domingo, 17 de marzo de 2024

La Vorágine, de José Eustasio Rivera

Aunque algunos dan por descontado que José Eustasio Rivera leyó "El corazón de las tinieblas", el libro que Joseph Conrad publicó en 1899 y que narra el horror de la explotación colonial belga en las selvas del Congo, las profesoras Margarita Serje y Erna von der Walde aseguran que ni Rivera leyó a Conrad ni Conrad leyó a Rivera.

Se diría entonces que fue casualidad que surgieran dos novelas tan similares con tan pocos años de diferencia, pero más que la casualidad es el auge del colonialismo y la explotación capitalista la que explica el surgimiento de este tipo de relatos. Con ese contexto y con los viajes que realizó por el oriente y el sur de Colombia, José Eustasio Rivera publicó hace un siglo, en 1924, "La Vorágine" la novela que fue escogida por la Revista Arcadia como la más importante del siglo XX en Colombia, y que también ocupó el primer lugar en el estudio sobre las 200 obras más importantes de la literatura republicana en Colombia, realizado en 2019 por la UTP, la Feria del Libro de Manizales y La Patria. 

La Vorágine está narrada por Arturo Cova, un poeta bogotano que huye de la ciudad con su novia Alicia, quien está embarazada. El recorrido los lleva a Meta y Casanare, luego a Vichada y Vaupés, en un viaje que cada vez se torna más hostil, no solo por la naturaleza agreste que al final no permite ver el sol, sino también por la violencia en el entorno y por la angustia interior que sufren los personajes.

La relación entre Cova y Alicia es el telón a partir del cual Rivera denuncia la situación de esclavitud que viven los indígenas y algunos colonos en el sur del país, a manos de la Casa Arana y de caucheros que ejercen control territorial y violento en vastos territorios sin autoridad legal. A este respecto resulta premonitoria una frase de Cova, hacia la mitad del libro: "cuente usted con que la novela tendrá más éxito que la historia": de las caucherías sabemos más por La Vorágine, y por El sueño del celta, la novela que publicó en 2010 Mario Vargas Llosa, que por los libros de historia.

La Vorágine se divide en tres partes de similar extensión: la primera cuenta la salida de Cova y Alicia desde Bogotá, pasando por Cáqueza, para llegar al Meta y luego a Casanare. En esta parte de la novela Cova y Alicia están juntos, aunque la relación es tensa, y el espacio de la narración es el Llano colombiano,con sus faenas de vaquería, sus atardeceres y las jornadas a caballo.

En la segunda parte irrumpe la selva. Alicia y la niña Griselda se han ido con Barrera, el cauchero, y Cova y Franco, la pareja de Griselda, emprenden la búsqueda de las dos mujeres a través de las selvas del Vichada. El paisaje se vuelve cada vez más oscuro y difícil, Cova entra en contacto con comunidades indígenas que no comprende y se observa cada día más extraño en un territorio que ofrece amenazas internas y externas que socaban la paz mental del personaje. Hacia la mitad del libro aparece el viejo Clemente Silva, quien les narra su historia sobre la búsqueda de su hijo Luciano y las vejaciones que sufren los indígenas y colonos a manos de los caucheros.

La tercera parte es la llegada de Cova, Clemente Silva, Franco y Helí Mesa al corazón de las tinieblas: a la cauchería que regenta la madona Zoraida Ayram y en donde El Cayeno y El Váquiro ejercen control a punta de terror. En esta parte la violencia se siente real y cercana y al final, como lo escribe el cónsul, los devora la selva.

Es una verdadera lástima que los profesores de colegio obliguen a leer La Vorágine, un libro rico en referencias que se escapan para un lector principiante, que estará mucho más cerca de aborrecer el lenguaje del texto que de apreciar su maestría. En cambio, un lector más informado, puede encontrar en esta obra monumental varios hilos para comprender la historia nacional y el contexto en el que se desarrolla su historia.

A un siglo de haberse publicado, encuentro al menos tres razones por las cuales La Vorágine es la gran obra literaria del siglo XX en Colombia:

En primer lugar, como lo dice Arturo Cova al final del libro, "a esta pobre patria no la conocen sus propios hijos, ni siquiera sus geógrafos". Cova ha visto un "mapa costoso, aparatoso, mentiroso y deficientísimo" elaborado en Bogotá y la novela presenta una cartografía de zonas desconocidas que equivalen a la mitad del territorio nacional y que se ignoran por mucho más de la mitad de la población. Rivera propone un viaje por nombres, ríos, llanos y selvas de las que el lector tiene poco o nulo referente: río Curicuriarí, río Yurubaxí, Río Negro, Guaracú, Yaguanarí, chorros de Atures y de Maipures, caños Mica y Rayao, Río Inírida, Río Guainía, Río Isana, Río Apaporis, Río Taraiza y una cantidad de referentes que se extienden desde Iquitos hasta Manaos y que resultan imposibles de ubicar en el mapa para la mayoría de los lectores. 

Un segundo elemento vigente en la novela es la lectura sobre la violencia, que se presenta desde la primera línea famosa: "Antes de que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia". "La Vorágine" incluye todos los repertorios de violencia: violencia física, violencia sexual, violencia colonial, explotación económica, violencia contra los indígenas, etc... hay homicidio, suicidio, golpes, trampas, engaños, estafas y esclavitud. Hay armas de fuego winchester, armas blancas, muertos en ríos, muertos por animales, decapitados, torturas, latigazos... Y hay también una permanente reflexión del autor sobre estas violencias. El libro se publica seis años después del final de la primera guerra mundial y en ese contexto es valioso que José Eustasio Rivera observe: "todo hombre armado está siempre a dos pasos de la tragedia".

Otro enfoque de lectura es el del rol de la mujer, que resulta sumamente interesante en esta obra adelantada. Arturo Cova se presenta como un hombre propio de su tiempo y de su clase: machista, mujeriego, que piensa que "la superioridad del macho debe imponérseles por la fuerza, en cambio de sumisión y de ternura". Esto que dice y hace Cova contrasta con la fortaleza de las mujeres que construye Rivera: Alicia, La Niña Griselda, Clarita y la madona Zoraida Ayram son las cuatro mujeres con las que Cova se relaciona a lo largo de la novela y todas, a su modo, son mujeres libres, autónomas, que no están sometidas a ningún varón y que toman decisiones que incluso contrarían al protagonista. Cova, además, defiende a una indígena sometida a abuso sexual hacia el final del libro.

La Vorágine es una obra magistral: monumental, enorme, totalizante. Tiene pasajes en los que el autor muestra una temprana preocupación ambiental, hay denuncia social y habla de un país abandonado por sus gobernantes y devorado por la selva, y habla también de unos personajes que, perdidos en sus pasiones y ambiciones, sucumben ante la naturaleza indomable.


Algunos subrayados
"Antes de que me hubiera apasionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar y me lo ganó la violencia" (p. 11). 

El lazo que a las mujeres te une, lo anuda el hastío (p. 12).

No es cuerdo replicarle a una mujer airada (p. 15).

Usted sólo tiene un problema sumo, a cuyo lado huelgan todos los otros: adquirir dinero para sustentar la modestia decorosamente (p. 26). 

―Con ese traje parecerás un tizón encendido.
―Blanco ―me replicó―: pior es no parecer náa (p. 32).

jué que los indios le mataron a él la jamilia, y como puaquí no hay autoridá, tié uno que desenrearse solo (p. 57). 

el cariño es como el viento; sopla pa cualquier lao (p. 64). 
El cariño y el viento soplan de cualquier lado (p. 295).

Una vez me apañaron antes de acabá el rezo y me encerraron en una pieza, con doble yave; pero me volví hormiga y me picurié (p. 72).

Si alguna culpa podía corresponderme en el trance calamitoso, era la de no haber sido severo con ella, la de no haberle impuesto a toda cosa mi autoridad y mi cariño (p. 72). 

Ella debía perdonarme, aunque no le pidiera perdón, porque le pertenecía con mis cualidades y defectos, sin que le fuera dable hacer distingos en mí (p. 73).

Sepulté en mi ánimo el ardid vengativo, como puede guardarse un alacrán en el seno: a cada instante se despertaba para clavarme el aguijón (p. 79).

cuán dulce era el pensamiento de la reconciliación, que se anunciaba como aroma de sementera, como lontananza del amanecer. De todo nuestro pretérito sólo quedaría perdurable la huella de los pesares, porque el alma es como el tronco del árbol que no guarda memoria de las floraciones pasadas ino de las heridas que le abrieron en la corteza (p. 88). 

La justicia es como el cielo, que nos cubre a todos (p. 95).

En esta sabana caben muchísimas sepulturas; el cuidado está en conseguir que otros hagan de muertos y nosotros de enterradores (p. 100).     

―¡Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde? (p. 115).

la superioridad del macho debe imponérseles por la fuerza, en cambio de sumisión y de ternura (p. 129).

Cierta vez la niña Griselda, ausente yo, le daba clases de tiro al blanco. Sorprendílas con el revólver humeante, y permanecieron impasibles, como si estuvieran con la costura (p. 158).

―¡Es que las mujeres debemos saber de tóo! Ya no hay garantía ni con los maríos (p. 158). 

No hemos nacido para reliquias (p. 159). 

a fuerza de ser crueles ascienden a capataces, y esperan cada noche con libreta en mano, a que entreguen los trabajadores la goma extraída para sentar su precio en la cuenta. nunca quedan contentos con el trabajo y el rebenque mide su disgusto. Al que trajo diez libros le abonan sólo la mitad, y con el resto enriquecen ellos su contrabando; que venden en reserva al empresario de otra región, o que entierran para cambiarlo por licores y mercancías al primer "chuchero" que visite los siringales. Por su parte, algunos peones hacen lo propio. La selva los arma para destruirlos, y se roban y se asesinan, a favor del secreto y la impunidad, pues no hay noticia de que los árboles hablen de las tragedias que provocan (p. 165).

―Cuente usted con que la novela tendrá más éxito que la historia (p. 168).

Jamás cauchero alguno sabe cuánto le cuesta lo que recibe ni cuánto le abonan por lo que entrega, pues la mira del empresario está en guardar el modo de ser siempre acreedor. Esta nueva especie de esclavitud vence la vida de los hombres y es transmisible a sus herederos (p. 169). 

En el fondo de cada alma hay algún eposodio íntimo que constituye su vergüenza (p. 170).

Hay que ser avaros con el dolor (p. 172).

Cualquier indio que tenga mujer o hija debe presentarla en este establecimiento para saber qué se hace con ella (p. 175).

peones que entregan kilos de goma a cinco centavos y reciben franelas a veinte pesos; indios que trabajan hace seis años, y aparecen debiendo aún el mañoco del primer mes; niños que heredan deudas enormes, procedentes del padre que les mataron, de la madre que les forzaron, hasta de las hermanas que les violaron, y que no cubrirían en toda su vida, porque cuando conozcan la pubertad, los solos gastos de su niñez les darán medio siglo de esclavitud" (p. 195). 

La mansedumbre le prepara terreno a la tiranía y la pasividad de los explotados sirve de incentivo a la explotación (p. 212). 

los caucheros que hay en Colombia destruyen anualmente millones de árboles. En los territorios de Venezuela el "balatá" desapareció. De esta suerte ejercen el fraude contra las generaciones del porvenir (p. 219). 

Y por este proceso ―¡Oh selva!― hemos pasado todos los que caemos en tu vorágine (p. 221).

todo hombre armado está siempre a dos pasos de la tragedia (p. 237). 

¡Otra vez, como en las ciudades, la hembra bestial y calculadora, sedienta de provechos, me vendía su tentación! (p. 246). 

A tal punto cundía la matazón, que hasta los asesinos se asesinaron (p. 273).

Hoy, como nunca, siento nostalgia de la mujer ideal y pura (p. 278). 

aquel mapa costoso, aparatoso, mentiroso y deficientísimo (p. 284).

a esta pobre patria no la conocen sus propios hijos, ni siquiera sus geógrafos (p. 284). 



La Vorágine
José Eustasio Rivera
Prólogo de Juan Luis Panero
Círculo de lectores, colección "Joyas de la literatura colombiana"
Bogotá, 1984 (primera edición 1924)
320 páginas

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