lunes, 19 de agosto de 2024

Vivencias, de Dorian Hoyos Parra


Los poemas de Dorian Hoyos Parra son pequeñas observaciones sobre aspectos íntimos, mínimos. Ofrecen una lupa para mirar en aumento las minúsculas vivencias de la vida cotidiana: el pájaro que cae de un árbol, la maestra de primerito, la pluma del pavo real, la casa dispuesta para el regreso del amado. Y así, a partir de pequños objetos, Dorian Hoyos presenta su visión sobre el amor y el desamor, la maternidad, la familia y la muerte en 33 poemas cortos, algunos de muy pocas líneas.

Dos poemas de este poemario me tocaron de manera especial: "Adolescencia", que comienza diciendo "mi nieto tiene doce años" y justo es la edad que hoy tiene mi hija; y "Tu ausencia", en el que le dice a un suicida "te queremos en el espacio, el tiempo y las incógnitas".

Otro poema vívido es "Visión de hogar en el año mil novecientos sesenta", en el que la poeta describe, como si fuera una crónica, "la larga mesa, el sofá mullido, la tibia alcoba" y todo lo que ha dispuesto para recibir a su pareja que llega de viaje (¡y se enoja!). Mucha cotidianidad y verdad en unos cuantos versos que construyen una imagen real de una pareja que no es perfecta.


Vivencias
Dorian Hoyos Parra
La nueva editorial
Manizales
Mayo de 2013
90 páginas

Alma de gema, de Dorian Hoyos Parra

Alma de gema es un volumen que reúne 58 poemas de la escritora manizaleña Dorian Hoyos Parra, en los que, sin unidad temática ni hilo conductor, el lector pasea por el amor, el placer, la maternidad, la naturaleza, los animales y la ciudad, entre otros asuntos.

Los poemas que Dorian Hoyos presenta en este libro son muy cortos: algunos de apenas tres líneas y los más extensos si acaso superan una página. Se trata de poemas de verso libre que parecen escritos en distintas épocas y contextos, aunque el prólogo de Juan Carlos Acevedo no informa al respecto del proceso creador. 

Más de la mitad de los poemas carecen de título y muchos son pequeñas briznas de un pensamiento o una imagen. Por ejemplo: 

Esta hija mía
que todo lo llena
hasta mi corazón

En otros se revela una consciencia social y política que también atraviesa su libro Café y ciudad, sobre la historia de Manizales. Así, por ejemplo, Dorian Hoyos a sus 75 años (el libro se publicó en 2008) habla sobre el hip hop y los parceros a quienes matan en las esquinas; sobre los niños que ya no juegan en las quebradas por estar conectados a Internet y de los afrecheros que ya no mueren por las caucheras sino por la sierra que tala los árboles.

Salvo una sucesión de ocho poemas dedicados a animales (grillo, mantis religiosa, moscas, pulga, cucaracha), en el resto del libro los poemas van sin un orden claro que proponga un diálogo entre la obra. Es una lástima esta falta de edición, porque evidentemente en un grupo tan grande de poemas sí es posible encontrar unas líneas que articulen la propuesta creadora y que permitan un viaje aún más introspectivo.


Alma de gema
Dorian Hoyos Parra
Editorial Manigraf
Manizales
Agosto de 2008
154 páginas

Café y ciudad, de Dorian Hoyos Parra

El subtítulo de "Café y ciudad" dice "o la cotidianidad en la población cafetera de Manizales", y ese texto es una buena síntesis de la pretensión de Dorian Hoyos Parra con este libro: con ocasión de los 150 años de fundación de Manizales la autora escribe una historia de la ciudad, pero no desde los nombres y fechas de los colonizadores, los políticos o los "hombres ilustres" sino desde la cotidianidad de sus habitantes. Esa mirada convierte a este texto en una pieza singular, porque se trata de una historia escrita por una no-historiadora que narra con enfoque femenino, en donde lo que ocurre al interior de las casas tiene relevancia.

El libro no está dividido por capítulos. Se trata de un texto que pretende ser una conversación de un abuelo con su nieto Simón, que llega a pasar vacaciones en Manizales. Es curioso que la autora elija como narrador a una voz masculina, porque en lo que escribe se percibe un alter ego suyo. De hecho, salvo el artificio del diálogo abuelo-niño, el libro no tiene ficción y, al contrario, al comienzo la autora explica que su novela (la define así) es el fruto de un trabajo de 12 años de investigación en la Biblioteca Nacional de Colombia.

No se trata de una historia narrada cronológicamente sino de un "cuento" que un abuelo le cuenta a un nieto. Así, la historia brinca en décadas, va del campo a la ciudad y salta entre episodios, pero esta posible falta de rigor historicista permite que el relato sea breve y ameno y la autora lo enriquece con detalles de interés que no es fácil encontrar en otros libros. Por ejemplo menciona a los Colonizadores, la Esponsión de 1876 con Mosquera, los incendios de la década de los 20, el comienzo del Cable Aéreo y luego, en 1927, el arranque del ferrocarril de Occidente que iba hasta Buenaventura. Pero todo esto lo mezcla con su propia memoria, observación y vivencias. La autora nació en 1933 y entonces conoció de primera mano aspectos como la moda de hombres y mujeres en la ciudad en la primera mitad del siglo XX, cómo lavaban y planchaban la ropa, cómo conservaban la carne antes del uso de las neveras, cuál era la dieta tradicional, cómo era la vida en los colegios, los medios de transporte, los juegos infantiles, los noviazgos, la vida de las casadas y las viudas y otra cantidad de detalles que hacen de este libro una mezcla entre la historia de la ciudad y las memorias de la autora, aunque ela se abstenga de dar datos autobiográficos.

En algunos pasajes hay un tono moralizante en el que se culpa a la mujer, por su salida del hogar, de la decadencia de la familia contemporánea. No obstante, Dorian Hoyos Parra es una hija de su tiempo pero una hija crítica: el texto cuestiona la desigual distribución de la riqueza, la vida ostentosa de algunos obispos, el servicio militar, el servilismo de la educación, los cafetos que requieren químicos, promovidos desde la Federación de Cafeteros, y las ganancias que se llevan las multinacionales por el petróleo colombiano. Dorian Hoyos militó en el Partido Conservador, pero varias de las afirmaciones que hace en este libro lucen progresistas incluso hoy, a 25 años de su publicación.

Algunos subrayados
Esa joven ciudad de limpias costumbres, muy católica, fue habitada por soldados sin recato, sin Dios y sin ley. Manizales conoció el saqueo, el asesinato, las casas de lenocinio y las enfermedades venéreas. Las escuelas fueron cuarteles y hospitales (p. 14).

¡somos ricos en hidrocarburos! pero siempre la tecnología extranjera viene con su equipo humano y así seguimos en la periferia (p. 16).

¡dirigentes! nuestra educación y formación es servil (p. 16). 

antes de 1920 Manizales contaba con once bancos, muchas casas extranjeras tenían oficinas en la ciudad, la mercancía que se traía por el río Magdalena llegaba a Barranquilla desde Euroa, no sólo se quedaba en Manizales agluna parte, también seguía para el Cauca, los bueyes y las mulas se iban con cargas de café, las cuales se despachaban desde Honda por el mismo río hasta Barranquilla (p. 25).

Ya para los años cincuenta cambia, la mujer va a las oficinas, a las escuelas de comercio, a la universidad, reciben visitas del novio en las casas, ellos van a buscarlas a los lugares de trabajo o estudio y acompañarlas de regreso a sus casas (p. 27).

(a finales del siglo XIX) algunas mujeres trabajaban como escogedoras de café en las trilladoras del grano que había cogido impulso y el cual sería para las próximas cuatro décadas del siglo XX el eje de la economía, no sólo de Manizales sino del país (p. 33).

las coperas o las niñas de propiedad horizontal momentánea le escuchaban sus cuitas (p 34).

en sus laboratorios creó otras variedades y vendió la idea de utilizar insumos químicos que encarecieron la producción del grano; este último paso se iniciaba por los años cincuenta de este siglo (p. 36).

El escritor Adalberto Agudelo Duque dice que: "la modernización de la mujer se dio en gran medida porque se inventó la máquina de escribir que hizo que ella saliera de casa a trabajar, la toalla higiénica porque le dio más seguridad, los anticonceptivos porque le dieron más libertad sexual". Estas cosas revolucionaron el mundo. (p. 44). 

Contaba mi abuela que en 1860 una lluvia de ceniza opacó el cielo y cayeron muertos los pájaros por los caminos, en los solares y los bosques vecinos (p. 52)

todas las piezas para armar el cable aéreo habían sido traídas a lomo de buey y de mula desde el puerto de Honda, o por Buenaventura (p. 54). 

Eran también medio franceses los manizaleños de otra época, primero fueron Grecolatinos, así los bautizó la República de las letras (p. 58). 

Las mujeres son mal miradas y mal comentadas por trabajar fuera del hogar, en oficinas; algunos hombres se toman la libertad de decir que sólo las coperas trabajan fuera de la casa (p. 63). 

(luego de los incendios) Manizales tiene hospitales, casa de beneficencia, biblioteca pública, colegios, iglesias, bancos, de nuevo el comercio y la industria que contaba con veintisiete fábricas en 1927 (p. 79).

Colombia es un estado cantinero y en Manizales en cada casa o local del centro que desocupan ponen una sala de juego (p. 104).


Café y ciudad o la cotidianidad en la población cafetera de Manizales
Dorian Hoyos Parra
Fondo Mixto para la Promoción de la Cultura y las Artes de Caldas
Manizales
Mayo de 1999
112 páginas

domingo, 11 de agosto de 2024

Pulmón de mar, de Andrea Domínguez

Maruja Vieira, quien además de poeta fue toda la vida periodista, me contó en una ocasión sobre un estudio que sobre su obra hizo la también periodista y escritora Edda Cavarico. El análisis consistió en desentrañar la estructura de varios poemas escritos por Maruja, y la conclusión fue que se trataba de poemas periodísticos. No por su contenido, que versa mucho más sobre lo íntimo que sobre la actualidad noticiosa, sino por su estructura, por la forma en la que están escritos. Según Cavarico, los poemas de Maruja Vieira tienen lead: hay un primer párrafo (para el caso unos primeros versos) que condensan la "historia" o la imagen poética y sintetizan el texto. Hay también una intención narrativa en la poesía de Vieira de la que, según ella me contó, no siempre era consciente pero era, sin duda, herencia de la escritura periodística, a la que le dedicó varias décadas.

Recordé ese antecedente de las huellas periodísticas sobre la poesía al leer a la periodista Andrea Domínguez en "Pulmón de mar", su primer poemario, porque encontré también unos poemas narrativos, como pequeñas crónicas que dejan registro de una emoción, de un instante, de una imagen, o porque tienen la intención de ser memoria del pasado para legarle al futuro. Así como se dice que el periodista escribe el primer borrador de la historia, en algunos poemas Andrea parece estar escribiendo un borrador de su historia familiar e íntima: del parto y la maternidad, del lugar de la abuela en la familia, del ritual de sentarse a la mesa y del olor del pelo de su hija. 

Los poemas de Andrea Domínguez Duque (Bogotá, 1974) dan cuenta de este tiempo: hay autopistas, botellas de plástico, una torta de red velvet y mensajes en twitter. Hay preocupación por el cuidado ambiental, sorpresa ante la naturaleza y soledad en medio de las multitudes. La cotidianidad citadina entra en sus versos libres para descubrir belleza, asombro o desazón en medio de los días que uno a uno son la vida. No hay en la autora una intención de exotizar el ambiente o de recurrir a tópicos manidos, sino de aprovechar lo que ofrece la vida corriente de una mujer que es profesional, esposa, mamá, hija y hermana para descubrir y construir poesía a partir de lo que aparece como más mundano. 

El volumen trae 60 poemas distribuidos en cinco secciones. Hay suficiente diversidad, pero también elementos recurrentes, y entre ellos se destaca la familia como ese núcleo amoroso que ofrece "una ración de compañía". El libro, como objeto, da cuenta de ese protagonismo familiar: lo firma Andrea Domínguez, la foto que aparece de ella fue tomada por su esposo,  la contraportada trae un dibujo de una de sus hijas y un relato de la otra, el prólogo lo firma su papá, el reconocido periodista Oscar Domínguez, y éste, desde el segundo párrafo, menciona a Gloria, la mamá de la autora, así como a su hermano, su cuñada y sus sobrinos. 

El libro abre con Red velvet, un poema juguetón que es una invitación sensual, y cierra con un conjunto de poemas amorosos. Aunque en todo el libro hay amor, los poemas finales giran en torno a la pareja y el deseo. Allí, en la más honda intimidad, se adivina también la poeta más medida, más destilada y sugerente. La del pulmón creador que le permite navegar en las aguas más profundas. 


Pulmón de mar
Andrea Domínguez
Editorial Java
Medellín
julio de 2024
96 páginas

sábado, 3 de agosto de 2024

La mujer incierta, de Piedad Bonnett

"La mujer incierta" abre con una breve nota dirigida "Al lector" en la que la autora explica que este libro nació en la pandemia y que no son unas memorias "pues de forma deliberada he dejado muchos aspectos de mi vida en la sombra". Se trata entonces de jirones de memoria, de fragmentos subjetivos que sirven para reflexionar sobre asuntos de interés público, como la brecha entre mujeres y hombres, la educación sentimental, el "hacerse escritora", la vida universitaria y la maternidad, entre otros aspectos.

Piedad Bonnett escribe desde hace años una columna de opinión los domingos en El Espectador y este libro tiene algún parentesco con esas columnas: se trata de piezas breves (un poco más largas que las columnas, pero no mucho más) en las que la autora reconstruye una escena de su vida, un momento puntual, y a partir de esa anécdota mínima arroja luces para entender su pasado y su presente, pero también el pasado y el presente de otras de su generación.

"La mujer incierta" tiene un tono autobiográfico desde la portada, que trae la imagen triplicada de una Piedad Bonnett muy joven. Ese tríptico da cuenta de la imposibilidad de encasillar a la autora (y a cualquier ser humano) en un solo rol o en un solo registro: Piedad Bonnett se presenta en este libro como escritora, profesora, esposa, hija, hermana, madre, amiga, lectora, oficinista aburrida, niña rebelde y mujer de consciente de su época y su clase social. Hay pasajes dolorosos y tristes, como cuando reconstruye la eutanasia de la escritora Marcela Villegas, la mejor amiga de su hija; otros ácidamente críticos, como en los que recrea la vida universitaria, tan llena de lambones e impostores, y que me llevaron a recordar esa maravillosa novela que es Stoner, y también escribe episodios graciosos, como aquellos en los que se burla de ella misma y de sus "triunfos literarios", en los que el éxito luce muy distinto al que aparece en las revistas de farándula.

En un pasaje la autora dice que mientras uno no sea huérfano goza de juventud, y como ella tiene a sus padres vivos, casi centenarios, se siente aún joven, aunque tiene 73 años (nació en 1951). Esa vitalidad interna se refleja en una escritura segura y honesta que desnuda sin reservas algunos aspectos íntimos, como sus episodios de depresión y ataques de pánico, y resguarda otros, como casi todo lo relacionado con su vida conyugal. Su marido en este libro, es un fantasma sin nombre, de muy escasa figuración. 

Piedad Bonnett ha sido reconocida por su poesía y ha publicado varias novelas. Sin embargo, su título más popular es Lo que no tiene nombre, un libro personal, doloroso y único en el que vuelve palabra el dolor y el amor tras el suicidio de su hijo. "La mujer incierta" tiene una forma narrativa que recuerda ese título: ensayo personal en el que cita a distintos autores que le sirven para explicar o completar ideas personales que a la vez son universales.

Algunos subrayados
El pudor es bello en su contención y su misterio. En su discreta elegancia (p. 20).

La vida es eso, una zozobra diaria, una cárcel donde uno mismo es el carcelero, un pasadizo oscuro por donde se camina tambaleando sin saber si al otro lado nos espera el sol reconfortante de la mañana o el abismo (p. 40).

El escritor hace tres movimientos mentales mientras escribe. Va hacia adentro, hacia su yo más profundo, buscando el filón de la memoria, en la que caben todas las lecturas convertidas ya en experiencia. Hacia afuera, hacia la página que se prepara ya para un lector, donde cada palabra aspira a la precisión o a la revelación. Y hacia los lados, en un incesante ejercicio de relacionar (p. 65). 

Para las mujeres de la generación anterior a la mía, el matrimonio era un destino, ser madres un imperativo, y un privilegio tener al hombre como único proveedor de la familia. Para otras cuantas solía ser una opción desesperada cuando llegaban a la edad de vestir santos, porque la soltería era vista como una deshonra: ninguno las había elegido, serían mujeres sin hijos, jumilladas para siempre (p. 66). 

Como en todo enamoramiento, la mirada de un extraño me otorgó de pronto una existencia nueva. La posibilidad de una renovación. En eso consiste (p. 85).

Fuimos criados en la obediencia, la forma doméstica de llamar a la sumisión.

Lo que nos hace falta después de salir de la escuela --sea de ricos o de pobres-- es tiempo para desaprender lo enseñado (p. 108).

(Citando a Stephanie Coontz) A finales de la década de 1950, hasta las personas que habían crecido en sistemas familiares completamente diferentes llegaron a creer que el casamiento universal, a edad muy temprana, con el propósito de formar una familia con un marido proveedor era la forma tradicional y permanente del matrimonio (p. 110).

Traición tras traición en aras de la complacencia (p. 124). 

el machismo muchas veces comienza en las madres (p. 126). 

Comienza a rondarte la idea de que eres una inepta. O de que la niña está enferma. Vuelves a examinar su pañal. Será que quedó con hambre. Y así, en perpetua incertidumbre, en esa primera parte de la crianza (p. 131). 

¿Quién dijo que se estudia para ser escritor? Te formaron para ser maestra, editora, crítica, pero ser escritora es otra cosa: es enfrentarte a ti misma, a tus miedos, a tus carencias. Peor aún, ¿quién te ha dicho que tienes talento? (p. 139).

el camino de todo buen maestro es el de la seducción (p. 140). 

El perfeccionismo no es otra cosa que un deseo de complacer, de ser amado, de cumplir con las expectativas, de no fallar. El perfeccionismo es una de las formas de la inseguridad y de la desdicha. Una carrera a la que le van corrriendo la meta (p. 143). 

El resentimiento político sólo lo sienten los que no aspiran a pertenecer al mundo de los privilegiados, ese que odian porque choca con sus ideales de igualdad. El resentido es lo contrario del arribista. Este es patético, el otro es trágico (p. 148). 

Hay formas de abuso para las que nadie nos prepara, y menos en el medio oscurantista en el que fui criada (p. 151). 

La poesía, ese género que se escribe en la frontera entre la lucidez de la racionalidad y la oscuridad del subsonsciente, es el lenguaje que mejor expresa ese estao de enajenación (p. 156). 

y todavía hoy me pregunto si no dilapidé demasiadas horas preparando minuciosamente mis clases en vez de estar leyendo todo lo que mi avidez me pedía que leyera (p. 165). 

puedo leerme un libro para escribir un párrafo (p. 165). 

un maestro debía mostrar siempre a sus alumnos que no era el dueño de un saber sin resquicios sino un hombre vulnerable (p. 166).

Y mientras das tu clase los amas a todos, en abstracto, con una fe remota en su sensibilidad, pero a la vez te son indiferentes, porque finalmente son presencias pasajeras en ese largo trasegar de la docencia (p. 166). 

Yo enseñé siempre con todo el cuerpo, firmemente soportada por la tierra, aun cuando mis alumnos me percibieran inmóvil, sin sospechar hasta qué punto iba yo volando por las circunvoluciones de mi cerebro, temiendo sobreactuarme, pero dispuesta a perdonarme si lo hacía. De mis clases salía siempre con las mejillas afiebradas y el corazón acelerado. Con la serotonina, la dopamina, las endorfinas y la oxitocina en plena actividad y equilibrio. Al fin y al cabo lo que en el salón sucedía era un intercambio amoroso. Por eso la preparación nunca me resultó aburrida. Pesada, sí, fatigosa también. Pero siempre estimulante y llena de descubrimientos. Toda esa felicidad era aplastada de golpe, sin embargo, por la corrección de trabajos, que me hacía descender al infierno de lo interminable. ¿Cuándo 3, cuándo 4, cuándo 5? Lo único sencillo era un 1 decidido y rabioso. Que era casi nunca, pero ejecutaba como un verdugo sin rastro de piedad (p. 167). 

La universidad está plagada de impostores. me retracto: tal vez no plagada pero sí salpicada de ellos, personajes a veces insignificantes, a veces siniestros, que logran embaucar a sus alumnos con lo que Natalia Ginzburg llama "ideas artificiosas". Las universidades los toleran porque hacen parte de su ecosistema, elementos naturales que crecen a expensas de las jergas del saber, como el moho en los alimentos (...) No hay impostor que pueda existir si no lo sostienen sus fanáticos (p. 168).

El humor inteligente de los intelectuales, capaz de la autoparodia, pero también de la acción ponzoñosa (p. 170).

Aniñar es una de las formas más bienintencionadas y nocivas del machismo, que nace de la idea de que somos "el sexo débil", como se le decía antes. Aniñar es, para los machos, sólo una forma de proteger (p. 189).

Aunque suene chato o rudo: sólo eres novelista cuando tu novela es publicada, pero, sobre todo, cuando alguien la lee y ya no es enteramente tuya (p. 204).

las emociones que un libro despierta son a la vez estéticas y políticas (p. 213).

Mis escritores preferidos son los que encuentro inimitables. Aquellos que me abruman con su inteligencia, con su capacidad metafórica, con la amplitud y complejidad de su mundo. Los que me deslumbran, porque me hacen sentir que jamás podré ser como ellos. Los demás me aburren (p. 227).

El lenguaje, las historias de ficción o de no ficción, las ideas que ha encontrado en los libros, tendrán siempre más fuerza para el lector que la conversación con el autor, por más que esta sea lúcida, original, vibrante (p. 230).

no evito casi nunca para apoyarme en un referente de autoridad. Lo hago para reconocer a esos que lo pensaron antes que yo, pero sobre todo que lo dijeron mejor que yo. Para agradecerles con humildad, porque dispararon mis propios fantasmas, mis emociones, mi memoria, que es una de las cosas que busco cuando leo (p. 236).

la puerta por la que dejamos entrar a gente desconocida se va achicando con el tiempo. Lo milagroso es lo contrario: que un desconocido llegue a nuestra vida, y permitamos que entre y se instale en ella de una manera totalmente natural, como un hermano al que nunca habíamos visto, pero en cuyos rasgos nos reconocemos, con alegría (p. 238).

El primer espejo es siempre la mirada de nuestra madre (p. 243). 


La mujer incierta
Piedad Bonnett
Penguin Random House
Bogotá
Agosto de 2024 
252 páginas