martes, 13 de mayo de 2025

Ahora y en la hora, de Héctor Abad Faciolince

El 27 de junio de 2023, cuando la invasión de Rusia a Ucrania ya completaba año y medio, tres colombianos, una escritora ucraniana y un fixer de ese país se reunieron para cenar en una pizería de Kramatorsk, una ciudad al oriente de Ucrania. Llevaban dos días recorriendo zonas afectadas por la invasión, a escasos 35 km de la línea de combate. En medio de la cena un misil cayó sobre el restaurante. Murieron 13 personas, entre ellas la escritora ucraniana Victoria Amelina, que estaba con el fixer y los tres colombianos.

Uno de esos colombianos era el escritor Héctor Abad Faciolince, quien acaba de publicar "Ahora y en la hora", libro que relata ese instante del atentado, los días previos, los posteriores y el quiebre que significó en su vida haberse expuesto a ese riesgo.

Se trata de un libro de no ficción, una crónica de viaje y guerra, aunque quizás la etiqueta de crónica tampoco le encaja bien porque al texto le falta reportería y le falta contexto para ser un libro realmente periodístico. Es más bien un testimonio en primera persona en el que Héctor Abad se ubica en el centro de la narración para contar lo que vivió y lo que vio, aunque el libro se presente como un homenaje a Victoria Amelina, que en realidad es una figura brumosa dentro del relato. 

Al comienzo Abad afirma:"el 24 de febrero (de 2022) marcó el comienzo del más devastador y mortífero conflicto bélico que ha habido en Europa en ochenta años, desde el final de la Segunda Guerra Mundial" (p. 17). La certeza de este dato depende de la fuente y la fecha de corte, porque para algunos la guerra de la antigua Yugoslavia dejó más muertos que los que ha dejado la invasión a Ucrania. Este podría ser un detalle menor en una obra literaria, pero tratándose de un libro de no ficción el rigor en los datos es imprescindible. 

Ahora y en la hora incluye introspección, poemas de Abad, algunos perfiles y una mezcla de textos que se cosen para construir un alegato a favor de Ucrania. El libro explica poco sobre el conflicto bélico, quizás porque para el autor la única explicación válida consiste en que Putin es un déspota que decidió invadir. Afirma que algunos amigos escritores no comparten su visión, pero tampoco desarrolla cuál es la visión de ellos. En una entrevista oí que el manuscrito original incluia una novela y las editoras depuraron la ficción, dejaron la no ficción y, en consecuencia, lo que llegó al lector es el fruto del trabajo que el autor no pudo terminar y dejó en manos de las editoras. Creo que eso se nota. 

 
Algunos subrayados

Mi más querido aliado, siempre, es el olvido (p. 13).

Cada libro que he escrito es tan radicalmente distinto a los anteriores que en todos ellos (en los publicados y en los que reposan en el sepulcro de mis intentos fallidos) he sentido lo mismo: que al abordarlos vuelvo a ser un aprendiz (p. 36). 

Mi cobardía habitual (enmascarada con el bello nombre de prudencia) (p. 37)

empezamos una de esas amistades a la inglesa, que —como dice Borges— excluyen las confidencias (p. 67).


es más fácil hacer el retrato de alguien a quien no conoces que el de alguien a quien conoces mucho o al menos crees conocer bastante. Es esto lo que explica que el retrato más difícil de hacer sea el de uno mismo (p. 76).

si hay quienes quieren tener la experiencia de cada instante tan intensamente como si fuera el último, estos son precisamente aquellos que sienten todo el tiempo su vida amenazada (p. 82).

La guerra es una especie de agujero negro que engulle vidas como si fueran átomos (p. 85). 

ya no tenía tiempo ni ganas de escribir ficción. La realidad era mucho más fuerte y rotunda que cualquier cosa que pudiera imaginar (p. 91). 

Cuando un escritor no ha leído a otro, la conversación entre ellos se hace ardua y es común que entre los dos se instale una especie de timidez teñida de culpa. Vamos a ciegas, los escritores, si no nos hemos leído. Al fin y al cabo, los escritores no somos casi nada, o mejor dicho, somos casi tan solo lo que hemos escrito (p. 99).

Su lema podría ser el de todos los periodistas de pura cepa: si-no-se-va-no-se-ve, los siete monosílabos que representan a los reporteros de verdad (p. 115). 

Me quedo aterrada cuando me dicen valiente en Colombia. Toda la gente que me rodea hace lo mismo que yo. No es raro. Es normal. Soy reportera, somos reporteros. No nos sentimos valientes. No le doy dimensiones extraordinarias. Pienso que me falta mucho por aprender; todavía lo hago muy mal. Una y otra vez pienso que la embarré. La vez siguiente lo hago mejor. Eso me mueve a seguir haciéndolo (p. 127). 

Después de una experiencia límite, uno no sabe de qué, pero se siente culpable, culpable de estar vivo, de tener que compartir el mundo con los que matan a tus amigos, a tus vecinos, a tu prójimo, y los siguen matando (p. 132). 

Al leer a los escritores nos volvemos sus amigos, a veces casi íntimos, porque nada se parece tanto a nosotros como lo que dejamos por escrito (p. 135). 

y los escritores —algunos por lo menos— aspiramos a que los libros (y hasta los fracasos que no editamos) nos representen cuando estemos muertos, en la ilusión de una forma de supervivencia (p. 158). 

sentir plenamente la felicidad de estar vivo (que consiste sobre todo en abrazar a las personas que uno más quiere) (p. 171).

Es una gran virtud morirse sin ganas de dejar la vida, amándola todavía a pesar de todo, a pesar del dolor y los achaques, a pesar de la vejez y el deterioro inevitable del cuerpo (p. 173). 

La muerte es eso: que la realidad cesa, que el mundo que amas (tus hijos, tu mujer, tu país, tus paisajes, tus cosas) se terminan de repente y pasan a no ser nada. (p. 179). 

A mi vida le han sobrado vida y muerte. De esa aparente abundancia proviene mi no saber qué hacer con el peso de las experiencias. Me doblegan, me derriban, me elevan, me exaltan, me asfixian (p. 187). 

el peor mal no es la propia muerte; el peor mal es la muerte de los seres queridos (p. 188). 

La religión no será el opio de los pueblos, pero sí de los padres; de los padres huérfanos de hijos (p. 194). 

casi todos los libros, incluido este que quisiera escribir en mi cuaderno negro, son libros de amor (p. 199).

Tres dedos sostienen la pluma, pero todo el cuerpo trabaja (p. 201).



Ahora y en la hora
Héctor Abad Faciolince
Editorial Alfaguara
Bogotá
Mayo de 2025
222 páginas

miércoles, 7 de mayo de 2025

Imposible decir adiós, de Han Kang


Gyeongha es una mujer que vive en Seul y atraviesa una situación límite (está pensando a quién encargar lo que debe hacerse después de que ella muera) cuando recibe un mensaje de su amiga 
Inseon. Inseon es una fotógrafa que trabajó hace años con Gyeongha y aunque son cercanas llevan tiempo sin hablar. Inseon le pide que la visite en un hospital y cuando Gyeongha lo hace Inseon la insta a que vaya inmediatamente a su casa a salvar a un pájaro que morirá si ella no llega a tiempo, porque se agotarán el agua y la comida. Inseon vive en Jeju, una isla, lejos de Seul. Gyeongha sale del hospital al aeropuerto y al llegar a la isla se encuentra con una tormenta pavorosa. La nieve le llega a los muslos.

Así empieza Imposible decir adiós, una novela muy distinta y a la vez con elementos que recuerdan a La vegetariana, quizás la obra más reconocida de la coreana Han Kang.

Ambas obras están divididas en tres partes. Las dos se centran en mujeres de mediana edad en situaciones críticas. En las dos son recurrentes las pesadillas y los sueños. En ambas hay escenas de gran belleza visual escritas a partir de un proyecto artístico que alguno de los personajes está ejecutando. En las dos hay enfermedad, hospitales y detalles explícitos sobre la corporalidad y tanto La vegetariana como Imposible decir adiós son novelas cortas, escritas de manera muy fragmentada, en donde se intercala la narración con pasajes de profundo calado lírico.

Teniendo tantos elementos comunes, la historia, no obstante, es muy distinta. Gyeongha es la narradora y al comienzo parece ser la protagonista del libro, pero a medida que avanza la lectura el interés se centra en Inseon, y más que en ella en sus antepasados: en su madre, su padre, sus abuelos, su tío: en las víctimas de la masacre de la Isla de Jeju, que empezó el 3 de abril de 1948 y cobró la vida de al menos 30.000 personas, en la masacre de la Liga Bodo, una persecusión a los comunistas de Corea del Sur, que mató a al menos 50.000 personas, y la masacre de la Mina de Cobalto de Gyeongsan, en donde fueron asesinados al menos 3.500 presos. 

Es difícil que un lector occidental tenga información sobre cada una de estas masacres, pero para eso está Wikipedia. Han Kang no hace un relato pormenorizado o periodístico de los hechos que denuncia. Ofrece los referentes básicos para que el lector complemente la información que considere, y su trabajo consiste en elaborar una memoria histórica a partir de un lenguaje poético que permita revivir a los muertos a partir del diálogo que establecen con los vivos que mueren. En una zona liminal y fantasmagórica, en la que no es claro si los personajes de la primera parte del libro siguen vivos en la segunda (¿Han Kang leyó Pedro Páramo?) la autora se sustrae de dar explicaciones racionales a hechos extraordinarios y simplemente narra la manera en la que esa casa de Inseon en una zona apartada y rural de Jeju, estuvo habitada antes por su madre, ya fallecida, quien a su vez investigó y documentó la muerte de su hermano mayor y de su madre, arrasados por una violencia política que allá y acá se ensaña con campesinos y personas pobres.

La prosa de Han Kang es tremendamente visual, con varias capas de sentido para navegar con belleza en medio del dolor. El texto (que evidencia un trabajo de traducción extraordinario) permite viajar al lector por distintas sensaciones (dolor, frío, escozor, asombro) y permite también identificar elementos similares en geografías distantes: el desplazamiento forzado, el drama de los desaparecidos, las detenciones arbitrarias y la zozobra que causan decisiones políticas que se toman en la capital y que se ensañan con los cuerpos más débiles en zonas remotas.

Algunos subrayados
Entonces caí en la cuenta de lo frágil que es la existencia humana; de lo fácil que se quiebran y desgarran la piel, los órganos, los huesos y la vida. Todo por una decisión (p. 15).

¿Cómo pude ser tan ingenua, tener la desfachatez de creer que podría escapar algún día del sufrimiento y librarme de los vestigios de violencia cuando había tomado la decisión de escribir sobre masacres y torturas? (p. 22).

La nieve siempre me provoca una sensación de irrealidad. ¿Sería por la morosidad con que caía? ¿Por su belleza? Cuando veía moverse los copos con la lentitud de la eternidad, de pronto se me hacía patente lo que era realmente importante y lo que no (p. 37).

Mi madre me contó que aquel día aprendió, de una vez y para siempre, que cuando alguien se muere y su cuerpo se enfría la nieve se acumula sobre sus mejillas y la sangre se escarcha (p. 67).

A veces no resulta fácil diferenciar la paciencia de la resignación, la tristeza de la reconciliación incompleta, la fortaleza de la soledad (p. 83). 

el mensaje que yo había recibido en Seúl y todo lo que me había pasado en la isla no eran sino las fantasías de alguien que ya no era de este mundo (p. 150)

Estamos sentadas donde el fuego lo devoró todo -pensé- Estamos sentadas donde se desplomaron las vigas y nubes de ceniza volaron por los aires (p. 190). 

Cuando los vecinos le preguntaban a mi abuela para qué diablos se molestaba en hacer estudiar a sus tres hijas, ella les respondía sonriendo que el mundo iba a cambiar algún día (p. 193).

¡Qué poco sabía yo de mi madre! Y eso que creía conocerla bien (p. 199).

Como sabes, al menos unas cien mil personas perdieron la vida en todo el país.
Al tiempo que asentía con la cabeza me pregunté para mi adentros si no habrían sido muchos más (p. 212).

(1960) En aquel entonces mi madre tenía ya veinticinco años. Todos estaban preocupados porque había sobrepasado la edad de casarse, pero ella no tenía ningún interés en contraer matrimonio (p. 218).

Mi madre se sentó en cuclillas y yo la imité. Entonces se giró hacia mí sonriendo y me acarició la mejilla. Luego me pasó la mano por la cabeza, por el hombro, por la espalda. Sentí su amor como un dolor sordo que me traspasaba la piel, se hundía hasta la médula de los huesos y me encogía el corazón... Fue entonces cuando supe lo mucho que duele amar a alguien (p. 242).

Creí que después de que ella muriera podría recuperar mi vida, pero el puente que podía llevarme de regreso había desaparecido. Mi madre ya no entraba a mi cuarto, pero yo no podía dormir de todas maneras (p. 244) 

Ya no me sorprendía nada de lo que un ser humano podía hacerle a otro ser humano... (246)

Porque la guerra nunca terminó, porque solo quedó en suspenso, porque el enemigo sigue allí, al otro lado de la Línea del Armisticio, porque todos se callaron, incluso los familiares de los masacrados, porque abrir la boca equivalía a ponerse del lado del enemigo (p. 247).


Imposible decir adiós
Han Kang
Traductora: Sunme Yoon
Random House
Bogotá, 2024 (primera edición 2021)
252 páginas

sábado, 3 de mayo de 2025

Para otros es el cielo, de Piedad Bonnett

Silvia es una profesora universitaria y editora que en la primera página de este libro aparece en un entierro. Pronto nos enteramos que el muerto es Alvar, un profesor universitario que fue su amante nueve años atrás. El libro se encarga de develar lentamente quién fue ese personaje, que murió joven, a los 54 años, y cuáles fueron las circunstancias que lo llevaron a esa muerte.

Esta novela de Piedad Bonnett se estructura a partir de 21 capítulos cortos en los que la autora cambia de narrador: algunos apartados se narran por Silvia, en primera persona, y otros tienen un narrador omnisciente que muestra a Alvar desde su infancia hasta su muerte.

La autora trabaja dos escenarios de interés: la universidad, con sus tedios, sus mediocridades y sus celos entre académicos, y Bogotá, con algunas calles identificables, algunos parques y una atmósfera plomiza y de soledad.

A diferencia de otras novelas suyas más autorreferenciales, este texto se siente distante y brumoso. Alvar deja un manuscrito para Silvia, del que el lector va leyendo pequeñas frases a lo largo del texto. Se trata de frases que reflexionan sobre el sentido de la vida, y ese tono reflexivo permea todo el relato: una novela en la que la introspección y el análisis antecede a la acción.

Esta novela es que fue publicada en 2006 y en ella abundan las reflexiones en torno al suicidio. Se trata de un elemento interesante, toda vez que la obra fue escrita varios años antes del suicidio de Daniel Segura, hijo de Piedad Bonnet, quien a raiz de esa muerte escribió "Lo que no tiene nombre", obra que la catapultó al reconocimiento del público lector. 


Algunos subrayados
Hay personas que cumplen el horrible papel de hacer palidecer el entorno, el pasado y el porvenir, porque su luz deslumbrante queda habitando en nuestras pupilas cegándolas para siempre (p. 15).

la vida no es más que un montón de tristes malentendidos (p. 18).

todas las infancias del mundo tienen un ingrediente de infortunio (p. 24).

Así como hay escritores que son ante todo grandes lectores, Marcel, siendo un magnífico conversador, era ante todo un buen escucha (p. 27).

También la universidad se ha estupidizado, amigo, como la prensa (p. 28). 

Pero si uno iba a ser explotado por un patrón, y por desgracia a él le tocaba serlo todavía por unos años, hasta su jubilación, era preferible que ese patrón fuera la universidad, más respetuoso y menos mezquino que casi todos los patrones (p. 28). 

mientras tuviera que asistir a las tediosas reuniones profesorales, y enterrar sus horas en el inútil ejercicio de la corrección, no podría hacer lo que de verdad estaba obligado a hacer, que era escribir y publicar sus ensayos (p. 29).

que nunca es más irreal el mundo que cuando amamos. Y que si el amor no es correspondido, si es un amor imposible, la consecuencia resultante es no sólo que un mundo de fantasías e ilusiones suplanta al mundo real y lo desplaza, sino que el yo, cortado su nexo con el tiempo real, queda en un estado de suspensión perpetua, de flotación en un mar de deseos y frustraciones (p. 54).

Con el paso del tiempo iba a abominar de la especialización, esa cárcel laberíntica que impide a tantos talentos alzar vuelo. Y aunque muchos de sus alumnos apreciaban esa manera singular de acercarse a las cosas, tan poco ortodoxa, la universidad le iba a hacer pagar un precio por ello (p. 60). 

repulsa contra todo lo que era afirmado con certidumbre, un disgusto producido por la fe sin resquicios (p. 67).

todos vamos por la vida haciendo pequeñas traiciones, a veces a los demás, a veces a nosotros mismos (p. 70). 

a medida que envejecía le iba resultando más evidente la idea de que la sabiduría del universo escapa del todo a la mente humana, y por tanto, que la empresa de ordenarlo, clasificarlo, penetrarlo, resulta vanidosa, y patético el esfuerzo de traducir en palabras el saber (p. 73). 

Los últimos diez años los he dedicado a prescindir de los demás y no me cabe duda de que esa prescindencia equivale a conquistar la libertad (p. 76).

me mortifican las personas que se inventan a sí mismas como personajes. En eso Vallejo se parecía a su augografiado, Barba Jacob, que fungió de poeta maldito con talentosa premeditación (p. 94).

La gente se conoce por la forma en que camina (p. 95).

me habían enseñado dos cosas: que no estaba hecha para la convivencia apacible que sucede al enamoramiento, que a cambio de equilibrio nos corta las alas; y que no se puede dejar pasar el amor, así nos deje maltrechos y llenos de cicatrices (p. 95). 

es difícil dejar a una esposa que al fin y al cabo es compañía y nos da hijos y piensa en pequeños detalles en los que uno no está dispuesto a pensar -entonces ya no se le puede dejar porque viene una dependencia atroz, una necesidad que sólo es mayor que la misma rabia impaciente que ella nos causa (p. 103).

El infierno no debe ser otra cosa que la suma incontable de minúsculos hechos que nos violentan sin sentido mientras la cordura nos dice que debemos ser tolerantes y no exteriorizar nuestro disgusto (p. 107).

Wilde dice que la coherencia es el último refugio de los que no tienen imaginación (p. 129).

Entre la sensatez y el peligro me quedo con el peligro. Si de algo me lamento hoy es de los errores que no cometí... (p. 138). 

La vida no es más que una larga sucesión de hechos sin interés, un paisaje plano conformado por miles y miles de momentos aburridos, y vivir equivale, sobre todo, a sobreponerse al tedio (p. 141).

Una espsoa no es nunca una verdadera rival para una amante (p. 151).

un cuerpo que a unas pocas horas de la muerte sigue estando poderosamente vivo (p. 156).


Para otros es el cielo
Piedad Bonnett
Editorial Penguin Random House
Bogotá, 2015 (primera edición 2006).
183 páginas