lunes, 17 de noviembre de 2025

Risaralda, de Bernardo Arias Trujillo

Diversos libros de la historia de la literatura caldense se refieren a Risaralda, de Bernardo Arias Trujillo, como la gran novela del siglo XX en Caldas, o al menos de la primera mitad del siglo XX.

Arias Trujillo nació en 1903 en Manzanares y se suicidó en Manizales en 1938. Cuando cumplió 32 años publicó Risaralda, que desde la primera página interior se anuncia como "película de negredumbre y de vaquería, filmada en dos rollos y en lengua castellana".

La novela se divide en dos rollos, que equivale a decir en dos partes. La primera se ocupa de describir el origen de Sopinga, que más tarde se llamaría La Virginia, desde mediados del siglo XIX hasta alrededor de 1915. En el relato Sopinga es un paraíso, un edén entre los valles del Río Risaralda y el Río Cauca, habitado por negros que llegaron de distintas partes del país y que se gobiernan bajo sus propias normas y costumbres, sin admitir autoridad ajena. 

Caracterizado el escenario, el segundo rollo se ocupa de desarrollar el drama de la historia: un amor contrariado entre La Canchelo, negra bellísima, hija de Pacha Durán, y Juan Manuel Vallejo, un vaquero rubio, de 26 años, hijo de buena familia, que llega a Sopinga después de haber vivido y enviudado en la costa Caribe. 

La violencia, el racismo, el baile, el tiple, la música, el licor, el machete y las riñas hacen parte de esta novela que transcurre principalmente de noche y que, desde la mirada de un autor blanco pero marginal por su condición homosexual, describe otra marginalidad que a sus ojos luce salvaje y libre: la de los pueblos negros que viven al margen de las normas de los blancos. 

El lenguaje de Risaralda busca resaltar la oralidad del habla de Sopinga. Hay referentes a pasajes bíblicos, desde el Génesis hasta el Diluvio, y hay también un embelesamiento con el paisaje verde del valle de Risaralda. No creo que esta novela sea superior a Una mujer, publicada en Manizales por Natalia Ocampo de Sánchez, seis meses después de Risaralda, pero sí es una novela que ofrece una mirada distinta y alternativa frente al relato oficial de la colonización. El Río Cauca, el hombre negro y la noche son los ejes que articulan la narración de Risaralda, una novela útil para recordar que el Eje Cafetero es mucho más que café.

Algunos subrayados
En el principio era la selva. Era en el principio la selva inmensa, silenciosa, poblada de misterio y de osadía. Los siglos rodaban sobre el lomo del río al vaivén de las aguas, y los robustos árboles tutelares, coronados de orquídeas, como dioses, presenciaban taciturnos el desfile infinito de las centurias (p. 19). 

un hombre hacíase despreciable si alguna vez había sido derrotado o no había cometido siquiera un homicidio (p. 23). 

el negro agarraba por las mechas a su hembra, ceñíala, contra sí, doblábala como un junco del monte, y mientras le alzaba las vistosas enaguas con una mano, con la otra le daba en las nalgas, hasta una docena de "planazos" descargados con la hoja fulgurante del machete (p. 27).

Los negros risaraldenses tenían un concepto árabe de la propiedad de la mujer, la cual era para ellos solamente una "cosa" (p. 27).
19
Deje que mi marido me pegue todo lo que le dé la gana que pa eso soy su mujé (p. 28). 

un baile de ley, para serlo de veras, necesita por lo menos dos "dijuntos" (p. 35). 

Su padre le enseñó las cuarenta y siete maneras de manejar la peinilla, lo adoctrinó en los "quites", "vueltas", "recumbambeos" y cuantas filigranas debe saber un machetero de pundonor (p. 52).

Y como la criatura persistiese en estar con él y seguirlo, la agarró del cabello y despacio, exquisitamente, con una finura florentina —refinamiento increíble en un negro malo— la fue haciendo tajaditas tan delgadas como hostias y las iba tirando una por una, con lentitud, a los pescados del río. Todo esto con indolencia pasmosa, sordo a los alaridos de la víctima, divertido de su obra de mulata crueldad (p. 56). 

Rita lo hace con más sensualidad aún, como si estuviera gozando la sensación del orgasmo (p. 61). 

Así como el bambuco es baile casto que sugiere idilio, el currulao es danza sensual que quiere decir posesión y entrega (p. 63).

El Cauca era el cementerio de Sopinga (p. 73). 

—¡Ay, compadre Salvadó! ¡Qué vaina sé un tan macho!....
—¿Po qué, compadre?
—Poque si yo no juera tan macho, me emperraría a llorá como una hembra. ¡Ay que ve!... (p. 88).

En este faenar humilde, la hembra sumisa envejecía, dócil a su macho, sin remilgarse nunca, contenta de quererle, agradecida de que le diera hospedaje (p. 90).

La mujer, los hijos y su canoa son el triángulo que sostiene la tolda de su ensueño (p. 92).

se acordaron en casi todas las cláusulas, menos en aquella de enlazarse con rejos matrimoniales, que ellos se amaban a su manera, sin ritualidades algunas, teníanse felices con el amor libre y espontáneo, el mejor aglutinante para ayuntar de veras dos almas, en lo cual resultaban más sabios y experimentados que los blancos (p. 105).

existía siempre, naturalmente, un invisible cordón sanitario de jerarquía entre las dos castas (p. 110).

Los expedicionarios iban derribando selva, lentamente. Cuando ante ellos se enfrentaba un árbol gigantesco de varias brazas de abarcadura, lo rodeaban con denuedo y repartidos a equidistancia, empezaban a abrirle zanjas a golpes de machete o de hacha (p. 124). 

Intacta de cuerpo, tenía, sin embargo, pelusillas de pecado venial entre los rinconzuelos de su alma, vagas ensoñaciones de goce, y vanidad de saberse deseada, de sentirse tentadora y apetecida. Era una mujer (p. 139).

Tenía alma de vaquero que es tener alma de extensión (p. 145). 

El retorno le dió un alma nueva y comprendió que regresar era como nacer otra vez. Más tarde descubriría con pena que el regreso tan sólo transforma pasajeramente, y que pasados los días de las primeras impresiones, se vuelve al viejo sopor, y la vida torna a ser tan igual y monótona como antes de movilizar el alma hacia otros panoramas (p. 150). 

El día vivido ayer sería exactamente igual al de hoy, al de mañana, al que transcurrirá dentro de diez años (p. 153). 

El tufo sexual de la tierra caliente, húmeda de savias y de fertilidades (p. 175). 

Más que por bonita amábala Juan Manuel por arisca y desdeñosa, porque así le gustaban las hembras, como buen vaquero: difíciles de coger, duras de domar, tercas y resabiadas, de mala rienda, pajareras y espantadizas, para tener el gusto de volverlas modositas y aterciopeladas como bestia madrina (p. 195).

Pacha quería morir dejando a su Canchelo casada con hombre blanco y de buenas maneras, no con un negro vulgar del puerto, ordinario y despreciable (p. 197). 

El aguardiente ha sido el mejor combustible para movilizar la vida nacional: él es el motor que impulsa nuestro mecanismo y bajo su influencia se ha realizado nuestra historia: revoluciones, guerras largas, victorias, descalabros, todas las peripecias colombianas tienen aroma de anís y están bautizadas con gotas claras de aguardiente. Por eso, es un benemérito de la patria (p. 212). 


Risaralda
Bernardo Arias Trujillo
Editorial Zapata
Manizales
Noviembre de 1935
268 páginas.


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