El 27 de junio de 2023, cuando la invasión de Rusia a Ucrania ya completaba año y medio, tres colombianos, una escritora ucraniana y un fixer de ese país se reunieron para cenar en una pizería de Kramatorsk, una ciudad al oriente de Ucrania. Llevaban dos días recorriendo zonas afectadas por la invasión, a escasos 35 km de la línea de combate. En medio de la cena un misil cayó sobre el restaurante. Murieron 13 personas, entre ellas la escritora ucraniana Victoria Amelina, que estaba con el fixer y los tres colombianos.
Uno de esos colombianos era el escritor Héctor Abad Faciolince, quien acaba de publicar "Ahora y en la hora", libro que relata ese instante del atentado, los días previos, los posteriores y el quiebre que significó en su vida haberse expuesto a ese riesgo.
Se trata de un libro de no ficción, una crónica de viaje y guerra, aunque quizás la etiqueta de crónica tampoco le encaja bien porque al texto le falta reportería y le falta contexto para ser un libro realmente periodístico. Es más bien un testimonio en primera persona en el que Héctor Abad se ubica en el centro de la narración para contar lo que vivió y lo que vio, aunque el libro se presente como un homenaje a Victoria Amelina, que en realidad es una figura brumosa dentro del relato.
Al comienzo Abad afirma:"el 24 de febrero (de 2022) marcó el comienzo del más devastador y mortífero conflicto bélico que ha habido en Europa en ochenta años, desde el final de la Segunda Guerra Mundial" (p. 17). La certeza de este dato depende de la fuente y la fecha de corte, porque para algunos la guerra de la antigua Yugoslavia dejó más muertos que los que ha dejado la invasión a Ucrania. Este podría ser un detalle menor en una obra literaria, pero tratándose de un libro de no ficción el rigor en los datos es imprescindible.
Ahora y en la hora incluye introspección, poemas de Abad, algunos perfiles y una mezcla de textos que se cosen para construir un alegato a favor de Ucrania. El libro explica poco sobre el conflicto bélico, quizás porque para el autor la única explicación válida consiste en que Putin es un déspota que decidió invadir. Afirma que algunos amigos escritores no comparten su visión, pero tampoco desarrolla cuál es la visión de ellos. En una entrevista oí que el manuscrito original incluia una novela y las editoras depuraron la ficción, dejaron la no ficción y, en consecuencia, lo que llegó al lector es el fruto del trabajo que el autor no pudo terminar y dejó en manos de las editoras. Creo que eso se nota.
Algunos subrayados
Mi más querido aliado, siempre, es el olvido (p. 13).
Cada libro que he escrito es tan radicalmente distinto a los anteriores que en todos ellos (en los publicados y en los que reposan en el sepulcro de mis intentos fallidos) he sentido lo mismo: que al abordarlos vuelvo a ser un aprendiz (p. 36).
Mi cobardía habitual (enmascarada con el bello nombre de prudencia) (p. 37)
empezamos una de esas amistades a la inglesa, que —como dice Borges— excluyen las confidencias (p. 67).
empezamos una de esas amistades a la inglesa, que —como dice Borges— excluyen las confidencias (p. 67).
es más fácil hacer el retrato de alguien a quien no conoces que el de alguien a quien conoces mucho o al menos crees conocer bastante. Es esto lo que explica que el retrato más difícil de hacer sea el de uno mismo (p. 76).
si hay quienes quieren tener la experiencia de cada instante tan intensamente como si fuera el último, estos son precisamente aquellos que sienten todo el tiempo su vida amenazada (p. 82).
La guerra es una especie de agujero negro que engulle vidas como si fueran átomos (p. 85).
ya no tenía tiempo ni ganas de escribir ficción. La realidad era mucho más fuerte y rotunda que cualquier cosa que pudiera imaginar (p. 91).
Cuando un escritor no ha leído a otro, la conversación entre ellos se hace ardua y es común que entre los dos se instale una especie de timidez teñida de culpa. Vamos a ciegas, los escritores, si no nos hemos leído. Al fin y al cabo, los escritores no somos casi nada, o mejor dicho, somos casi tan solo lo que hemos escrito (p. 99).
Su lema podría ser el de todos los periodistas de pura cepa: si-no-se-va-no-se-ve, los siete monosílabos que representan a los reporteros de verdad (p. 115).
Me quedo aterrada cuando me dicen valiente en Colombia. Toda la gente que me rodea hace lo mismo que yo. No es raro. Es normal. Soy reportera, somos reporteros. No nos sentimos valientes. No le doy dimensiones extraordinarias. Pienso que me falta mucho por aprender; todavía lo hago muy mal. Una y otra vez pienso que la embarré. La vez siguiente lo hago mejor. Eso me mueve a seguir haciéndolo (p. 127).
Después de una experiencia límite, uno no sabe de qué, pero se siente culpable, culpable de estar vivo, de tener que compartir el mundo con los que matan a tus amigos, a tus vecinos, a tu prójimo, y los siguen matando (p. 132).
Al leer a los escritores nos volvemos sus amigos, a veces casi íntimos, porque nada se parece tanto a nosotros como lo que dejamos por escrito (p. 135).
y los escritores —algunos por lo menos— aspiramos a que los libros (y hasta los fracasos que no editamos) nos representen cuando estemos muertos, en la ilusión de una forma de supervivencia (p. 158).
sentir plenamente la felicidad de estar vivo (que consiste sobre todo en abrazar a las personas que uno más quiere) (p. 171).
Es una gran virtud morirse sin ganas de dejar la vida, amándola todavía a pesar de todo, a pesar del dolor y los achaques, a pesar de la vejez y el deterioro inevitable del cuerpo (p. 173).
La muerte es eso: que la realidad cesa, que el mundo que amas (tus hijos, tu mujer, tu país, tus paisajes, tus cosas) se terminan de repente y pasan a no ser nada. (p. 179).
A mi vida le han sobrado vida y muerte. De esa aparente abundancia proviene mi no saber qué hacer con el peso de las experiencias. Me doblegan, me derriban, me elevan, me exaltan, me asfixian (p. 187).
el peor mal no es la propia muerte; el peor mal es la muerte de los seres queridos (p. 188).
La religión no será el opio de los pueblos, pero sí de los padres; de los padres huérfanos de hijos (p. 194).
casi todos los libros, incluido este que quisiera escribir en mi cuaderno negro, son libros de amor (p. 199).
Tres dedos sostienen la pluma, pero todo el cuerpo trabaja (p. 201).
Ahora y en la hora
Héctor Abad Faciolince
Editorial Alfaguara
Bogotá
Mayo de 2025
222 páginas
Héctor Abad Faciolince
Editorial Alfaguara
Bogotá
Mayo de 2025
222 páginas