jueves, 17 de mayo de 2018

La hora de la estrella, de Clarice Lispector

En marzo de 1977, pocos meses antes de su muerte, Clarice Lispector publicó La hora de la estrella, una novela corta que revela su genialidad como escritora. De hecho hay quienes piensan que haberle negado el Premio Nobel a ella es tan injusto como no habérselo dado a Jorge Luis Borges. Quizás su temprano fallecimiento, a los 57 años, explique en parte dicha omisión.

La hora de la estrella es una novela sobre la marginalidad, sobre sentirse diferente, pero es, sobre todo, un texto sobre la escritura: sobre el poder creador del artista. Primero estuvieron el artista y la palabra y luego vino la obra, parece decir Lispector en esta novela en la que primero se presenta al escritor, "pero tendría que ser hombre porque una escritora mujer puede lagrimear sentimentalidades". Luego, ese escritor va configurando el escenario, el personaje y luego el personaje va desplazando al escritor hasta casi hacerlo desaparecer.

El personaje es Macabea, una mujer fea, pobre, virgen, huérfana, migrante, que creció en medio del maltrato y ahora sobrevive con un trabajo precario y mal pago. Sufre humillaciones pero como nunca ha tenido más que eso ni siquiera es muy consciente de la condición en la que vive: "No sabía que era infeliz porque tenía fe. ¿En qué? En ustedes, aunque no es necesario creer en alguien o en alguna cosa. Con creer es suficiente".




A diferencia de Macabea, Clarice Lispector fue una mujer bella, muy consciente de su cuerpo, sobre todo después de que sufrió severas quemaduras. Tampoco fue pobre, pero al igual que Macabea fue migrante, marginal y quedó huérfana de madre a muy temprana edad. 

Sin embargo la historia de Macabea puede ser anecdótica. El valor de La hora de la estrella está en mostrar las costuras sobre cómo la autora concibe (literalmente concibe, de concebir) una novela: cómo surgen el narrador, los personajes y el espacio. Una narración que se siente contemporánea y vigente, aunque ya tiene más de 40 años. La hora de la estrella es como un vestido puesto con las costuras a la vista. Todo un regalo para quienes quieren escribir.

En 2015 la editorial argentina Corregidor reeditó esta novela, con tres bonus track: Una introducción de Gonzalo Aguilar y dos estudios críticos de Italo Moriconi y Florencia Garramuño. Muy recomendados.


Algunas frases
Me dedico a la nostalgia de mi antigua pobreza, cuando todo era más sobrio y digno y todavía jamás había comido langosta.

Ese yo que son ustedes pues no aguanto ser solamente yo, necesito de los otros para mantenerme de pie.

Lo que me estorba la vida es escribir.

Todo en el mundo comenzó con un sí. Una molécula le dijo sí a otra molécula y nació la vida. Pero antes de la prehistoria estaba la prehistoria de la prehistoria y existía el nunca y existía el sí. Siempre lo hubo. no sé cómo, pero sé que el universo jamás comenzó.

Sólo consigo la simplicidad a través de mucho trabajo.

Mientras tenga preguntas y no haya respuestas continuaré escribiendo.

Pensar es un acto. Sentir es un hecho. Los dos juntos - soy yo que escribo lo que estoy escribiendo.

Si posee veracidad -y está claro que la historia es verdadera aunque inventada- que cada uno la reconozca en sí mismo.

¿Quién no se preguntó alguna vez: ¿soy un monstruo o esto es ser una persona?

Cada día es un día robado a la muerte. Yo no soy un intelectual, escribo con el cuerpo.

¿Por qué escribo? Antes que nada porque capté el espíritu de la lengua y así a veces la forma hace al contenido.

No, no es fácil escribir. Es duro como romper rocas.

La palabra es fruto de la palabra. La palabra tiene que parecerse a la palabra. Tomarla es el primer deber para conmigo. Y la palabra no puede ser ornamentada y artísticamente vana, tiene que ser sólo ella misma. 

Por ahora no leo nada para no contaminar con lujos la simplicidad de mi lenguaje.

No tenía aquella cosa delicada que se llama encanto.

En la hora de la muerte las personas se vuelven brillantes estrellas de cine, es el instante de gloria de cada uno y es como cuando en el canto coral se oyen agudos silbantes.

El domingo ella se despertaba más temprano para quedarse con más tiempo sin hacer nada.

Su vida era una extensa meditación sobre la nada.

Tenía la vaga idea de que mujer que entra en restaurante es francesa y hecha para el disfrute.

Ella tuvo por primera vez en su vida una de las cosas más valiosas: la soledad.

En términos generales, no se preocupaba por su futuro: tener futuro era un lujo.

Y hasta la tristeza también era cosa de ricos, para quien podía, para quien no tenía nada que hacer. Tristeza era lujo.

Tenía la felicidad pura de los idiotas.

Nunca había tenido el coraje de tener esperanza.

El destino de una mujer es ser mujer.


La hora de la estrella
Clarice Lispector
Editorial Corregidor
Buenos Aires
2015 (primera edición 1977)
116 páginas.

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