comunicador e investigador Mauricio Ramírez Gómez y que tiene como fin "la circulación de textos literarios y periodísticos, recuperados o inéditos, para motivar la investigación y encontrar nuevas relaciones con el presente", presenta en esta segunda entrega un conjunto de poemas de distintos autores traducidos por López Jaramillo y reunidos en el título "En el país de la magia y otras traducciones".

La primera entrega de Destiempo fueron las Crónicas recuperadas, de Ricardo Sánchez Arenas. Este segundo volumen, también en formato de bolsillo, plantea un salto espacial y formal: salir del territorio parroquial, cercano y próximo, para mostrar cómo el mundo llega a Pereira a través de la traducción de grandes autores, y presentar poemas de autores canónicos del siglo XX, en donde el verso libre y la creación de imágenes simbólicas son quizás el único elemento común.

En este volumen el lector tiene la oportunidad de conocer las traducciones que López Jaramillo hace de cinco poemas de Guillaume Apollinaire, tres de Ezra Pound, otros tres de Jacques Prevért, incluyendo el fantástico "Para hacer el retrato de un pájaro"; cuatro poemas de Kavafis y 15 poemas de Henri Michaux. 

Me resulta imposible valorar la calidad de la traducción realizada por Eduardo López. No hablo las lenguas en las que fueron escritos estos poemas originalmente y, suponiendo que las conociera, de todas formas la traducción de un poema implica, además del dominio de la lengua, el dominio de las formas poéticas: de la musicalidad, del simbolismo, de las imágenes y resonancias que el autor logra en cada verso y que a veces resulta imposible trasvasar a la nueva lengua sin traicionar el sentido original. Por ello es común que la traducción literaria en general, pero la traducción de poesía en particular suscite polémica o debate, ya que el traductor debe tensar de manera simultánea múltiples cuerdas. Si suelta una sola, el resultado se convierte en una traición a la obra original. 

Sin poder entonces valorar la calidad del traducción, valoro eso sí el ejercicio de rescate de estas traducciones hecho por Destiempo. El ejercicio de traducir ha sido históricamente una gran escuela para muchos escritores, que al enfrentarse al reto de desentrañar las claves de un texto aprenden de sus maestros elementos útiles para su propia escritura creativa. ¿Es la traducción en sí misma un ejercicio de escritura creativa? El debate no es nuevo y hay quienes así lo consideran, aunque yo prefiero pensar en el traductor como en un árbitro: entre menos se note, entre más invisible sea, mejor está su trabajo. 

En los años 20 y 30 la prensa del Gran Caldas publicaba con frecuencia traducciones hechas por autores locales de escritores internacionales, principalemente de simbolistas franceses. No había, al parecer, las preocupaciones que hay hoy por los derechos de autor. Los escritores leían en francés, en inglés, en alemán o en latín y se lanzaban a traducir textos que firmaban al pie de la firma original, en un gesto casi de coautoría. Eduardo López es de una generación posterior, pero seguramente bebió de esa tradición. 

En la presentación de este pequeño libro el editor Mauricio Ramírez Gómez comenta: "a mediados de la década de 1960, en la revista "Siglo Veinte", publicada por José Chalarca en Manizales, aparecieron traducciones del entonces joven Eduardo López Jaramillo, de textos de Albert Camus, T. S. Eliot, entre otros. Se trataba de textos que Eduardo enviaba desde Europa, donde se encontraba realizando estudios en la Universidad de Lovaina (Bélgica) con apenas veinte años de edad".

Durante siglos traducir fue un signo de cosmopolitismo: el traductor era la bisagra entre dos mundos. Un buen traductor era quien sumaba a su capacidad técnica para navegar entre dos lenguas la capacidad intelectual de detectar qué textos valía la pena ser traducidos. Eso que fue vigente hasta hace tan poco, quizás en unos años sea anacronismo: las nuevas tecnologías hacen hoy de manera automática lo que antes tomaba días de intensa reflexión.

En el país de la magia y otras traducciónes
Eduardo López Jaramillo
Destiempo, Colección literaria
Pereira
Mayo de 2025
84 páginas

La llamada, de Leila Guerriero

El 29 de diciembre de 1976 Silvia Labayru fue secuestrada en Buenos Aires por militares que la condujeron a la ESMA, en donde la torturaron: le aplicaron corriente eléctrica en sus pezones y otras partes de su cuerpo, la mantuvieron vendada y esposada y la obligaron a oír los gritos de pavor de otros compañeros que sufrían torturas similares. 

En ese momento ella tenía 20 años y 5 meses de embarazo, y la junta militar que había instalado una dictadura en Argentina apenas tenía unos meses en el poder. Su hija Vera nació en una camilla de la Esma y luego fue entregada a sus abuelos. Silvia estuvo recluida en la Esma 18 meses. Fue sometida a múltiples violaciones y la incorporaron a un supuesto programa de reeducación o de adaptación, que pretendía borrarle las ideas que había adquirido en la militancia montonera y rehabilitarla a la vida civil.
Se calcula que a la Esma entraron más de 5000 personas y solo 200 salieron con vida. Silvia fue una de ellas, pero a los sobrevivientes se les mira con sospecha: si conservaron su vida es porque algo hicieron o a alguien delataron, señalar familiares de víctimas y de desaparecidos. 

Esa, a grandes rasgos, es la historia de Silvia Labayru, pero el trabajo que hace Leila Guerriero en "La llamada" no es contar una vida "a grandes rasgos" sino adentrarse en las complejidades de un personaje difícil, contradictorio, sobre el que pueden existir múltiples versiones.
La llamada es una clase magistral de periodismo: muestra un minuicioso ejercicio de reportería que le tomó a la autora un año y 7 meses. Decenas de encuentros con la protagonista y con muchas otras fuentes que pueden aportar un dato, corroborarlo, matizar, agregar capas de sentido. 

Muestra también las tensiones de quien escribe: cómo abordar temas complejos como los detalles de las violaciones; cómo contrastar información contradictoria; cómo determinar cuál información es real; cómo mantener una relación cordial y a la vez profesional, con límites que no mezclen en rol de reportera con la amistad. 

Esa relación se refleja en una frase que Guerriero repite varias veces en el libro, a manera de leitmotiv: "Después, a lo largo de cierto tiempo, nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas. Al terminar, al irme, me pregunto cómo queda ella cuando el ruido de la conversación se acaba. Siempre me respondo lo mismo: "Está con el gato, pronto llegará Hugo". Cada vez que vuelvo a encontrarla no parece desolada sino repleta de determinación: "Voy a hacer esto, y lo voy a hacer contigo". Jamás le pregunto por qué. 

La llamada es un retrato sobre Silvia Labayru pero es también el retrato de una época: la de los años 70 en Argentina, con la dictadura militar y unos jóvenes llenos de ideales y de violencia, pero también la de los años posteriores, en Argentina y en España, en donde resulta muy difícil para las mujeres narrar las violencias sexuales e incluso identificar cuándo hay violencia sexual o qué condiciones debe tener el consentimiento libre e informado. Es un libro sobre la dictadura y la tortura, pero es también un libro sobre el patriarcado y los pesos que impone incluso en sociedades democráticas. Es un libro sobre la amistad, sobre el amor, la libertad sexual y la familia, y también sobre lo difíciles que son las relaciones entre padres e hijos, entre parejas y entre amigos. Sobre la fragilidad de algunos vínculos y lo fuertes y vitales que pueden ser otros. Es, en últimas, un libro sobre la complejidad de la vida y lo reduccionista que resulta juzgar a alguien a partir de un hecho o un momento específico: sobre las múltiples versiones que existen sobre cada uno de nosotros. 

Algunos subrayados

Hay una pregunta que hacen siempre: "¿por qué elige las historias, con qué criterio?", Quizás con el peor de todos. Una abstrusa y soberbia necesidad de complicarse la vida y, al final, vencer. O no" (p. 22).

Cometimos más errores que aciertos. Los milicos fueron peores. Porque tenían el Estado y tenían la obligación de reaccionar de otra manera. Pero nosotros no fuimos ningunos santitos (p. 47).

La gente que tiene hijos cree erróneamente que protege a los hijos. y lo primero que tiene que hacer alguien que tiene hijos es ser honerso: los hijos te protegen a vos. Te protegen del riesgo de no estar amarrado. La gente con hijos tiene la existencia fácil, casi no puede pensar en el suicidio durante años (...) Tengo hijos, no tengo preguntas sobre el sentido de la existencia (p. 76).

Éramos una banda de jóvenes entregados a una causa idealizada contra un aparato militar que se hizo cargo del Estado y llevó adelante un plan sistemático de secuestro, tortura y asesinato (p. 91).

tengo perfecta conciencia de que no entregué a nadie porque no me torturaron lo suficiente (p. 125). 

Entonces estos excompañeritos que militan tanto los derechos humanos prefieren que las violaciones queden impunes antes que este tema escabroso salga a la luz. Ellos mismos no las entienden como violaciones (p. 171). 

Yo desde el principio pensé que no tenía ninguna capacidad ni voluntad de juzgar lo que ella podría haber hecho, porque cuando uno no está en situaciones inimaginables no puede juzgar a partir de esa imaginación imposible (p. 239).

Octavio Paz define ese período, una ruptura de los jóvenes con el orden familiar y el orden social, con tres fenómenos simultáneos que son el hippismo, el Mayo francés y el guevarismo. Distintos tipos de intensidad y localización en su origen. Pero son muy parecidos, como estímulo a los jóvenes. Woodstock, 69; Mayo francés, 68; muerte del Che, 67. Bingo (p. 266).

La izquierda margina todo lo que está fuera de la norma. un puritanismo de "te machaco y te destrozo" (p. 273).

Seguimos así, sin esfuerzo, en esa clase de conversación sin rumbo que arroja cosas impensadas (p. 290).

Yo tengo una idea de cómo me gustaría morir. Como a todo el mundo, me gustaría no sufrir. Pero querría dejar mis cosas ordenadas. Tirar lo que no quisiera que nadie viera. Dejar los libros que me importaron, los de Marguerite Yourcenar, El cuarteto de Alejandría, decir: "Estos libros me hicieron". Decirle a alguien: "Esto me importó". Poder escribirles algo a Vera, a David. Poder despedirme en condiciones (p. 323).

y empiezas a tener conciencia de que lo único que quieres es tiempo. Yo lo único que quiero es tiempo. Tiempo. No necesito más que eso. Pero no queda mucho (p. 345). 

Todo puede ser verdad. Lo que ella percibe. Lo que ven los demás. ¿Cómo saber cuál es la versión correcta? Verdad es todo, ¿pero qué es lo real? (p. 404). 

Es que haber sido linda es un karma en la vejez, cuando perdés esa belleza (p. 427). 


La llamada. Un retrato
Leila Guerriero
Editorial Anagrama
2024
España
430 páginas

martes, 13 de mayo de 2025

Ahora y en la hora, de Héctor Abad Faciolince

El 27 de junio de 2023, cuando la invasión de Rusia a Ucrania ya completaba año y medio, tres colombianos, una escritora ucraniana y un fixer de ese país se reunieron para cenar en una pizería de Kramatorsk, una ciudad al oriente de Ucrania. Llevaban dos días recorriendo zonas afectadas por la invasión, a escasos 35 km de la línea de combate. En medio de la cena un misil cayó sobre el restaurante. Murieron 13 personas, entre ellas la escritora ucraniana Victoria Amelina, que estaba con el fixer y los tres colombianos.

Uno de esos colombianos era el escritor Héctor Abad Faciolince, quien acaba de publicar "Ahora y en la hora", libro que relata ese instante del atentado, los días previos, los posteriores y el quiebre que significó en su vida haberse expuesto a ese riesgo.

Se trata de un libro de no ficción, una crónica de viaje y guerra, aunque quizás la etiqueta de crónica tampoco le encaja bien porque al texto le falta reportería y le falta contexto para ser un libro realmente periodístico. Es más bien un testimonio en primera persona en el que Héctor Abad se ubica en el centro de la narración para contar lo que vivió y lo que vio, aunque el libro se presente como un homenaje a Victoria Amelina, que en realidad es una figura brumosa dentro del relato. 

Al comienzo Abad afirma:"el 24 de febrero (de 2022) marcó el comienzo del más devastador y mortífero conflicto bélico que ha habido en Europa en ochenta años, desde el final de la Segunda Guerra Mundial" (p. 17). La certeza de este dato depende de la fuente y la fecha de corte, porque para algunos la guerra de la antigua Yugoslavia dejó más muertos que los que ha dejado la invasión a Ucrania. Este podría ser un detalle menor en una obra literaria, pero tratándose de un libro de no ficción el rigor en los datos es imprescindible. 

Ahora y en la hora incluye introspección, poemas de Abad, algunos perfiles y una mezcla de textos que se cosen para construir un alegato a favor de Ucrania. El libro explica poco sobre el conflicto bélico, quizás porque para el autor la única explicación válida consiste en que Putin es un déspota que decidió invadir. Afirma que algunos amigos escritores no comparten su visión, pero tampoco desarrolla cuál es la visión de ellos. En una entrevista oí que el manuscrito original incluia una novela y las editoras depuraron la ficción, dejaron la no ficción y, en consecuencia, lo que llegó al lector es el fruto del trabajo que el autor no pudo terminar y dejó en manos de las editoras. Creo que eso se nota. 

 
Algunos subrayados

Mi más querido aliado, siempre, es el olvido (p. 13).

Cada libro que he escrito es tan radicalmente distinto a los anteriores que en todos ellos (en los publicados y en los que reposan en el sepulcro de mis intentos fallidos) he sentido lo mismo: que al abordarlos vuelvo a ser un aprendiz (p. 36). 

Mi cobardía habitual (enmascarada con el bello nombre de prudencia) (p. 37)

empezamos una de esas amistades a la inglesa, que —como dice Borges— excluyen las confidencias (p. 67).


es más fácil hacer el retrato de alguien a quien no conoces que el de alguien a quien conoces mucho o al menos crees conocer bastante. Es esto lo que explica que el retrato más difícil de hacer sea el de uno mismo (p. 76).

si hay quienes quieren tener la experiencia de cada instante tan intensamente como si fuera el último, estos son precisamente aquellos que sienten todo el tiempo su vida amenazada (p. 82).

La guerra es una especie de agujero negro que engulle vidas como si fueran átomos (p. 85). 

ya no tenía tiempo ni ganas de escribir ficción. La realidad era mucho más fuerte y rotunda que cualquier cosa que pudiera imaginar (p. 91). 

Cuando un escritor no ha leído a otro, la conversación entre ellos se hace ardua y es común que entre los dos se instale una especie de timidez teñida de culpa. Vamos a ciegas, los escritores, si no nos hemos leído. Al fin y al cabo, los escritores no somos casi nada, o mejor dicho, somos casi tan solo lo que hemos escrito (p. 99).

Su lema podría ser el de todos los periodistas de pura cepa: si-no-se-va-no-se-ve, los siete monosílabos que representan a los reporteros de verdad (p. 115). 

Me quedo aterrada cuando me dicen valiente en Colombia. Toda la gente que me rodea hace lo mismo que yo. No es raro. Es normal. Soy reportera, somos reporteros. No nos sentimos valientes. No le doy dimensiones extraordinarias. Pienso que me falta mucho por aprender; todavía lo hago muy mal. Una y otra vez pienso que la embarré. La vez siguiente lo hago mejor. Eso me mueve a seguir haciéndolo (p. 127). 

Después de una experiencia límite, uno no sabe de qué, pero se siente culpable, culpable de estar vivo, de tener que compartir el mundo con los que matan a tus amigos, a tus vecinos, a tu prójimo, y los siguen matando (p. 132). 

Al leer a los escritores nos volvemos sus amigos, a veces casi íntimos, porque nada se parece tanto a nosotros como lo que dejamos por escrito (p. 135). 

y los escritores —algunos por lo menos— aspiramos a que los libros (y hasta los fracasos que no editamos) nos representen cuando estemos muertos, en la ilusión de una forma de supervivencia (p. 158). 

sentir plenamente la felicidad de estar vivo (que consiste sobre todo en abrazar a las personas que uno más quiere) (p. 171).

Es una gran virtud morirse sin ganas de dejar la vida, amándola todavía a pesar de todo, a pesar del dolor y los achaques, a pesar de la vejez y el deterioro inevitable del cuerpo (p. 173). 

La muerte es eso: que la realidad cesa, que el mundo que amas (tus hijos, tu mujer, tu país, tus paisajes, tus cosas) se terminan de repente y pasan a no ser nada. (p. 179). 

A mi vida le han sobrado vida y muerte. De esa aparente abundancia proviene mi no saber qué hacer con el peso de las experiencias. Me doblegan, me derriban, me elevan, me exaltan, me asfixian (p. 187). 

el peor mal no es la propia muerte; el peor mal es la muerte de los seres queridos (p. 188). 

La religión no será el opio de los pueblos, pero sí de los padres; de los padres huérfanos de hijos (p. 194). 

casi todos los libros, incluido este que quisiera escribir en mi cuaderno negro, son libros de amor (p. 199).

Tres dedos sostienen la pluma, pero todo el cuerpo trabaja (p. 201).



Ahora y en la hora
Héctor Abad Faciolince
Editorial Alfaguara
Bogotá
Mayo de 2025
222 páginas

miércoles, 7 de mayo de 2025

Imposible decir adiós, de Han Kang


Gyeongha es una mujer que vive en Seul y atraviesa una situación límite (está pensando a quién encargar lo que debe hacerse después de que ella muera) cuando recibe un mensaje de su amiga 
Inseon. Inseon es una fotógrafa que trabajó hace años con Gyeongha y aunque son cercanas llevan tiempo sin hablar. Inseon le pide que la visite en un hospital y cuando Gyeongha lo hace Inseon la insta a que vaya inmediatamente a su casa a salvar a un pájaro que morirá si ella no llega a tiempo, porque se agotarán el agua y la comida. Inseon vive en Jeju, una isla, lejos de Seul. Gyeongha sale del hospital al aeropuerto y al llegar a la isla se encuentra con una tormenta pavorosa. La nieve le llega a los muslos.

Así empieza Imposible decir adiós, una novela muy distinta y a la vez con elementos que recuerdan a La vegetariana, quizás la obra más reconocida de la coreana Han Kang.

Ambas obras están divididas en tres partes. Las dos se centran en mujeres de mediana edad en situaciones críticas. En las dos son recurrentes las pesadillas y los sueños. En ambas hay escenas de gran belleza visual escritas a partir de un proyecto artístico que alguno de los personajes está ejecutando. En las dos hay enfermedad, hospitales y detalles explícitos sobre la corporalidad y tanto La vegetariana como Imposible decir adiós son novelas cortas, escritas de manera muy fragmentada, en donde se intercala la narración con pasajes de profundo calado lírico.

Teniendo tantos elementos comunes, la historia, no obstante, es muy distinta. Gyeongha es la narradora y al comienzo parece ser la protagonista del libro, pero a medida que avanza la lectura el interés se centra en Inseon, y más que en ella en sus antepasados: en su madre, su padre, sus abuelos, su tío: en las víctimas de la masacre de la Isla de Jeju, que empezó el 3 de abril de 1948 y cobró la vida de al menos 30.000 personas, en la masacre de la Liga Bodo, una persecusión a los comunistas de Corea del Sur, que mató a al menos 50.000 personas, y la masacre de la Mina de Cobalto de Gyeongsan, en donde fueron asesinados al menos 3.500 presos. 

Es difícil que un lector occidental tenga información sobre cada una de estas masacres, pero para eso está Wikipedia. Han Kang no hace un relato pormenorizado o periodístico de los hechos que denuncia. Ofrece los referentes básicos para que el lector complemente la información que considere, y su trabajo consiste en elaborar una memoria histórica a partir de un lenguaje poético que permita revivir a los muertos a partir del diálogo que establecen con los vivos que mueren. En una zona liminal y fantasmagórica, en la que no es claro si los personajes de la primera parte del libro siguen vivos en la segunda (¿Han Kang leyó Pedro Páramo?) la autora se sustrae de dar explicaciones racionales a hechos extraordinarios y simplemente narra la manera en la que esa casa de Inseon en una zona apartada y rural de Jeju, estuvo habitada antes por su madre, ya fallecida, quien a su vez investigó y documentó la muerte de su hermano mayor y de su madre, arrasados por una violencia política que allá y acá se ensaña con campesinos y personas pobres.

La prosa de Han Kang es tremendamente visual, con varias capas de sentido para navegar con belleza en medio del dolor. El texto (que evidencia un trabajo de traducción extraordinario) permite viajar al lector por distintas sensaciones (dolor, frío, escozor, asombro) y permite también identificar elementos similares en geografías distantes: el desplazamiento forzado, el drama de los desaparecidos, las detenciones arbitrarias y la zozobra que causan decisiones políticas que se toman en la capital y que se ensañan con los cuerpos más débiles en zonas remotas.

Algunos subrayados
Entonces caí en la cuenta de lo frágil que es la existencia humana; de lo fácil que se quiebran y desgarran la piel, los órganos, los huesos y la vida. Todo por una decisión (p. 15).

¿Cómo pude ser tan ingenua, tener la desfachatez de creer que podría escapar algún día del sufrimiento y librarme de los vestigios de violencia cuando había tomado la decisión de escribir sobre masacres y torturas? (p. 22).

La nieve siempre me provoca una sensación de irrealidad. ¿Sería por la morosidad con que caía? ¿Por su belleza? Cuando veía moverse los copos con la lentitud de la eternidad, de pronto se me hacía patente lo que era realmente importante y lo que no (p. 37).

Mi madre me contó que aquel día aprendió, de una vez y para siempre, que cuando alguien se muere y su cuerpo se enfría la nieve se acumula sobre sus mejillas y la sangre se escarcha (p. 67).

A veces no resulta fácil diferenciar la paciencia de la resignación, la tristeza de la reconciliación incompleta, la fortaleza de la soledad (p. 83). 

el mensaje que yo había recibido en Seúl y todo lo que me había pasado en la isla no eran sino las fantasías de alguien que ya no era de este mundo (p. 150)

Estamos sentadas donde el fuego lo devoró todo -pensé- Estamos sentadas donde se desplomaron las vigas y nubes de ceniza volaron por los aires (p. 190). 

Cuando los vecinos le preguntaban a mi abuela para qué diablos se molestaba en hacer estudiar a sus tres hijas, ella les respondía sonriendo que el mundo iba a cambiar algún día (p. 193).

¡Qué poco sabía yo de mi madre! Y eso que creía conocerla bien (p. 199).

Como sabes, al menos unas cien mil personas perdieron la vida en todo el país.
Al tiempo que asentía con la cabeza me pregunté para mi adentros si no habrían sido muchos más (p. 212).

(1960) En aquel entonces mi madre tenía ya veinticinco años. Todos estaban preocupados porque había sobrepasado la edad de casarse, pero ella no tenía ningún interés en contraer matrimonio (p. 218).

Mi madre se sentó en cuclillas y yo la imité. Entonces se giró hacia mí sonriendo y me acarició la mejilla. Luego me pasó la mano por la cabeza, por el hombro, por la espalda. Sentí su amor como un dolor sordo que me traspasaba la piel, se hundía hasta la médula de los huesos y me encogía el corazón... Fue entonces cuando supe lo mucho que duele amar a alguien (p. 242).

Creí que después de que ella muriera podría recuperar mi vida, pero el puente que podía llevarme de regreso había desaparecido. Mi madre ya no entraba a mi cuarto, pero yo no podía dormir de todas maneras (p. 244) 

Ya no me sorprendía nada de lo que un ser humano podía hacerle a otro ser humano... (246)

Porque la guerra nunca terminó, porque solo quedó en suspenso, porque el enemigo sigue allí, al otro lado de la Línea del Armisticio, porque todos se callaron, incluso los familiares de los masacrados, porque abrir la boca equivalía a ponerse del lado del enemigo (p. 247).


Imposible decir adiós
Han Kang
Traductora: Sunme Yoon
Random House
Bogotá, 2024 (primera edición 2021)
252 páginas

sábado, 3 de mayo de 2025

Para otros es el cielo, de Piedad Bonnett

Silvia es una profesora universitaria y editora que en la primera página de este libro aparece en un entierro. Pronto nos enteramos que el muerto es Alvar, un profesor universitario que fue su amante nueve años atrás. El libro se encarga de develar lentamente quién fue ese personaje, que murió joven, a los 54 años, y cuáles fueron las circunstancias que lo llevaron a esa muerte.

Esta novela de Piedad Bonnett se estructura a partir de 21 capítulos cortos en los que la autora cambia de narrador: algunos apartados se narran por Silvia, en primera persona, y otros tienen un narrador omnisciente que muestra a Alvar desde su infancia hasta su muerte.

La autora trabaja dos escenarios de interés: la universidad, con sus tedios, sus mediocridades y sus celos entre académicos, y Bogotá, con algunas calles identificables, algunos parques y una atmósfera plomiza y de soledad.

A diferencia de otras novelas suyas más autorreferenciales, este texto se siente distante y brumoso. Alvar deja un manuscrito para Silvia, del que el lector va leyendo pequeñas frases a lo largo del texto. Se trata de frases que reflexionan sobre el sentido de la vida, y ese tono reflexivo permea todo el relato: una novela en la que la introspección y el análisis antecede a la acción.

Esta novela es que fue publicada en 2006 y en ella abundan las reflexiones en torno al suicidio. Se trata de un elemento interesante, toda vez que la obra fue escrita varios años antes del suicidio de Daniel Segura, hijo de Piedad Bonnet, quien a raiz de esa muerte escribió "Lo que no tiene nombre", obra que la catapultó al reconocimiento del público lector. 


Algunos subrayados
Hay personas que cumplen el horrible papel de hacer palidecer el entorno, el pasado y el porvenir, porque su luz deslumbrante queda habitando en nuestras pupilas cegándolas para siempre (p. 15).

la vida no es más que un montón de tristes malentendidos (p. 18).

todas las infancias del mundo tienen un ingrediente de infortunio (p. 24).

Así como hay escritores que son ante todo grandes lectores, Marcel, siendo un magnífico conversador, era ante todo un buen escucha (p. 27).

También la universidad se ha estupidizado, amigo, como la prensa (p. 28). 

Pero si uno iba a ser explotado por un patrón, y por desgracia a él le tocaba serlo todavía por unos años, hasta su jubilación, era preferible que ese patrón fuera la universidad, más respetuoso y menos mezquino que casi todos los patrones (p. 28). 

mientras tuviera que asistir a las tediosas reuniones profesorales, y enterrar sus horas en el inútil ejercicio de la corrección, no podría hacer lo que de verdad estaba obligado a hacer, que era escribir y publicar sus ensayos (p. 29).

que nunca es más irreal el mundo que cuando amamos. Y que si el amor no es correspondido, si es un amor imposible, la consecuencia resultante es no sólo que un mundo de fantasías e ilusiones suplanta al mundo real y lo desplaza, sino que el yo, cortado su nexo con el tiempo real, queda en un estado de suspensión perpetua, de flotación en un mar de deseos y frustraciones (p. 54).

Con el paso del tiempo iba a abominar de la especialización, esa cárcel laberíntica que impide a tantos talentos alzar vuelo. Y aunque muchos de sus alumnos apreciaban esa manera singular de acercarse a las cosas, tan poco ortodoxa, la universidad le iba a hacer pagar un precio por ello (p. 60). 

repulsa contra todo lo que era afirmado con certidumbre, un disgusto producido por la fe sin resquicios (p. 67).

todos vamos por la vida haciendo pequeñas traiciones, a veces a los demás, a veces a nosotros mismos (p. 70). 

a medida que envejecía le iba resultando más evidente la idea de que la sabiduría del universo escapa del todo a la mente humana, y por tanto, que la empresa de ordenarlo, clasificarlo, penetrarlo, resulta vanidosa, y patético el esfuerzo de traducir en palabras el saber (p. 73). 

Los últimos diez años los he dedicado a prescindir de los demás y no me cabe duda de que esa prescindencia equivale a conquistar la libertad (p. 76).

me mortifican las personas que se inventan a sí mismas como personajes. En eso Vallejo se parecía a su augografiado, Barba Jacob, que fungió de poeta maldito con talentosa premeditación (p. 94).

La gente se conoce por la forma en que camina (p. 95).

me habían enseñado dos cosas: que no estaba hecha para la convivencia apacible que sucede al enamoramiento, que a cambio de equilibrio nos corta las alas; y que no se puede dejar pasar el amor, así nos deje maltrechos y llenos de cicatrices (p. 95). 

es difícil dejar a una esposa que al fin y al cabo es compañía y nos da hijos y piensa en pequeños detalles en los que uno no está dispuesto a pensar -entonces ya no se le puede dejar porque viene una dependencia atroz, una necesidad que sólo es mayor que la misma rabia impaciente que ella nos causa (p. 103).

El infierno no debe ser otra cosa que la suma incontable de minúsculos hechos que nos violentan sin sentido mientras la cordura nos dice que debemos ser tolerantes y no exteriorizar nuestro disgusto (p. 107).

Wilde dice que la coherencia es el último refugio de los que no tienen imaginación (p. 129).

Entre la sensatez y el peligro me quedo con el peligro. Si de algo me lamento hoy es de los errores que no cometí... (p. 138). 

La vida no es más que una larga sucesión de hechos sin interés, un paisaje plano conformado por miles y miles de momentos aburridos, y vivir equivale, sobre todo, a sobreponerse al tedio (p. 141).

Una espsoa no es nunca una verdadera rival para una amante (p. 151).

un cuerpo que a unas pocas horas de la muerte sigue estando poderosamente vivo (p. 156).


Para otros es el cielo
Piedad Bonnett
Editorial Penguin Random House
Bogotá, 2015 (primera edición 2006).
183 páginas

lunes, 28 de abril de 2025

El prestigio de la belleza, de Piedad Bonnett

Fue casual que leyera "El prestigio de la belleza", de Piedad Bonnett, publicado en 2010, luego de haber leído "La mujer incierta", publicado por la misma autora en 2024. Se trata de dos libros cercanos en su tono y objeto de reflexión: historias escritas en primera persona en las que la autora reflexiona sobre su propia vida, su cuerpo y su lugar en el mundo.

"El prestigio de la belleza", la precuela de "La mujer incierta", para ponerlo en términos cinematográficos, narra los primeros años de Piedad Bonnett, desde su nacimiento en Amalfi (pueblo que describe pero no nombra), el traslado de su familia a Bogotá, cuando ella tenía 10 años, y su reclusión en un interado regentado por monjas, en Bucaramanga, en la adolescencia. El libro se divide en tres partes y cada una de ellas corresponde a cada uno de esos lugares en los que vivió.

La narradora parte de una premisa: es fea, o al menos más fea que su hermana y más fea que lo que su madre esperaría de una hija suya. Ser fea significa ser menos. Sentirse insegura, menos querida, menos digna. Las reflexiones sobre el cuerpo, sobre los cambios durante la adolescencia, y la importancia que las mujeres le damos a la apariencia física están muy presentes en este libro que aborda además la educación sentimental femenina en los años 50-70 del siglo XX: la omnipresencia de la religión en la vida cotidiana y la concepción del cuerpo como un territorio de pecado.

El libro es claro, ameno, ágil. Piedad Bonnett narra con gracia, con humor y precisión. Pero más que anécdotas juveniles y episodios familiares, que es lo que se percibe en una capa superficial de lectura, el libro ofrece un retrato crítico sobre los cánones impuestos a las mujeres en una sociedad patriarcal y religiosa, en la que los mandatos sobre el cuerpo y el comportamiento vienen definidos desde antes de nacer.


Algunos subrayados
ya que en su familia la belleza era la constante, tanta fealdad debía venir de la familia de mi padre (p. 12).

la belleza, bien se sabe, es ganzúa que hace ceder todas las cerraduras (p. 13). 

Mucho tiempo después iba a enterarme de que el amor se manifiesta a veces con desesperación, egoísmo, tretas, trampas. Que el amor jamás es inocente (p. 13). 

Nunca necesitamos tanto de otro como cuando oscurece (p. 17). 

empecé a disfrutar los placeres de la tristeza (p. 24). 

el meconio en un recién nacido es señal inequívoca de que alcanzó a sufrir porque su vida estuvo en peligro (p. 38). 

creo que sabemos que hemos conquistado la adultez o, más bien, que la adultez ha terminado por dominarnos cuando aprendemos a manejar el ocio. (p. 42). 

no hay belleza completa en una mujer si no tiene una cabellera de rizos sueltos, de alegres bucles ondeando al viento (p. 50).

Comprendí en aquel momento que la belleza es enteramente inútil (p. 54).

Se es bello o se es feo o se es anodino, que es casi peor (p. 72). 

en eso los niños proceden como los amantes de la poesía: gustan de regresar una y otra vez a lo mismo, porque más que descubrir quieren volver a sentir lo que ya sintieron (p. 77). 

La dicha y el tormento de todos los amores tienen como alimento preferido las fantasías y las conjeturas (p. 86). 

Yo aguanté las lágrimas con la dignidad que casi siempre da la rabia (p. 87). 

No hay método para hacerse culto. Ni hay qué leer en ningún orden. Lo que hay que hacer es apasionarse por algo (p. 91). 

Supe que el amor, ese sentimiento perturbador y efímero, existe básicamente para ser desahogado en cartas ardientes y sin remedio cursis, pero no hay carta de amor que no lo sea. Pero también, a veces, lo ridículo puede ser bello (p. 94). 

El cuerpo era, en mi caso, un estorbo con el que debía cargar (p. 99).

un baño es un lugar que brinda las mejores condiciones para el retiro, la reflexión, la paz del espíritu (p. 106).

Como todos los seres que se creen feos o ignoran que son poseedores de cierta belleza, sucumbí al primer halago (p. 116).

los hombres se enamoran de las mujeres, y las mujeres nos enamoramos del deseo que por nosotras siente un hombre (p. 117).

no hay nada que corra más rápido que el tiempo cuando estamos en dulce compañía (p. 121).

No fui explícita, por lo menos al comienzo, sobre mi gusto por la lectura: los intelectuales inhiben, eso es lo que la vida me ha demostrado (p. 132).

La enfermedad, como la muerte, la guerra, la ruina, tiene el poder de devolver al ser humano el sentido de las proporciones. Con ella volvemos a contemplarnos como lo que en el fondo somos: un tumultuoso montón de vísceras y músculos y huesos (p. 137).

La humillación, lo supe en ese momento, se siente en todo el cuerpo (p. 141).

Era obvio que yo, que escondía con verdadera vergüenza mis poemas, no escribía como los poetas a los que se refiere Kundera, para que mi rostro fuera amado y endiosado. Lo que quería era otra cosa: amarme a mí misma mientras los escribía. Quería que mi tristeza fuera bella (p. 158). 

Un suicida era para mí la quintaescencia de la belleza trágica. Aunque prefería la imagen de un cadáver desmadejado, con el rostro transparente y una ligera sonrisa, como había visto en ciertas pinturas, y no la de una chica ebria, con los ojos saltados y la pequera llena de vómito, su acción me parecía heroica, poética, misteriosa (p. 175).

Nadie se enamora de otro por lo que sabe, y ni siquiera por sus talentos (p. 185).

Comprendí que toda su rebeldía, su deseo de libertad, su infinito sentido crítico y, por consiguiente, su desacuerdo con el mundo, nacían de su contacto con los libros (p. 196).




El prestigio de la belleza
Piedad Bonnett
Penguin Random House. De bolsillo
2018 (primera edición 2010)
Bogotá
204 páginas

domingo, 13 de abril de 2025

Cartografía verbal del odio en Colombia, de Beatriz Arana, Belén del Rocío Moreno, Julio Roberto Arenas, Marta Renza y otros

"Cartografía verbal del odio en Colombia" es un libro colaborativo en el que Beatriz Arana, Belén del Rocío Moreno, Julio Roberto Arenas y Marta Renza, adscritos a la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, ofician como curadores y compiladores de distintos textos escritos por 36 autores.
El subtítulo del libro es "Un manual para desarmar las palabras" y esa es la propuesta central de la obra: desbaratar el sentido o los sentidos de términos que en Colombia han mutado desde su significado original para designar algún aspecto de la conflictividad nacional: sapo, perra, falso positivo, bandolero, polarizar, intolerancia, facha, cerdo, pirobo, gonorrea... términos que permean el habla cotidiana con cargas de violencia que se perciben normales, aunque no lo sean.

Los textos varían en extensión, profundidad y género. Hay poemas, microensayos de un párrafo y artículos de tres o cuatro páginas. Esa diversidad, en algunas páginas, puede leerse como irregularidad en tono y calidad, aunque en general hay uniformidad en el enfoque: la mayoría de los microcapítulos se asemejan a columnas de opinión que se detienen a reflexionar sobre algún aspecto del lenguaje y sobre lo que las palabras dicen de quién las pronuncia. 
En la lista de autores hay nombres desconocidos y hay escritores de prestigio, como los poetas Juan Manuel Roca y Horacio Benavides, los narradores Julio César Londoño, Ricardo Silva Romero y el ensayista Gonzalo Sánchez. Yo participo con dos textos que fueron solicitados por los curadores: "No es broma, es violencia" y "Susceptibilidades lingüísticas", ambos previamente publicados en La Patria como columnas de opinión.

La decisión editorial de borrar el nombre de los autores de cada texto, para registrarlos únicamente en la solapa del libro, impide que el lector pueda identificar quién escribió qué capítulo. Ese gesto puede entenderse como el deseo de hacer una obra coral y colectiva, pero se corre el riesgo de borrar el disenso y presumir que todos los autores están dispuestos a suscribir todos los textos. En una obra colectiva es posible que en caso de solicitarse la firma en una página, alguien desee responder como Bartleby, el escibiente: preferiría no hacerlo.

Más allá de esa sutileza editorial, el libro permite una lectura ágil, e incluso con humor, lejana de la rigidez de los textos académicos. Ese tono se complementa además con una invitación valiosa y profunda: hacer una pausa para pensar qué se dice cuando se habla; cuál es el sentido de cada palabra y darle valor a aquello que decimos y escuchamos. 

Algunos subrayados:
La gran apuesta de toda formación cultural es domesticar los desafueros del odio —que siempre lo habrá—, para que este no se desborde contra la vida. Tal domesticación implica la simbolización del odio (p. 37).

meretriz era el término delicado y loba el rústico. La historia es bonita: el pastor le pagaba a la prostituta bucólica con una oveja, y luego le decía al patrón: un lobo (lupus)  se comió una oveja. Por esto los burdeles romanos se llamaban lupanares (p. 51).

hubo un señor que fungió de presidente que dice haber acabado de raíz con el paramilitarismo en Colombia. Lo demás sólo es Bacrim (p. 101).

La historia la escriben los vencedores, dicen, y sus letras capitales son los monumentos, pero también es cierto que los revolucionarios reescriben la historia (p. 165). 

vándalos han sido, con contadas y brevísimas interrupciones, los que desde la Colonia han manejado este país como si se tratara de su inodoro personal (p. 167).

(según Umberto Eco) el fascismo rinde culto a la tradición, repudia la razón, enaltece las virtudes de la acción, sospecha de las actitudes críticas, considera el desacuerdo como traición, exacerva el natural miedo a la diferencia (de donde es racista por definición), está obsesionado por el complot (internacional o interno), se alimenta con la frustración individual o colectiva, considera a los enemigos demasiado fuertes o demasiado débiles, no lucha por la vida sino que vive para la lucha (de donde la paz es considerada connivencia con el enemigo), es de entraña elitista (los miembros del partido son los mejores ciudadanos, lo que no obsta para que empleen la fueza bruta en el ejercicio de la política y expurguen con violencia una sociedad que califican de decadente), hace de la mitología del héroe su norma (por lo tanto encomia la muerte de los enemigos o de quienes no pertenecen a su facción), transfiere su voluntad de poder al ámbito sexual (es machista e intolerante con las manifestaciones de la vida erótica que no sean heterosexuales), habla en una "neolengua" de léxico y sintaxis elementales (p. 218).


Cartografía verbal del odio en Colombia. Un manual para desarmar las palabras
Curadores: Beatriz Arana, Belén del Rocío Moreno, Julio Roberto Arenas, Marta Renza
Fondo de Cultura Económica y Universidad Nacional
Bogotá
Noviembre de 2024
304 páginas.





martes, 25 de marzo de 2025

Carretera al mar, de Tulio Bayer

Crecí en Manizales, leo a autores de la región y no sé cómo sucedió que llegué hasta mis 50 años sin haber leído a Tulio Bayer. No solo eso: sin haberlo leído, y sin haber escuchado sobre su historia de vida ni su obra, salvo algún comentario marginal.

Vi en una librería "Carretera al mar" con una anotación en la portada: "un aporte al Informe de la Comisión de la Verdad, para que el origen del conflicto que nos ha devastado no quede en la sombra". Se trataba de una reedición de 2023 de una novela descatalogada y olviadada publicada en 1960. La compré y la ubiqué en mi biblioteca hasta que se llegara el momento de leerla. Pasaron casi dos años. Este fin de semana la saqué de su refugio y me sumergí en sus páginas, con el placer de quien emprende un viaje por carretera y con el deslumbramiento de estar descubriendo a un amigo perdido. 

El libro empieza con un prólogo en el que Orlando Villanueva Martínez se encarga de contar quién fue Tulio Bayer: un médico que ejerció su profesión en donde pudo, porque desde muy pronto fue señalado como bandolero, chusmero, guerrillero, comunista o raro, en una sociedad profundamente conservadora. Tulio Bayer nació el 18 de enero de 1924 en Riosucio, Caldas, entró a Medicina a la Universidad de Antioquia en 1943, fue secretario de higiene y educación de Manizales, profesor universitario, columnista de La Patria y médico arrinconado en Puerto Carreño, punto lejano al que llegó buscando trabajo y en donde empezó a escribir Carretera al mar. Después de que este libro publicó otros, fue detenido, estuvo en prisión y se exilió en París en donde murió en 1982.

Carretera al mar es la historia de Antonio Uribe, un alter eco de Bayer. Se trata de un médico que llega a hacer su rural a Dabeiba, un municipio de pasado liberal pero gobernado por alcaldes militares y por poderes aliados con la policía chulavita. Cada liberal es un chusmero, cada chusmero es un bandolero y cada bandolero es objetivo militar. Corre el año 1947. 

El libro se divide en dos partes: la primera ocurre en Dabeiba, con el joven médico recién llegado. Los capítulos cortos sirven para presentar a los distintos personajes y alrededor de cada personaje se teje una historia: el cura que pide limosnas para remodelar el templo en un municipio sin escuela; el boticario conservador que le propone al médico que formule lo que él tiene en su farmacia y a cambio ofrece comisión; el carpintero que vive de hacer ataúdes en medio de la ola de violencia, el expolicía que ayuda en las necropsias; el exalcalde liberal que ahora vive en el ostrasismo, y Zoraida, la prostituta del pueblo, que se convierte en la pareja del médico, como le ocurrió en la vida real al escritor Bayer.

La segunda parte ocurre en la zona rural de Mutatá, a donde huyen Antonio y Zoraida luego de que los conservadores logran poner a un alcalde de bolsillo. Acá la carretera al mar cobra mayor presencia, porque Antonio es el médico de los trabajadores de la construcción, aunque el protagonismo en esta segunda parte se lo lleva Saulo José Villada, un joven ingeniero civil que asume el control de la obra.

Carretera al mar es una novela que le sirve a Tulio Bayer como instrumento para exponer sus tesis políticas y sus denuncias sociales: el olvido en el que vive la ruralidad, la corrupción, la violencia que ejercen los conservadores, la división de clases, la prostitución, el daño que hacen las religiones y muchos otros temas. Alaba a  Fernando González Ochoa y considera que el mejor poeta colombiano es León de Greiff. Se explaya en descripciones detalladas de las necropsias (en su tesis universitaria Bayer dijo que ni siquiera los cadáveres de todos los campesinos de Colombia sirvieron para hacer progresar la medicina legal colombiana) y reitera que el hambre infantil es la principal consecuencia de la violencia. Por ser una novela de tesis algunos personajes están desdibujados y en la trama aparecen y desaparecen nombres que funcionan como meros figurantes. Pero más allá de eso, el libro sí retrata con precisión la violencia bipartidista, que quedó sepultada en el relato histórico y literario por la posterior violencia guerrillera y narcotraficante. En ese sentido la novela es un documento valioso que permite comprender el miedo y la zozobra que vivieron tantos pueblos de Colombia, en esa época conocida como La Violencia que, aunque parezca increíble, fue más violenta que los años que vinieron después. 


Algunos subrayados
Los ricos no necesitan venir a hacer el año de Medicina Rural. Tampoco los hijos de los profesores. Se quedan en las ciudades, y si se ponen a escribir sobre temas de salubridad rural, llegarán inclusive a ser ministros (p. 37).

Eso de poder hablar del tema que a uno le dé la gana es más importante que tener plata (p. 65).

¡Miércoles! se interrumpió estás pensando en fermentaciones y en urdimbres a lo grecolatino. Recuerda que eres un hombre y no un ruiseñor manizalita (p. 75).

Pereira es una ciudad muy agradable. El clima lo mantiene a uno en buen tono. Yo diría que es un clima propicio al amor. Las muchachas muestran sus atractivos en la calle bajo sus trajes ligeros. El Obispo no ha podido convertirla con decretos y sermones en tierra fría... (p. 80).

¿Y por qué siempre estaban inconclusos los templos de Antioquia? ¿No sería mejor hacer una Escuela? (pág. 100). 

¿No era cierto aquello de Axel Munthe de que "se puede rezar a Dios en todas partes, pero no se puede operar sino en los Hospitales?" (pág. 101). 

La chusma, hermana... la chusma es como Dios que está en todas partes (p. 126). 

Habiendo muchos superiores a uno en muchos aspectos, ¿no basta con el milagro de que a uno lo quieran algún tiempo? ¿O, por lo menos, que la mujer le esté diciendo a uno que lo quiere aunque experimente cariño por otros? (pág. 145). 

Durante el día hay que atenerse a la vista, por la noche al oído (p. 156).

Creía que más bien uno muere por partes, se muere lentamente, y que la última no es la peor de las muertes (p. 193). 

Los historiadores de la historia oficial, es decir de la escrita a dos manos para los escolares, no suelen esclarecer nunca las características íntimas de los gobernantes. Y ello porque está establecido que aseveraciones de tal género son de mal gusto, mal admitidas y una educación popular que no está encaminada a la democracia sino inspirada en la doctrina medioeval de que los gobernantes representan a Dios. Humanizarlos es humanizar a Dios mismo. Divinizarlos tiene la ventaja de mantener al pueblo alejado del arte divino de gobernar (p. 218).

Comencé a comprender desde entonces que el hombre con las mujeres debe ser como el toro. Llegar a un sitio, esperar a que se acerquen las hembras, que ellas siempre se acercan, hacer bien hecho lo que hay que hacer, si alguna de ellas está dispuesta a hacerlo y.... seguir. Seguir hacia otros pastizales... (p. 232). 

esa olvidada maravilla que es para todo transeúnte un puente sobre un río (p. 244). 

Y detrás de ese trabajo, de cualquier trabajo bien ejecutado, había además una alta dosis de satisfacción, una compensación subjetiva no valorable en dinero. 

sus reclutas atrapaban a las indias en grupos de a tres, de a cinco, de a ocho, cazándolas por los alrededores, y usándolas por turnos sucesivos (p. 269)

el remordimiento estaba tan lejos de su conciencia como puede estar el deseo de volverse vegetariano en el cerebro de un tigre (p. 282). 

—Porque no resuelve el problema  —comenzó a decirle a Uribe— Porque la prostitución es una enfermedad de la Sociedad y la persiguen como un delito del pueblo. Y porque para controlar las enfermedades venéreas trata a las mujeres como pecadoras y no como enfermas. Y a las mujeres solamente...
—No te entiendo bien  —dijo Zoraida.
—Me entenderás mejor con este ejemplo: ¿Qué tal si la Policía reconoció por la noche a los prostitutos? ¿Qué tal si les dieran a todos carnet de prostitución y los obligarán a asistir cada semana a los puestos profilácticos?
Zoraida rio. Y después de un momento le dijo:
—Pero es que los hombres no viven de la prostitución, mejor dicho...
—Pero sí transmiten enfermedades, ¿sí o no?
—¡Ah sí, claro que sí!
—Entonces lo que persiguen es el pecado y no el control de la enfermedad. Y además el Estado no tiene por qué castigar pecados. Ni tampoco obligar a nadie a que se cure de una enfermedad. Lo que debe hacer es ayudar a que la enfermedad no se propague ya que los más pobres puedan curársela (p. 294).



Carretera al mar
Tulio Bayer (presentación de Orlando Villanueva Martínez)
Ediciones Desde abajo
Bogotá
mayo de 2023 (primera edición 1960  por Editorial Iqueima)
310 páginas