Describir este libro como un perfil periodístico es darle precisión frente a lo que no pretende ser: no es una "biografía autorizada" y ni siquiera es una biografía, porque hay datos y detalles que se escapan en una narración que no es del todo cronológica, y en todo caso tampoco es un panegírico ni una oda sobre uno de los juristas más importantes de las últimas décadas en Colombia.
Es un perfil, es decir, el fruto de una reportería extensa en número de fuentes y en el tiempo de investigación, que le permitió a la autora recoger muchas voces, aproximaciones y anécdotas sobre este personaje. El libro presenta entonces un caleidoscopio vital en el que aparecen sus luces y también sus sombras. Gaviria fue un hombre digno, ético, incorruptible, riguroso en su ejercicio académico y en su labor como jurista, libertario y comprometido con la solución pacífica de los conflictos, en una época marcada por la violencia. Pero también fue un hombre fruto de la cultura patriarcal, que aunque tenía claros los conceptos sobre la igualdad y la equidad de género, esperaba que alguien le sirviera el desayuno y se encargara del cuidado de los niños. La autora lo presenta como un hombre vanidoso, un profesor temido y un marido no del todo ejemplar.
El libro tiene un prólogo de Cecilia Orozco y un epílogo de Santiago Pardo. El epílogo se presenta como un espacio dedicado al registro de la huella de Gaviria en las jurisprudencias de la Corte Constitucional, pero en realidad se centra particularmente en sus tensiones con el magistrado Eduardo Cifuentes. Estos detalles, así como otros incluidos por Ana Cristina en los cinco capítulos que componen el libro, plantea a mi modo de ver una pregunta interesante sobre el sentido de incluir detalles íntimos personales sobre una persona fallecida (que en consecuencia ya no puede defenderse) y presentarlos para el conocimiento público. Algunos dirán que se trata de datos ciertos que humanizan al personaje y denotan una detallada investigación. Otros dirán que se trata de asuntos menores, más cercanos al chisme, que distraen frente a lo que es realmente relevante en el legado sociojurídico y política de este personaje.
El libro tiene el tono y el estilo que Ana Cristina ya ha construido en sus columnas de opinión, con saltos de temas entre un párrafo y otro y con un registro polifónico de sus temas. Acá, además, el texto se enriquece con una banda sonora que intercala estrofas de canciones populares, principalmente los tangos que tanto le gustaban a Gaviria, y que revelan una faceta más fiestera y menos estudiosa que la que lo hizo famoso en la U.de Antioquia y en la Corte Constitucional.
El volumen se cierra con un anexo de 32 páginas con fotografías personales y familiares a full color. Se echa de menos un árbol genealógico que ayude a desenredar la maraña de nombres de hijos, nietos, yernos, nueras, hermanas, abuelos y una extensa red familiar de afectos y miradas alrededor de la figura de Gaviria.
Algunas frases
Lamentaba que en Antioquia el buen comportamiento esté vinculado a preceptos religiosos y no a la observancia de las normas de mayor trascendencia (p. 35).
No tengo pruebas de la existencia ni de la inexistencia de Dios. Soy agnóstico. Lo que me queda claro es que Dios o la creencia en un ser trascendental no puede ser el fundamento de las reglas de comportamiento. (p. 36).
El idilio campesino materializado en la finca del paisa es una impronta cultural (p. 51).
Es imposible tener una vida intelectual en medio del ruido. Cuando tú tienes cuatro hijos y un perro, la cantidad de ruido que se genera es increíble. (p. 51).
El amor, como la ética, no se predica, se aplica. (p. 55).
(sobre Socrates y Wittgenstein) "por una parte la claridad, yo he buscado siempre la claridad (...) la otra consiste en que la persona debe decir, pensar y hablar de una misma manera" (p. 74).
(sobre Wittgenstein) "solamente se pueden responder preguntas pertinentes, que tengan sentido (...) la ética no se enseña, la ética se muestra" (p. 109).
"Encuentro que los planteamientos positivistas son muy rigurosos, y los iusnaturalistas no" (p. 120).
"Me obsesiona la conducta moral: qué es bueno y qué es malo, de ahí mi amor por Wittgenstein, ese es un problema que a uno no se lo puede resolver nadie. Los problemas de la física y de la matemática te los resuelve alguien, pero el ético ¿qué sentido le doy yo a mi vida? !eso lo resuelve uno solo! (p. 120).
"Las cosas inútiles son muy importantes en la vida" (p. 121).
"Lo peor del Congreso es que las cosas ya están negociadas antes, y los horarios tan terribles" (p. 168).
"Como senador se mantenía cansado, frustrado por verse rodeados de personajes diametralmente distintos a él" (p. 171).
"Uno nunca jamás es responsable de las cosas que hagan los demás con lo que uno dice en clase" (p. 172).
"A los colombianos se nos educa en una filosofía de la obediencia, según la cual es reprochable desviarse de la ortodoxia, del pensamiento oficial" (p. 174).
"desde el poder se han criminalizado las formas de pensamiento que no encajan en el espectro ideológico de la derecha" (p. 197).
(su hijo Juan Carlos): "Los libros más queridos para él eran los que fueron emblemáticos por alguna razón en su vida, por ejemplo, los libros de Borges, el Tractatus de Wittgenstein; en materia jurídica, el libro de Hart; la decadencia de Occidente, de Spengler..." (p. 237).
La autoridad paterna no se puede construir a partir del miedo al castigo porque ese tipo de modelos solo perpetúan y profundizan la violencia que ha vivido el país (p. 262).
"el suicidio de su padre influyó bastante en ese episodio, ya que é consideraba que todo acto frente a la vida propia era un acto de libertad" (p. 266).
El hereje: Carlos Gaviria
Ana Cristina Restrepo Jiménez
Editorial Ariel
Bogotá
Septiembre de 2020
288 páginas (más 32 de fotografías).
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