lunes, 13 de febrero de 2023

Casas vacías, de Brenda Navarro

Casas vacías es una novela corta, potente y desgarradora, escrita con precisión. El lector escucha los monólogos intercalados de dos mujeres que tienen un niño en común: a la primera le raptaron a Daniel en el parque y la segunda es la que lo raptó y lo llamó Leonel.

El niño es autista, tiene 3 años y no habla. Esta incomunicación se extiende también a las mujeres, que están aisladas en su entorno familiar y social, luego del rapto. La desaparición de Daniel es un detonante que le permite a la autora hablar sobre los desaparecidos, sobre las relaciones de pareja, sobre la idealización de la maternidad, la migración, la violencia doméstica, el patriarcado y una cantidad enorme de problemas sociales contemporáneos, que se presentan con una sorprendente capacidad de síntesis y claridad.

La maestría de la escritura se evidencia de distintas maneras: la perfecta diferenciación de las dos voces narradoras, que utilizan un lenguaje propio y verosimil claramente demarcado; la construcción de una constelación familiar para cada una de ellas, con parejas, padres, suegros, y demás personajes, que pueden ser numerosos pero no se sienten como figurantes, sino que tienen una presencia propia: cada "personaje secundario", por llamarlo de algún modo, también carga con sus propios anhelos y dramas que se cuentan en la novela sin que eso la vuelva pesada o atiborrada. Al contrario, sus vidas suman en densidad narrativa. 

Entre los grandes aciertos de la autora está la reflexión en torno a la maternidad, lejos de los estereotipos patriarcales. La novela presenta una madre asesinada, una madre que pierde a su hijo, una madre que se inventa un hijo, una madre que aborta, una madre que tiene a su hijo en otro país, una madre que tiene un hijo muerto... hay distintas variaciones de la relación madre-hijo, que se exploran con belleza y dolor en apenas unas cuantas páginas.
 
Algunas frases:
Te imaginas todo menos que un día vas a despertar con la pesadez de un desaparecido. ¿Qué es un desaparecido? Es un fantasma que te persigue como si fuera parte de una esquizofrenia (p. 17).

No parir, porque después de que nacen, la maternidad es para siempre (p. 22).

tan poco que sé de él y él de mí. ¿Cómo nos atrevimos a ser padres? ¿por qué? (p. 23).

El que desaparece se lleva algo de ti que no vuelve; se llama cordura (p. 25).

Nunca quise ser madre, ser madre es el peor capricho que una mujer puede tener (p. 30).

Todos queremos el futuro porque es una promesa de que en algún momento se te va a quitar la estupidez (p. 31).

Como un pacto intrínseco, sabíamos de antemano que el deseo le está prohibido a los padres que pierden y no encuentran a sus hijos (p. 35).

le dije que yo no sabía de dónde le salía la idea de que teníamos que ser normales. Yo creo que esto es normal, nada más que no nos enteramos. Me miró feo. Tú crees que no pienso, pero sí pienso, sólo que no pienso lo que tú quieres que piense (p. 42) 

me doy cuenta que en otros lugares a una la ven mal: si no trae una ropita de marca, no es nadie; si no trae carro, no es nadie; si trae carro pero no es del año, mal. Por un lado te dicen que le eches ganas, que mejores la raza, que no te quedes pobre, pero si le buscas te dicen arribista, pinche arribista que te avergüenzas de los tuyos (p. 50). 

a lo mejor eso es lo que se supone que significa hacer todo por los hijos, dejar de destruirse mutuamente (p. 56). 

Una cree que hay demasiada libertad en el aire y no se percata de que es fácil crearse una prisión propia (p. 68).

Una misma va gritando: ¡Méteme a la jaula, vamos, que me metas a la jaula! (p. 68).

Todo embarazo es de alto riesgo: riesgo de matarte porque no puedes más (p. 73).

La lactancia es el reflejo de las madres que quieren ahogar a los hijos ante la imposibilidad de no pdoer comerlos (p. 80).

La amaba como se aman las cosas que te traen recuerdos (p. 99).

No importa lo que se diga al respecto: muerto es mejor que desaparecido. Los desaparecidos son fosas comunes que se nos abren por dentro y quienes las sufrimos lo único que ansiamos es poder enterrarlos ya (p. 118).

¿cómo es que Fran y yo nos atreveremos a llegar al descanso eterno si es que nuestro hijo no ha vuelto? ¿Cómo descansar siquiera? ¿Quién lo buscará si nosotros hemos perdido la batalla? ¿Quién lo enterrará? No quiero abdicar para ser la veladora eterna, ni quiero seguir resistiendo... Pido un día más de vida y a la vez imploro uno menos. Sólo quien sabe de desapariciones entiende lo desgarrador que puede ser esto (p. 138).


Casas vacías
Brenda Navarro
Editorial Sexto Piso
Enero de 2020, Madrid
162 páginas

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