viernes, 18 de mayo de 2018

Donde habitan las palabras, de Eduardo Otálora Marulanda


En el "prólogo mínimo" de esta obra dice Octavio Escobar Giraldo que se trata de una novela que contiene muchas: puede ser leída en clave de comedia romántica, o de una reflexión sobre el mutismo, o una novela sobre la familia, o sobre la enajenación, o sobre los libros, o una novela experimental.

Todo eso logra Eduardo Otálora Marulanda en escasas 80 páginas, distribuidas en cuatro capítulos bien diferenciados en tono, lenguaje y forma. 

La novela gira en torno a Santiago Arana, desde su nacimiento hasta su fin. Santiago es silente, no mudo. No habla aunque puede hacerlo. Se comunica por escrito aunque realmente escribe para él mismo. Se enamora (todo amor es una obsesión) de Águeda, también silente; abandona su casa, vive en las calles, devora libros, escribe una novela que vende en los buses intermunicipales, luce como un perturbado mental. 

Esa podría ser la narración lineal pero la propuesta estética es más compleja: cada capítulo contiene al siguiente. El libro funciona como una especie de caja china y el narrador, que cobra protagonismo en el último capítulo, parece proponerle un juego al lector en el que lo que se lee puede ser la acción narrativa o simplemente una historia escrita por el protagonista.

Santiago en realidad es una herramienta, una excusa, para abordar el verdadero protagonista de la obra, que es el silencio: la ausencia de palabras. Eduardo Otálora plantea en su corta novela con prólogo mínimo una reflexión sobre las muchas palabras, el mucho ruido, la inutilidad de hablar demasiado. Su texto, aunque suene contradictorio, usa las palabras para reivindicar el silencio. 


Algunas frases
Hoy mi vida sería más sencilla, porque los escritores no escriben para cambiar el mundo, porque sus palabras no salvan ni quitan vidas, porque pueden ser irresponsables.

Cuando el amor anida en el silencio, las palabras sobran.

Para quienes sabemos escuchar, el silencio habla más que las palabras.

José me dijo una vez que el mejor espejo es la sombra. Decía que es un reflejo sin detalles.

"quien domina el lenguaje del enemigo domina también su forma de pensar".

La literatura es la tinta de la vida.

¿Cómo serán las bibliotecas sin luz? Las palabras que no se pueden leer son como mudas.

Comer es una costumbre que tendré que revisar, leer no me deja tiempo. Dormir también habría que pensarlo.

Entonces debo aceptar que ninguna palabra es inmortal, que el papel no es la tumba de las palabras.

José: escribir es abandonar el mundo
dudar de los hechos y no querer que en ellos
estén las respuestas. Escribir es declararse,
con toda honestidad, un mentiroso.

Así que el jefe de redacción tuvo las razones que necesitaba para degradarlo a lo más bajo de la cadena alimenticia del periodismo: reportero de variedades.

"10% inspiración 90% exudación", decía el pelmazo de Morábito. ¿Entonces cómo es que escriben los genios, "maestro" Morábito? ¿Se los imagina así como yo, sufriendo por una puta primera línea? La cosa debe ser más fácil, porque, de lo contrario, no habrían tantos escritores. ¿Quién se va a tomar todo ese trabajo porque sí? O es que de pronto hay muchos tontos en el mundo".

Regresa al escritorio y, antes de sentarse, mira ese diminuto cubículo en que lo han recluido. Levanta la cabeza y ve los demás: todos idénticos. "Gallinas ponedoras de noticias", piensa.


Donde habitan las palabras
Eduardo Otálora Marulanda
Editorial Universidad del Cauca
Popayán
2017
95 páginas


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