miércoles, 7 de enero de 2015

Sin novedad en el frente, Erich Maria Remarque



Si lo que diferencia a un buen libro de un clásico es su vigencia en el tiempo, Sin novedad en el frente es un clásico de la literatura sobre guerra.

Pablo es todavía un menor de edad cuando llega al frente occidental alemán para defender a su país en la Gran Guerra, que luego se llamaría Primera Guerra Mundial. Arrancado de su pueblo y su familia, en el frente hace amistades, empieza a padecer miedo y hambre y a medida que el relato avanza se hace claro que el final de la guerra no es tan próximo como les prometieron. Y que la victoria es cada vez más esquiva. Poco a poco sus amigos van cayendo heridos o muertos hasta que muere en octubre de 1918, un mes antes del fin de la guerra.

Si bien el libro fue escrito en Alemania en 1929, puede ser leído hoy como un manifiesto antibelicista. Las discusiones sobre el sentido de la guerra, quiénes son los que combaten, las pocas diferencias entre quienes están a uno y otro lado del frente y la desmoralización de los soldados son tan vigentes hoy, en otras guerras, como lo fueron hace un siglo, durante la Gran Guerra. Para la muestra, las siguientes citas. Todas se pueden leer, por ejemplo, a la luz del conflicto armado colombiano, o de cualquier conflicto contemporáneo:

Para el soldado, su estómago y su digestión son un campo mucho más familiar que para cualquier otro hombre. Las tres cuartas partes de su léxico provienen de aquí, y la expresión de su alegría, al igual que la de su más colérica indignación, encuentran en estas palabras su fuerza descriptiva. Es imposible, de otra forma, expresarse más clara y rotundamente. Nuestras familias y nuestros profesores se escandalizarán cuando volvamos, pero aquí es el idioma universal.

Resulta cómico, por otra parte, que la desgracia en este mundo venga tan a menudo de la mano de hombres cortos de talla. Son mucho más enérgicos que los altos.

Mientras ellos seguían escribiendo y discurseando, nosotros veíamos ambulancias y moribundos; mientras ellos proclamaban como sublime el servicio al Estado, nosotros sabíamos ya que el miedo a la muerte es mucho más intenso. Con todo, no fuimos rebeldes, ni desertores, ni cobardes —tenían siempre tan dispuestas estas palabras—; amábamos a nuestra patria tanto como ellos y al llegar el momento de un ataque, nos lanzábamos a él con coraje. Pero ahora distinguíamos. Ahora habíamos aprendido a mirar las cosas cara a cara y nos dábamos cuenta que, en su mundo, nada se sostenía. Nos sentimos solos de pronto, terriblemente solos; y solos también debíamos encontrar la salida

Los que son mayores están ligados con más fuerza al pasado; tienen una base, mujer, hijos, profesión, intereses, ataduras tan fuertes ya, que la guerra no puede destruir. Pero nosotros, los de veinte años, sólo tenemos a nuestros padres, y, algunos, a la novia. No es gran cosa, pues a nuestra edad es cuando la autoridad de los padres es más débil y las muchachas no nos dominan todavía. Exceptuando esto, no existía mucho más para nosotros; un poco de fantasía, algunas aficiones y la escuela; nuestra vida no llegaba más allá. De todo esto no ha quedado nada.

Aprendimos la instrucción militar en diez semanas, y en tan poco tiempo, nos transformamos más radicalmente que en diez años de colegio. Supimos que un botón reluciente es más importante que cuatro tomos de Schopenhauer.

si adiestras un perro a comer patatas y cuando ya está acostumbrado le echas un pedazo de carne, verás que, a pesar de todo, lo caza al vuelo porque eso está en su naturaleza. Si a un hombre le echas un poco de poder hará lo mismo, se tirará de cabeza a cogerlo. Es muy natural, porque el hombre, en el fondo, no es más que un animal cualquiera y sólo más tarde recibe una capa de decencia, como una croqueta la recibe de harina. La mili se basa en esto: que uno tenga siempre poder sobre otro. Lo malo es que, todos juntos, tienen demasiado poder

Cada uno de nosotros sabe que la rigidez de la vida militar termina sólo en la trinchera, pero que vuelve a empezar a pocos kilómetros del frente y, ciertamente, de la manera más estúpida, con saludos y con el paso de desfile. El soldado debe estar siempre ocupado, esto es una ley de hierro. El frente es una jaula en la que se ha de aguardar, nervioso, lo que sucederá.

No es sino por simple azar que el soldado conserva la vida. Y cada soldado cree y confía en el azar. Nos hemos convertido en animales peligrosos. No combatimos, nos defendemos de la destrucción. No lanzamos las granadas contra los hombres — ¡qué sabemos nosotros en estos momentos de todo esto!—, es la muerte la que nos acorrala agitando aquellas manos y aquellos cascos. podéis soportar los horrores mientras agacháis simplemente la cabeza; pero en cuanto reflexionáis, os matan.

¡Madre, madre! ¿Cómo puede comprenderse que yo deba separarme de ti? ¿Quién tiene derecho sobre mí sino tú?

Cuando uno se siente solo es cuando empieza a observar la naturaleza y a amarla

No sé de ellos nada excepto que son prisioneros y, precisamente, esto es lo que me conmueve. Su vida es anónima e inocente... Si supiera algo más de ellos, cómo se llaman, cómo viven, cuáles son sus anhelos, qué es lo que les mueve, mi emoción tendría un objeto y podría convertirse en compasión.

—Sí —pienso amargamente—, somos así nosotros, los pobres. Nunca nos atrevemos a preguntar el precio a pesar de que nos preocupe terriblemente.

—Es curioso pensar en esto —sigue Kropp—; nosotros estamos aquí para defender nuestra patria. Pero también los franceses defienden la suya. Entonces, ¿quién tiene razón?
—Quizá los unos y los otros —murmuro sin convicción.
—Correcto —dice Albert y leo en su cara que quiere meterme en un callejón sin salida—, pero nuestros profesores, nuestros pastores y nuestros periódicos dicen que sólo tenemos razón nosotros y quiero creerlo; sin embargo, los profesores, los pastores y los periódicos franceses pretenden tener razón tan sólo ellos. ¿Cómo te lo explicas?
—No lo sé —digo yo—. Sea como sea, estamos en guerra

¿Qué harán nuestros padres si un día nos levantamos y les exigimos cuentas? ¿Qué esperan de nosotros cuando la guerra haya terminado? Durante años enteros, nuestra ocupación ha sido matar; ha sido el primer oficio de nuestra vida. Nuestro conocimiento de la vida se reduce a la muerte. ¿Qué puede, pues, suceder después de esto? ¿Qué podrán hacer de nosotros?

la guerra es una causa de muerte como el cáncer o la tuberculosis, como la gripe o la disentería. Sólo que los casos mortales son más frecuentes, más variados y más crueles.


Sin novedad en el frente
Erich Maria Remarque
Círculo de Lectores
España
1929
151 páginas

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