En la página web de Editorial Planeta dice que Eduardo Otálora Marulanda es hijo único. Ser hijo único consiste en no tener hermanos. Suena obvio pero quizás no lo es: ¿es hijo único el que tuvo hermanos y ya no los tiene? ¿si alguien llega hasta la adolescencia siendo hijo único y luego le nace un hermano, se considera que tiene personalidad de hijo único?
Quieto es una novela basada en la vida personal de Eduardo Otálora Marulanda, hijo único hasta los 14 años, cuando nació Santiago, un niño inesperado pero bienvenido. El bebé nació con un problema en las piernas. Nada grave. Sin embargo poco tiempo después de cumplir un año falleció.
A los 15 años Eduardo Otálora volvió a ser hijo único, pero las circunstancias de su familia habían cambiado de manera radical y definitiva.
No es común encontrar libros sobre la muerte temprana de niños y en eso Quieto ya resulta una obra novedosa. Sin embargo su mayor valor está en la voz narradora que construye el autor: la novela está narrada por Santiago, el bebé muerto, quien desde la primera línea anuncia: "Morí una semana después de cumplir un año".
La voz de un bebé no es igual a la de un adulto. Este niño pequeño narra desde el asombro, la ternura y la falta de prejuicios. Describe lo que ve, cuenta lo que observa, lo que siente, pero no juzga. Es el lector el que arma el rompecabezas de esta historia dolorosa, conmovedora y honesta, que retrata con maestría a una familia de clase media en Bogotá en los años 80 y 90.
Algunos subrayados
Esa tarde mamá tenía el pelo recogido en una trenza que le bajaba por la espalda. Todavía lo usaba largo. Cuando me le morí, se lo cortó bien bajito y nunca más lo dejó crecer (p. 22).
Todo ese tiempo intentaron mantener amarrada la famailia, aunque por dentro estuvieran rotos y desmadejados. Lo único que lograron fue envenenarse el uno al otro y, de paso, a mi hermano (p. 29).
Quizás por eso le gustan tanto las ventanas a mi hermano. Son como una pantalla gigante que transmite lo que está pasando en el mundo de afuera y le permiten olvidarse de lo que le duele en el mundo de adentro (p. 33).
Entonces mamá dijo ya estoy muy vieja para ponerme con abortos; toca tenerlo (p. 48).
El miedo es más fuerte que el amor. Eso fue lo que me alcanzó a enseñar mi familia mientras les duré vivo (p. 53).
Mamá nunca decía nada, para que no se avivara la pelea. Se quedaba quieta. Quizás por eso en la panza de ella yo me quedé quieto.
El cuerpo aprende del cuerpo (p. 55).
Un hombre de verdad se reconoce por cómo recibe los golpes (p. 65).
Entendí algo: lo único que tenemos los muertos es pasado (p. 75).
Cuando mis abuelos se vieron sin hijos de quienes hacerse cargo, se dieron cuenta de que no les quedaba amor y mucho menos ganas de aguantarse chocheras de viejos (p. 79).
En la mirada notó que le hacía falta un papá que la cogiera de la mano y le dijera vení, dame un abrazo y tranquila, mi niña, que todo va a estar bien (p. 82).
Papá siempre teme quedarse sin nada y piensa que todos está contra él.
Papá y su miedo horrible, que convierte en un egoismo colmilludo que termina desgarrándolo todo (p. 85).
Las obras completas de Esquilo, Sófocles, Shakespeare y Dostoievski, para mostrar que era culto y conocía a los clásicos. Únicamente había leído lo que obligaban en el colegio y no se lograba aprender ni los nombres de los personajes ni nada. Nunca entendió por qué todo el mundo decía que eran los libros más importantes de la humanidad (p. 88).
se acomodó a lo que ella le dijo porque así es papá, buscando siempre la manera de ahorrarse las decisiones difíciles de la vida (p. 99).
paciente como una nube (p. 120)
un par de hijos que eran, pensaba a veces, dos tiernas sanguijuelas que le drenaban la vida (p. 121).
Nadie está preparado para ver la muerte en la cara de un bebé (p. 141).
Quieto
Eduardo Otálora Marulanda
Seix Barral
Bogotá
junio de 2025
142 páginas
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