miércoles, 21 de diciembre de 2022

Galápagos, de Fátima Vélez

Fátima Vélez es una poeta que nació en Manizales, estudió literatura en Nueva York, es mamá y ha tenido relaciones poliamorosas por fuera del relato tradicional de familia. Ninguno de estos datos biográficos sería relevante si no atravesaran de una manera tan notoria la escritura de "Galápagos", su primera novela.

Galápagos está dividida en dos partes. La primera se llama "De cómo un terrícola obtiene la piel" y allí aparecen personajes como Luis, que es pintor, Donatien, Juan B., que vive en Bogotá, Lorenzo, quien no tiene uñas y tiene las manos vendadas, Emma Reina, que es asexual y Paz María, madre de mellizos, que sufre de dermatitis y se lanza a un río. ¿Qué relación hay entre estos personajes? algunos son pareja de otros, algunos son amigos de otros. Viajan juntos, conversan en párrafos sin guiones que permitan identificar los saltos de narrador. Desde el comienzo el lenguaje se ofrece experimental, con consciencia de cada una de las palabras elegidas. Muchas de las frases son frases de poeta, cuidadas y precisas aunque no por eso bonitas en el sentido tradicional: al contrario, hay un interés explícito por reflexionar sobre lo que parece feo o abominable, como la pus, las manos sin uñas, las secreciones y en general todo lo que hace y produce el cuerpo no normado.

La segunda parte se titula Galápagos y en ella aparecen algunos de los personajes de la primera parte. Al comienzo de esta sección la autora escribe: "
Hay que hacer como hacían los aztecas cuando ganaban una batalla, que le arrancaban la piel al enemigo y la llevaban puesta durante cuarenta días como si fuera un traje (p. 118)" y por ello los personajes que van en un barco hacia las Islas Galápagos se cuelgan como abrigos sobre sus hombros las pieles de algunos de los que fueron mencionados en la primera parte de la novela.

Esta segunda parte recuerda el Decamerón: los personajes están reunidos en un barco que se hace cada vez más pequeño, hasta que se reduce tanto el espacio que "ya no hablamos más porque es demasiado difícil". Pero mientras pueden conversan, se cuentan historias y así se alimentan los unos a los otros.

Galápagos no es un libro de lectura fácil. En la primera parte no hay puntos, solo comas. En la segunda aparecen los puntos, pero el caos sigue: no es una historia sencilla con introducción, nudo y descenlace, que se cuente de manera lineal. Hay muchas posibilidades de descolocarse, de perderse, y el libro es una invitación a hundirse sin miedo. Los personajes son híbridos, ambiguos, amorfos, que dialogan sobre temas que van desde la pintura y el arte, el feminismo, la maternidad y el orgasmo hasta Luz Marina Zuluaga y las diferencias entre Pereira y Manizales. Todo cabe en esta novela experimental sobre la descomposición, en la que el cuerpo es el principal protagonista.


Algunas frases
La partera estaba desesperada porque yo andaba más ocupada en masticar la placenta que en amamantar, pero me tomé la labor como me tomo todo, ya sabes, lento, y estuve así, hasta que al final, no sé cómo, abrí toda mi boca cual pelvis pariendo mellizos, y glug que entró toda la placenta y ni agua me hizo falta al final, y bueno, acá me ves, como si nada, (p. 20).

Un tarrito de vaselina que a mí me llena de malos pensamientos (p. 22).

Juan B se orina en su apellido, no como yo, a pesar de haber sido criado con tantos idiomas y tantos viajes y tantos museos, nunca quise que nadie supiera con quién y por dónde (p. 24).

La excusa de ser millonario lo salva, los herederos parecen tener derecho a no hacer nada, pero si uno escoge ser algo, hacer algo, está condenado a trabajar; no soy muy trabajador, nunca lo he sido, pero al menos puedo fingir que trabajo (p. 26).

Y que después de muerto me tiren por el excusado (p. 27)

no hay mejor tiempo para uno mismo que esperar, el consultorio de los médicos, las ventanas de los aviones, un amigo impuntual (p. 27).

qué estrés las personas puntuales, que caminan rápido, comen rápido, hacen el amor rápido, nada de paciencia, nada de compasión (p. 28).

y no entiendo cómo hay gente que se atreve a decir Lo importante es ser fieles a nuestros cuerpos, conoce tu carne, qué ansiedad estar siempre en la misma materia, tan desapercibidas las transformaciones a menos que haya un síntoma, uñas cayéndose, por ejemplo, toxicidad la de andar siempre en la misma costra (p. 30)

y como todo es acerca de uno, todo es acerca del miedo de ser otra cosa (p. 30).

la felicidad de las parejas se mide por cuánto se demoran en tener sexo después de no verse por un buen tiempo (p. 32).

que hay que ponernos límites, y que lo único que pone límites son los hijos, es el límite natural (p. 36).

un cuerpo es un cuerpo, no importa su tamaño, siempre tiene la capacidad de estorbar, de atravesarse, de no dejar pasar (p. 39).

un hijo es el mejor antídoto contra las bobadas (p. 43).

un hombre cuyo cuerpo recientemente se dejó llevar por los años, después de una larga resistencia (p. 60).

Allá la gente es muy pobre porque nadie aprecia el campo (p. 61).

un postre con crema que no puedo explicar la suavidad, digamos que quisiera nacer de nuevo en esa crema (p. 61).

pero que no hay que olvidar, No deben olvidar, especialmente ustedes, jóvenes, que fuimos las mujeres quienes mantuvimos la nación durante la guerra, cuidamos de los niños, de los viejos, de los enfermos, alimentamos a los batallones asegurándonos de que las granjas produjeran lo necesario y mantuvimos las fábricas en producción; las mujeres, hasta ese momento relegadas al albedrío masculino, no teníamos derecho al voto y no podíamos tomar ninguna decisión sin la autorización de un marido o un padre, tristemente fue gracias a la guerra que pasamos a ser reconocidas (p. 69).

ay, la pobre historia en sus manos, qué tristeza tanto esfuerzo para dar con la indiferencia de unos jóvenes que no piensan más que en pasarla bien (p. 70).

Después del sexo no hay nada que nos haga sentir más poderosos que darle la espalda al otro, ¿no? (p. 80).

el amor que sentimos cuando estamos al borde del orgasmo es tan real y tan ilusión como una casa, si lo digo es porque en ese momento lo siento, pero ¿por qué la exigencia de responsabilidad, de seguir la vida como si siempre se estuviera en el orgasmo? No se puede vivir así, yo siento el amor en ese momento como una presencia física, como un objeto, como un lugar; después, en su boca, o adentro, o donde sea, las sensaciones bajan, nada qué hacer, se precipitan y caigo en un mutismo y siento que ninguna parte de mí puede hacerme sentir dentro, que ningún borde puede hacer que no me salga, (p. 81).

y le digo que tranquila y ella me dice que tranquila la concha de tu madre, que cuál es ese vicio de los hombres de tranquilizar, ese vicio de los hobres maricas de hacer a las mujeres sentirse tan pequeñas y menstruantes en su histeria, por qué, ¿ah? si ella tranquila está tranquila, (p. 92). 

estaba lloviendo, como todos los lunes, como casi todos los días en Bogotá, en que siempre es un mal momento para llegar (p. 103). 

tenías que probar lo que era tener un cuerpo dentro del cuerpo, cómo podías perderte eso, dijiste y dijiste, a todas las mujeres, a las que habían renunciado radicalmente a la maternidad, porque eso de que liberarse sexual, económica, políticamente significara dejar de parir nunca te convenció del todo (p. 105).

nunca me pude aferrar a un cuerpo del todo porque siempre busco en el cuerpo presente el calor del cuerpo ausente (p. 107).

Orson Welles dice que nunca se mete a las piscinas porque hasta los ricos se pipisean dentro de las piscinas (p. 127).

Lo único cierto, amigos míos, es que la pintura está desapareciendo, ahora a cualquier cosa le dicen arte (p. 127).

Uno tiene que querer mucho a la gente que quiere, y abrazarla, porque la gente se pudre, amigos, en este mundo tan cruel, todo se pudre (p. 133).

por ejemplo, los pelos que crecen, esos pelos que uno se empeña en que no crezcan y con más y más fuerza se hacen ásperos, se caen las uñas, las pestañas, se cae todo, pero eso sí, no es sino que uno no quiera que un pelo crezca y entonces ahí sí no para de crecer (p. 136). 

Me gustaría que pudiéramos ser críticos de verdad, y con de verdad me refiero a que o la historia es buena o. Apostar la vida es la única manera de hacer buenas historias ¿no? O más bien, las buenas historias solo se logran cuando de eso depende la vida. Así deberíamos hacer todo, (p. 150).

No entiendo muy bien para qué es que los terrícolas se casan, si los maridos lo único que saben hacer es acabar con una, (p. 165).

y ella gritaba, ¿Y yo?, ¿y yo? Y ellos le respondía, ¿y tú? Tú solo eres una mujer, (p. 176).

ese cráter que nos recuerda que somos las ganas de ser huecos y que lo más rico de los huecos es poderles meter lo que se nos dé la gana (p. 181).

y qué pasará entonces con nosotros, que ya no fuimos nada de lo que se esperó que fuéramos, según esa naturaleza salvaje que es la familia y sus creencias y sus tradiciones y su preocupación por el qué dirán. Volvernos lombrices de tierra, será (p. 183).

Para mí la risa es muy importante, es lo que diferencia a los vivos de los muertos (p. 186).

porque el silencio, ¿Sí lo oyes? Es como algo anterior a lo que va a estallar (p. 195).

La tía le dijo que las niñas no opinan (p. 208).

¿O no que los artistas se hacen artistas porque alguien les dice que tienen talento? Pronuncia la palabra talento machacada, y luego dice, Y esto, en principio parece bueno, pero la verdad es que he visto cómo grandes talentos se pierden en la adulación. Y sigue, ¿Ustedes creen que existen artistas a los que nadie les haya dicho nada? Yo no, ser artista tiene que salir de la impresión de alguien de que el otro es bueno (p. 249).


Galápagos
Fátima Vélez
Laguna libros
Bogotá, septiembre de 2021
280 páginas


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