miércoles, 13 de octubre de 2021

Ese camino existe, de Luis Fernando Cueto Chavarría

En "Dos o tres cosas sobre la novela de la violencia" Gabriel García Márquez escribió en 1959 que todas las novelas sobre la violencia escritas en Colombia hasta ese momento eran malas porque se centraban en el detalle de los muertos en vez de contar el drama de los vivos: "El exhaustivo inventario de los decapitados, los castrados, las mujeres violadas, los sexos esparcidos y las tripas sacadas, y la descripción minuciosa de la crueldad con que se cometieron esos crímenes, no era probablemente el camino que llevaba a la novela".

Luis Fernando Cueto Chavarría ganó en 2011 el Premio Copé Internacional de Novela, que otorga Petroperú, con "Ese camino existe" una novela exhaustiva en el inventario de las modalidades de violencia cometidas por Sendero Luminoso y por el Ejército Peruano en la zona de Ayacucho en los años 80. 

Masacres, mutilaciones, torturas, disparos, homicidios con arma blanca, desplazamientos forzados, secuestros, violaciones, infanticidios, profanación de cadáveres, bombas... no hay modalidades de la violencia que queden por fuera de este registro en el que se evidencia un afán por construir una memoria del horror, contado con aparente neutralidad: el autor intercala capítulos en el que uno se centra en la vida en el batallón con capítulos que narran la vida en el pueblo al que luego llega Sendero y termina borrado del mapa. 

El libro presenta numerosos personajes que no acaban de construirse cuando mueren de manera violenta, a excepción de Cubo, el infante de marina que cuenta lo que ocurre en el cuartel y que muestra consciencia sobre la cantidad de violaciones a los derechos humanos que allí ocurren. 

Aunque Colombia vivió fenómenos de violencia y paramilitarismo comparables con los que vivió Perú, la atmósfera de Ese camino existe resulta lejana al terreno colombiano por cuenta de la geografía que minuciosamente construye el autor, y que muestra un territorio frío, en el que cae una permanente garúa y en el que los desplazados caminan entre chacras y peñascos. Un territorio pobre, lejano y hostil, que hace aún más áspero el drama que narra la novela. 

Algunas frases
hombres desconocidos que, de sorpresa, se aparecieron un día con el propósito de imponer, en nombre del Perú, un concepto de orden que sólo existía en sus desquiciadas mentes. Los desconocidos pasaron, como aves peregrinas, y nunca más volvieron a interesarse por esas comunidades perdidas en la lejanía; sin embargo, con seguridad, los sobrevivientes de esos pueblos, los huérfanos y las viudas, los recordarían a cada momento por el resto de sus vidas (p. 214)

Todos los demás, sean del bando que fuere, estaban condenados, tarde o temprano, a acabar perdiendo. Esa era la verdad: era una guerra para perder, para terminar muriendo en cualquier parte del camino, más arriba o más abajo, pero muerto, al fin y al cabo, sin importar de qué lado estuvieras (p. 216).

Todos los hombres saben que van a morir, sólo que nosotros lo vamos a hacer de la mejor manera, por una gran causa. Y por ese motivo nos encumbramos por encima de los demás mortales. Esa es la diferencia. Ese es nuestro valor agregado (p. 241)

La frazada sobre la cual yacía el universitario estaba seca; entonces, Ordenanza cayó en cuenta de que alguien, con seguridad otro detenido, había cambiado la anterior manta húmeda. Este hecho lo conmovió. Quizá no todo está perdido, pensó. Quizá en las peores condiciones, en el fondo de tanta crueldad, aún era posible encontrar una pequeña chispa de solidaridad que brotase de improviso y expandiera su calor en el corazón de todas las personas (p. 279)

¿Qué pecado tan grande habían cometido para merecer ese castigo? ¿Por qué, de pronto, el mundo se había estrechado tanto que ahora tenían que vivir entre dos fuegos? Si no es uno, es el otro. La represión o el Partido, y nosotros en el medio. ¿Quién redujo el mundo de ese modo? ¿Cuándo? ¿Con el permiso de quién? Si antes eran libres de caminar por los cerros, por la cordillera y la montaña, ¿por qué ahora desfilaban por un callejón oscuro, sin escapatoria? Y, lo que es peor, ¿cuándo acabaría ese andar sin esperanzas? (p. 291)

No hay río que cruce el mundo que no se pueda pasar, sino no hubieran cristianos en la otra orilla; así saben decir los arrieros... (p. 306).

Su nombre era Simón. El hombre que había en- terrado hacía pocas horas, en la madrugada, se llamaba Simón. Y eso era distinto. Ya no se trataba de una cifra, de un número, sino de una historia. Y no comprendía por qué la carga que había sobrellevado ligera hasta ese momento, de pronto se volvía insoportable en su conciencia. Simón. (p. 356).

Siempre que alguien habla en nombre de la Patria es por- que está tramando hacer alguna pendejada. Alguien dijo, no sé quién, no recuerdo dónde, que la Patria tiembla cuando se acercan sus defensores (p. 395)

Vio rápidamente sus rostros: eran jóvenes, imberbes, y estaban tan desorientados y angustia- dos como los detenidos. Si los roles se invirtieran, pensó, el mundo no se detendría, nada cambiaría. Casi no hay diferencia entre el verdugo y su víctima. ¿Por qué unos muchachos tienen que vivir y otros marchar al encuentro de la Muerte? (p. 410).

Ese camino existe

Luis Fernando Cueto Chavarría

Ediciones Copé

Lima, 2012

420 páginas.






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