lunes, 28 de abril de 2025

El prestigio de la belleza, de Piedad Bonnett

Fue casual que leyera "El prestigio de la belleza", de Piedad Bonnett, publicado en 2010, luego de haber leído "La mujer incierta", publicado por la misma autora en 2024. Se trata de dos libros cercanos en su tono y objeto de reflexión: historias escritas en primera persona en las que la autora reflexiona sobre su propia vida, su cuerpo y su lugar en el mundo.

"El prestigio de la belleza", la precuela de "La mujer incierta", para ponerlo en términos cinematográficos, narra los primeros años de Piedad Bonnett, desde su nacimiento en Amalfi (pueblo que describe pero no nombra), el traslado de su familia a Bogotá, cuando ella tenía 10 años, y su reclusión en un interado regentado por monjas, en Bucaramanga, en la adolescencia. El libro se divide en tres partes y cada una de ellas corresponde a cada uno de esos lugares en los que vivió.

La narradora parte de una premisa: es fea, o al menos más fea que su hermana y más fea que lo que su madre esperaría de una hija suya. Ser fea significa ser menos. Sentirse insegura, menos querida, menos digna. Las reflexiones sobre el cuerpo, sobre los cambios durante la adolescencia, y la importancia que las mujeres le damos a la apariencia física están muy presentes en este libro que aborda además la educación sentimental femenina en los años 50-70 del siglo XX: la omnipresencia de la religión en la vida cotidiana y la concepción del cuerpo como un territorio de pecado.

El libro es claro, ameno, ágil. Piedad Bonnett narra con gracia, con humor y precisión. Pero más que anécdotas juveniles y episodios familiares, que es lo que se percibe en una capa superficial de lectura, el libro ofrece un retrato crítico sobre los cánones impuestos a las mujeres en una sociedad patriarcal y religiosa, en la que los mandatos sobre el cuerpo y el comportamiento vienen definidos desde antes de nacer.


Algunos subrayados
ya que en su familia la belleza era la constante, tanta fealdad debía venir de la familia de mi padre (p. 12).

la belleza, bien se sabe, es ganzúa que hace ceder todas las cerraduras (p. 13). 

Mucho tiempo después iba a enterarme de que el amor se manifiesta a veces con desesperación, egoísmo, tretas, trampas. Que el amor jamás es inocente (p. 13). 

Nunca necesitamos tanto de otro como cuando oscurece (p. 17). 

empecé a disfrutar los placeres de la tristeza (p. 24). 

el meconio en un recién nacido es señal inequívoca de que alcanzó a sufrir porque su vida estuvo en peligro (p. 38). 

creo que sabemos que hemos conquistado la adultez o, más bien, que la adultez ha terminado por dominarnos cuando aprendemos a manejar el ocio. (p. 42). 

no hay belleza completa en una mujer si no tiene una cabellera de rizos sueltos, de alegres bucles ondeando al viento (p. 50).

Comprendí en aquel momento que la belleza es enteramente inútil (p. 54).

Se es bello o se es feo o se es anodino, que es casi peor (p. 72). 

en eso los niños proceden como los amantes de la poesía: gustan de regresar una y otra vez a lo mismo, porque más que descubrir quieren volver a sentir lo que ya sintieron (p. 77). 

La dicha y el tormento de todos los amores tienen como alimento preferido las fantasías y las conjeturas (p. 86). 

Yo aguanté las lágrimas con la dignidad que casi siempre da la rabia (p. 87). 

No hay método para hacerse culto. Ni hay qué leer en ningún orden. Lo que hay que hacer es apasionarse por algo (p. 91). 

Supe que el amor, ese sentimiento perturbador y efímero, existe básicamente para ser desahogado en cartas ardientes y sin remedio cursis, pero no hay carta de amor que no lo sea. Pero también, a veces, lo ridículo puede ser bello (p. 94). 

El cuerpo era, en mi caso, un estorbo con el que debía cargar (p. 99).

un baño es un lugar que brinda las mejores condiciones para el retiro, la reflexión, la paz del espíritu (p. 106).

Como todos los seres que se creen feos o ignoran que son poseedores de cierta belleza, sucumbí al primer halago (p. 116).

los hombres se enamoran de las mujeres, y las mujeres nos enamoramos del deseo que por nosotras siente un hombre (p. 117).

no hay nada que corra más rápido que el tiempo cuando estamos en dulce compañía (p. 121).

No fui explícita, por lo menos al comienzo, sobre mi gusto por la lectura: los intelectuales inhiben, eso es lo que la vida me ha demostrado (p. 132).

La enfermedad, como la muerte, la guerra, la ruina, tiene el poder de devolver al ser humano el sentido de las proporciones. Con ella volvemos a contemplarnos como lo que en el fondo somos: un tumultuoso montón de vísceras y músculos y huesos (p. 137).

La humillación, lo supe en ese momento, se siente en todo el cuerpo (p. 141).

Era obvio que yo, que escondía con verdadera vergüenza mis poemas, no escribía como los poetas a los que se refiere Kundera, para que mi rostro fuera amado y endiosado. Lo que quería era otra cosa: amarme a mí misma mientras los escribía. Quería que mi tristeza fuera bella (p. 158). 

Un suicida era para mí la quintaescencia de la belleza trágica. Aunque prefería la imagen de un cadáver desmadejado, con el rostro transparente y una ligera sonrisa, como había visto en ciertas pinturas, y no la de una chica ebria, con los ojos saltados y la pequera llena de vómito, su acción me parecía heroica, poética, misteriosa (p. 175).

Nadie se enamora de otro por lo que sabe, y ni siquiera por sus talentos (p. 185).

Comprendí que toda su rebeldía, su deseo de libertad, su infinito sentido crítico y, por consiguiente, su desacuerdo con el mundo, nacían de su contacto con los libros (p. 196).




El prestigio de la belleza
Piedad Bonnett
Penguin Random House. De bolsillo
2018 (primera edición 2010)
Bogotá
204 páginas

domingo, 13 de abril de 2025

Cartografía verbal del odio en Colombia, de Beatriz Arana, Belén del Rocío Moreno, Julio Roberto Arenas, Marta Renza y otros

"Cartografía verbal del odio en Colombia" es un libro colaborativo en el que Beatriz Arana, Belén del Rocío Moreno, Julio Roberto Arenas y Marta Renza, adscritos a la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional, ofician como curadores y compiladores de distintos textos escritos por 36 autores.
El subtítulo del libro es "Un manual para desarmar las palabras" y esa es la propuesta central de la obra: desbaratar el sentido o los sentidos de términos que en Colombia han mutado desde su significado original para designar algún aspecto de la conflictividad nacional: sapo, perra, falso positivo, bandolero, polarizar, intolerancia, facha, cerdo, pirobo, gonorrea... términos que permean el habla cotidiana con cargas de violencia que se perciben normales, aunque no lo sean.

Los textos varían en extensión, profundidad y género. Hay poemas, microensayos de un párrafo y artículos de tres o cuatro páginas. Esa diversidad, en algunas páginas, puede leerse como irregularidad en tono y calidad, aunque en general hay uniformidad en el enfoque: la mayoría de los microcapítulos se asemejan a columnas de opinión que se detienen a reflexionar sobre algún aspecto del lenguaje y sobre lo que las palabras dicen de quién las pronuncia. 
En la lista de autores hay nombres desconocidos y hay escritores de prestigio, como los poetas Juan Manuel Roca y Horacio Benavides, los narradores Julio César Londoño, Ricardo Silva Romero y el ensayista Gonzalo Sánchez. Yo participo con dos textos que fueron solicitados por los curadores: "No es broma, es violencia" y "Susceptibilidades lingüísticas", ambos previamente publicados en La Patria como columnas de opinión.

La decisión editorial de borrar el nombre de los autores de cada texto, para registrarlos únicamente en la solapa del libro, impide que el lector pueda identificar quién escribió qué capítulo. Ese gesto puede entenderse como el deseo de hacer una obra coral y colectiva, pero se corre el riesgo de borrar el disenso y presumir que todos los autores están dispuestos a suscribir todos los textos. En una obra colectiva es posible que en caso de solicitarse la firma en una página, alguien desee responder como Bartleby, el escibiente: preferiría no hacerlo.

Más allá de esa sutileza editorial, el libro permite una lectura ágil, e incluso con humor, lejana de la rigidez de los textos académicos. Ese tono se complementa además con una invitación valiosa y profunda: hacer una pausa para pensar qué se dice cuando se habla; cuál es el sentido de cada palabra y darle valor a aquello que decimos y escuchamos. 

Algunos subrayados:
La gran apuesta de toda formación cultural es domesticar los desafueros del odio —que siempre lo habrá—, para que este no se desborde contra la vida. Tal domesticación implica la simbolización del odio (p. 37).

meretriz era el término delicado y loba el rústico. La historia es bonita: el pastor le pagaba a la prostituta bucólica con una oveja, y luego le decía al patrón: un lobo (lupus)  se comió una oveja. Por esto los burdeles romanos se llamaban lupanares (p. 51).

hubo un señor que fungió de presidente que dice haber acabado de raíz con el paramilitarismo en Colombia. Lo demás sólo es Bacrim (p. 101).

La historia la escriben los vencedores, dicen, y sus letras capitales son los monumentos, pero también es cierto que los revolucionarios reescriben la historia (p. 165). 

vándalos han sido, con contadas y brevísimas interrupciones, los que desde la Colonia han manejado este país como si se tratara de su inodoro personal (p. 167).

(según Umberto Eco) el fascismo rinde culto a la tradición, repudia la razón, enaltece las virtudes de la acción, sospecha de las actitudes críticas, considera el desacuerdo como traición, exacerva el natural miedo a la diferencia (de donde es racista por definición), está obsesionado por el complot (internacional o interno), se alimenta con la frustración individual o colectiva, considera a los enemigos demasiado fuertes o demasiado débiles, no lucha por la vida sino que vive para la lucha (de donde la paz es considerada connivencia con el enemigo), es de entraña elitista (los miembros del partido son los mejores ciudadanos, lo que no obsta para que empleen la fueza bruta en el ejercicio de la política y expurguen con violencia una sociedad que califican de decadente), hace de la mitología del héroe su norma (por lo tanto encomia la muerte de los enemigos o de quienes no pertenecen a su facción), transfiere su voluntad de poder al ámbito sexual (es machista e intolerante con las manifestaciones de la vida erótica que no sean heterosexuales), habla en una "neolengua" de léxico y sintaxis elementales (p. 218).


Cartografía verbal del odio en Colombia. Un manual para desarmar las palabras
Curadores: Beatriz Arana, Belén del Rocío Moreno, Julio Roberto Arenas, Marta Renza
Fondo de Cultura Económica y Universidad Nacional
Bogotá
Noviembre de 2024
304 páginas.